25 para una Luna.

25 para una Luna.

Miguel R.

29/11/2019

I. El deshielo

Aún me pongo nervioso al recordarte.

Estabas ahí delante.
Tuve que haberte dicho
‘quédate’.

Hoy no te pude ver.

Miré tu foto.
Te toco y no te noto.
Hoy te veo más guapa.

Quisiera escuchar tu voz,

Tu voto.
Esa canción tan suave.

El resoplar del aire entre los árboles.

Te juro que ese día estaba cómodo.

Que no fue tu presencia,
fue ausencia
lo que temí.

Incluso antes de irte,

eché de menos nuestros tonos tristes.
Cerraste aquella puerta.
Resucitó el reloj.

Estuve hablando solo un rato,

mirando al suelo.
Pensando en un poema de Cernuda.
En el deshielo.

II. Corto poema a las 5.

Si me asomo a la ventana,

¿habrá luz que en mi se fije?
Y si no, al menos,
¿qué se deje ver
para qué la dibuje?

¿Cuan lejos queda el mar

de mi orilla?
¿Será mi arena regada?
No sea por lluvia
sino por cascada de una tarde helada.

Ahora que no hay que hacer,

y casi ni que pensar.
Me gustaría sentir.
Pero tú no estás.
Por suerte tampoco te has ido pero, ¿volverás?

III. Un buen whisky sin tabaco.

Ahora que creo

que el final de algo que nunca empezó

puede estar cerca,

es cuando me arrepiento

de malgastar el momento.

Ahora que veo que el árbol

se desprende de sus hojas

es cuando

más deseo

sentarme bajo su sombra.

Ya no llueve y tengo sed,

junto a un jardín que regar.

Tengo un jarrón

sin flores,

con las que el vacío llenar.

Tengo nubes

pero no un sol,

que éstas me puedan tapar.

Tengo vistas hacia el mar

a través de unos barrotes.

Una orilla
a la que el agua

nunca se atrevió a tocar.

Unas alas encerradas

que reclaman libertad.

Soy un cactus sin espinas.

Un náufrago sin mar.

Un buen whisky sin tabaco.

Un lobo sin luna llena.

IV. La otra cara de la Luna.

Fue de noche al conocerte.

Aún no te vi frente al sol.
No te reconozco cerca.
Y mucho menos sin alcohol.

El caso es que la noche llega
para proponer los bailes.
Para, con su manto oscuro,
ocultar así los miedos.

Puedo decir que lo hiciste.
Llevaba tiempo sin verte.
Un abrazo, par de copas.
Recordaste así tu muerte.

Y entonces se abrió la puerta.
Bajaste las escaleras.

Sucedió.

Tu locura contenida alzó la fiesta.

E hiciste arte.

Como el sol brillando tras un día de lluvia.
Como la luna entre nubes.
Fuiste aullido de una loba.

Y fuiste arte.

Con los ojos pude besarte en silencio.
Manantial en el desierto.
Un brote en el campo yermo.

Fuiste tú.
Por fin, lo vi.
Esa faceta desnuda.
La otra cara de la Luna.
Más hermosa,
si es posible.

V. Cuando eres Luna.

Cuando eres Luna.
Ante la bruma,
iluminas por dónde pasas.

Cuando eres Luna.
Ninguna duda,
atraviesa mi herida mente.

Cuando eres Luna.
La fortuna,
me sonríe en la ventana.

Cuando eres Luna.
Tengo faro
donde estrellar mi barco.

Cuando eres Luna.
Pestañeas,
y se apaga la ciudad.

Si eres Luna.
Yo Neil Armstrong,
llorando por mi destierro.

VI. Amor en copa rota.

Amor en copa rota.
Razón que mueve, que provoca.
Licor y sangre,
gota a gota,
calman la sed de los enfermos.

Pasión maldita.
Doble filo.
Me amenaza en el pasillo.
Piel pálida ante la ventana.
Gira, me mira, me rindo.

Abrazos abiertos.
Besos cerrados.
Miradas en el pasado.
Desastres en ambos lados.
La saliva del mal trago.

Historias presentes.
Cielos sin marcar,
carentes de color.
Envidiando al mar,
se llora al pensar.

