El papel de los feminismos en la moralización de la política y su relación con el determinismo social.

El movimiento feminista, o los diferentes feminismos, pueden entenderse como la respuesta a las ideas socio-deterministas de ciertos sociólogos previos a la Primera Ola del feminismo, ideas como las de Durkheim o Comte sobre la unidad familiar y el deber ser de los diferentes géneros. Por ello, el feminismo y sus diferentes vertientes o enfoques no solo son una ideología y una forma de estudiar la sociedad capaz de refutar las ideas de la Sociobiología y el determinismo moral, y que puede considerarse como uno de los precursores del constructivismo social, como lo fueron el Feminismo Queer y el Feminismo de la diferencia; sino que además podemos entender la reciente confrontación entre los distintos feminismos, como una de las grandes consecuencias de la moralización que ha sufrido el ejercicio de la política en los últimos años.

Sin embargo, para poder explicar en qué medida el movimiento feminista sufre una moralización igual a la de la política actual, hay que entender las bases de lo que podemos llamar feminismo. Ya que el feminismo nunca ha sido uno solo y se dan diversas teorías feministas desde las cuales las prioridades sobre lo que debe ser la “lucha feminista” son unas u otras, aunque aquello en lo que la mayoría de estas teorías están de acuerdo es que no existe un determinismo moral o social que lleve a los individuos a ser de una determinada manera según su situación social, o en este caso de sexo, y posteriormente de género.

Lo que realmente hace revolucionario al feminismo, sobre todo desde la Segunda Ola de feminismo social y radical, es la idea de que el entorno determina la mayor parte de nuestros comportamientos y actitudes en sociedad, ya que la gran base de la teoría feminista es que las mujeres y los hombres se comportan como lo hacen en sociedad porque se les ha determinado a ello mediante educación y sociabilización, como explicaba Simone de Beauvoir en su libro El Segundo Sexo de 1949. Según este libro, el comportamiento sexista o diferenciado entre sexos, se debía primordialmente a la sociabilización primaria, es decir, a la educación que se imparte desde la familia y los primeros círculos sociales a los que accede una persona, los cuales por definición solían ser diferentes entre hombres y mujeres, lo que debía dar lugar a una personalidad y carácter distinto.

Así, basándonos en la obra de una las primeras feministas importantes como lo fue Simone de Beauvoir y muchas otras, como Betty Friedan y su teoría sobre “El problema que no tiene nombre”, o incluso feministas socialistas más recientes como Silvia Federicci y su importante crítica a las teorías de Karl Marx y la falta en ellas de perspectiva de género, como por ejemplo la importancia del trabajo reproductivo; podemos comprobar que todas ellas coincidían en el carácter universalizador del feminismo y la determinación social de la conducta, y de lo que es moral o no. Argumentos que contradicen la teoría de Steven Pinker sobre La Tabla Rasa y la construcción del carácter y la personalidad, ya que afirma que la naturaleza humana ha de ser cincuenta porciento genética y la otra mitad social, aunque en esto último, solo se refería al grupo de pares, lo que él llamó el entorno exclusivo.

A partir de todo esto, y de las ideas recién mencionadas de Pinker, es casi imposible aceptar la existencia de cualquier tipo de machismo, y por ende, cualquier teoría feminista. Esto se debería a que, para ello, habría que aceptar también que ni el machismo ni el feminismo son construcciones sociales desde el punto de vista de este autor, en tanto que una se considera una conducta construida a partir de un sistema patriarcal, y la segunda como teoría y movimiento político y social en respuesta de la primera. Es decir que, siguiendo la definición que hace Pinker, el machismo no sería más que una condición genética y una construcción en busca de la aceptación social, y por tanto todas las teorías feministas deben ser necesariamente “mentira”. Esto significa que, para dar lugar a la teoría que defiende una feminista sobre la construcción social del género y aquellos problemas estructurales originados a partir de una educación y sociabilización patriarcal, la teoría de Pinker no debe ser cierta, o de lo contrario, el patriarcado es en un cincuenta porciento inevitable, en tanto que las conductas diferenciadas entre sexos son en un cincuenta porciento hereditarias.

En definitiva, el feminismo no es más que la respuesta sociológica que refuta las teorías sociobiológicas y deterministas de la conducta, que niegan de forma sistemática la construcción del individuo como parte de una estructura en la que, independientemente del papel de la familia o el grupo de pares, se enseñan valores de lo bueno y lo malo acordes al sistema predominante, y dependiendo de cual fuera este sistema, las conductas sociales y las preferencias morales serán unas u otras.

