Ojos verdes, regaderas blancas

Ojos verdes, regaderas blancas.

– Víctima

Mi gran drag fue “Primavera Enajenada”, un corsé lleno de rosales trepadores rojos, las plataformas eran macetas con geranios, una peluca de margaritas y abejas, el maquillaje dibujaba una mariposa irisada alrededor de mis ojos verdes y los pendientes dos regaderas blancas exageradamente grandes. Cada vez que asentía con la cabeza o la giraba notaba cómo las pesadas regaderas que colgaban de mis orejas se balanceaban alegremente y entonces podía ver la sonrisa en los ojos de los demás al observarme. Risas, brindis, miradas de admiración y de envidia también, una buena reina debe inspirar ambas. Apenas recuerdo la música. Triunfé. Al final de la noche de vuelta a casa por la calleja que cruza el ojo del puente junto a la rambla, tuve que parar a descansar, las plataformas y las regaderas pesaban demasiado, y sí, el alcohol y éxito también pesaban lo suyo.

Me detuve un rato bajo el puente, ajeno a la noche que me rodeaba, y me acordé de mi abuela. Tenía una casita de piedra en el pueblo con un jardín lleno de flores y un pequeño estanque en el centro, en él crecían plantas acuáticas y estaba habitado por pequeñas ranitas verdes. Éstas eran muy tímidas y para poder verlas recuerdo que me tenía que esconder y esperar un buen rato inmóvil hasta que aparecía alguna sobre las hojas del nenúfar. Mi abuela pasaba gran parte de su tiempo en el jardín, con su regadera blanca en mano dando agua a toda aquella vida multicolor, yo no le quitaba ojo y la seguía por todo el jardín hasta que fui lo bastante fuerte para poder llevarle la regadera llena de agua y ayudarla. Cómo cortaban sus arrugadas manos las flores pasadas de los geranios y rosales y cómo ahuecaba la tierra alrededor de las margaritas para airearla. Todo aquello grabado en mis retinas.

Mi gran drag estaba muy inspirado en el patio de mi abuela.

No escuché los pasos en la calleja absorto en mis recuerdos, ni las risas, hasta que “maricón” y “puta” rompieron la noche. Una figura oscura emergió de la nada empuñando algo brillante, entre los golpes y patadas apenas puedo recordar sus ojos enrojecidos de ira y las blancas regaderas golpeando mi cara con el vaivén de cada puñetazo. Apenas consciente y agotado noto cómo el monstruo sujeta mis muñecas con una mano y la con la otra me tapa los ojos mientras me viola contra el pilar del puente, después el frío metal abriéndose paso en mi carne, todo es dolor y oscuridad. Cuando acaba entre golpes y patadas me deja en el suelo tirado, sangrando. Por fin puedo abrir los ojos con mi último aliento y sólo consigo ver mis ya no tan blancas regaderas que antes colgaban de mis orejas y que ahora yacen pisoteadas y grises sobre los mojados adoquines.

– Inspector

Se suponía que el Domingo sería tranquilo, o yo lo hubiera necesitado, pero era mucho suponer. La gente sale los Sábados por la noche y a algunos se les va la cabeza demasiado. Y claro, luego pasan cosas. Al llegar a la zona acordonada sólo me pude fijar un una cosa, bueno eran dos; Tus grandes ojos verdes abiertos como platos, que se habían quedado mirando en el momento de tu muerte a un par de regaderas de juguete que habrían sido blancas antes de que te ocurriera todo esto.

La calle apestaba a orines y alcohol, pero por debajo de todo aquello podía sentir tu perfume de rosas, fresco, intenso. Creo que por eso te recuerdo.

Yacías boca abajo, con las medias rotas y sin ropa interior, descalza. O descalzo, no sé cómo te gustaba que se dirigieran a ti. Con el corpiño (o como se llame) hecho de rosas de tela abierto, dejando al aire tu vientre ensangrentado. El relleno que debías utilizar para el pecho estaba apenas a un metro de ti y cerca esas botas-macetas tan extrañas que llevarías puestas. Algo más lejos encontré tu peluca hecha de flores blancas y abejas.

Ya era casi de día, el sol aún no despuntaba sobre el mar al final de la rambla pero el cielo ya era casi azul. La calleja no parecía demasiado oscura con el alumbrado público aún encendido. Pero ahí estabas. Sin vida, sin testigos.