Ceniceros de papel.
Agujeros de pared.
Árbol sin tierra.
Alma sin cuerpo.
Copa de cristal sin vino.

VII. De Sísifo, aléjate.

Perdona por mi silencio.
Mi cansancio.
Mi cerrojo.
Perdón si no hago de tus ojos
una meta.
Soy idiota.

Perdona mi paso lento.
Mi obsesión
por el ayer.
Perdona por esas taras
que cargo
y no puedes ver.

Por esas cargas
que arrastro
y no que no quiero que veas.
Por si te atraen,
y decidieras,
compartirme la tarea.

Estoy maldito, mujer.
Así quisieron los dioses.
Perdón
si rechazo tu ayuda.
De Sísifo,
aléjate.

Estás a tiempo.
Aún es pronto.
Para mi han pasado siglos.
No permito
que tus hombros
encojan por mi tormento.

Perdona si no me entiendes.
Aún no he aprendido a explicarme.
Me es difícil hacerlo
con el alma entre los dientes.

VIII. Cansado.


Estoy cansado

de que el pasado

se pronuncie en futuro.

De lo oscuro.

Del eterno retorno de lo sufrido.

De la vida que viví,

me superó,

me perdonó.

Y siempre vuelve para joderme,

aprovechando un error.

Estoy cansado,

en serio.

De bailar con la impotencia.

De mujeres de alma limpia

que viven un amor sucio.

Mujer, te vas a perder

que te lean

un poema en la cama

cada noche

a Luna Llena.

Vas a perder locura.

Vas a ganar mentiras.

Jamás podré contarte,

entonces,

por qué amo a Dalila.

No podré explicarte

por qué fuiste Luna

aquella noche.

Como tu voz me traspasó

entre el aullido de los coches.

Pobre de tí,

princesa,

que vives enjaulada.

Tú que fuiste libertad

entre botellas y macarras.

Ahora creo saber que mueres

por eso

que detestabas.

Y desechas todo aquello

que Baudelaire te llamó.

Debiste de estar atenta.

No entendiste aquel poema

de Cernuda.

Sin muero sin conocerte,

vivirás sin saber de amor


IX. La muerte volvió al jardín para regar con pies de plomo.

Ahora que el final
se presenta en mi felpudo
puedo decir,
con una amarga alegría,
que fue un placer conocerte
y aún más,
creerte mía.

Ahora que me siento
más idiota
que de costumbre,
he de admitir
que me encantó
secar mis trapos sucios al sol,
y al fuego, de tu efimeridad.

Te agradezco
a tu recuerdo
presenciarse, cuando el cuerpo
se encontraba
vacío y roto,
y provocar terremotos
en los cielos del averno.

Por las nubes
que creaste
en un charco de ojos,
y hacer crecer
las flores
de jardín, donde la muerte,
regaba con pies de plomo.

Gracias por todo
y por nada.
Por tu sombra en mi presencia
y nuestro silencio
reinante,
que provocaba en mi futuro
un oasis de alcohol y cama.

Fue maravilloso.
Entiendo que quieras irte
de allí
dónde no estuviste.
Buscaré hoguera a mis trapos.
Agua nueva a mí jardín
dónde la muerte volvió para regar con pies de plomo.

X. No volverás, noche, a mi espalda.

Parece ser que la mentira

fue mentira.

Que mi verdad,

resultó no ser verdad.

Parece que las luces de tus ojos

han encontrado un espejo

en qué poderse reflejar.

Podría decir que me alegro,

pero niña

sería mentirte,

y ese castigo lo reservo para mí.

Podría admitir que he llorado por tu sangre,

que con tus gotas me calaste,

que tu ausencia fue mi lastre.

Pero no voy a hacerlo,

has de saberlo.

Si algún día lo digo

será a través de este cuaderno.

No pienses que lo hago por orgullo,

éste último se hizo tuyo

el mismo día que entraste por mi puerta.

El mismo que probaste mi sofá

y te di mis libros.

Que probé tu silencio,

y no tus labios.

Solo deseo una historia al revés,

en la que no nos conocemos

o en la que lo hacemos bien.

En la que el poeta no tiene pasado,

y donde la dama

es dama,

y guarda hojas de ciprés.

Malditos seamos seres que sentimos,

dando vuelta a los caminos

de lo sencillo y el bien.

