LA ÚLTIMA FECHA:

LA ÚLTIMA FECHA:

Diego Sc

05/12/2019

Se jugaba la última fecha y la reunión sería como a las 6 de la tarde, pero antes de eso corrían los últimos detalles que iban a definir quien iba a ser el campeón, el premio mayor que la vida nos regalaba, de esos momentos por los cuales éramos capaces de dejar lo que fuere de lado para sumar de a 3 en las tardes de cualquier estación del año y a la hora en que sea posible o alzarse al pecho lo más placentero del disfrute de cada desquite entre los mano a mano de una y otra vez siendo la única posibilidad de avanzar hacia la declinación del torneo.

—Por mi parte, Tordo era el elegido, al menos eso indicaba el fixture de la Liga Virtual; un tipo de gran tamaño y altura pero no válida y mucho menos eficiente para esta disciplina, sus manos gigantescas entorpecían la movilidad de sus dedos y devolvían una imprecisa comunicación entre su cerebro y su capacidad motriz, la diferencia que se presenta en la mayoría de los casos del fútbol real para con el virtual desde su perspectiva, él era mejor en lo primero.

En la primera ubicación, desde las primeras partidas hoy debería ser dueño de ese primer puesto. Había colegas y contrincantes, por supuesto, es decir, no me jugaba y sorteaba por los aires solamente la consagración del orgullo interno propio sino también quitárselo a todos los demás y sabiendo que debía evitar la defraudación caótica pudiendo llegar a convertirse hasta traumática para ese entonces, ante todos los que no tenían esa misma oportunidad ese día; jugados todos los partidos, —¡Sabía que pasarían a ser espectadores del show de tensión de la sala porque era yo u otro más!
—Dalian, con una Francia que martirizaba a cada uno de sus rivales en las idas y en las vueltas, aunque tenía que reconocer que habíamos empatado en las dos ocasiones que la Liga nos brindaba contra mi Italia primera del torneo, y ni siquiera eso nos daba un panorama de lo que podía llegar a hacer el otro para envolver los pensamientos que aparecían a lo lejos, en una supuesta definición sino ganaba en mi última fecha. Los dos partidos contra él casi no los recuerdo, pero seguramente que desde ya, puedo volver a sentir que estábamos atrapados en una agonía que sólo con el correr de los días se llegaría a saber el final. Hasta ahí, todo muy parejo, nadie repelaba contra el otro porque todo podía llegar a pasar y la verdad, debo reconocer que con él éramos tan apegados como amigos que ya sabíamos los códigos de las miradas cuando se cruzaban en las atosigadas tardes de la liga virtual. Claro, después de todo fuimos los creadores de semejante espectáculo gratis que se ganaban los demás aunque contentos de consolarse con el tercero o cuarto puesto, pero nada tenía la comparación de venir, pasar el rato y competir contra la banda y si alguno que otro se le ocurría arruinarle el Martes o el Sábado al otro, se iba con todos los alardes, tan ancho que había que abrirles el portón para cuando saliesen del evento.
—Digamos que a esas alturas de la Liga, en la última fecha y para ese día, las cartas estaban en la mesa. Dalian sí, era un tipo con el que no deberías ni siquiera titubear, sin dudas alguna, llegaría hambriento de gloria y vencería a quien tendría que vencer para así, poder arrancarme de ese lugar predilecto, que tanto había disfrutado entre dientes apretados, a lo largo del camino.
—Por mi cuenta, sabía que al menos debería robarle un punto «al que menos había conseguido», a un descendido que nada más ocupaba el fondo de la tabla; le había arrebatado un punto a una Selección de Portugal deslucida; una Alemania con Tordo, que sólo participaba por cumplir con la palabra y porque de seguro había algún que otro síntoma aditivo entre sus dedos aplanadores de botones y palancasos que no hacían más que una y otra vez los mismos movimientos defensivos; ese sería mi mayor problema a la hora de vencerlo, en definitiva, solamente para cumplir con el resto del torneo como lo habían hecho todos anteriormente a ese partido. Eso podría ser fácil, obviamente, pero también peligroso, al menos para mi ansiedad y no obstante para mi intranquilidad. Mucha presión, presión que venía colmando mi estómago cada vez que había una reunión casi cuando caía la tarde. Pero hoy era el día; ¡hoy debería afirmar lo que había costado tanto conseguir! por eso estábamos terminando de altercar los últimos detalles para que todo quede listo para las dos últimas jornadas, las definitivas.

