Mi experiencia Yagé

Desde hace mucho tiempo, yo diría casi 20 años, que he escuchado de algunos amigos, compañeros de trabajo y estudio acerca del Yagé, aquella bebida indígena milenaria que te hace viajar y sentir cosas inimaginables. Hacía oídos sordos a tal hazaña, hasta que este año me decidí a experimentar este viaje.

El lugar de la cita era la casa de los chamanes en Santa Elena, Antioquia. Eran las 8:30 pm, y acababa de ganar el América de Cali su copa número 14. Por eso, me fui con esta camisa roja de mi equipo, unos jeans y un maletín con sleeping bag, papel higiénico y botella de agua. Era día de velitas y mientras viajaba en el bus veía muchos haciendo lo que deben hacer este día, prender las velas sobre sus andenes.

Cuando llegué, entramos a la choza de aquella finca, habían unas 35 personas entre mujeres, ancianas, niños y extranjeros. El chamán empezó su explicación, nos informó que el yagé era una medicina, y que no tenía nada que ver la religión, que esta experiencia la habían tomado budistas, cristianos, católicos, ateos, etc. Además, informó que es una tradición milenaria, que en Bolivia encontraron hallazgos de hace 40.000 años, donde se evidenció que un hombre tomaba esta poción.

Bueno, empezaron las mujeres de primera vez, luego los niños, luego los hombres de primera vez. Ahí me tocó el turno, tomé el brebaje entre humos y onomatopeyas de “ja-hu” por parte del chamán y sus asistentes. Su sabor era feo, pero le sentí cierto gusto a vino tinto.

Todos estábamos en círculo de cara a una hoguera dentro de la choza. Nos dijeron que saliéramos al pasto, donde había otra hoguera aún más grande, hecha de troncos de leña fuertes y negras, que exparcían un fuego muy intenso. Nos dijeron que nos tomáramos de la mano y rodeáramos esa hoguera. Luego que echáramos las ofrendas (arroz, lentejas y otras cosas). Los niños se animaron más a esto.

Empezaba a sentir los efectos de la medicina. Entré a la choza, me acosté en la colchoneta tendida en el suelo y me puse encima la cobija. Al cerrar mis ojos vi gusanos voladores de candela, fuego vivo, que me rodeaban a la izquierda y derecha. Luego vi triángulos negros que se volvieron pájaros negros, parecían cuervos. Cantaban. Luego vi un espiral de colores sicodélicos fluorescentes. Era como una roseta que daba vueltas y esparcía mucho fuego.

Al pararme sorprendido, me salí de la choza y la roseta de colores empezó a girar más rápidamente y sus colores empezaron a verse más vivos, ahí vomité. Mientras lo hacía, la roseta giraba más y más fuerte. Más fluorescente. Más sicodélica. Menos real. De repente, entré a otra dimensión.

Me mareaba, vi la tierra cómo se levantaba con su polvo y empecé a ver a las personas de una manera extraña. Pasaban y era sus caras cadavéricas. Me asustaba. Mientras caminaba casi como un zombie, veía cómo vomitaban algunos, otros se tiraban al suelo y se revolcaban “yo creo, yo creo”, decía uno de ellos. Otros miraban al pilar de fuego que estaba en las afueras.

Yo no me hallaba, me sentía muy mal, le decía a uno de los asistentes: “que me pase el efecto ya por favor”. Pero apenas era el comienzo del descenso al infierno. Empecé a retorcerme, mi cara tomaba figuras muy diabólicas, que no podía parar. Me mordía, me desfiguraba, mis expresiones faciales era como las de un poseído.

Caminaba por toda la finca, hablaba con algunos. Eran trochas de huecos negros alumbrados por una vela, diseñados para vomitar. Al final, una pequeña casa de cortinas blancas, donde se encontraban unos sanitarios improvisados. Ahí encontré una chica que me decía que no sentía nada, que había vomitado y todo pasó. Yo le dije que me ayudara, ella me decía que pensara en algo bonito. Yo veía el mismo hombre revolcándose y diciendo “¡yo creo!… mi hija… Mariana…”. Otra chica empezó a bailar. Yo veía el fuego y me daban ganas de lanzarme para acabar con esta sensación. Pensaba “este es el infierno, que no se lo deseo a nadie. Pero ¡vamos como Jesús, primero al infierno para ir al cielo!”

Luego sentía calor en mis manos, me picaban, quería quitarme toda la ropa. El asistente me dijo que la medicina duraba tres horas. Que yo parecía sensato, que me calmara. Que mirara al cielo, tres constelaciones muy bonitas. Me dijo que entrara a la choza que me iban a hacer una sanación.

Me pidieron quitarme la camisa, y me pegaron con unas yerbas en la espalda, que me quemaron. Luego me rosearon con otras hierbas y un humo. Bueno, me acosté y seguí viendo alucinaciones. Pensé en toda la gente que le hice daño, les pedí perdón a todos, quería llamarlos. No quería desearle a nadie vivir este infierno. Empecé a envidiar a los curas que conozco, que se acercan a experiencias místicas diferentes. Me encontré con esta chica de nuevo, cerca a las letrinas, le pedí una abrazo. Me dijo que diera del cuerpo. Me senté en ese sanitario, pero empezaron las visiones con coágulos de sangre, tumores y cosas asquerosas que me hicieron salir corriendo.

Bueno… parecía que estaba cerca del umbral, me quería morir, tuve pensamientos suicidas. Vagaba y a cualquiera que me topaba le preguntaba “¿estás bien?” a un niño, a unos chicos, unos no quería que me les acercara, como si diera asco. Me volvía a acostar en la choza. Empecé a ver otras visiones, y salió otro vómito, y otro, no encontraba mi billetera, ni mi celular, quería llamar a mi familia, a mis amigos. Finalmente, el asistente me calmó, me dio otro baño de humo. Vi una pareja de un hombre y una mujer desnudos, rodeados de fuego y colores fluorescentes. Se voltearon 365 grados. Luego vi una monja horrible, una foto de un niño que no sé quién era. Luego desperté. Ya estaba más calmado y volví a la dimensión de siempre. Vi los primeros rayos de sol. La mujer sacó a su hijo en brazos de la choza. Luego salí yo. NO quiero volver a repetir esta experiencia. Llegué a mi casa a bañarme y a dormir.

En la noche hablé con mi hermana quien me contó que su bebé de un mes había fallecido, y le harían pronto el legrado. Entendí que la foto del niño que vi era él. Tengo miedo de las cosas que vi, que algunas se hagan realidad. Pero tambien me siento purificado. Ojalá mi enfermedad se termine. Le pido al cielo sanación.

Para mí, la experiencia de Yagé es un descenso al infierno, un encuentro espiritual, que debes conocer para sentir temor a volver, creer más en Dios y seguirlo para siempre. Es vivir un poco la experiencia de Jesús según el Credo: “…Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó”.

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