Malditos sean

los sábados de resaca,

los recuerdos como estacas

y las horas de dolor.

Amor que te transformas en rencor

no permitas

que se clave,

tu cruda y seca voz en la inocencia.

Inocente y pobre niña,

ya es bastante triste tener que engañarte

en el cuerpo de un timador.

Siento pena de ella,

no puedo odiarle.

Su piel ya tendrá bastante

cuando la mentira arda.

Me temo, para entonces, que será muy tarde.

Que mis pupilas cobardes

no te vuelvan ver pasar.

Tú que fuiste Luna,

¿cómo te engañaste

en la luz de una estrella muerta,

dándole la espalda al Sol?

Quizás porque eres Luna somos condenados

a sólo juntar las manos

en los minutos de eclipse.

Y hasta que ese día llegue

sobrarán veranos,

y mi cuerpo irá a dormir

tras observarte a lo lejos.

Estas son mis mentirosas esperanzas.

No volverás, noche, a mí espalda.

Mi última luz, aquí dejo.

XI. Tú no lo sabes.

Tú no lo sabes,
pero me has dejado solo.
Temblando como un niño
ante el aullido de los lobos.

Tú no sabes
y no sabrás, que el sofá
grita tu nombre
desde que por la puerta atravesó la incertidumbre.

No sabes cómo duele
y escuece que tus abrazos
se volvieran acechados
por las malas decisiones.

No sé si fuera bueno
que supieras de mis vuelos
en los cielos del vacío,
en los mares del infierno.

No sabes que mi autoestima
no te veía como una amiga,
sino como una aliada,
capaz de cazar fantasmas.

Que mis ojos te observaron
como el anciano al niño.
Que mis pies pisaban fuerte
en las sombras del destino.

Que el jardín volvió a ser verde.
Que las grietas se llenaron.
Que el río cambio su curso,
al verte leer despacio.

Pero ahora al jardín volvió
la Muerte y su mejor mirada.
Y la grietas fueron cañones de aire
contra el hogar.

El río volvió al mar
y se secó antes del invierno.
Y mi libro, lleno de polvo,
nunca más ha sido abierto.


XII. Debo de ser profeta.

Debo de ser profeta
y nadie me lo dijo.
Maldito mi poder
de predecir el desastre,
que me llena de miradas tristes
y de mil desplantes.

Yo, como buen oráculo,
te recibí en mi templo.
A la primera voz
pude adivinar
mi amor futuro a tí
y nuestra triste despedida.

Y tú, como buena mortal,
inocente y pura dama,
te acercabas
y mirabas
sin entender el porqué
de mi silencio.

Sin saber que cargo dentro.
Sin entender mis ojos,
me hablabas y te reías.
Y yo, que ya he leído el libro,
te seguía aquel juego
que estábamos destinados a perder.

Tú, con lápiz y cuaderno,
escribías sus capítulos
como quién desconoce la libertad.
Yo, que no te interrumpía,
resistía el llanto
en cada punto suspensivo dibujado.

Maldigo mi poder.
Desearía dejar de ser ciego,
para poder ver.
Tú notaste mis lamentos con el tiempo,
y sin saber qué hacer,
también guardaste silencio.

Triste oráculo de Delfos.
Nadie desearía su vida.
Rodeado de puertas sin salida.
Viviendo una muerte,
que ya vivió
al nacer.

Mi última profecía para tí
es que te alejes
de los hombres tristes con poderes.
Que te acerques al futuro incierto.
Que vivas con aquel,
que no conoce aún su entierro.


XIII. Represento.


Represento
a los hombres desdichados,
con ojos tristes,
desgranados,
por la trampa del amor.

Represento
a todo hombre enamorado
de las aves migratorias,
al cielo mirando,
muriendo esperando.

Represento
al niño que vio su globo
explotarse con la aguja
minutera
del reloj.

Represento
a un valiente cobarde,
a un hijo que se hizo padre,
al viajero en el tiempo
que se perdió.

XIV. Poema de lo no hecho.

No besaste mis labios.
No calmaste mis miedos.
No llenaste mi armario.
No alimentaste el sueño.

No escribiste en mi pupitre.
No bebiste de mi vino.
No regaste con salitre.
No burlaste a tu destino.

