«Existe un dios que defiende su obra a pesar de ser el hazme reír de los otros dioses. La protege –incansablemente– con un escudo formado de asteroides y rocas errantes. Este demiurgo es una aberración del universo y ha sufrido distintas mutilaciones a lo largo del tiempo. Carece de fuerza e inteligencia, pero es el único dios que cree en nosotros…». No se me ocurre otra forma de comenzar, aunque podría no hacerlo así e ir directamente al punto. ¿Para qué insertar un epígrafe de esta índole en un texto que es parte de un experimento científico? ¿Será para acercarme a otros lectores? Además, me es imposible detectar con precisión el origen de la frase. La memoria juega un papel diabólico cuando se han leído tantas cosas. Pareciera provenir de un tratado gnóstico sobre la creación. No lo sé. Soy como un Boecio, escribo sin la posibilidad de consultar mis fuentes.

La cabaña es un rectángulo vertical. Sus paredes blancas con un techo tan alto (a veces no alcanzo a ver sus esquinas) y sus muebles aplastados en el suelo, dan una clara sensación de vacío. Pienso demasiado, pero no puedo hacer mucho menos. Hace dos semanas que no hay indicios de luz solar; el clima está imposible. Es la voluntad que despierta mi conciencia. Hay quienes dicen que la conciencia se despierta una sola vez. No es cierto, ella también se acostumbra al reposo.

Ajusto el sistema de aerotermia. La extracción de energía calorífica del aire externo propicia un ambiente templado. Se ve que el gas refrigerante pudo hacer de las suyas, sustrayéndole calor al aire frío. Sin embargo, hoy es un mal día para registrar lo que observo. Sé que me pagan por cada palabra escrita. Mi tarea es describir lo que ocurre en este sitio, o sea, hablar sobre una nada absurda. Es que realmente no hay ningún fenómeno anómalo. Todo sigue su ritmo. Los hechos asombrosos ya no cuentan, ustedes saben, fueron descritos en el primer año de mi estadía. En mi trabajo también se permite la repetición, la paráfrasis y la cita autorreferencial. Se me vienen las palabras del cronista de En las montañas de la locura: «A veces, sin embargo, varias versiones del mismo tema servían para llenar lagunas y aclarar puntos oscuros».

Recuerdo la vez que describí uno de mis sueños, yo estaba sentado junto a mi escritorio, ambos incrustados en una extensa planicie, era un espacio inenarrable. Mis dedos pegados a la máquina de escribir no ejercían movimiento alguno. ¡Nada se movía! Soñé con ello durante cinco noches seguidas, hasta que la imagen se agrietó en un desierto de sal. Al culminar el quinto sueño me desperté adolorido, tuve la sensación de heridas cortantes en varias partes de mi cuerpo.

Los receptores valoran mi análisis metacrítico. Cuando no tengo ganas de escribir puedo no hacerlo o economizar palabras en una sola frase, condición mínima de significancia, según el artículo 7.1 del Reglamento. Abusé de este recurso durante casi todo el mes de noviembre.

Al finalizar el día debo colocar las fichas escritas en la caja, una caja blanca que está adherida a la pared. Noviembre fue difícil, es verdad, depositaba una sola ficha por día y a veces nada. ¿Por qué un sistema de fichas? Hubiera preferido un cuaderno. ¿Qué harán con ellas? Tengo la hipótesis de que este sistema les debe facilitar la investigación. Por ejemplo, la ficha “Depresión-34” puede tener similitudes con la ficha “Melancolía-106”, así quizá puedan hallar patrones en mis registros. Sí, creo que aún no lo dije, en parte soy yo quien las titula. El número, en cambio, ya viene impreso en la parte inferior. Todas las fichas del mismo día deben tener el mismo título; no le pongo ninguno a la que sólo contiene una frase, generalmente escrita en el centro. Supongo que ustedes extraerán palabras clave para nombrarla y mantener un orden. Ahora bien, sino introduzco ninguna ficha, ¿cómo clasifican el vacío?

No hablé sobre el tocadiscos. Me deprime hacerlo. Tengo catorce vinilos. Una selección que yo no hice, al menos no directamente. Demuestra lo aberrante que es reducir la música a una mínima expresión. A pesar de lo que pienso, acepté este crimen. Es realmente un atropello tener que elegir entre Zepellin, Sabbath, Purple y Hendrix. Y suponiendo que se elige a Hendrix, la tortura continua al tener que reducir su discografía a un solo disco. Luego quedarían trece reducciones más, donde habría que mutilar y asesinar a Spinetta, Sumo, Wagner, Johny Cash, Pantera, Larralde, Maceo Parker, Nirvana, Carnota, Ray Charles, etc. Por suerte me evitaron esta parte del sufrimiento. Supongo que seleccionaron los catorce discos a partir del formulario exhaustivo que llené, luego de la segunda entrevista para obtener el trabajo. Las respuestas que di también estaban afectadas por las sensaciones de aquel entonces. Esta reducción y cualquier otra es insuficiente en la relación música⟶ ánimo⟶futuro. Siendo menos probable su efectividad con una selección tan acotada. Quedó afuera Sophie Hunger… ¡Sophie Hunger! Indudablemente los investigadores me quieren llevar a otra dimensión, donde la economía musical sea más bien un aliciente para amplificar el tedio. Lo han logrado. Hoy, prefiero escuchar el sonido del viento. A veces es fuerte como la turbina de un avión; aunque por momentos se siente una masa de aire que recorre tubos e insondables grietas, generando un fraseo atonal. Cuando el clima se torna caótico, ese sonido llega a un punto de estridencia y se mezcla con los temblores del suelo. En la tercera entrevista, un climatólogo me explicó los estados del tiempo de esta región:

