Amo al mosquito

Las hermanas paseaban a mi alrededor con mirada altiva y falda corta. La plaza estaba repleta de originales y brillantes seres que competían por desclavar su mirada de mi libreta.

En aquel banco de piedra, bajo el árbol, sentada con mi blusa de rayas y mis zapatillas negras, te esperaba matando las horas.

Al terminar el relato, comencé a andar por una calle estrecha de luces naranjas y faroles de hierro. Tras los balcones abiertos sonaban risas. Las familias descorchaban botellas de un vino añejo y los niños corrían celebrando sus días libres.

Escuché el eco de unos tacones, que pisando los huecos de un suelo empedrado, tocaron mi espalda. Iba para casa triste, mal peinada y desaliñada, cuando doblaste la esquina y sonriendo, gritaste mi nombre.

Me propusiste ir a ese viejo antro, en el que la gente drogada repetía el mismo baile. Tocaste mi brazo varias veces, insistiendo en la importancia de tu llegada, me susurraste que ya estaba todo hecho, que ya podíamos irnos, que el trabajo estaba realizado, pero al encender la luz, desapareciste como siempre.

Me queda una noche mas contigo, o tal vez dos. Sobrevivimos a este frío gélido que calienta las almas. No esperaba tu visita pero ahora tengo mucho mas que darte.

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