No chocaste en mis rocas.
No regalaste tu vela.
No tocaste mi alma rota.
No dibujaste mi esquela.

Tú, no has hecho tantas cosas,
y sin embargo,
te quiero.
No por las pocas que si hiciste,
si no por
las que no has hecho.

Mi puerta está dónde siempre.
Mi pecho
siempre es tu templo.
Aunque tú no creas en Dios,
y aunque yo,
nunca lo he abierto.

XV. Vientos de incertidumbre.


Puedes irte cuando quieras,

como quieras

y adonde quieras,

que mientras tenga memoria,

y la muerte me de tregua,

aún habrá un pequeño espacio

de tiempo

para la gloria.

Como una ola en mi playa triste

que se aleja y se confunde

con vientos de incertidumbre,

así te puedes ir,

pero debes de saber,

que mientras sean de incertidumbre,

y no de fin,

aún seguirá mi orilla esperando tu sal.

Múdate de planeta

si es eso lo que deseas

y planta en él la bandera

de tu efímera victoria,

que mientras yo aquí en la Tierra,

con la bandera de tu recuerdo,

miraré al cielo sabiendo

que sin verte, te estoy viendo.

Si aún no entendiste esta letra

si no viste la moraleja,

no temas

dulce princesa,

que mientras que tengas ojos

mi poesía estará siempre

dispuesta a releerse,

y así quizás, un día la entiendas.

XVI. Última última.


Hola de nuevo, dulce amiga,

ya sé que prometí un día

que tendría fin mi poesía,

te juro lees la última.

La última última,
con la que pondré fin a la súplica,
la que te hará volar al fin, de mi
presencia estúpida.

No te diré nada que
no haya escrito ya otras veces;
que lo siento, que eres Luna
y espero que nunca reces.

No volveré a recordarte
el pasado que no conté,
ni la risa de después,
ni el llanto después de un antes.

Hoy solo vuelvo a volver
a despedirme,
a mirar con gesto firme
el futuro al que nunca quise volver.

Mañana, volveré a despedirme,
ya no más,
con tono triste,
pero con cien nudos que deshacer.

No dudes que, aunque te olvide,
no voy a olvidar tu rostro
iluminando iluminado
la iluminación de un bar.

Que aunque te digas adiós,
a Dios le puedes preguntar,
que nunca me separé
de aquel que prometí olvidar.

La cuestión se ha vuelto simple,
yo me voy y tú te quedas
acomodando la cama
de una noche a duermevela.

Sé que empecé prometiendo,
pero lo he hecho más difícil,
y sé que los dos sabemos
que leemos otra penúltima.

Así no quise querer que fuera,
he vuelto a encender mi súplica,
me encadeno, ahora yo,
a tu corta presencia estúpida.

XVII. Si esta noche en la batalla.

Si esta noche en la batalla,

de las rosas y del vino,
te decantas por él,
sin empezar,
habré perdido.

Si prefieres su trinchera
llena de voz y colores
que ocultan,
más que mentiras,
dispara, o yo lo haré.

Si el humo te confunde
y andas buscando un cobijo
hacia dónde
no lo es,
no te molestes en volver.

Pues no va a haber prisioneros,
ni treguas o concilios,
ninguna bandera blanca
se verá
en los días oscuros.

Ninguno saldrá ganando,
si cabe, perdiendo menos,
tú marcharás por tu pie
y yo, con suerte,
de tu mano.

Pero sin la suerte
que no tengo,
mi amor, estoy condenado
a marchar por lo esperado,
en los hombros de mi escudo.

Si mi voz no dispara,
si tu casco te protege,
no saldrá
la luz mañana,
ni se quebrará una lanza.

No habrá cantos que recuerden
al caído en la batalla
de la guerra
por tu guerra,
de tu risa entre las sábanas.

Se escribirán millares
de canciones populares
que narrarán los cantores
de la mente
derrotada.

Voy a escribir millares
de poemas impopulares
que no narrará un cantor,
será mi error
sin más ensayo.

XVIII. Poema de un borracho.

Poema de un borracho

embriagado en la batalla.
Lo mismo no te amo tanto
lo mismo no me amas.

No estoy para pensar,
ahora solo sé sentir.
Y he de decir, que a mi pesar,
no te siento dentro de mí.

