Nunca tendremos esa conversación.

Nunca. Nunca la tendremos.
Me la he imaginado muchas veces.

Cómo se iniciaría. De forma espontánea. Cuando menos me lo esperara. Por eso era importante tener en mente todas las posibilidades.
Ensayarla para que luego no se me ocurriese precisamente la mejor de las contestaciones cuando ya hubiera concluido.

Tendría que beber para poder hablar y decir la verdad y que me importara un pimineto o mejor sobria y tomando distancias.

Lo negaría todo. Son imaginaciones tuyas. Yo???. Lo siento si te hice entender lo contrario.

O te echaría la culpa. Si, sí, tú lo precipitaste todo. A mí no me pasan estas cosas. Yo nunca las inicio. Además, como soy tonta, me dejé llevar.

O trataría de dejarlo en tablas. Fuiste tú y yo me lo pensé y no sabía muy bien y luego ya no lo podía evitar.

O te echaría un cable diciendo que todo me lo inventé yo. Que había hueco en mi cabeza y que decidí llenarlo para que no se me removiera mucho el resto. Tener huecos en la cabeza es peligroso.

El caso es que nunca hablaremos. Y desaparecerá y nunca habrá existido. Igual que hace unos años. Todo tranquilo y en orden. Nadie saldrá dañado, y menos aún nosotros.

Una pena.