Sin embargo la pregunta ahora sería, ¿en qué medida esta construcción de la teoría feminista puede relacionarse con su papel en la política?, a lo que se podría responder con una relación lógica entre la teoría de la construcción moral de Pinker y la teoría liberal: ya que por un lado, la moral liberal nos habla de que existe justicia en el azar, y que esta no se basa en que todos partan de las mismas oportunidades, sino que todos tengan la liberad de acceder a esas oportunidades antes o después. Por otro lado, para Pinker, lo que él establece como el otro cincuenta porciento de la construcción de la personalidad, aquel que correspondería al entorno individual o exclusivo, necesariamente social pero sujeto al azar y las experiencias o pensamientos individuales de cada persona, podríamos concluir que existe una relación entre ambas teorías de que la individualidad de las personas prima sobre el carácter social de cada individuo.

Basándonos en este paralelismo, y atendiendo a todo lo expuesto anteriormente sobre el constructivismo moral que persiguen las diferentes teorías feministas, podemos observar, siguiendo la explicación que hace Jonathan Haidt sobre la inevitable moralización de la política, cómo estas ideas del liberalismo han llevado al feminismo a sufrir la misma moralización, la cual según este autor da lugar a la polarización, de manera que, se acaba incurriendo en un absolutismo moral feminista, en el que se puede ser de uno, u otro bando.

Por tanto, si observamos el panorama político actual, existen dos grandes tendencias que tienen que ver con estos fenómenos: la primera, la moralización de la política y su consecuente polarización, la cual se ha transmitido al feminismo que podemos llamar de la Tercera Ola, en el que se enfrentan feminismo liberal y feminismo socialista o radical. La segunda, tiene más que ver con la apropiación casi sistemática de ciertas ideologías, e incluso de determinados partidos políticos, de simbología o causas propias del feminismo, contradiciendo al movimiento feminista en sí y a las propias ideologías de dichos partidos, así como convirtiendo la “lucha feminista” en una herramienta de captación de interés hacia los votantes.

En cuanto a la moralización de la política, se podría entender que ha habido un contagio al feminismo en tanto que es un movimiento político, así como social. A raíz de lo cual, se ha dado un debate sobre la posibilidad de un feminismo transversal, es decir, que el feminismo pueda considerarse como una tendencia moral independiente de ideologías o clases sociales. Esta idea del feminismo no solo como una ideología, sino como una posición moral ante los problemas sociales que origina el patriarcado, ha propiciado un entorno de “todo vale” que lleva a muchos políticos, hombres y mujeres, a dar a entender que el feminismo puede ser lucha e idea política desde cualquier ideología, es decir, se utiliza a este movimiento como herramienta para movilizar impulsos morales y así transversalizar determinadas propuestas políticas, o a determinados partidos que serían menos aceptados si no se mostraran explícitamente “feministas”.

Con todo esto, y si seguimos la idea del “Obrero de derechas”, podemos hablar del “feminismo liberal o de derechas” como un “feminismo del uno porciento”, los cuales no son comparables con aquel feminismo liberal de la Primera Ola, ya que las luchas de ese momento ya se han logrado (por lo menos en el caso de España), sino que se trata de un feminismo más acorde al discurso liberal actual, poco globalizador y que defiende que toda mujer puede conseguir lo que se proponga, negando, como lo niega cualquier liberal, todas aquellas barreras sociales y estructurales que no permiten por definición el mismo crecimiento a cualquier mujer. Se trata por tanto de un feminismo por conveniencia ya que hoy día, es peor decir que no se es feminista, a sostener esta idea liberal del feminismo, por ende, contraria a la “verdadera lucha feminista”, un feminismo individual, no globalizador y casi sociobiológico.

No obstante, la apropiación simbólica de este movimiento no solo se da desde la derecha, sino que partidos de izquierdas también hacen un uso reiterado y continuo de las simbologías e ideas feministas. Si bien estos partidos, por su ideología, parecen más afines a lo que una feminista socialista o radical defiende, existen activistas feministas muy reticentes a este uso político de su lucha. Parece muy contradictorio ver nombres de partidos en femenino (Unidas Podemos), o partidos que tratan de demostrar su compromiso con la causa feminista llenando los altos puestos de la esfera política de mujeres, pero que, en fechas señaladas, o en cualquier fecha, los que hablan en nombre de esas mujeres declaradas “feministas” son hombres. Así, una vez más, la utilización de determinados posicionamientos morales, en cuanto al feminismo y la negación del machismo, parece más una herramienta que una posición real.