Primero, la Francia de Dalian versus el debilitado y deslucido Portugal de Brones, que no se mostraba mucho más que Alemania pero había robado algún que otro punto, o más bien ganándose un poco de respeto a la hora de que era un tipo que sabía de cómo complicar a los demás, a los que sí, verdaderamente no querían complicarse. Ahí estaba, con todos de espectadores frente a una pantalla, que resplandecía a través de los reflejos de ropas y vestiduras amontonadas entre oscuridad y brillos de luz apenas tenue y diciéndonos que de alguna u otra manera la noche se adueñaría de lo que iba a suceder en ese momento y en nuestras vidas para siempre, inyectándolo de pura adrenalina fluyendo de las paredes, que parecían también encerrar al entusiasmo entre esos cinco metros cuadrados y volviéndose testigos de ese primordial retrato: el final, la final de la Liga.

Entonces así quedaba todo listo y los últimos rayos sobrevivientes del día daban la bienvenida a la invitada del suceso, caía la noche ampliamente raída junto a las últimas chicanas antes de ponerse serios frente a la luz, ahora artificial, del rectángulo de la verdad; Francia segunda versus Portugal penúltimo y descendido por un lado e Italia primera y sus 3 puntos de ventaja sobre Francia, contra esa Alemania última y también descendida por el otro. Gran menú para comerse las uñas hasta esperar que concluya todo, al menos eso comprendí cuando ya no me quedaban ni restos para desafilar mis dientes y no demostrar que estaba más nervioso que todos.

—Al cabo, de 18 minutos, Francia ganaba 2 a 0 y la sangre comenzaba a levantar temperatura, ebulliendo hasta la principal arteria en el cuello haciéndome temblar hasta la mandíbula, el silencio era una obviedad absoluta, en mí y en todos, pero ahí seguíamos, sin sacar los ojos del circulo blanco apenas notorio en el inmenso verde de la pantalla. Alguna que otra mirada recibía como para avergonzarme y diciéndome «la que te espera»; Tordo tirando directas que solamente repetía y repetía, tratando de ofuscarme y debilitar aún mas mi objetivo final, que debería ganarme y así, forjar una definición cara a cara con la Francia que arrasaba, para que también él pudiera formar parte del espectáculo tan apreciado ahora por los demás. Después de todo, era lo que menos pretendía y en cuestión, sólo estaba enfocado en que eso termine lo más pronto posible. Pero «yo iba a poder, tranquilo», me hablaba a mi mismo, tratando de callar mis temblores y calmar mi flujo de sangre en el pecho, frotándome las manos y entendiendo que esto cada vez se pondría más complicado, y costaba más aún sabiendo que había llegado a la última fecha sin poder controlar esa cualidad.

Al final de la partida previa a la definición, Dalian había cumplido una vez más, se impone con un 4 a 2 rudo y tajante, para que nadie dude de lo que buscaba, para que yo no dude, de lo que buscaba y en un match distorsionado de las ideas de ambos contrincantes, se alza a la cima del torneo venciendo a un humillado Portugal de Brones. Un Brones, que a lo largo de toda la saga nunca pudo encontrarle el sentido a los eficientes movimientos que necesitaba para cumplir el objetivo de ensueño que era salvarse de la avergonzada idea del descenso. Por el otro lado, Dalian, lo sigo nombrando y sigue creciendo la presión de saber que al sentarme ante el marco mágico, no podré darme el lujo de perder mi oportunidad y así claudicar y crucificar su imploro de arrebatarme el objeto tan deseado. Podría estar horas describiendo cuánto significaban esos minutos de la inmensa noche y volver a validarlos una y otra vez; pero volviendo a la principal atención, a lo que verdaderamente les importaba a todos de ahora en más, el último partido, Tordo y yo, Alemania – Italia. Se había terminado la espera, llegaba el momento de amarrarme a la silla con mi mano izquierda y recibir el mando con la derecha; todos en silencio, podía percibir la presión que sobrevolaba el aire desde las sonrisas amenazadoras, soltando un —A ver que haces ahora.

Silbato de por medio y la sangre arranca entre las venas a fluir entre arrecifes de nervios atorados en los nudillos de los dedos, el frío que congelaban los córneres de Alemania contra la meta italiana que sólo resistía sin saber qué estábamos jugando. Hasta ahí, un punto; el punto del honor y del orgullo, poco pero sabía a mucho por cómo se daba el panorama. Tordo ahora había transformado su cara divertida en una silueta con la piel tan tensa que parecía que hasta le costaba respirar, su mirada fija, penetrante, concentrada, capté la razón de saber que ésta vez él sí sabía que era lo que estaba haciendo y podía evitar tanto los palancasos como evadir la presión defensiva que le había proporcionado con la esperanza de que pudiera llegar a equivocarse, porque en una de esas él pudiera estar tan nervioso como yo, ya que más que la humillación que el descenso le propinaba, evitaría ser la vergüenza del show no teniendo nada que perder contra el campeón.

