Valentina, ¿No ves aquellas flores caídas?

Sobre un manto de piedras doradas,

En la hora en que el deseo no dora las piedras.

Una hora absurda, un tiempo desprovisto

De la letra del segundo, y aquel bastardo pasado

Que llora arropado en su perdido silencio.

¿No ves la luz cuando desafía la sombra?

Y el mundo imperfecto de los sentidos queda suspendido,

En las tinieblas de estas hojas

Que jamás veremos caer.

La risa es una grieta, pero en tu boca el sonido,

Son sílabas musicales que mueren

En cada inesperado rincón del Universo.

La vida, Valentina, es como aquella flor caída,

Que no sostienes en la delicadeza de tu lienzo.

El eco de un golpe rotundo en una madera hueca,

Una feria olvidada, en una plaza a la que ya nadie asiste.

La vida es el látigo de la palabra que golpea

Desde adentro, y al mirarte pienso mientras duermo:

Todo ha revivido, todo ha muerto. Todo existe y no existe.

Todo es y no es, todo fluye y permanece estanco,

En el delirio eterno de la disculpa.

Quisiera contarte el secreto de las estrellas,

Pero ni siquiera puedo entender por qué hoy

El sol despunta, los árboles reverberan,

Y la luz matutina es un halo de pintura

Sobre nuestros cuerpos.

¿Será este amor que siento, Valentina?

Quisiera dedicarte todos los poemas del mundo,

Pero apenas si puedo escribir éste,

Que no es enteramente un poema,

Y que no le pertenece al mundo:

Te pertenece únicamente a vos.

Hoy la cruz de espinas con la que cargue toda mi vida,

Me ha dado una tregua, y sin dejar de pesarme nunca,

Flota dulcemente en los túneles de ciudades ocultas,

De laberintos verticales donde siempre me creí ausente.

Hoy el dolor enardecido que sentía al nombrar un vaso,

Lo siento invertido, y los vasos han dejado de ser vasos.

¿Qué sería de un objeto si no pudiera ser nombrado?

¿Y qué sería yo, Valentina, si dejara de recibir el amor de tu encanto?

No.

Me pierdo como se pierde la razón en el loco,

Como el genio se esconde en lo morboso,

Como la belleza se fuga de lo repugnante.

Me pierdo como quien no sabe qué es perderse,

Pues la morada inhóspita de lo marginado,

Conoce el corazón mismo de lo efímero.

Valentina, hoy todo me ha quedado grande.

El mundo es un traje que un sastre no hizo

Pensando en mi cuerpo, mis brazos o mis piernas.

Y al llegar ya estaba todo hecho, menos mi cuerpo.

Quiero que sepas que nada es sincero.

Que cuando algo cae, seguirá cayendo,

Que nunca habrá luz para ciertas sombras,

Que no todos los poemas nacen del alma.

Que la crudeza del exilio es un viaje sin retorno.

Que cuando queremos callar, ya no quedan silencios,

Y quedamos esperando en la antesala del olvido,

Donde duermen los que deben volver a nacer.

El saber incierto horada la frescura de la falacia,

Deshoja la ira vana donde el segundo se deshace:

Es en el interludio, Valentina, donde el poeta viola

Todas las leyes, perturba el equilibrio y transgrede.

Por eso te pido que rías, mi vida.

Ríe que para la risa todo es incierto.

Ríe eternamente.

Ríe que la vida causa risa,

Que la muerte es algarabía,

Que aunque no rías,

La vida de ti se reirá igualmente.

Riamos juntos

Tomados de la mano

Con un dolor profundo

Entrelazados.

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