El barrendero que llamó al 112 diciendo que había una puta muerta bajo el puente de piedra de la rambla dice que no recuerda ver a nadie más por la zona en aquel momento, ni recuerda escuchar gritos ni nada parecido. No había vecinos ya que los edificios de la zona son en su totalidad oficinas. Nadie, solamente tu asesino y tú.

Y persistía tu perfume pese a todo.

Cuando se identificó el médico del servicio de urgencias certificó tu muerte, provocada a falta de la confirmación de la autopsia,por una incisión en el abdomen (posible apuñalamiento). La cantidad de contusiones y magulladuras que presentaba tu cuerpo, (sobre todo tu cara ¿te conocería tu asesino?), hacía pensar en un delito de odio contra un transexual, un travesti o lo que quiera que fueras. Pero los evidentes signos de violación contradecían esta opción.

A pesar del exceso de maquillaje se veían los moratones. La hinchazón de tu piel alrededor de tus ojos verdes no impedía comprobar lo grandes y abiertos que quedaron mirando tus regaderas (ya no tan) blancas en tu último aliento.

– Testigos

¡Joder! La fiesta fue estupenda, un pedazo de fábrica de zapatos abandonada y acondicionada para el evento con mogollón de luces. El musicón, infernal. Bueno bueno, la gente se lo estaba pasando en grande. Y entonces llegó esa zorra, Primavera Enajenada. Yo la conocía desde hace años, claro, hemos hecho algún bolo juntas. Pero es que esa noche estaba… joder estaba increíble. El corsé y las plataformas de flores y tal estaban muy bien, vale, pero es que la puta peluca de margaritas llena de abejitas libando y los pendientes dos regaderas blancas gigantes, que parecía que le iban a arrancar la orejas (jajajajja),y con esos ojos verde intenso, bueno, era el puto centro de atención, No podía dejar de mirarla, ni yo ni nadie. ¡Coño! como si la puta reina de Inglaterra se hubiera materializado en mitad de la fiesta, ¡nena! Una pena como ha acabado la verdad. Es… ¡mierda! No puedo.

Seguro que piensa que no sé que me está mirando, pero yo estoy muy atenta. Le veo perfectamente agazapado ahí, entre el naranjo y el jazmín, con sus ojos verdes fijos en mí. Y cuando no me está mirando a mí mira a la abuelita con la regadera blanca en sus manos, claro. Ahora bien, si se acerca demasiado no pienso confiar en que el verde de mi piel se mimetice con la hoja del nenúfar y pienso saltar al agua de inmediato, allí no puede encontrarme el niño, seguro. A veces la abuelita de deja la blanca regadera apoyada en el borde de mi estanque, y entonces me subo en alto y la veo llena de agua clara y mis ojos negros me devuelven la mirada desde el fondo de la regadera. Cuidado, que el niño vuelve. ¡Plop!

No sé si fue el mal rollo después de cortar con Carlos, me jodió que me llamara niño caprichoso entre otras cosas. ¿Por qué entre todos los pubs y discotecas tuvo que ir Carlos con su nuevo amigo a la misma fiesta que yo? También fue mala suerte que en la feria, en el juego de los dardos, acertara en la carta que tenía de premio una navaja de montaña. El alcohol y la coca no te sientan igual si estás de mal rollo. Es una mierda. Al principio lo estaba pasando bien, casi llego a olvidarme de la soledad del último mes sin Carlos en casa. Pero la puta reina de la fiesta me miraba con esos ojazos verdes llenos de desprecio, y volvía la cabeza cada vez que nuestras miradas se encontraban, tanto, que la boca de las regaderas blancas que llevaba de pendientes golpeaban su barbilla. Cuando vi llegar a Carlos con su nuevo amigo tuve que largarme de allí, pasé horas bajo el puente, escondido de toda esa mierda, dándole al ron y a la coca, hasta que vi a la mismísima jodida reina de la flores sentada al otro lado de la calleja, borracha, sola, como yo. Entonces noté algo duro bajo mi pantalón, no sabía si era mi polla o la navaja, para comprobarlo las saqué a las dos, y bueno las dos estaban duras, las dos querían entrar en su carne, y allí estaba aquella puta que tanto me despreciaba … se iba a enterar.

Miguel Ángel Payá Giménez, 21-10-2019

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