El Satiricón, de Petronio. Análisis de la Cena de Trimalción

El Satiricón, de Petronio. Análisis de la Cena de Trimalción

1. Orígenes históricos de la obra. Breve mención a su autor.

El «Satiricón», de Petronio es, junto a «El asno de oro» de Apuleyo, una de las dos únicas muestras de narrativa en prosa de la Antigüedad que han llegado a nuestros días. Luego de la adopción del Cristianismo como religión oficial por Constantino en el año 313 d. C., la destrucción de obras consideradas paganas se convirtió en una costumbre virtuosa para congraciarse con los nuevos tiempos de tal forma que llegó hasta nosotros una mínima parte de la inmensa producción intelectual, científica y artística previa.

La «novela» de Petronio, un término todavía en revisión ya que es un concepto muy posterior al «Satiricón», fue rescatada del olvido a lo largo de 300 años. Lisardo Rubio Fernández, en las notas introductorias a la edición de Gredos, advierte sobre el carácter fragmentado debido a las peripecias sufridas por el texto. En efecto, de una cantidad imprecisa (que distintos autores sitúan entre 13 y 20 libros), apenas conservamos un comienzo y un final incompletos, y una parte central dedicada a un banquete sobre el que se cruzan todo tipo de interpretaciones e intencionalidades: que si es una crítica embozada a Nerón, que si en cambio es una parodia a la literatura simposíaca griega, una mirada preocupada de un aristócrata respecto a la nueva clase de los libertos o otro tipo de crítica más general, sobre los excesos grotescos cometidos por los romanos en su derroche de la recién adquirida riqueza imperial.

Ni siquiera hay un acuerdo generalizado sobre su fecha de composición pues los estudios sobre el punto ofrecen argumentos que apoyan distintas fechas, en un amplio arco temporal que abarca tres siglos: desde el I d.C. hasta el 3 d.C. Aun así existe un acuerdo más o menos generalizado que ubica su creación en épocas del Emperador Nerón (55-68 d.C), perteneciente a la dinastía Julio-Claudia. El «Satiricón» entonces habría sido compuesto durante su reinado, por Petronio (Gaius Petronius Arbiter), nacido en Masalia (actual Marsella), en una fecha imprecisa (14/25) y fallecido entre los años 65 o 66 en Cumas, suicidándose tras enterarse que Nerón tarde o temprano caería sobre él a causa de una acusación en su contra de traición. Tácito en sus Anales es quien precisa la figura de Petronio, de quien dice que era el «Arbiter Elegantiarum» («Árbitro de la Elegancia») ya que se dedicaba a organizar las fiestas y ceremonias por orden del Emperador. Además de ese título otorgado por sus tareas se sabe que fue procónsul de Bitinia y Cónsul, magistrado provincial y supremo magistrado, respectivamente. La posible relación entre un maestro de la literatura y un emperador embrutecido con ínfulas de poeta ha sido (y es) objeto y reflejo de múltiples reflexiones sobre el destino del arte cuando está sometido al poder despótico. El novelista Henryk Sienkiewicz (Nobel de Literatura 1905), imaginó lo tortuoso de dicha relación en «Quo Vadis» (1885) y, más allá de las libertades artísticas allí expresadas, no parece haberse alejado mucho de la realidad, si atendemos al relato de Tácito sobre el moroso suicidio del «Arbiter Elegantiarum«: «…tampoco se quitó de repente la vida, sino que se abría caprichosamente las venas, las cerraba, las volvía a abrir, y a la vez charlaba con sus amigos sin adoptar un tono serio ni pretender dejar a la posteridad un ejemplo de valor. Escuchaba a sus interlocutores, que para nada mencionaban la inmortalidad del alma ni las bonitas máximas de los filósofos; tan sólo quería oír poesías ligeras y versos fáciles.» … «…bajo el nombre de jóvenes impúdicos y mujeres depravadas, describió el inaudito refinamiento de las orgías del príncipe y, lacrado el relato, lo envió a Nerón.»

En la mencionada introducción de Rubio Fernández, se señala que el primer manuscrito de Petronio apareció en 1476, de donde se sirvió Francisco Puteolano (Milán, 1482) para la primera edición. Esta se compone de las aventuras de Encolpio y apenas el principio de la cena de Trimalción. No fue hasta 1564 que nuevos fragmentos fueron apareciendo y completando el manuscrito original. Pero el gran descubrimiento ocurre en 1663, gracias al códice Traguriensis, hallado en la biblioteca de Nicolás Cippio, en la ciudad de Traur. Aunque su fecha de elaboración es del año 1423, recién fueron zanjadas las controversias respecto a su autenticidad luego de un congreso de especialistas en 1668 y desde entonces forma parte del «Satiricón». Es gracias a este hallazgo que hoy contamos con la totalidad de la cena de Trimalción y es, hasta la fecha, el último aporte a lo poco que del «Satiricón» llegó a nuestros días.