—Apenas 19 minutos de partido, Tordo y no se cuántos mas, gritan frenéticamente un gol, enloquecidos y orgullosos de lo que él mismo había provocado, hasta lo felicitaban vaya uno a saber porqué, cuando apenas me doy cuenta que había sido bastante calma mi reacción como mi manera de jugar ese partido, el partido, porque significaba mucho más que una derrota, significaba volver a involucrarme en la discusión ineludible de la definición, significaba volver a perder la oportunidad de decirles a todos que podía ser el candidato, perdía con el descenso que se me reía en la cara y me chistaba para decirme que de ahí, el próximo descendido podía ser yo. —Por lo tanto acá el que perdía y perdía mucho más que esos festejos hacia un descenso directo pero feliz, era sin dudas el que les cuenta esta historia.

Durísimos los primeros minutos de la discordia y para peor aún, perdía mi invicto 1 a 0 dejando el campeonato desparramándole la chance a Dalian que venía perfecto, haciendo lo que tenía que hacer y metiendo la nariz por donde se presentara la oportunidad que ésta era la perfecta, la última que buscaba, para forzar la definición porque no importaba la diferencia de goles y ahí estábamos ahora los dos con los mismos puntos.

—La mala noticia para Tordo llega a los 36 minutos porque pude imponer el empate, alejando las chances y las burlas para todos los rincones de la sala acumulándolos de apretujones desesperados bajo la intensa luz de la pantalla, un embate apurado por el frenesí y la euforia con sólo una llegada desde el fondo de mis sueños, que ni siquiera puedo recordar, o no lo intento quizás como fue porque a ese momento no importaba demasiado, sólo mis pulmones tuvieron la capacidad de festejar el momento ya que recibieron aire de luz y de suspiro, lo contuvieron por 3 o 4 segundos, luego exhalé una mezcla de emoción, paz y relajación con el puño derecho apretado, recuerdo; – ¡Pero no! – no podía relajarme, no podía quedarme con eso, no había tiempo y sino lograba replantear rápido la idea de querer manotear el título una vez más, comenzaba a creer que me alejaría del principal objetivo, que por momentos se diluía en mi mente y en la espesa idea de que ahora era el momento de sólo vencer a Tordo, como sea.

Luego de apreciar a mí izquierda, volteé la vista, creo que menos de un segundo y seguía ahí, como si se hubiera transformado, o Dalian, de a ratos le monitoreaba sus movimientos, algo había sucedido en el universo del cosmos que ahora esos manojos de dedos de pronto se movían en torno a mi derrota, a mi humillación frente a los demás, frente a la noche inolvidable que iba a quedar en el papel de la Liga que se había perdido a manos de una Alemania descendida pero honradamente. Sólo contuve una vez más la presión de todas las reuniones encima y volví a buscar una explicación entre el verde de adelante infundido en mis retinas.

El primer tiempo culmina con mi punto de campeón, y para eso estábamos a 45 minutos de mi consagración. No dudé en dejar el mando y visitar el baño para hablar con Dios, para ese entonces sentía que también estaba entusiasmado con la definición pero sin duda alguna me confesó que no saldría del lado de ninguno de los dos, porque no sería justo. El segundo tiempo comienza más relajado para los dos, cansados por la suba de tensiones y del miedo a equivocarse, pasaban los minutos y todo parecía llevar el conteo de los minutos para que la balanza caiga de mi lado. Las sombras de los lugares más alejados de la pantalla abrumaban la tensa calma que todos tenían para ver el desenlace. Ataques alemanes de ambos lados que daban miedo que la defensa italiana pueda llegar a perder la rigurosidad de la situación y olvidarse de como volver a sonreír para sacar un partido adelante. Hasta ahí, nada cambiaba y a 3 minutos del final, ya casi todos se paraban para marcharse porque demasiado limado y mezquino se había presentado el partido de la definición; jamás pude acorralar a los alemanes en sus límites, como todos lo habían logrado y hasta yo mismo en la primera rueda lo había hecho, ésta vez se había complicado mucho por todos los condimentos que vengo describiendo hasta entonces. Esta vez parecía una real definición o al menos Tordo se había empeñado en querer plantar el escenario para todos se sientan a gusto y lo había logrado porque lo del campeón era preocupante, un partido pobre y mentiroso que dejaba la duda en la cara de todos diciéndose – ¿cómo había llegado hasta allí? – pero ya poco importaba mi pobre presentación a esas alturas de la noche y esta vez parecía que Tordo, junto a todos los demás, habían auto convencido a mi plantilla para que no lo hicieran posible, aún así me llevaba el punto y eso hacía que podía confesar hasta el momento, que ya pensaba en las explicaciones desinteresadas que podía llegar a dar a la hora de tener mi título en la mano. No importaba, no me importaba, era el campeón y Tordo nunca fue un rival de importancia como para felicitar al finalizar y ni siquiera para darle explicación alguna del porqué me había conformado con su punto ante sus esfuerzos escasos y aberrantes para derrotarme. Quería ver el final, nada más y sólo trataba de llevar el círculo blanco lejos de mis tres barrotes de hierro, para gritárselo en la cara y liberar toda esa presión conjunta que tanto me había rebalsado hasta ese último día.

