En este jardín los gallos no cacarean por la mañana, son las gaviotas las que rompen este profundo silencio. Jesús comenzaba su jornada de trabajo segando, como cada mañana, el sueño de los holgazanes.

El césped crecía por semanas y por segunda vez, el seto que ocultaba mi ventana había sido podado. Jesús era un hombre de pelo corto que no dejaba crecer nada. Mi vecina de los gatos, había intentado plantar algunas semillas, pero al crecer, desaparecían.

María me había llamado para salir a consumir, intentó equilibrar la oferta con unas birras en el vikingo. Con este gélido frío, hay que buscar refugio en el centro comercial y tomar unas tapas en la terraza al caer la noche. Cuando el sol se oculta y las gaviotas duermen, despiertan los lobos.

En el suculento jardín de la alegría, los troncos se parten tras la puerta roja, el olor del curry despierta a los niños, abriendo el apetito y los comentarios. Una piel de cebra descansa en paz sobre un sofá incómodo arañado en su brazo, Jimmy espera la comida y yo, necesito azúcar.

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