2. Significado del título de la obra

Aunque el título con que conocemos la obra es el «Satiricón», no es el único, ya que ha recibido otras denominaciones. Entre ellas:

Ms- P: Petronil Arbitri Satirarum liber.

Ms. R: Excerta Petronii Satirici.

Ms- A: Petronii Arbitri Satyri Fragmenta.

Según Gallardo en «El simposio romano», Satiricón es el genitivo plural del adjetivo griego «oaxopucóq», tal como es usado por Plinio el Viejo, al referirse a unas estatuas de Príapo (dios griego de la fertilidad, castigado a cargar con un falo de grandes dimensiones por el pecado de su madre Afrodita). Gallardo también menciona a Plutarco, quien se refirió a ciertos hombres parecidos a los sátiros tanto por su aspecto como por su conducta lujuriosa. Tanto uno como otro usan el adjetivo «oampixóq » («semejante a los sátiros y lascivos») y es por ello que Perry -citado por Gallardo, op. cit.-, considera que Satiricón debería traducirse como «book of Satyrlike things», o «libro de la gente alegre» (Gallardo, op. cit.). Sustenta su afirmación en que «El contenido de la obra, sus bajos fondos, sus personajes sin el menor asomo de moralidad,dejándose arrastrar por sus propios deseos, sin un sólo sentimiento noble y elevado, apoyarían estainterpretación.» (Gallardo)

3. Estructura, tono y género de la obra

El «Satiricón» está narrado en primera persona, en prosa. El narrador es interno, equisciente. El tono es satírico, paródico y realista. El estilo refleja a nivel lingüístico las diferencias sociales. Petronio prestó atención a todo lo que seguramente constituía su cotidiano ordinario y le pareció digno de ser retratado en su literatura. Ello lo destaca al punto de que algunos estudiosos han puesto en duda que sea un solo autor sino varios, dada la presunción de que un hombre culto no podría haberle dado entidad artística a asuntos propios del vulgo. Sin embargo, un hombre vulgar jamás habría podido componer una escena tan compleja como la cena de Trimalción, cargada de referencias, imágenes, retruécanos, ironía y simbolismos, para lo que se necesita un manejo superior de la lengua. La prosa de Petronio (rica en «exageraciones, superlativos, pleonasmos, expresiones afectivas de sentimientos intensos, anáforas, preferencia por la forma activa del verbo, multiplicación de partículas conjuntivas, etc.» Gallardo, op. cit), mezcla latín culto con lengua vulgar, de la misma forma que Encolpio y sus cultos amigos aceptan sentarse a la mesa de los libertos. Ese cruzamiento de planos, inédito hasta donde se sabe pues es poco lo que se ha conservado del inmenso corpus de obras clásicas, le otorga valores de otro orden a la obra. Para los lingüistas es uno de los primeros registros del latín vulgar que dará nacimiento a las lenguas romances; para los historiadores de la literatura fantástica, en el «Satiricón» se encuentra la primera narración de un licántropo (y no de un fantasma, como han señalado varios especialistas), en el cuento de Nicerote (Niceros) sobre un soldado y el efecto que la luna llena tiene sobre este; también es novedoso dentro de la literatura simposíaca, ya que Petronio mezcla los dos estilos habituales en ella (el referido a la descripción de las comidas y el otro, que relata los diálogos surgidos durante el banquete) dentro de una sola obra.

