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Fueron siete puertas con gruesos y oxidados candados. Y muchas más, muchísimas más.

Precisamente, en la última de ellas, se ha contemplado la sombra que se yergue tras la misma, y el sonido de muerte que baten sus campanadas.

En este estado del alma, se visualiza a cabalidad, el color de las pupilas, de quienes miran sobre los hombros, creyéndose dioses, creyéndose reyes.

En aquellos tiempos y sus antiguos caminos, cuando sobre la mesa izaba el asta de la abundancia, muchos, diría que todos, pisaron la casa con su ánfora vacía. Saciando la sed en la vid de la copa sagrada, y sus estómagos, en la fuente de inagotable abundancia.

Ahora, que el corazón simula vencido y sus angustias en el alma dormitan, han dado la espalda los labios saciados y las manos que otrora eran extendidas, cerraron sus dedos, juntaron sus puños.


¡Almas mustias, almas egoístas!
Ni ápice de conmiseración anida en sus raíces
¡Cual sepulcros muertos!
¡Cual lamento yerto!

¡El sufrimiento que reviste el socavón del alma, vuele alto, alto. Tan alto, que alcance las arandelas del firmamento y se transmute en estrella celeste y la tierra ilumine!

Y la luna, como as de luz en el horizonte, todo lo borra todo lo consume. ¡La noche agónica fallece y el resplandor de un nuevo amanecer florece!

Volverán los sueños, y primará por siempre el verde esmeralda de la pupila, y el alma regocijará en la placidez del jardín encantado. De la mirla se oirá su mágico canto, y Micifuz, merodeara glorioso en las arandelas del ventanal amplio.

Y una vez más,
Caerá la gota en los labios resecos

Y en la bandeja de la amplia mesa
El racimo de frutas y su efervescente
Belleza.

Luz Marina Méndez Carrillo/29112019/Derechos de autor reservados.

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