Mis ganas de ti

Cada mañana, apenas el sol nace, mis ganas de ti despiertan y se levantan a la carrera. Se bañan, se perfuman, se rasuran y tratan de verse elegantes en tu honor. Cuando se alistan, entre todas amasan un mensaje y lo hornean a fuego bajo. Te lo sirven aún humeante, con la esperanza de que todavía esté esponjoso y tibio cuando tus ojos se sirvan un trozo.

Luego la pantalla del teléfono se convierte en una suerte de terminal con banquitos de madera donde mis ganas se sientan, siempre ansiosas e impacientes, a esperar tu llegada. Mensajes vienen y van… trabajo… buenos días… cadenas interminables con muñequitos y tazas de café. Mis ganas inquietas levantan la mirada y te buscan entre montones de letras inoportunas hasta que las dos flechas azules les hacen saber que al otro lado del teléfono estás tú. Seguramente corriendo entre tus millones de actividades. Y aunque no pueden verte, al menos por ese instante sienten que se conectan con tus ojos, como en una conversación metafísica de espíritus que no pueden observarse, pero que se saben existentes en distintas dimensiones.

Son soñadoras mis ganas. Son ingenuas, soñadoras y optimistas. Por eso día tras día vuelven a sentarse en el banquito del terminal y mientras te esperan, se inventan historias sobre ti, te visten y desvisten, sueñan encuentros, derriban kilómetros y extienden puentes. Siempre creyendo que algún día, por una inusual concesión del universo, derribarán el muro de los imposibles.

De este lado del mundo yo las veo salir invariablemente cada mañana, peinadas y arregladas para el encuentro. A veces me lleno de su energía, me contagio de su ánimo y las acompaño. Otras veces me quedo en casa y las veo salir con nostalgia, como quien ve salir a un niño que sueña que va a darle la vuelta al mundo en su caballo de plástico.

Lo bonito, es que siempre regresan emocionadas a contarme cosas de ti, a jurarme que te vieron al otro de la pantalla, por la hendija que dejan en el cielo las flechas azules. Me describen con detalle tu sonrisa bonita, tus ojos traslúcidos que dejan mirar hacia adentro, tu torrente de palabras. Y entre mi realidad y su fantasía me hacen sentir que allá, al otro lado de teléfono hay un terminal igual al mío, y que hay días en los que sentada en el banquito tú también me esperas.

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