Fue la luz que trajiste
contigo como asistente,
la que me cegó, y me viste,
persiguiendo su leve estela.

Fue ella quién me ocupó
la mente, ya que tú,
te encontrabas tan lejos
a centímetros de música.

Quizás no te amo tanto.
Quizás quizás no me amas.
Quizás te debí perder
en el fragor de la batalla.

XIX. Poema de confusión.


Después del llanto,

de la duda
y de la noche de sábado.
Sigo dudando más que nunca,
aunque ya no es
el mismo llanto.

Juré por mi amor
mientras lloraba el corazón
con cierto encanto.
Ahora creo que lloré sin razón.

¿Cómo puedo decir que te amo?
Si no es tu risa la que escucho.
Si no son tus ojos mis faros.
Si no es tu acento mi canción.

Pero, ¿como decir que no te amo?
Si los viernes se han vuelto pesados.
Si me haces olvidar el pasado.
Si escribo para tí, y a ella no.

Aún así la duda es profunda,
y dicen que el amor no confunde.
Aún así pienso en tí y me emociono,
y dicen que no lloran los hombres.

¿Y qué pasa con ella?
La de la dulce estela de alegría.
La del acento de playa y arena.

¿Y qué pasa conmigo?
Si no te acercas, si tu olor no aspiro.
Si no me ofreces más que tu recuerdo.

Dejémoslo en empate.
No te amo tanto como para atarte,
y tú no amas como para quedarte.

Aún así yo seguiré
pensando en ti, escribiéndote,
y tú seguirás
dudando en mí, olvidándome.

XX. La triste realidad.

Vuelvo a escribirte.

No es necesidad,
solo rutina.
Ya no me duele el alma
pero, sé que seguiré
girando al girar la esquina.

Ya no es por amor,
aunque aún lo sienta.
Ya no es por la distancia,
siempre te he sentido cerca.

La razón por la que escribo
se la guardó
en el ombligo
el ciego ángel
del olvido,
y me abrazó
la memoria.

La cuestión es que esta historia
nunca debió ser escrita.
Tuvo que ser besada, gritada,
pero no tinta.

Y es que tú debiste ser
una mirada
en la niebla,
una sombra
de un mundo externo,
y no una musa con copa.

Porque tú debiste haber
reservado tu luz lunar
a un lobo, búho o astrónomo,
y no a un poeta vulgar.

Pero lo hecho,
hecho está,
y lo nacido ha de vivir.
Y ya no sé desaprender
a respirar
solo por ti.

He comenzado indeciso,
y ahora diría que te amo.
Quizás la triste realidad,
es que solo amo lo que escribo.

XXI. Oportunidad de bar.

Hay noche de estrellas fugaces,

y noche estrella fugaz.
Bares de oportunidades,
y oportunidad de bar.

Tuve días dónde cabía
tu figura en mi sofá.
Aún podría, pero mandan
las tardes de soledad.

Rechazaste la amenaza,
borrando el punto final.
Esquivaste el olvido,
devolviste mi esperanza.

Pero ya escribí de ésta.
Todos la conocemos,
y no es más que el abrazo
del deseo y la incertidumbre.

Esperanza, sucia puta,
que profunda es tu presencia,
que suplanta en el alma
el deseo qué representas.

En el ambiente te respiro.
Nos separan peregrinos,
cordilleras de miedos
y una escalera al infierno.

Nos separan tantas cosas,
que nos une solo una.
Me faltan tantas cosas,
que solo haces falta tú.

Algún día volverás,
y no será de lunes a jueves,
será un sábado en diciembre,
o temo, que no será.

Y no será en un sofá,
sino de pie en una barra.
Quizás de fondo suene Ibarra,
y quizás, te saque a bailar.

Hasta esa día quedan días.
No debería pensar en ti.
Quizás así, olvide pensar,
y solo me quede sentir.

Y así, el resto de nuestra historia,
no la tenga que escribir.

XXII. Luna de seis letras.

Dama alegre

de ojos tristes,
qué bueno que apareciste.
Que malo fue no abrazarte,
conformarme
en escribirte.

Gracias por tu distancia,
fue un placer no tocarte.
Pude no sentir tu piel,
pero escribí bonitos versos.