Hace más de treinta años que vengo estudiando el comportamiento climático de la zona, y todavía no me acostumbro a la incertidumbre. El proceso es irregular, desborda cualquier método estadístico para lograr un análisis aproximado. Si usted observa los altibajos de la curva, en el gráfico de temperatura, se dará cuenta por qué no puedo modelizar el fenómeno. Los valores son extremos y se dan todos en un mismo día. En una hora puede variar de 0° C a 50° C. Es una progresión no lineal. Los resultados divergentes nos llevaron a investigar otros subsitemas: la reflexión lunar en las mareas, la temperatura de las corrientes oceánicas, la humedad terrestre y el movimiento de tectónica de placas. Los pronósticos han abandonado la ciencia…

Sus explicaciones me excitaron un poco. Me obsequiaron un artefacto similar a un reloj de arena que sirve para visualizar el proceso caótico del tiempo atmosférico. Su aspecto es el de una burbuja de cristal anudada en el centro y sellada por dos circunferencias metálicas. Tendrá 30 cm de alto por 20 cm de ancho. Lo curioso es la disposición de la arena en su interior, o sea, en un constante movimiento aleatorio. Parece un juego de absorción molecular: pequeñas partículas estallan como neurotrasmisores recorriendo todo el recipiente. Según el Dr. Vaubert debo girar el reloj cada diez horas. Me dijo algo referido a las cargas electromagnéticas que todavía no logro comprender. Cuidar un reloj, cuidar el tiempo… otra de mis tareas asignadas para ensanchar mi cuenta bancaria. Pagaría sin dificultad la universidad de los hijos que no tengo. Suelo pensar que este reloj es la continuidad de mi trabajo en la cabaña. Soy una rata de laboratorio, y el hecho de saberlo no me hace sentir menos perdido. ¿Tendré un destino similar al de Desmond Hume? Imagino que sí.

Por la tarde me dio hambre. El cielo se veía despejado desde el ojo de buey. Tenía aproximadamente dos horas para salir a buscar alimento, tal vez una. Con los años fui adquiriendo habilidades para cazarlas. Aunque no haya nada nuevo que decir de ellas, las yusmeres me regresan algo de mi antigua adrenalina.

Estrené mi nuevo traje, el anterior había sido machacado por una lluvia de piedras. A lo lejos se escuchaban unos silbidos, las yusmeres advirtieron mi presencia, mientras tanto yo revisaba unas granadas de red. Ustedes saben, es muy difícil verlas, el cuerpo de estas criaturas se mimetiza con el ambiente. Al parecer, ellas rodean la zona de peligro en manada. Los silbidos son información que circula en el aire y alcanzan un radio de hasta 200 metros manteniendo contacto con su guarida. Utilicé el antiguo traje como un espantapájaros, incrustándolo en el suelo, y coloqué una granada en su mano izquierda simulando un ataque. Rápidamente me oculté dentro de una gruta esperando que ellas reaccionaran. No llegué a posicionarme, cuando escuché un inmenso bullicio proveniente del norte. Cada vez estaban más cerca… Obviamente no podía verlas; sin embargo, estos seres invisibles se hacían del lugar con su presencia. De repente, varias piedras en el aire enseñaban un recorrido hasta llegar a mi antiguo traje. Piedras angulosas bañadas de un musgo acido penetraban fácilmente mi espantapájaros. Si hubiera estado en esa posición, me habría retorcido de dolor. Esperé agazapado con mi lanzagranadas listo. Debía sorprenderlas apenas ellas ejecutaran su segundo movimiento. Y así fue. Dos de mis granadas chocaron contra el suelo salpicándolo de esquirlas. Se abrieron las redes y se aplastaron de inmediato, no hubo captura; no obstante, la tercera se abrió y sí atrapó algo. Los gritos de la criatura se escucharon mientras la red electrificaba su cuerpo transparente. Luchó hasta no poder más. Las otras yusmeres se marcharon, dejando un frío silencio.Me acerqué con cuidado, mis latidos se aceleraban, existía la posibilidad de que alguna de ellas estuviera junto a mi presa. Fue una sensación de extrema soledad: yo estaba solo junto a la muerte en los bordes del lenguaje.

Regresando a la cabaña, arrastré el cuerpo unos 70 metros. El clima empeoraba cada vez más, las nubes se estiraban como una masa informe y sólida y cientos de partículas se despegaban de la superficie. Debía apresurarme. En ese momento, me sentí observado por dos hileras de yusmeres al costado del camino. Supuse que estaban despidiendo a su fallecida. El ritual vislumbraba un código y un concepto de espera.

Ni bien traspasé la puerta, subí la calefacción y me quité el traje. Abrí la red y la yusmere comenzó su proceso de descomposición, o más bien lo contrario. Se hizo visible poco a poco, es un ser increíblemente bello y, como dije alguna vez, elle est délicieuse. De la bodega tomé un cabernet sauvignon para la cena. En uno de los formularios tuve que elegir entre el vino y los cigarrillos. Fue una decisión difícil, me quedé sin compañía. No creo haber sido un fumador clásico, luchando contra su ansiedad. Cualquiera se hubiera vuelto loco, no habría tardado más de un mes en alcanzar la locura. ¿A mí? No me sucedió. Siempre supe que era un observador observado, por eso me eligieron, toda mi vida estuve encerrado en una caverna de tierra, de mar y de cielo. Me sirvo otra copa de vino, el pimentón es intenso, y le doy la palabra a Rousseau: «Los griegos encerrados en el antro de Cíclope vivían tranquilos, esperando simplemente el turno para ser devorados».


Rodrigo Silva Pensado

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