Me gustan las manos. Me gustan mis manos.

Las manos siempre van desnudas, sinceras. Gritan a los cuatro vientos lo que son, lo que han hecho.

Puedo saborear a otra persona tocándola. Puedo mirar dentro de cualquiera tan sólo con entrelazar los dedos de mis manos con los suyos. Me gusta escuchar los latidos del corazón de mi amante poniendo mi mano sobre su pecho extenuado. Pocas cosas me estremecen como una caricia.

Son mágicas. El tacto cura. Un masaje me alivia el dolor físico. Taparme la cara con las manos impide que mi alma salga de mi cuerpo, llorando por la boca y los ojos, roto por la pérdida. Si pongo una mano sobre la otra mis pensamientos se quedan dentro de mí. Si me las pongo sobre la nariz y la boca son un filtro perfecto contra hedores nauseabundos.

Para hacer callar a alguien a veces basta con sujetar sus manos.

Las manos son la herramienta del cerebro, su extensión hacia el exterior.

En mis manos está cincelado mi pasado y se dibuja mi futuro.

Me miro las palmas y me leo.

La primera vez que recuerdo haberme quedado mirando las manos, pensando en lo que había hecho fue una mañana de sábado cuando tenía 6 años y mi madre vino del mercado con un conejo vivo dentro de la cesta de la compra. Era blanco y me sorprendió que se quedara ahí quieto en el fondo de la cesta, mientras mi madre guardaba el resto de la compra. A mí me pareció precioso y me tiré todo el rato acariciándolo, hasta que mi madre lo sacó de la cesta y me pidió que la ayudara. Lo tuve que sujetar por las patitas de atrás sin saber lo que iba a ocurrir a continuación. El golpe en el cuello que lo mató me dejó paralizado, cuando empezó a despellejarlo y la sangre brotó cerré los ojos, pero escuchaba la piel separase de la carne y sentía los tirones a través de mis manos que seguían sujetando sus patitas, ahora desolladas. Cuando todo acabó me mandó a la lavarme las manos, el agua y el jabón se llevaron la sangre por el sumidero dejando mi piel limpia y suave, pero el recuerdo permaneció. Fue entonces cuando me las quedé mirando y pensando en lo que había pasado, en un instante pasaron de acariciar a despellejar a una criatura. No sé cuánto tiempo pasé mirándome las manos, pero sé que fue la primera vez que reflexioné acerca de mis actos.

Mis manos han dado vida, y también las ha arrebatado. Han construido y esculpido, escrito y pintado, y también han destruido y hecho jirones páginas y lienzos.

Me gustan las manos.

Me gustan mis manos.

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