Esta, en el estado actual y hasta tanto no se descubran nuevos fragmentos, se compone de tres partes:

a) Ascilto: capítulos I-XXVI

Tanto de esta como de la tercera parte solo se conservan fragmentos. Los primeros capítulos refieren a aventuras que corren los dos scholastici (Encolpio y Ascilto), junto a Gitón, el joven esclavo y amante de Ascilto. Su maestro (o rethor) Agamenón expresa una queja sobre el estado del arte de la elocuencia y la oratoria. A continuación Encolpio, en busca de Ascilto, cae en un prostíbulo. Ambos abandonan no sin escándalo el recinto para luchar con este por el amor de Gitón, dentro de los muros de una posada para viajeros (caupona) de ínfima categoría. El carácter gregario y miserable de los estudiantes es algo que repetirá por siglos la imaginación popular y recogerá en más de una ocasión la literatura. Bocaccio, en su “Decamerón”, se refiere a ellos en varios de los cuentos que desgranan sus comensales como una clase de vagabundos que debían ser temidos pues, en su libertad, estafaban o robaban a los menos educados labriegos. Petronio, varios siglos antes, retrata en la misma forma a estos escholastici, ya que ambos han robado un abrigo que buscan revender en el mercado. Debido al carácter fragmentado de la obra, no está claro el nexo pero ven que un comerciante carga una túnica que era de ellos y tratan de recuperarla, pues en el forro se encuentran sus monedas de oro. Al tiempo que tratan de intercambiar el abrigo robado por la vieja túnica (que obtienen) se meten en un nuevo lío, ya que irrumpen en una ceremonia en honor de Príapo. Como castigo, la sacerdotisa manda a Psique, su esclava, con la acusación de que han perturbado el sacrificio a Príapo, al que adivinamos obsceno dada las características fálicas del dios. La propia sacerdotisa Cuartila llega hasta el cuarto donde se alojan los estudiantes y exige una reparación, pues la ceremonia reviste un carácter secreto que ningún hombre debería conocer. Azotados hasta obtener la promesa de que guardarán silencio sobre lo visto, la sacerdotisa pide aún más. Obliga al esclavo Gitón a desflorar a una virgen (Paníquide) de siete años. A continuación, los tres logran escapar de lo que promete ser un castigo sin final previsto. En el camino se encuentran con Agamenón quien les recuerda que están invitados a la cena de un rico, lo que en su condición supone la posibilidad de asistir a una cena gratis. El anfitrión es un liberto, un esclavo liberado que se ha vuelto rico mediante todo tipo de negocios y su nombre es Trimalción.

b) La Cena de Trimalción: caps. XXVII-LXXVIII

Mucho se ha escrito sobre el fragmento más extenso del «Satiricón» que ha llegado hasta nosotros. Es una escena que ocurre dentro del triclinium de Trimalción -uno de los varios que posee su mansión -, abundante en detalles y anécdotas que ocurren durante el banquete, o ya han ocurrido y son referidas por alguno de los invitados, lo que al instante incita al anfitrión a intentar superarlas mediante alguna de su propia cosecha. Sus intentos fracasan miserablemente, pero ilustran a la perfección la debilidad interna del personaje, la inseguridad que la vergonzante ostentación intenta distraer. Tomada como burla a Nerón, temor clasista ante el avance político y financiero de los libertos, mirada socarrona sobre la riqueza de algunos libertos manumitidos, desprecio al vulgo por parte de un autor aristócrata decadente y sometido y más, todos estos niveles de lectura coexisten sin imponerse uno sobre otro, en igual condición de validez argumentativa.

c) Eumolpo: capítulos LXXIX-CXLI

La tercera y última parte se parecen en estilo, lo que ha dado pie a la teoría de que se tratarían de varios autores, dada las diferencias estilísticas con la escena transcurrida dentro del palacio de Trimalción. Tan fragmentada como la primera, en esta parte se relata la “infidelidad” de Gitón, quien puesto a elegir se va con Ascilto, a quien dejan con su desesperación. Más allá de lo anecdótico, es interesante la reunión de Encolpio con el poeta Eumolpo, retratado por Petronio como de poca importancia, de poeta menor. El encuentro se produce en una galería de cuadros cuyo significado no logran descifrar. Eumolpo entonces le habla a Encolpio en tono pesimista sobre el estado del arte de su época y luego recita un poema sobre la conquista de Troya. A continuación Encolpio, Gitón y Eumolpo se embarcan en un barco que más tarde se enteran pertenece a Licas, quien era el amo de Encolpio y Gitón. Descubiertos, Trifena, la esposa del capitán, toma a Gitón como esposo para que sea su amante. Para entonces Gitón ya quiere emascularse pero en cambio tratan de escapar, sin éxito. En una evidente parodia de la tormenta que se desata sobre los hombres de Eneas y la llegada de este a Cartago, luego de una tormenta el barco se hunde, y el trío llega a una playa cerca de Crotona. Allí, tras una serie de incidentes con una tribu dedicada a robar testamentos, las aventuras de Encolpio terminan (hasta donde los restos hallados permiten saber), en Crotona, como prostituto impotente. El autor emplea un lenguaje explícito y descarnado para aludir a los esfuerzos de este por recuperar su vigor. Los últimos fragmentos conocidos no corresponden al final de la novela, de la que desconocemos cómo termina.

