El reencuentro llegará,
y cuando sea,
lo escribiré.
He escrito nuestra historia,
de lo bueno,
y de lo malo.
Y aunque hay más dolor
que gloria,
no cambiaría este relato.
Yo escribí, ya,
el primer día
que nos quedamos a solas.
Era sábado,
en un zulo,
tú, yo y un silencio puro.
Escribí al día siguiente,
escribí semanas más tarde.
Tú aún eras un recuerdo ausente,
pero ausentemente importante.
Dejé de escribir de ti por un tiempo,
y no fue que te olvidé.
Digamos, para estar contentos,
que solo me recordé.
Pero el destino es caprichoso,
y las noches
maravillosas,
si esas noches caen en ocho
y renace en mí
una rosa.
Brillaste como nunca.
Fuiste Luna aquella noche.
¿Por qué ocultarse tanto tiempo?
¿Por qué tanto tiempo sin escribirle?
Pensé.
O más bien sentí.
Desde ese día,
se abrió una grieta
en el suelo de mis letras.
Fuiste musa,
y también poeta,
atmósfera de mi planeta.
Me faltabas y moría,
estabas cerca y era Dios,
tuya era mi vida y mi amor,
y mientras tanto yo escribía.
Creí perderte,
aunque no lo recuerdes,
estuve muerto aquella semana,
pero volviste, como cada viernes,
a regalar luz
intermitente.
Despertaste el lado oscuro
de mi poesía aquellos días,
casi muerto me encontraba,
listo para la estacada.
Pero resulta que siempre vuelves,
y siempre buena,
como siempre.
Y cambiaste los viernes de alcohol
por conversaciones
valientes.
Por fin, me he visto respirando
sin temor a que te fueras,
pero el tiempo, siempre avanzando,
no da perdones ni treguas.
Hace tres días te despediste,
y ya se me hace eterno
volver a verte.
Tendrá que morir Diciembre,
para renacer
los muertos
El reencuentro llegará,
y ese día voy a escribir.
Pero aún más que estas tonterías
voy a abrazarte fuerte.
Como si llevara sin verte
una vida
y treinta muertes.
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