Indicios de un olvido.

Indicios de un olvido

Escucho la lluvia, que pega con fuerza contra el tejado. Y también algo golpea en mi interior. Esta angustia de no saber quien soy cada mañana cuando despierto, ya no puedo soportarla. Es una tormenta que se anuda a mi continuamente y nunca para. Cuando el tiempo y sus climas se apiadará de mi y me traerá luz a la oscuridad que ahora impregna la habitación? Me levanto de la cama, como quién fue movido por una fuerza externa. Paso de la habitación al baño. Es en el camino, que detengo la marcha. La imágen que refleja el espejo ya no pertenece a la cotidianeidad de mi vida. Mi imágen me sorprende, no me reconózco. Me pregunto quién soy?, quién he sido?, qué porvenir me depara el futuro?.

Entonces escribo, escribo para mi, para vos, para el mundo; para sentir que puedo dejar un testimonio del olvido. Lo que siento, ya no se liga a recuerdos. Pero de dónde provienes manantial de agua pura y cristalina, que llegas para reconstruirme? Y así escribo, una a otra palabra me define. En una sucesión de letras, se sumerge la simultaneidad de mi vida.

Qué es lo que me ha pasado?Estas canas y arrugas me dan la pauta de que el tiempo no se detiene, y yo puedo ir, sin ya poder volver. Sobre qué cimientos nuevos me paro? Alguien se pregunta por mí? Será que son los demás los que advendrán para recordarme que había un pasado en mi, que se ha dormitado una siesta en el sillón del living? Y hoy hay signos de pregunta que aparecen como incógnitas frente a mis ojos. Que dilema esta juventud, en una ancianidad que no recuerda!!!

Como un torbellino pausado y silencioso, la enfermedad ha llegado, como una tormenta, a inundar mis pensamientos, mi memoria, mis sueños. Y me pregunto: si ya no soy lo que era, ni soy lo que seré, que soy en realidad? Qué alma sentiré que habitará mi piel? Qué razón entonces, de ser sin esperanza?.

Me encontraba sola en la quietud de mi hogar en la Ciudad de Madrid. La lluvia había dado tregua al día apenas unos minutos. También lo hacia mi interior, frenando la angustia, unos milésimos de segundos. Recordaba que era abril por la mañana, y que hace 2 días había cumplido años mi hijo. Si, el 27 de abril lo recuerdo, y más me lo confirmó la vela derretida sobre el mantel de la cocina. Dos números celestes y brillantes formaban un único 30, una edad tan entera y especial para alguien. Para mi hijo, para mi, eran suficientes. Los únicos de familia. Ese número sería sin embargo, la próxima imágen a olvidar en este doloroso entramado de la enfermedad.

Pero cuál era mi edad? Acaso había yo olvidado mis anteriores cumpleaños? Todo me enoja, este rollo de fotos sin deshilvanar, es un motivo que sí quisiera olvidar. Este duelo que tengo que someterme a realizar, es una forma de forzar mi olvido al olvido. Y la tristeza de saber que no existía otro camino, en esta certeza de soltar recuerdos desalojados de mí. Esta ausencia insoportable, me vacía, me ahueca, me quiebra a la mitad, hasta dejarme débil y diminuta. Hasta que una vocesita frágil me llama: Elvira!! Elvira!! Repetidas veces, más de dos veces, o dos veces que resuenan como eco multiplicando mi nombre en miles de ellos en mis oídos. Y es así como puedo reconocerme y algo vuelve al cuerpo, como cuando sientes el peso liviano de ponerte un suéter en invierno. Un alivio, un recuerdo ha llegado a mi memoria, como quién llega a una casa que no conoce, se acomoda al presente, busca un espacio donde alojarse. Algo es algo, un recuerdo, es un recuerdo, quien podría decir que esto seria poco. A veces un recuerdo es la llave a conocernos. Yo estaba allí, tenía 5 años, varios rostros a mi alrededor, un sofá viejo, un libro abierto, y mis ojos aún sin descubrir el mundo. No quisiera recordar, pero sé que un recuerdo puede ser útil, para reconstruirme. Me dejo llevar, derribo los muros de mi memoria, hasta que una luz alumbra la oscuridad. Y pude recordarme abrazada a mi hijo Tomás, en mi último cumpleaños. No hace falta decir la edad, no es lo importante. Lo que cuenta es lo vivido. Esos brazos hijo, que acarician mi alma y me devuelven a la vida. Y entonces recuerdo que estoy viva un día más. Cuánto te amo hijo mío!!! Como quisiera olvidarme de mí, y no de ti, de tus palabras, de tus silencios, de lo que sientes y se que se quede pegado en mi corazón para siempre.

Es lo sucesivo de la enfermedad que me agota. Esto de correr el tiempo, casi me deja exhausta, sin poder cambiar nada. Aquí sentada, veo los años pasar, unos a otros pasan y casi se tocan los talones cuando los logro alcanzar. Es que no me doy cuenta que el reloj gira aunque no quiera. Que la vida es movimiento. Y en esta carta que escriben mis huesos ya cansados, quedará el testimonio de un indicio de mi olvido, dejando en la escritura, las huellas de mi sentimiento de amor.

A dónde van los sentimientos de los recuerdos? Si ellos se han independizado ya hace tiempo de mi mente. Ellos conocen la fortaleza de sobrevivir ante las peores batallas.

Quizás yo me fuera mañana y ya no haya regreso de vuelta. Por ello, quiero decirte hijo lo mucho que te amo. O quizás mañana, algo de mi, se resiste a este destino, y yo pueda revelarme ante esta enfermedad que se me impone.

Aún así mis cartas serán un indicio de olvido, impregnando en las letras el recuerdo de este sentimiento de lucha de querer vivir un día más junto a vos, querido hijo mio.

Romina Laura Sasselli

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