Y allí estaban, dos oriundos de la gloria inmarcesible sentados en el corazón del equinoccio primaveral con sus mochilas puestas en casa. Él, inhibido por ella, desestimó cada uno de los retratos que traía consigo y viéndose desnudo, tan solo con su ser y la nada, se reservó el minuto de silencio para pensar.

Pensó, que al paso de sus pasos el tiempo se acaba, y que más temprano que tarde la noche se marchita. Pensó, además, que lo posible era imposible, que lo cerca estaba lejos y que no hay en ella un “nuestro” que le llenara el corazón.

Suspiró su ilusión y colmó de desaire sus pulmones.

Ella – advirtiendo que la primera estaba tan contenida como la segunda en su quito barrote – echó a rodar su repertorio y de la boca de caoba resonaron con extrema excitación los bramidos de las presas que escapaban, con ayuda de las blancas, de sus 22 celdas y sus 6 rejas. Al final del motín, el viento acalló la rebelión y, con la malicia infértil de un niño incauto, de sus entrañas se libró el estribillo que a él le interesaba: Su sonrisa.

Con el tiempo en pausa, ella acaparó la total humanidad de él. Mientras él, inmerso en su perfil de diamante, emplazó su felicidad con ella. Un “ella”, que detonaba afectos nuevos en su hígado cada vez que hacía metamorfosis: de atlética a sexy, de sexy a inteligente, de inteligente a artista y de artista a guapa. Observó, además, que, en el valle de las cúspides erógenas antecedido por la calma apacible de su vientre llanero, desemboca sobre sus hombros un brote apasionante de libertad que le resultó, desde el inicio, siempre atractivo.

¡Cataclismo!

Con más bravura que nunca, entre el Ello y el Superyó, en la tierra cuya labranza había sido olvidada, nace con ímpetu el revoloteo incesante de los colibríes. Y en un acto revolucionario, lejos de toda oposición, bombea en sus fibras un “nuestro” que sacude su cuerpo. Y, aunque fuese ambiguo, momentáneo, erróneo o torpe, constituye el mejor “nuestro” de su memoria.

No pasó mucho tiempo para que él, escribiendo el relato corto de dos oriundos de la gloria inmarcesible, buscara de nuevo su sonrisa.

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