4. Análisis de “La cena de Trimalción”

El narrador y protagonista es Encolpio, amigo de Ascilto, quien es alumno de Agamenón como él. Los acompaña su maestro y el criado-amante de Ascilto y de Encolpio, Gitón. Para Veyne, en la Cena el portavoz de Petronio es Encolpio, cf. «Le ‘Je’ dans le Satyricon», R. E. L. XLII 1954, 301-332. (citado por Gallardo, op. cit.).

Varios especialistas señalan como hipotextos de la Cena de Trimalción a la Cena de Nasidieno, de Horacio, que trata también de una cena lujosa en casa de un personaje que se ufana de los manjares que sirve, aunque Petronio escribió su Cena en prosa y Horacio en verso. La relación de Trimalción con el banquete de Platón es aún más compleja de probar. Este es un encuentro donde se filosofa sobre el amor pero de todos modos, por ser la primera obra del género simposíaco, no debe descartarse su influencia en la obra de Petronio.

A despecho del estilo realista presente en la obra, Petronio administra los recursos estilísticos de tal modo que permite crear engaños sin apelar a elementos sobrenaturales. El cerdo en apariencia entero que traen a la mesa, y que luego revela un interior poblado de manjares, desata una falsa condena y un también falso perdón -pues de lo que se trata es de exhibir poder y riqueza en todo momento- y engaña tanto a los invitados presentes en el banquete como a quienes rodeamos la mesa a través de las palabras del autor. No puede mover más que a rechazo e incluso a pena la pretensión de Trimalción de ser lo que no es y poseer lo que no tiene, sobre todo cuando se autoproclama cultor de artes y poseedor de conocimientos que tan reacios le son.

Al palacio de Trimalción entran Encolpio y compañía (Agamenón –su rethor-, Ascilto y Gitón) atraídos por la promesa de una buena cena (ya que por su condición de scholastici viven bajo la amenaza continua del hambre, muestra clara del aprecio que la sociedad desde siempre siente por sus intelectuales). Penetran un gran vestíbulo sobre cuyas paredes se exhiben una serie de pinturas que ilustran la vida de Trimalción desde su captura, su vida como esclavo, su manumisión (liberación) hasta su actual estado como liberto enriquecido:

“pasé a examinar los demás frescos que adornaban las paredes; uno de ellos representaba un mercado de esclavos, los que llevaban sus títulos colgados del cuello, y en otros se representaba a Trimalción mismo, los cabellos al viento y con un caduceo en la mano, entrando en Roma conducido por Minerva, más lejos estaba tomando lecciones de filosofía y luego hecho tesorero.” […] “otro cuadro representaba a Trimalción cogido de la barba por Mercurio y colocado por el dios en el sitial más elevado de un alto tribunal; cerca de él, la Fortuna con enorme cuerno de abundancia, le ofrecía sus dones, y las tres Parcas, con finísimos hilos de oro, tejían su destino.”

Ya desde el comienzo de la escena, se muestra los esfuerzos del dueño de casa por impresionar a quienes llegan y, como destino recurrente, dicha pretensión cae en el ademán vacío, ridículo. Que un simple liberto, por más rico que sea, ocupe la atención de dioses y seres sobrenaturales es motivo de risa. La exhibición de riquezas, exacerbada por el autor, continúa:

“a un lado del pórtico contemplé un gran armario que encerraba, en un magnífico relicario, varios dioses Lares de plata, una estatua de Venus de mármol y una caja de oro bastante grande que contenía, según dijeron, la primera barba de Trimalción.”

Sobre este punto, es necesario mencionar que era costumbre entre los romanos guardar su primera barba aunque también otros autores señalan que este detalle es un pista destinada a identificar la figura del grosero liberto con la de Nerón, quien tenía por su primera barba un cuidado especial a tal punto de organizarle un homenaje en su honor.

El banquete se celebra en el triclinio, como hemos dicho. Los romanos imperiales, a diferencia de los griegos, cultivaban el exceso. Lo que para los griegos era pecado de hybris, para los romanos de la época imperial se convirtió en un símbolo de estatus para la aristocracia; estos convirtieron entonces al exceso en un arte. La historiografía gastronómica releva que hubo una evolución en la mesa de los romanos desde la sencillez de la “puls” (polenta de harina sumergida en agua y acompañada con huevos y verduras), cuya popularidad llevó a los griegos a llamar a los romanos de “pultiphagi pultiphagonides” (comedores de polenta) a la expansión del menú (acompañando la expansión romana por el Mediterráneo) desde mediados del siglo I d.C. Fue durante la era imperial que la economía romana en general y la riqueza de las clases acomodadas en particular permitió introducir extravagancias y platos cuya elaboración era costosa y sofisticada: la carne más consumida era el cerdo, de la que se lograban extraer 50 sabores distintos gracias al profuso uso de condimentos, la de cabra, oveja, patos, pichones, ocas (cuyo hígado era saturado para obtener el ficatum, un antecesor del foie gras), pero también la liebre, el ciervo o el jabalí, las anguilas, las lisas, las lubinas, crustáceos, moluscos -de elevado precio-, y morenas. A medida que, manu militari, Roma conquistó nuevos territorios las mesas imperiales siguieron creciendo en variedad: cerezas, melocotones, limones, albaricoques, granadas, dátiles, etcétera. Si bien las frutas exóticas solo podían encontrarse en las mesas de los más ricos, incluso en ellas eran un plato poco frecuente por su costo. Los romanos más ricos incluso financiaron la cría de avestruces, faisanes y camellos para recargar aún más sus mesas y así agregaron al menú talones de camello, lomos de cebra, huevos de avestruz, entre otras exquisiteces. Los condimentos y especias se usaban en exceso, hasta el punto de tapar el gusto original de la comida, lo que era tenido como una virtud. Marcial cita el caso de un cocinero tan hábil que era capaz de simular cualquier plato usando solo calabazas y condimentos. Estos detalles de la gastronomía en la Roma Imperial han llegado hasta nuestros días gracias a Apicio, quien en el siglo I d.C. escribió “De re coquinaria”, un manual gastronómico que detalla no solo la composición de las mesas romanas sino también la forma de presentación de los platos. Esta de por sí era un espectáculo destinado a causar sorpresa en los invitados. El servicio mediante el cual pasaban los platos de la cocina a la mesa se acompañaba con una elaborada coreografía. Así, aunque la escena del jabalí cocinado entero, imaginada por Petronio para el banquete de Trimalción:

“de gran tamaño, con un gorro de liberto, y de cuyos colmillos pendían dos cestillos de palma: uno lleno de dátiles de Siria y otro con dátiles de la Tebaida. Dos lechones, hechos de pasta cocida al horno, a ambos lados del animal, parecían colgarse de sus mamas, indicándosenos así el sexo del jabalí.”

Carga las tintas en una clara intención satírica acerca del exhibicionismo de Trimalción, está basada sin embargo en una comida real y muy famosa en su época: el “porcus troianis”, consistente en un cerdo rellenado con salchichas, verduras y regado con salsas aromáticas. Como si del propio Trimalción se tratara, el grosero plato recibía su nombre por efecto del fervor helenista de la época, ya que remitía a la épica homérica, recordando al caballo de Troya, “relleno” de soldados griegos.

Petronio también señala que Trimalción, en su afán sin límites por impresionar a sus invitados, multiplicó el número habitual de triclinios (el nombre dado por los romanos al recinto donde celebraban los banquetes) de dos, lo habitual, a cuatro. Sin embargo, se conoce el caso de Lúculo, el sibarita, quien mandó construir su sala de banquetes en el medio de una pajarera habitada por faisanes y pavos reales con el fin de que loscomensales se entretuvieran mirando a la especie del animal cuya carne degustaban. El intento falló debido al intenso olor a excremento que llegaba a las mesas desde todos los lados del recinto, pero no fue el único que persiguió la extravagancia permitida por la riqueza. Plinio el joven describe un sala para banquetes dispuesta a los lados de una piscina curvilínea, en la que los platos llegaban hasta los invitados en bandejas flotantes, empujados por los esclavos de la casa.

El palacio de Trimalción abunda en triclinios no solo en número (además de los dos habituales posee otras cuatro habitaciones similares), sino también en su disposición y número interior. Lo habitual era que los lechos (el modo preferido para degustar la comida era echarse y, apoyados sobre un codo, comer con las manos) fueran tres pero en lo de Trimalción son seis, de tal forma que el número total estimado de comensales a la cena de Trimalción son 18. La comida se tomaba con las manos de una mesa depositada al costado del lecho por los esclavos. En la cena de Trimalción las mesas son reemplazadas por otras, sin ningún fin aparente más que mostrar que el dueño de casa es tan rico que puede permitirselo. La ostentación es tal que:

“En medio del tumulto del servicio cayóse al suelo un plato de plata, y un esclavo jovencillo, queriendo acertar, lo levantó. Lo advirtió Trimalcio e hizo dar al chiquillo un vigoroso sopapo por su oficiosidad, ordenando que se dejara el plato donde había caído para que el sirviente lo barriera con los otros desperdicios. Apareció el analectario quien empezó a barrer con una escoba la vajilla de plata junto con todos los restos de comida.”

La jactancia se desplaza también al campo intelectual, aquel que tanto Encolpio como Ascilto, por ser scholastici, discípulos de Agamenón, dominan. Pero es que Trimalción no calla ni siquiera cuando los comensales tienen sus bocas llenas o, mejor, sobre todo cuando los comensales tienen llenas de comida las bocas y él los anima a seguir embutiéndose el desfile de comida que comanda, tanto para poder seguir demostrando su riqueza en forma de comidas elaboradas, regalos y loterías para que nadie interrumpiera sus dislates seudo-culturales, repletos de errores históricos, geográficos o literarios.

A los espectáculos y agasajos el dueño de casa tensa la cuerda presentando los platos de forma espectacular. Ocurre así con un inmenso zodíaco sobre cuyos signos se han dispuesto distintos alimentos dispuestos en formas que desentonan con el hasta ahora fastuoso banquete:

“…atrajo nuestra admiración una especie de globo en torno del cual estaban representados los doce signos del Zodiaco, ordenados en círculo. Encima de cada uno de ellos se habían colocado manjares que por su forma o por su naturaleza tenían alguna relación con dichas constelaciones: sobre Aries, garbanzos picudos; sobre Tauro, un trozo de buey; sobre Géminis, riñones y testículos; sobre Cáncer, una corona; sobre Leo, higos de África; sobre Virgo, una matriz de marrana; encima del signo Libra, una balanza que en un lado tenía una torta, y en el otro peso una galleta; sobre Escorpión, un pescado marino; sobre Sagitario, una liebre; una langosta sobre Capricornio; sobre el Acuario, una oca, y sobre Piscis, dos truchas.” … “Nos disponíamos tristemente a atacar manjares tan groseros, cuando Trimalción nos dijo…”

Y es entonces cuando el anfitrión vuelve a burlarse de los scholastici, para beneficio de su exhibición de poder y riqueza, pues aquel aparente descuido no es otra cosa que un montaje teatral:

“…descubrió a nuestra vista un nuevo servicio espléndido: aves asadas, una teta de marrana, una liebre con alas en el lomo figurando el Pegaso, etc. Cuatro Marsias en las esquinas de aquel arcón tenían en las manos unos odres por cuyas bocas salía garo con pimienta sobre unos pescados que parecían nadar en un canal. A la vista de esa maravilla todos los esclavos aplaudieron y nosotros les imitamos, atacando con verdadero júbilo tan exquisitos manjares.”

Ante la ausencia momentánea de Trimalción, cuya causa luego provocará una larga y explícita justificación:

“…hace ya muchos días que mi vientre no funciona regularmente, y los médicos no atinan con la causa; algún provecho, sin embargo, me ha hecho últimamente una infusión de corteza de granada y acederas en vinagre. Espero que la tormenta que rugía en mis entrañas se disipe; si no mi estómago retumbaría con ruidos semejantes a los mugidos de un toro. Así que si alguno de vosotros padece por la misma causa haría mal en reprimirse, pues nadir está exento de una dolencia semejante.)

Se producen los ejemplos más descarnados de vulgarismos pues, si Trimalción intenta cubrirse de una pátina cultural a todas luces poco creíble, sus contertulios por el contrario no tienen la menor intención de disfrazar su pasado servil. Es en estos pasajes donde el contraste lingüístico es mayor, dada la ausencia de pretensiones por parte de los invitados de Trimalción por aparentar lo que no son, y por lo mismo ese despliegue de diversos niveles de lenguaje convierte a la obra de Petronio en un texto “moderno”:

Seleuco: “Y yo no me baño tampoco todos los días…” (cap. XLII)

Pílero Filerón: “Además, era también pederasta. ¡Un hombre de mucha Minerva! Pero no lo censuro, porque eso es lo único que se ha llevado consigo.” (cap. XLIII)

– Ganimedes: “Todo lo que habéis contado, exclamó, no interesa ni al cielo ni a la tierra; y entre tanto no os curáis de lamentar el hambre que nos amenaza.” (cap. XLIV)

Equión: “Todo no es más que dicha o desdicha, como dijo el rústico que había perdido varios cerdos.” (cap. XLV)

En una primera aproximación podría parecer que el viejo liberto sólo trata de demostrar su superioridad en los engaños de orden gastronómico, pero en el cap. 39 Trimalción afirma que «También es necesario conocer los gestos y filología.»