En definitiva, ¿por qué es contradictorio un feminismo de otro?, ¿por qué se habla de la imposibilidad de un feminismo transversal?, ¿es aceptable cualquier forma de entender una idea y construcción social y moral tan fuerte como lo es la lucha feminista? Es probable que, como dice Jonathan Haidt, las ideas de izquierdas puedan considerarse más morales en tanto que globalizadoras, y las ideas de derechas menos morales en tanto que individualistas, por lo que tiene sentido que, si vemos el movimiento feminista como un movimiento globalizador, parece imposible que pueda existir un “feminismo de derechas”, ya que se convierte en un “feminismo del uno porciento”.

Es decir, en línea con los argumentos de Haidt, existe una polarización cuyo principal efecto negativo es la generación de extremos, por lo que, ya no solo en política, sino que para el feminismo a supuesto que un movimiento más o menos unificado bajo una misma lucha, aun siguiendo diferentes teorías y formas de entenderlo, se ha convertido en dos movimientos y dos luchas, el cual ha acabado derivando una especie de contienda de desacreditación de uno a otro, como efecto de la percepción extrema que se tiene del otro. En conclusión, se ha cerrado el espacio al diálogo y se podría inducir en errores de percepción sobre lo que el otro quiere.

Ante esto, ¿es posible pensar que la solución al problema de la polarización sea el relativismo moral?, una idea que genera un debate diferente, pero que parte de la raíz de todo lo expuesto hasta ahora, ya que si al principio de los argumentos que nos llevan al relativismo moral, se ha razonado sobre la sistemática contrariedad entre ideas de derechas y de izquierdas, y entre lo que ha derivado en el feminismo de derechas y de izquierdas, en tanto que uno es la respuesta al problema que causa el otro, ¿en qué punto sería posible ese relativismo?, ¿cómo se puede llegar a un consenso en el que las ideas de uno, no rompan con lo que pretende conseguir el otro? Parece bastante evidente que si lo que se quiere es la lucha contra el individualismo y la negación de el patriarcado como un problema estructural de sociabilización y educación, no es tan fácil dar la mano a aquél cuya prioridad es perpetuar aquello contra lo que luchas.

Por tanto, cabría hacerse una nueva pregunta: ¿qué es mejor, el absolutismo moral, o el relativismo moral? ¿existe un punto medio entre ambos? Muchos sostienen, que este punto medio se llama “diálogo”, el cual parece tener el poder de crear consenso entre ideas opuestas. Pero el problema aquí no es el grado de diferencia entre una idea u otra, sino en qué medida una genera a la otra, lo que se convierte casi en el juego del huevo y la gallina, en el que se pretende ganar a la lógica. Y todo nos lleva a decidir entre naturaleza humana más o menos social, más o menos genética, ideología más o menos individualizada, más o menos globalizadora, comportamiento más o menos machista o feminista, más o menos moral o inmoral, más mío o del otro.

¿Es posible entonces, que la solución al problema sea que las “líneas rojas” trazadas por unos u otros, o en caso del feminismo, por unas u otras, deben cambiar?, ya que hasta ahora se han marcado una serie de límites entre una ideología y otra, entre un lado de la moral y el otro, que parecen no permitir si quiera el diálogo. Es decir, ¿es posible que la solución tenga que ver más con “ceder” territorio al otro?, puesto que parece evidente que ni la feminista de derechas va a dejar de creer en la hegemonía del individuo, ni la feminista de izquierda dejará de creer en la necesidad de universalizar sus ideas, y en la necesidad de abordar problemas estructurales. Ante lo cual, como aspirante a socióloga, no me parece justo un posicionamiento moral, en tanto que una idea u otra es mejor o peor, pero tampoco me pare justa, la negación sistemática de hechos sociales, por poco favorecedores que sean para según que posicionamientos.

En adición con todo lo dicho, las grandes conclusiones a las que he podido llegar atendiendo a los argumentos que se aportan sobre qué es feminismo, qué es social, qué es la construcción del individuo y qué es la derecha o la izquierda, es para empezar, la relación que existe, después de todo, entre las diferentes teorías e ideologías aquí expuestas. Ya que si pretendemos hacer un pequeño razonamiento concluyente y que cree algún tipo de definición que al menos pueda explicar el marco teórico del problema, aunque no la solución: podemos concluir que el feminismo en todas sus formas, como respuesta social primero, se ha convertido en la idea más fuerte y más capaz de refutar las teorías de Pinker, y como teoría política e ideológica después, en el mayor síntoma de la moralización actual de la política, ya que ha pasado a ser, sobre todo en el panorama español, la moneda cambio para mostrarse completamente moral y acorde a las ideas de la población en general, ya que por alguna razón, se ha tomado este movimiento, como la expresión máxima de la tolerancia, y como palabra en boca de todos, que puede ser dicha y utilizada por cualquiera y como se quiera.

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