La calle,
maldita cárcel al aire libre,
se había llenado de ojos, orejas y relojes.
Despertándonos,
entre lágrimas y sudores,
en ésta odiosa y absurda realidad.
Cubrimos nuestro rostro,
y borrachos de anonimato
sembrábamos sueños.
Sueños regados con ira,
y con rabia fertilizados.
Sueños a los que mimamos y cuidamos,
sueños con amor plantados.
El viento,
era ahora nuestro único confidente,
llevándose con el nuestros secretos,
que guarda y custodia sin ser consciente.
Creímos haber desterrado la opresión,
que no había límites,
que éramos imparables y podíamos con todo.
Creímos,
nosotros los soñadores,
que habíamos ganado,
que éramos libres.
Sueños rotos
Ignorancia siempre fiel
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