Puede que nunca me leas,
puede que no me oigas leer,
pero gracias a ese silencio
tengo cosas que escribir.

Gracias al beso y al vaso,
que bebí y que no me diste,
ahora, solo, soy un triste,
fuera, en público, un payaso.

Ahora mi cama llora,
cuando mi lápiz sangra.
Y el libro se arranca hojas,
como señal de protesta.

Ahora, el único motivo
para subir la persiana,
ya no es mirarte callada,
sino dibujarte en folios.

Éste que escribe esto
no es Miguel,
sino el poeta.
Hace tiempo que se fue,
quizás se mudó
de planeta.

La última vez que lo vi,

buscaba lunas de seis letras.

XXIII. Parece poeta.

Mujer pareces poeta,

porque te molesta el mundo,
y debajo del desencanto,
se esconde un dolor profundo.

Sé de tu nihilismo,
y la tristeza que te da,
se refleja en tus pupilas
y en tu voz quebrada.

Se te marca en la frente
y en la bajada
de tu rostro,
mirando al suelo,
reflexionado
sobre tus monstruos.

Mujer pareces poeta,
una que no cree en el amor,
pero siente que le falta,
nuestra gran contradicción.

Vas marcha atrás por la pena
de un pasado que anhelas,
y porque enfrente
te observa un enorme reloj de arena.

Odias el tic-tac
de los pasos,
el sentimiento
de fracaso,
el miedo de tener
vacío el vaso.

Mujer, pareces poeta,
pues defiendes el infierno,
te pones la camiseta
de no permitir gobierno.

La soledad como amuleto,
convirtiendo tu risa
en un escondite de secretos.

Tu cristal
no suelta gota,
tu garganta
no está rota,
pero cuidas el sufrimiento
que te acabará matando.

Mujer, hasta ahora has sido musa,
porque tu luz es secreta,
pero después de alumbrarme,
tienes algo de poeta.

XXIV. Tenías que volver.

Estaban los cálculos hechos.

El futuro predicho.
Ya estaba todo dicho.
Crecieron los helechos.

El final se había escrito.
Se vacío el tintero.
Los buitres se cernieron.
Se resquebrajó el mito.

Me encontraba listo
para abrazar mi destino.
Acomodado en el infierno,
en sus fogosos caminos.

Pero claro,
tenías que volver.
Yo lo sabía.
Y lo hiciste
echando a abajo
nuestra puerta de salida.

Tenían mis días sabidos,
que el amor no iba a torcer.

Rompiéndome los folios,
volviste para volver.

¿No te cansas, dulce ángel?
De joder mis planes.
¿No te agotó todavía?
Eso de alegrar mis días.

O acaso es que eres tan fuerte,
y tienes tanta luz,
que ni siquiera te percatas
de la que suerte que regalas.

Y además, si no es bastante,
te rompes delante mía,
me confiesas tus manías.
A mi, que abracé el desastre.

Y a tu lado,
ni siquiera
lo malo sale bien.
Y menos mal,
así fue,
porque nunca quise olvidar.

Ya tenía mis días contados,
y una muerte que besar.

Construir y quebrar muros,
¡qué forma de regresar!

XXV. Luna nueva.

Desde que has decidido

no marcharte,
ya no escribo.
Desde que apareciste
aquella noche,
sé que vivo.

Cuando asumió mi alma
que todo
estaba perdido.
Aparece la tuya
para enseñarle
el camino.

Aparecen tus manos
cuando en
el precipicio,
me faltaban brazos
para caer
en el olvido.

Se apareció la Luna,
una preciosa
luna nueva,
para salvar
al marinero
de fuertes mareas.

Se asomó tu rostro,
como afilado cuchillo,
para atravesar mi piel
bajo la música de un grillo.

Te bastó
una noche
y siete días,
para cambiar
mi poesía,
dejando atrás
el llanto que gemía.

No necesitas más
que tu
inocencia,
para despertar
conciencias,
para calentar
camas y sopas frías.

No te hizo falta más que ojos pequeños,
para aparecer en sueños,
y arrodillar
un corazón sin dueño.

Por volver no escribo tanto.
Porque estoy imaginando.
Porque ya no duele el pecho.
Porque ahora sé que siempre vuelves.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS