Corriendo un riesgo ya casi asumido me aventuré hacia lo nuevo y caminé cautelosamente por la senda, pero lo que no sabía era que a cierta distancia correría… Aconteció que llegué al punto de retorno o no retorno y no he tomado mi decisión, aunque debo confesar que una fuerza interna me incita a seguir, porque en la cueva, escondidas las luciérnagas, cantan y bailan la ronda con entusiasmo.

Por un momento perdí la calma, puedo decir que la he recuperado, pero no basta. En lo oscuro de la noche he pensado y agazapada está la niñita tirando mi vestido, quiere que la escuche pero no logro entender su lengua. El silencio no logra ayudarme y el viento susurra cosas extrañas, alguien se acerca y entorpece mi meditación.

-¿Cuán alto puedes volar? Me dijo, yo contesté: Hasta donde el tamaño de mis alas me lo permita.

-Yo emprendí mi vuelo amando a una mariposa, ¿Quieres volar a mi lado?; y extendió su mano a modo de invitación.

Yo que me quedé perpleja al verle, no pude resistirme a aquella amabilidad e interesante propuesta y dije: Está bien, volemos.

Y volamos por valles, mares y lugares maravillosos que antes sólo ví en fotografías; empezaba acostumbrarme a mi compañero de viaje, cuando apareció ella, la pequeña y frágil mariposita, debo decir que la miré con grandes ojos y boquiabierta; sí, yo la había olvidado, por completo olvidé que existían otros seres a nuestro alrededor -es que cuando se vuela solo se piensa en el ahora- y me sentí egoísta y traidora con la pequeña, no conociéndola por supuesto, pero a la verdad, era ella afortunada de tener consigo alguna compañía que tanto la quisiera.Y observando la tierna escena, moví mi mano en señal de despedida, me di la media vuelta pensando en que tal vez en otro tiempo y lugar nos volveremos a encontrar.

Abrí mis ojos, miré hacia el techo como si allí pudiera obtener todas las respuestas a mis preguntas, suspiré y me dije: ah!, que lindo que es soñar.

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