Amo el feminismo

Amo el feminismo

Cristina Lobo

16/12/2019

Cuando tenía trece años mi padre se fue a Cuba y me trajo unos bongós. Un bongó es un instrumento de percusión que viene a ser como dos congas, pero en pequeñito. Aquel cacharro sonaba a truenos, pero en aquel momento, no teníamos otra cosa para hacer ritmos y tenía un amigo que cantaba rap.

Mi amigo era feminista, pero el no lo sabía. Había días que me cantaba en la ventana para ir a la playa y tocar un rato, otras veces nos íbamos a un césped que había en lo alto de la cuesta y nos olvidábamos de la piscina.

Muchos días, íbamos los dos solos y nos contábamos los rollos del verano, con nuestra pequeña competencia por saber quién había ligado mas y con nuestra libreta en blanco para no olvidar los nombres. Apuntábamos maneras por las calles del barrio.

Para el, yo era uno mas en su círculo, jamás distinguió mi sexo, me trató siempre como a una persona con la que podía expresarse de la mejor manera que sabía. Nunca hubo ningún tipo de atracción sexual, pero siempre hubo mucho amor y respeto.

Hubo un día en que mis padres decidieron dejar el pueblo, en menos de un mes, dejamos la casa. Fue un momento duro y de despedidas tanto para mi, como para ellos. Yo aún no había cumplido la mayoría de edad y la distancia entre la ciudad y el pueblo era casi como la de Manhattan a Berlín.

Mis amigos, que eran mis hermanos, me insistieron en que me quedara a vivir con ellos. Teníamos una pequeña comuna, un árbol de nísperos y muchas risas pendientes.

Yo era una adolescente con un plato de comida en la mesa y sin experiencia laboral, tras varios intentos fallidos, tuve que olvidarme del pueblo para siempre.

En aquel doloroso momento de despedida, aún recuerdo borrosa una conversación, en el aparcamiento de las flores rojas, en las que hicimos un pacto de sangre en el que yo le prometí a mi hermano que iba a seguir tocando, pero en el fondo y en ese instante, sabía que no iba a ser posible.

Le insistí en prometerle que sería feliz y le comenté que seguramente terminaría pintando paredes, que me dedicaría a algo chulo, éramos unos artistas.

El lo veía absurdo, pues yo sabía tocar y podía acompañar a cualquiera. En mi ciudad seguramente encontraría a alguien con el que poder formar un grupo.

El no conocía como yo mi ciudad y aunque tenía amigos, las relaciones eran mas frías o diferentes, realmente pasaba mas tiempo en el pueblo y excepto en las clases y para hacer botellón, nunca compartimos una siesta, ni un plato de comida sobre la mesa.

Un amigo de mi amiga Raquel, tocaba el violín y a veces fuimos a la biblioteca a ensayar un rato, otra amiga mía bailaba y la acompañé un par de veces. En aquel momento, tocar música árabe con una darbuka, no estaba bien visto y aunque me había apuntado a unas clases, el profesor me clavaba indignado sus miradas, cuando pensaba que le bacilaba al tocar los ritmos con la mano izquierda, pues con la derecha ya los llevaba aprendidos.

Bajo la promesa que le hice a mi hermano, busqué otras clases y me apunté a tocar la batería. Las clases estaban anunciadas en el periódico y parecían ser muy buenas. Nunca tuve dinero para pagarlas y sólo fui a cuatro clases, las que tiene un mes.

Allí conocí a Jesús, siempre me llevé muy bien con él, con mucho esfuerzo, se convirtió en un amigo. El hizo lo que pudo dentro de sus circunstancias. Sus amigos garrulos tampoco lo ponían muy sencillo. Con todos allí sudando y bebiendo, no pintaba nada una tía que les ponía y yo, no era la novia de nadie. Otras veces los chicos eran mas feministas que sus mujeres y era a ellas a las que le jodía que yo estuviera.

Nunca tuve novio, pero siempre tuve un amante.

Hace poco me pasó una historia con la mujer de mi ex-cantante, abanderada del feminismo, en este, mi nuevo pueblo, pues en mitad de este cuento y entre roto y descosido, cuando ya estaba consiguiendo poder vivir del toque, mis padres decidieron cambiar de ciudad de nuevo e irse a otro lugar mucho mas feo y cerrado.

Con diecinueve años me independicé para no volver nunca mas. Necesitaba una casa, un trabajo en plena crisis y empezar otra vez todo de nuevo.

Estuve reiniciándome durante varios años, viajé de ciudad en ciudad con trabajos temporales. Mi primer día de camarera, duró eso, un día. En muy poco tiempo tuve que aprender muy rápido.

Lo que mas me costó fue aprender a tragarme el ego y lo segundo que mas me costó fue a tener que aguantar las órdenes de un garrulo.

Una vez, tuve que limpiar en pleno agosto y bajo el sol, una piscina que estaba cagada por un niño y otro año, tuve a un jefe de cocina borracho que me hacía pelarle toneladas de ajos todos los días, un día se los tiré a la cara.

Cuando llegaba a una ciudad nueva, utilizaba la percusión para hacerme amigos. Le había prometido a mi hermano no dejar de tocar, así que nunca dejé de tocar, pero nunca tuve éxito

A día de hoy, llevo con este el tercer año, en el mismo pueblo y en la misma casa, con los mismos vecinos, con los que montamos un grupo de musica punk diversa este verano, que duró lo que tardó en ponerse la novia del cantante y corista del grupo en mi contra.

Mujer feminista de libro, abanderada de la igualdad, no es capaz de ver como su novio le dá un abrazo a su batería, en este caso yo, tras una tocata cósmica.

Con media jornada de trabajo para tener la tarde libre y estudiar psicología y dejar la casa a punto, busca un hijo insistentemente ya que roza los cuarenta y … su pareja que es padre, bajo presión, calla.

Así que unos días por esto y otros días por lo otro, mandé a la mierda el grupo, me quedé con las clases, con este, exclusivo caso, en el que un profesor muy majo, tiene mas alumnas que alumnos, o los mismos alumnos que alumnas y no somos bichos raros.

A día de hoy, me dedico a pintar paredes, decoro casas y vendo tela. Las cosas están cambiando. Me quedan muchos ríos por cruzar, sitios que ver, caminos por andar, mundo por recorrer. A día de hoy, le prometí a mi hermano ser rapera y llevo su CD en el Miguelito, también llevo el CD de los maestros y pongo soul en el trabajo.

A día de hoy, no lo doy todo por perdido.

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