Por ello los siguientes capítulos abundan en chanzas y engaños dirigidos a dejar en ridículo a sus tres invitados más cultos, a quienes reconoce como poseedores de un saber que Trimalción no tiene y lo demuestra incurriendo en errores diversos:
– la interpretación caprichosa de los signos zodiacales, (cap XXXIX).
– la discusión, que en realidad es un monólogo pues no deja hablar al interpelado, con Agamenón sobre poesía, (cap. LV).
– sus divagaciones filosóficas de escaso nivel sobre oficios y trabajos, (cap. LVI)
– el error sobre los personajes de la épica troyana, demasiado burdo para no advertir en él la intención de Petronio de que no quedaran dudas sobre la incultura de Trimalción dado que eran muy conocidos por los romanos, quienes creían ser descendientes de los troyanos, (cap. LIX).
– la respuesta banal y competitiva, intentando superar el cuento sobre un licántropo de Nicero Nicerote (cap. LXII) con una historia de su propia cosecha, (cap. LXIII).

Todos estos esfuerzos por ganar la partida también en el campo intelectual, desmañados y plagados de errores, provocan la risa disimulada en los estudiantes quien sin embargo, para no perder el beneficio de una comida gratis, lo alaban como a un sabio o a un filósofo o a un consumado artista como, relata la Historia, era habitual en la corte de Nerón, aunque no ya para conseguir una comida gratis sino para conservar la vida:

Todos los comensales le aclamamos, elevando las manos al cielo, y juramos que ni Hipaseo Hiparco; ni Asato Arato merecían ser comparados a Trimalcio.” (cap. XL)

Se suceden las horas, el efecto acumulado de la comida y la bebida en un ambiente ruidoso y excitado produce un embotamiento de los sentidos. Petronio no lo dice pero es lícito suponer la saturación de olores corporales, la mezcla de aromas a frituras, carnes asadas y, reinando sobre toda la confusión de cuerpos y sustancias, el vino, derrochado por orden de Trimalción. El disparate y lo grotesco se disparan: Trimalción, en una explosión autocomplaciente, repasa con Habinas, constructor de tumbas, los detalles requeridos para la suya. Ello le hunde, ayudado sin dudas por el alcohol, en la melancolía y entonces, escenifica sus honras fúnebres en pleno banquete:

“Trimalcio comenzó a derramar abundantes lágrimas; Fortunata le imitó; Habinas lloró también, y todos los esclavos, como si asistieran al entierro de su dueño, empezaron asimismo a deshacerse en llanto.” (cap. LXXII)

El banquete luego prosigue, recuperado Trimalción. Entretanto Encolpio y sus amigos ante la invitación de pasar por el baño tratan de escapar del palacio, satisfecha ya su hambre, pero no encuentran la salida:

“¿Qué hacer? Misérrimos mortales, desconocíamos por completo la salida de aquel nuevo laberinto.” (cap. LXXIII)

La referencia al laberinto aparece en el Satiricón por partida doble. El cocinero principal en la cocina de Trimalción y arquitecto de la elaborada presentación de sus platos lleva por nombre Dédalo, padre de Ícaro y constructor del laberinto de Creta, donde encerraron al Minotauro y del que era imposible escapar. Encolpio y los suyos han recibido su castigo, atrapados en el laberinto de excesos gastronómicos y vanas ambiciones culturales del liberto primero y ahora recorriendo confusos las paredes de su palacio, sin éxito.

En el triclinio, la orgía sigue. Le traen a Trimalción a su esclavo preferido; un púber al que este en una explosión de obscena efusividad cubre de besos, lo que provoca la furia de su esposa Fortunada, que entretanto se había dedicado a brindarse mutuamente todo tipo de caricias con Scitila, la mujer de Habinas. Trimalción la repudia, ordena a su arquitecto que quite su imagen de su mausoleo. Luego, el ciclo se repite:

“—Figuraos que habéis sido invitados a mis funerales.