Sólo un minuto, Dalian era el único que miraba de costado, ya que no recuerdo que cosa tenía entre sus manos y jugueteando hamacándose solamente para mirar el tiempo con el resultado, que hacía ya varios minutos se habían clavado en un 1 a 1 que solamente lo llevaría al peldaño de atrás, al que a nadie que llega y lo logra le importa, pero si a los demás; una pálida felicitación sería lo más consagratorio que recibiría y seguramente, no le interesaría demasiado.

Todos ya parados y con luz artificial encendida, adueñándose de los últimos instantes como si se sintiera la despedida hasta la nueva fecha para un próximo torneo, porque el partido había sido malo y nada de lo que no se sabía hasta ese día había sucedido, como varias fechas atrás todo se limitaba a terminar de la forma más conforme para todos, nada novedoso, no ocurrió lo incierto, al menos para mí. Saludándose entre todos los rivales; mientras sale un nuevo córner italiano en busca de la confirmación, del deseo oportuno, de la puesta a punto, de todo lo que había costado conseguir a lo largo de toda esa carrera, de poder imponer el sello del título para confirmarles a todos que era el final; pero ahí seguíamos, cae esa pelota al área alemana y aún así, nada; cuando en ese momento uno de los de blanco, aunque no era cualquiera de blanco, era el que pudo saber como vencer al arquero de gris que estaba en frente minutos antes, ahora parado delante de una larga y ya parecía casi lejana, alfombra verde; recibe el despeje y solo a un jugador alemán o a este de blanco se le ocurre correr hacia el área del campeón, hacia mí área, hacia la mitad marcada de pintura blanca para la foto, con la pelota blanca a los pies, que seguro no iba a ir mucho más allá de la frontera italiana porque terminaba, culminaba la gran final, se definía la competencia y sólo habían logrado el descenso así que para que nos íbamos, mejor dicho, para que me iba a preguntar – ¿para qué un alemán haría todo eso a estas alturas? – Cuando un remate seco, brillante, terco, vibrante y empoñoso se clava entre los 90 minutos finales del partido y los 90 grados del ángulo del arco de Italia, dejando a los defensas a medio camino clavados en un pedazo del televisor como si no quisieran haber salido en pantalla, un arquero que sólo pude distinguirlo en la mitad de los caños dibujados en la pantalla y ni siquiera supe ver si el vuelo fue real o si hizo una mueca como para formar parte de lo inédito. No quería saber más, me quedaba no sólo terminar ese partido ya sin tiempo, sino que también envolverme en la locura de miradas y burlas gratuitas de los mendigos del torneo. Gritos eufóricos desde todos los costados otra vez clavándose en mis oídos como navajazos que terminaban con la posibilidad a tan sólo 4 segundos de lo que ya si era imposible. Había que salir ilesos de ahí, al menos de ese instante, gritos solemnes de gol por todas partes seguían aturdiéndome y hasta parecían que las paredes me subían el volumen desde los cuatro costados del salón. Dudaba de poder salir rápido del momento pero no había tiempo, cuando reaccioné, Tordo seguía siendo felicitado allá por la entrada al salón y yo sentado al lado de Dalian, culminando el 2 a 1 en el papel con lapicera y dejando actualizada la ficha del torneo; Francia – Italia, la última fecha.

FIN.

Este cuento va dedicado a toda esa gente que alguna vez, vaya a saber cual fuera el motivo, hacían todo a su alrededor para que sucediera una realidad tal y a la hora marcada encerrando un círculo que por mucho tiempo lo llamamos amistad. Hoy, por cuestiones ideológicas, pensamientos o costumbres de vida, esa realidad se volvió irreverente a lo que somos. La culpa no es de ninguno sino que cedimos en algún momento algo como para que ese círculo no se termine de forjar y al abrirse cada uno dispersó por caminos diferentes. Esa amistad de aquellos días fue y será lo que hoy humildemente puedo describir que soy parte aunque sin poder llenarme de esa euforia alocada y sin ni siquiera poder ver que le causan sus ojos al leer estos postales. Desde ya, muchas gracias, esa parte de la vida se las voy a deber siempre.

Diego Sc


UN CUENTO DE NIÑOS:

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