Muy temprano estaba despejado y las calles blanqueaban de un mañana que empezaba a demarcar la conducta de la gente, en una mañana así se veía trajinar a los jornaleros y vendedores de periódicos cuando el resto de personas disfrutaban de su ociosidad merecida, esto no afectaba a la disposición de los primeros, quienes en su andar presuroso, a destinos provechosos, o en su abordaje a las demás personas despreocupadas, no demostraban ánimos de desistir de su rutina.

Las repetidas abanicadas de los jornaleros con los periódicos comprados para este fin no hacían más que prolongar el camino de las gotas de sudor que bajaban de su frente a sus ojos ocasionando que irremediablemente tuviesen que guardar el improvisado abanico, o bien bajo su axila, o bien dentro de sus maletas para, a dos manos, limpiarse los ojos del sudor, mientras los vendedores de periódicos, que ya habían realizado su venta exitosamente, miraban tristes a los señores, o bien abanicándose, o bien usando su mercancía como un trapo desechable; lógicamente, esto no ocurría así con todos los jornaleros, pero bastaba con que uno de ellos lo hiciese para bajonear al vendedor. Por eso, alguno de los peatones, tal vez perteneciente al grupo de los ociosos, reparaba en esta actitud desconsiderada de su parte y pensando en que el vendedor de periódicos miraba con envidia como los otros se refrescaban, pues el vendedor a pesar de llevar una gorra con visera estaba empapado en sudor, se acercaba a éste y se ofrecía a comprarle uno de sus periódicos, el de mayor tiraje en volumen, seguramente uno de política, para que él, a su vez, pueda limpiarse de igual manera y ya no tuviese que sufrir no sólo la indiferencia de los jornaleros, sino de aquel sudor tan penoso.

Pero el vendedor de periódicos no deseaba esta solución que, aunque errónea, podía aliviar un poco su carga. Para el vendedor de periódicos el sudor no era un problema, pues al correr una ráfaga de viento éste le retribuía con un frescor único y súbito, y, por si fuera poco, era el mismo sudor y aspecto sufrido el que le aseguraba su éxito, pues un vendedor de periódicos sin sudor no lograba muchas ventas. No obstante, el vendedor de periódicos no quería que el hombre supiese de estas cuestiones que sólo aquejaban a su persona y que representaban, además, los gajes de su oficio, puesto que el vendedor necesitaba tanto la compra de este hombre así como la de cualquier otro, aunque también tenía que sopesar las inconveniencias que implicaban aceptar esa venta tan necesaria.

El vendedor de periódicos estaba seguro, por la actitud del hombre y su, al parecer, mucho tiempo libre, que éste permanecería a su lado aún luego de haberle pagado hasta que él se limpiase el rostro primero, para lo cual hubiese dispuesto muchas páginas y, segundo, se abanicase con el resto, ya que para el hombre, que al parecer no recibía ganancia alguna, el acto relativo de su buena acción era su recompensa. Con esta previsión el vendedor de periódicos consideraba si no sería mejor rechazar la venta a esta persona, puesto que, además de los inconvenientes mencionados, el hecho de que para los transeúntes, incluso para los jornaleros, la acción de ver a un vendedor de periódicos usar uno de sus periódicos como un pañuelo sería nefasto; esto no podría evitarse, dado que el sujeto aun yéndose voltearía la cabeza a cerciorarse de que así sucediese, de este modo, entonces, el vendedor quedaría en una posición muy perjudicial para sus ventas futuras. Dado esto, el vendedor no podría rechazar la venta, esto se le vino a la mente a último momento como una verdad fulminante. A lo mucho, pensaba ahora con inquietud, podría considerar mentir diciendo que el periódico solicitado se encontraba agotado, pero este no era el caso, pues cualquiera serviría.

Cómo negarse a una venta así cuando él, un vendedor como cualquier otro, las necesitaba tanto como el aire al respirar, y más contra aquel hombre de sonrisa agradable y algo obeso, quizás producto de la despreocupación con la que lo trataba la vida y él a las cosas que ocurrían en ella. Declinar una venta así traería la misma mala impresión ante los posibles compradores que si estuviese usando uno de sus propios periódicos como toalla, y si en ambos casos se encontraba desfavorecido, no era mejor aceptar la venta acaso y, aunque quedara como un vendedor infame, recibir las cosas buenas de ésta. Puede que inclusive recibiese una propina dada la deferencia de esta persona tan despreocupada, pero era este mismo hecho, su despreocupación, lo que ocasionaría que el dinero se le escapase, puesto que en realidad un hombre obeso de tan buenas intenciones se desprendería fácilmente de algunas monedas, pero en la práctica se le olvidasen todas estas cuestiones, como el hecho de dar propina.

Ya lo podía ver moviéndose con pasos bastos que acaparaban para sí toda la acera. En la calzada se interpuso un ómnibus cuyas ventanas brillaban y deslumbraban a los jornaleros escondiendo a todos el rostro cetrino y sudoroso del vendedor de periódicos, cuyas lágrimas se perdían y mezclaban con las gruesas gotas de sudor de tan calurosa mañana.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS