¡Ay, amor, amor mío!
Si pudieras leer mi alma,
si entendieras mi lengua y mis labios escribieras.
Sabrías…
Entonces, entonces, sabrías cuanto cavilan
mis sílabas enajenadas
por cada lágrima en la niebla derramada.
O, quizás, percibirías el hilo que ata los escombros
de mi marchita esperanza.
¡Sí, amor, mi amor!
Clamor que resurge para redimir
la sordera de estas entrañas.
Entrañas que aseveran que no siempre
las palabras son «cárceles simuladas».
OPINIONES Y COMENTARIOS