Agustina abre el viejo y polvoriento baúl, mientras Ana sentada en su mecedora mira el jardín a través de la ventana, la radio encendida las acompaña.

Ana tararea el tango que suena, Agustina corre hacia ella, y la sorprende colocando una foto frente a sus ojos.

-¿Eres tú?- pregunta la joven

-Si- responde Ana, y se le dibuja una pequeña sonrisa

-¿Y los señores que salen ahí quiénes son?

-El que tiene el bandoneón en los brazos es el nono Enrique, y él- hace una pausa, respira hondo y continúa- él es Rodolfo, el mejor amigo de tu abuelo.

-¿También era músico como el nono?

-Sí, tocaba el piano, y bailaba muy bien- responde Ana volviendo la vista al jardín. Su nieta vuelve junto al baúl, y sigue mirando los objetos que este contiene.

Ana estira el brazo sin mirar y sube el volumen de la radio. Suena “Flor de lino”, una lágrima se resbala por su rostro, se acaricia la mejilla simulando rascársela, mientras en su mente aquella foto, y el bandoneón de Troilo la transportan a sus diecinueve años, a esa inolvidable noche, en la que con tango y risas, ella y Enrique desafiaban la noche y lo conoció.

Enrique y Ana, ambos sentados a la mesa de un restaurante le pedían al mozo que volviera más tarde porque vendría alguien más.

Luego de una larga espera, y de que él insistiera repetidas veces con la idea de presentarla a su madre, algo que finalmente ella aceptó, un hombre de traje gris oscuro se paró junto a su mesa, se sacó el sombrero dejando ver una abundante cabellera oscura, y le besó la mano.

Enrique se puso de pie, ambos se abrazaron y se dieron animosos golpes en la espalda.

-Este es Rodolfo, es como un hermano para mí, y va a ser nuestro pianista. Ella es Ana, mi prometida- los presentó Enrique, y tras tomar asiento llamaron al mozo.

Enrique explicaba que había que meterle pata, y ensayar, mientras halagaba la voz de Ana, y su belleza. Ella observaba el modo en que Rodolfo reía, el movimiento particular de sus manos al hablar, y sus ojos negros. La respiración se le entre cortaba. Se perdía entre el sonido de la orquesta, y el humo saliendo da la boca del amigo de su prometido, hasta que el brazo de Enrique tomándole el hombro la hizo reaccionar

-Aun no tenemos fecha, pero no voy a dejarla escapar- dijo Enrique tras sonoras carcajadas.

Ana gira la cabeza hacia Agustina, observa su largo cabello lacio y negro, se toma la boca con la mano, y un nudo en la garganta hace que vuelva la vista al jardín para evitar que la muchachita vea su expresión.

El grupo de tangueros hizo alguna que otra actuación sin demasiado éxito.

Pasaron los días, y las semanas, los acordes y bandoneones se impregnaron en la piel de Ana tanto como sus sentimientos hacia Rodolfo. Fue presentada a su futura suegra, que la adoró al instante, comenzó a planear su boda, y a pesar de que las posibilidades de hacer algo con la música eran casi nulas seguían ensayando.

El día que fue con su suegra a probarse el vestido, se miró al espejo inmóvil, mientras la madre de Enrique hablaba sin parar. Ana sentía una presión intensa en su pecho, y sus ojos se humedecían mientras intentaba sonreír.

Luego de la prueba llego a su casa y se encerró. Pensó en cuanto le hubiera gustado tener a su madre viva para pedirle consejos, mientras lloraba desconsolada, entonces salió de su casa y corrió, corrió por la calle, corrió mientras la gente la miraba, pero no paró, solo corrió y corrió, hasta que llegó al viejo y húmedo apartamento donde Rodolfo tocaba el piano a solas con la vitrola sonando, y le golpeó la puerta.

Él abrió, y al verla se sobresaltó, pensando que algo malo podría haberle sucedido a Enrique.

-Vine porque fui a probarme el vestido de novia, me caso en dos semanas- Tras estas palabras, él se calmó, y la hizo pasar sonriendo. Cerró la puerta, se escuchaba “Flor de lino”-Ese es Troilo- comentó ella, cuando logró recobrar la respiración, el afirmó con la cabeza, y fue a encender un cigarrillo, Ana corrió hacia él, y repentinamente, le besó los labios, mientras sollozaba y balbuceaba –Te amo tanto.

Rodolfo dio un paso hacia atrás, la miró inexpresivo, entró a su habitación y comenzó a tocar lo que oía sin decir nada.

Ella le apoyó ambas palmas sobre los hombros, él no dejaba las teclas, mientras negaba con la cabeza.

Ella se alejó y cabizbaja caminó hacia la puerta,. Rodolfo se paró, fue hacia ella, la detuvo tomándola fuerte de la cintura, la pagó a su cuerpo, la giró, y la besó. Casi sin mediar palabras y dejando que el disco repitiera una y otra vez la misma canción le hizo el amor en aquella desordenada, vieja y gris habitación donde habían ensayado tantas veces.

Ana despertó desnuda, despeinada y con la cabeza sobre el pecho de Rodolfo que miraba al techo y fumaba en silencio.

– No le podemos hacer algo así. Enrique te adora, y es como si fuera mi hermano- dijo Rodolfo, y casi de un salto se levantó, y comenzó a vestirse.

Ella callada se puso la ropa lentamente, y se fue sin despedirse.

El día de su boda el padrino no llegó. Dejó un regalo, y una carta con disculpas porque debía irse con su música a Europa ya que le había llegado, lo que él denominó, la oportunidad de su vida. Prometió escribirles, pero nunca volvieron a saber de Rodolfo.

Ana se levanta de la mecedora, y se para detrás de Agustina

-¿Vas a dejar de revisar mis cosas? Ya va venir Flor a buscarte

-Es que no sabía que tenías tantas cosas hermosas abuela, cuando venga mamá le mostramos todo esto- Exclama entusiasmada Agustina, mientras sigue moviendo los viejos objetos, y observándolos.

-Lo más hermoso que tengo es a ustedes dos- le dice Ana tras un suspiro, y piensa en lo mucho que Agustina se parece a su abuelo, el cabello negro, los ojos oscuros , la risa, y el modo tan particular de mover las manos al hablar.

CUENTO GANADOR DEL 1ER LUGAR EN CONCURSO LITEARARIO «KARMA SENSUAL 2019»

ARGENTINA

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