—Suponed, exclamó, que estoy muerto, y hacedme una bella oración fúnebre.” (cap. LXXVIII)

Los coros fúnebres y la flauta que los acompañan tan malamente inducen a que los guardias de la región los tomen por berridos, a causa de un supuesto incendio dentro del palacio de Trimalción. E n su socorro tiran las puertas, oportunidad que aprovechan Encolpio y los suyos para escapar ya que, como les había advertido en su primer intento el portero:

“ – Os equivocáis; no creáis salir por donde habéis entrado. Los convidados de Trimalcio nunca pasan dos veces por la misma puerta. Se entra por un lado y se sale por otro.” (cap. LXXII)

5. Unas pocas conclusiones

Es asunto aceptado que Petronio encarnó en Trimalción todo su desprecio hacia la nueva clase de los libertos enriquecidos. Este, personaje típico de la era neroniana, enriquecido por su habilidad en los negocios y la buena suerte, debe haberle resultado insufrible al esteta elegante y decadente, pendiente del humor de su emperador para seguir viviendo. Como si fuera poco, a Petronio le encerraba el laberinto de la corte imperial como a Encolpio el palacio de Trimalción. Además, en el caso de Petronio, su suerte personal y las de sus posesiones dependían del grado de entusiasmo con que recibiera las composiciones del tirano, sobre cuyas habilidades la historia parece haber zanjado sin contradicciones el carácter atroz de estas.

De todos modos, sea una obra generada por el desprecio de una clase social establecida frente al surgimiento de otra, formada por quienes antes eran sus servidores, lo cierto es que la huella cultural del Satiricón es profunda.

Ya se ha señalado que por su textura lingüística la obra constituye una oportunidad única para recabar información sobre un período crucial en la formación de las lenguas romances a partir del latín vulgar, pero además, su sombra llega nada menos que hasta “El gran Gatsby”; una de las obras fundamentales del siglo XX. En ella Scott Fitzgerald retrata la vida y desgracia de un nuevo rico, a quien la sociedad usa y luego desprecia. La intención original del escritor era usar un nombre proveniente de la literatura clásica, como respuesta al “Ulises” de Joyce. Su editor le hizo desechar la idea.

En el cine es conocida la versión, poco fiel al original, que Fellini filmó en 1969. Con menos presupuesto pero mayor fidelidad al texto, Gian Luigi Polidoro, también en 1969, hizo su versión del Satyricón con un jovencísimo Ugo Tognazzi en el papel de Trimalción. La compañía de Fellini compró los derechos de su película para eliminar toda competencia y por años solo se pudo ver en los países anglosajones, con el título de “The Degenerates”. Hoy, está disponible en Youtube para quien desee verla.

O tempora, o mores.

Bibliografía

Apicio, M. G. (2006). De re coquinaria: antología de recetas de la Roma imperial. Barcelona: Alba.

Bermúdez Ramiro, J. (2014) Los personajes en el Satiricón de Petronio. Características físicas y personalidad.

Recuperado el 7/10/2019 de: https://www.google.com.uy/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=2ahUKEwiSsOPt76PlAhUAHbkGHYIwCjgQFjAAegQIAhAC&url=https%3A%2F%2Fdialnet.unirioja.es%2Fdescarga%2Farticulo%2F5269261.pdf&usg=AOvVaw3r5AOAzZGiLpq5gp7Sz0Of

Gallardo López, M.D. El simposio romano. En: Cuadernos de filología clásica, ISSN 0210-0746, Nº. 7, 1974, págs. 91-144

Recuperado el 7/10/2019 de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2035850

Hidalgo de la Vega, M. J. (2008) El liberto Trimalción en el Satiricón de Petronio. Entre la libertad y la dependencia.

Recuperado el 5/10/2019 de: https://www.persee.fr/doc/girea_0000-0000_2008_act_30_1_1037

Johnston, H. W. (2016). La vida en la antigua Roma. Madrid: Alianza.

N/D. Manjares en la Roma imperial: el arte del exceso en los banquetes romanos

Recuperado el 5/10/209 de: https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/manjares-roma-imperial-arte-exceso-banquetes-romanos_13313/6

Rubio Fernández, L. (introducción, traducción y notas de), El Satiricón. Petronio, Madrid, Editorial Gredos, 1984.

Satyricon (1969) Gian Luigi Polidoro.

Recuperado el 6/10/2019 de: https://www.youtube.com/watch?v=bIJyCnTKfII

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS