Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (Capítulo 6)

Atonatiuh, el primero de los dioses. Las Tribus. (Capítulo 6)

Rogu Jaruoka

14/10/2019

CAPÍTULO VI

REVELACIONES FAMILIARES

Dara se había levantado muy temprano y no había parado de caminar, estaba completamente perdida, hambrienta y sedienta. Además de sorprendida por el hecho de que había sido tragada por un lago y llegado a un lugar desconocido donde, al parecer, era capaz de mover a voluntad el aire. Se sorprendió muchísimo cuando por un descuido cayó de un barranco y en su desesperación, hizo una burbuja de aire para amortiguar la caída. Pero, a pesar de eso, ella se sentía muy a gusto con ese poder contrario a su sentimiento de repulsión al lugar donde se encontraba, había algo ahí que no le gustaba.

Se dirigió a la montaña, si había un punto alto para ver dónde estaba sin duda era ahí. Si se dejaba guiar por la luz del sol estaba segura que pasaban de las cuatro de la tarde. Había cruzado un río a través de un viejo y nada confiable puente, pero podía ver que faltaba poco para alcanzar la falda de la montaña. Si se apresuraba le daría tiempo de hacer un refugio para pasar la noche antes de que se ocultara el sol. En un punto del camino, cuando el sol sugería que eran alrededor de las seis, encontró una pequeña cabaña, era muy vieja, algo dañada en su estructura, muy pequeña, con solo dos habitaciones. Pensó que no debía estar vacío ese lugar, alguien tenía que vivir ahí, porque, pese a lo dañado y sucio había leña recién cortada a un costado de la casa. Así que entró sigilosamente a la cabaña. Había una pequeña mesa en el centro de una habitación y un par de troncos a modo de bancos para sentarse, en medio de la mesa había fruta fresca. En el otro cuarto, lo único que había era un petate, algo parecido a un baúl y un bello espejo de marco hecho de plata. Dara imaginó que no había nadie, por el momento la casa estaba completamente sola, en la parte de atrás de una de las habitaciones, había una puerta que dabaa un hermoso jardín lleno de cientos de flores, el aroma que se asomaba en el aire era muy dulce.

Se preguntó quién podía vivir en este lugar, en un lugar tan silencioso y abandonado. Se detuvo un momento para oler las flores, dio media vuelta y frente a ella había un hombre muy viejo, encorvado, con poco cabello blanco a los lados. Su cuerpo lleno de arrugas estaba marcado por heridas de batalla y tatuajes de animales. Dara se sintió algo asustada al verlo, de inmediato se puso en alerta y en posición defensiva.

-Tienes instintos de batalla- la áspera voz del anciano resonó en los oídos de Dara, sin embargo, él jamás alzó la voz-. No debería sorprenderme, por supuesto. Lo tienes en la sangre.

-Sé que no debí entrar en su casa-ella respondió tan cautamente como pudo-. Solo buscaba a mi amigo Farid, no está aquí así que me iré sin problema.

– ¿Entonces por qué entraste? – el hombre se dio vuelta y comenzó a calentar un guiso sobre la leña encendida- Quédate y come. Has caminado todo el día y solo has bebido agua del río. Necesitas descansar, está a punto de anochecer, no sabes dónde estás ni tampoco hacia dónde te diriges. Como lo veo es más razonable quedarte aquí.

-¿Cómo sabe lo que he hecho?- inquirió ella mientras caminaba a la salida sin dejar de mirar al hombre.

El anciano guardó silencio por un momento, entró a la casa y se sentó en uno de los troncos, dejó la comida sobre la mesa y con la mano indicó a Dara que se sentara a comer. Ella pensó que tal vez se encontraba en problemas o en una especie de trampa, pero ya era muy tarde para retractarse. Se sentó sin tocar la comida, odió admitir que olía exquisitamente y su estómago estuvo de acuerdo cuando emitió un sonido de protesta. Él suspiró, tomó un poco de la comida y comió de ella demostrando a Dara que no estaba envenenada.

-Eres una persona muy desconfiada. Supongo es de familia, tu padre era igual, Hija del aire.

-No hable de mi familia como si la conociera- protestó ella. El anciano le sirvió un poco de agua que él probó antes de dársela-. Asumiré que me llama Hija del aire por lo que puedo hacer aquí- el hombre asintió-. Prefiero mi nombre, Dara.

-Ahuitz- se presentó él. La tensión era palpable entre ambos. Dara jamás bajó la guardia y el viejo hombre también parecía estar alerta en todo momento. Como si ambos esperaran un ataque inminente-. Bien, Dara. ¿Qué es lo que sabes?

-¿Qué se supone que debo saber?- ella contrarrestó. Ahuitz sonrió.

-Este mundo es hermoso, ¿no crees? Lo pudiste apreciar mientras caían tú y tus amigos- Dara se tensó-. No te alteres, ya todos en Wayak’ saben de ustedes. Es una maldita isla, no se necesita mucho tiempo para que las noticias corran- Ahuitz prendió algo parecido a un cigarro llamado cocom y siguió hablando-. ¿Sabes quién domina el elemento de la tierra?

-No sabía que yo podía controlar el aire, mucho menos si Farid o los demás tienen una habilidad similar.

-La tienen, todos ellos. Agua, tierra, fuego y aire- dio otra bocanada y el humo del cocom se arremolinó sobre ellos-. Esperaba que supieras quién es el Hijo de la tierra. El necio de tu padre…

-¿Por qué quieres saberlo?- interrumpió Dara- ¿Por qué es más importante él que los demás?

Ahuitz la miró fijamente por largos segundos. Parecía que se debatía consigo mismo por algo, hasta que asintió a nadie más que a sí mismo. Se dirigió a lo que Dara solo pudo describir como un baúl, aunque muy rústico y hecho de madera y hoja de palmera. Dara, desde donde se encontraba, no podía mirar bien lo que el viejo tenía en las manos, fue cuando él se giró que se dio cuenta de que llevaba unos pergaminos.

– En este pergamino se encuentran los nombres de mis ancestros, de mi hijo y nietos- explicó él-. Es el árbol familiar. Se remonta generación tras generación hasta llegar a las Tribus legendarias. Aquí hay dos nombres muy importantes, Ehecatl, Xihuitl, mis nietos.

-Fascinante- ironizó Dara. De pronto ella se dio cuenta de cuánto había sonado a Carlos. Carlos, quien seguro debía controlar un elemento.

-Sabíamos- Ahuitz continuó sin importarle el comentario de la chica-, desde hace mucho tiempo, que nuestra familia sería la poseedora de los elementos de la tierra y el aire. Es nuestro legado, nuestra responsabilidad, nuestra maldición.

-Espere un momento- Dara se levantó asustada comprendiendo rápidamente lo que Ahuitz intentaba decir-. Eso no es posible. Usted no estará diciendo que…- Dara miró el pergamino identificando el nombre de Ahuitz y leyó el nombre su padre, su padre biológico, Iktan. Su madre, Akna. Dara tembló de pies a cabeza, sintió ira y tristeza, el viento se arremolinó a su alrededor. Las pocas cosas que había en la habitación se agitaron a causa del viento que se tornó cada vez más fuerte. Ahuitz sujetó el pergamino con fuerza entre sus manos, su único tesoro y en ese momento Dara notó la vulnerabilidad del hombre. Estaba solo, sin familia, en medio de la nada, aguardando una oportunidad para encontrar a sus nietos. Su sangre.

-Esa es la verdad de ti y de tu familia- Ahuitz debió sentir que Dara se relajaba porque comenzó a hablar de nuevo y aunque susurraba su voz jamás tembló-. No es coincidencia que ambos volvieran aquí, a este mundo, después de tantos años.

-¿Por qué razón Carlos y yo nos encontrábamos en otro mundo si nacimos aquí?

-No lo sé- suspiró pesadamente-. Iktan los tomó un día, los arrancó del brazo de tu madre. Tú no tenías ni siquiera un año, tu hermano era solo un año mayor que tú, pero lloraron. Lo hicieron tanto, como si supieran que jamás volverían a ver a su madre, lo que finalmente sucedió. La tristeza la mató- Ahuitz acarició el nombre de Akna sobre el pergamino con ternura. El silencio de la habitación y el peso de la revelación cayó sobre los hombros de Dara.

-¿Esperaste todos estos años a que apareciéramos?

-Los emblemas y las cámaras que guardan la Tribu Ik y la Tribu Lúum se encuentras en polos opuestos de la isla, solo era cuestión de tiempo que alguno apareciera- terminó de fumar su cocom. Se levantó de su asiento y caminó hacia la habitación trasera-. Aquí dormirás- señaló el lugar-. Sé que tienes que proseguir en tu camino, no te detendré, pero me gustaría que te quedaras esta noche y mañana por la mañana podrás irte con más energía.

-Sí, buena idea- Dara se levantó y caminó hacia donde le había indicado Ahuitz. Él le acababa de revelar algo importante, sin embargo, no podía confiarse, todo podría ser una mentira-. Aunque tengo una duda ¿qué emblema y que cámara?

-¡Ah!- Ahuitz exclamó mientras avivaba un poco las llamas para calentar la habitación-.Verás, la llave es el emblema del elemento que representas y la cámara es donde se encuentra la Tribu que encierra tu verdadero poder. El emblema del aire se encuentra al oeste, la neblina cubre en donde hay decenas de tornados que se mueven violentamente y lo protegen; la cámara del aire, el lugar donde debes colocar el emblema y liberar la Tribu, se encuentra en el este.

-¿Una tribu entera?- Dara se sintió estúpida al hablar con Ahuitz. Conversar con él implicaban más preguntas y confusiones que respuestas. ¿Se supone que ella debería saber todo eso? Probablemente si hubiera crecido en Wayak’ así sería. Incluso pudo haberse llevado bien con Carlos. Su hermano. Sintió nauseas de pronto.

-Las tribus eran un grupo de guerreros élite que protegieron a nuestro pueblo durante años- Ahuitz inició su relato encendiendo otro cocom. Se sentó en el suelo junto a la leña encendida y veía el fuego mientras contaba la historia, y como todos los viejos relatos, él comenzó a entonarlo en un suave canto-. “Esto ocurrió años antes de que nuestros antepasados decidieran habitar este lugar y escapar de los invasores. Había cuatro tribus, grupos de personas guardianas de los elementos, cada uno protector de la esencia de la naturaleza. Ellos eran elegidos para habitar sobre las altas montañas, ubicándolos en los cuatro puntos del viento. Vigilaban, protegían y amaban a su pueblo.

“Durante algún tiempo, la paz y la prosperidad de nuestro imperio floreció, no había guerras ni hambre ni peste, las tribus nos protegían. Las tribus nos amaban- el canto de Ahuitz cambió a uno más rápido y tenso-. Sin embargo, la tribu que guardiana de los poderes ocultos del fuego quiso gobernarnos. Atacó. Ya no amaba a su pueblo. Devastada, la tribu protectora del agua la enfrentó. Nos amó. Nos protegió. Viento y tierra, nos alejaron de la destrucción. No emitieron juicio ¿cómo saber quién estaba en lo correcto? ¿por qué nos dejó de amar el fuego?

“El reino no soportó más. El pueblo dejó de amar a las tribus. Viento y tierra pagaron el precio. Al suceder esto, la tribu del agua, herida, pagó nuestro desprecio con odio y decidió destruirlo todo. Iniciar un nuevo pueblo. Todos como ellos. Todos guardianes de los elementos. La tierra y el agua se unieron. No había escapatoria.

“El viento nos salvó. Avivó al fuego y nos protegió. Su aliento encendió las brasas apagadas. Nos amaron. Nos protegieron. Hermano contra hermano alzaron su mano. Ya no se amaron. Fueron desechados uno por uno hasta volverse rojos los campos. Sonaron las alarmas, enemigos extranjeros venían a conquistarnos. Ya no teníamos protección, las tribus habían fracasado.

“La destrucción de su pueblo sería culpa de ellos por acabar la única y verdadera protección que tenían. Avergonzados por el destino cruel que había de venir, juntaron todo su poder para abrir el portal hacia un mundo completamente nuevo y desconocido, podíamos empezar de nuevo con cimientos de mortandad. Ni un solo cuerpo dejaron.

“Conjuraron el poder de sus elementos. La luz y la oscuridad se unieron. Los cuerpos de todos los guerreros se elevaron en una brillante luz, cada uno fue introducido al cuerpo de su líder y así con cada fibra de su cuerpo y con cada gota de sudor y sangre, fueron creadas las armaduras. Cada una hecha con el recuerdo y poder de su tribu, la tribu que las creó”- Ahuitz terminó su canto. El humo del cocom adornó su rostro y le dio una apariencia mística- Es por eso qué les llaman Tribus, fueron creadas con los cuerpos de los guerreros antiguos. Esa es la razón por la cual todos le temen, los guerreros invencibles.

-¿Insinúas que nos atacaremos entre nosotros cómo sucedió antes?- Dara pensó en todas las veces que los cuatro pelearon en la escuela, cada discusión, cada palabra hiriente, cada golpe. No tenía que hacer mucho esfuerzo para imaginar el desastre que sería si obtuvieran los emblemas. No podía ser prudente despertar a las tribus. Lo mejor sería escapar. Huir.

-No puedo afirmarlo- sentenció él-. Sin embargo, es una posibilidad. Sus decisiones definirán quiénes son, los caminos que seguirán. Ya hay heridas y rencores entre ustedes, lo sé porque tres vinieron contigo y solo has preguntado por uno, por Farid. Nadie puede huir de su destino, Dara, Hija del aire- Después de eso Dara se fue a dormir, o por lo menos lo intentó.

La noche pasó rápidamente para Dara. Al final pudo dormir un poco sin embargo no pudo evitar soñar el recuerdo de todas las peleas que tuvo con Carlos y cómo éste siempre se burló de ella y la hizo menos. Despertó poco después del amanecer, lo primero que percibió fue el aroma de comida caliente, seguro Ahuitz ya había reparado algo para los dos. Ella miró el techo procesando todo lo que había hablado ayer con él. ¿Tenía que llamarlo abuelo? ¿Iktan también había muerto? Odió sentirse tan insegura. Era ya demasiado siempre tener que luchar contra todos en la escuela, tener que trabajar, que estudiar y el divorcio de sus padres, y ahora tenía que añadir esto. Este mundo le trajo más dolor, más cosas por las cuales pelear. Debía huir. Tomó la decisión de escapar de ahí en cuanto se asegurara que Farid estaba bien. ¿Debía ver por Carlos?

Finalmente salió de la habitación y, como imaginó, había comida ya servida a la mesa. Ahuitz le dijo que había agua caliente afuera para que se lavara el rostro y que se sentara a comer antes de partir por el emblema. Ella no lo contradijo, no quería decirle que huiría, no quería decepcionarlo. Comieron en silencio, él debió sentir algo porque no dejaba de mirarla. Dara se sintió analizada, escudriñada.

-¿Cómo aprendieron los guerreros originales a controlar los elementos?- preguntó ella. Reamente no quería saber, sin embargo, utilizó la pregunta para dejar de sentir la analizadora mirada de Ahuitz sobre ella. Tan profunda e intimidante.

-Los verdaderos guardianes aprendieron todo de Atonatiuh. Un supremo gobernante de nuestro pueblo. El cómo aprendió él es todo un misterio- Dara maldijo. Esperaba una historia tan larga y fascinante como la de anoche, sin embargo, Ahuitz no tenía intenciones de hablar mucho o simplemente no se dejó engañar por el intento de Dara-. En la cúspide de la montaña Itzmara- dijo él señalando hacia arriba- se encuentra el espejo para ir a tu mundo. Solo si te reflejas en él podrás regresar, Dara- ella no se perdió el tono seco y despectivo que él uso en su nombre, tampoco que, por primera vez, no la llamo Hija del aire.

-No es mi lucha, Ahuitz- ella se justificó y tal vez tenía razón. Una semana antes no tenía la idea de que había otro mundo, de que sus padres la habían adoptado. Una semana antes todo había sido normal, solo una chica más.

-Todavía. Aun no es tu lucha, todavía- respondió él-. Lo será. Ya sea por tu sangre, ya sea por tu poder, porque quieras proteger a tu familia. Dara -el anciano por primera vez tomó su mano, fue cálido y firme, pero apremiante y urgente-, el hecho que las Tribus estén preparadas para ser despertadas significa que hay peligro. Están hechas para proteger, Dara, a tu mundo y al mío porque pertenecen a ambos. Hija del aire, son la única defensa contra el Tirano. Él vendrá, no hay duda, y destruirá Wayak’ y tu mundo y cualquier cosa que conozcas.

-No entiendo, ¿a quién te refieres? – dos flechas entraron a la casa, una de ellas rozó la sien de Dara. Ella cayó sorprendida y asustada, Ahuitz la sujetó y ambos entraron a la habitación de atrás- ¿Amigos tuyos?

-Están aquí por ti- contestó él mientras sacaba un arco, unas flechas y una cuchilla-. No todos en la isla están contentos con su llegada- golpes en la puerta lo interrumpieron. Los enemigos que habían llegado pronto la tirarían-. ¿Arco o cuchilla? – Dara lo miró como si hubiera perdido la cabeza- Arco será. Apunta a la pierna si no quieres matarlos.

Dara a regañadientes tomó el arma en sus manos. Una rápida explicación de Ahuitz sobre cómo sujetar el arco y pronto se encontró frente a una puerta casi vencida apuntando con una flecha. La adrenalina corrió por su cuerpo, los latidos de su corazón retumbaron en sus oídos evitando que escuchara cualquier otra cosa. ¿Sería todo el tiempo así si obtenía la Tribu? Una flecha atravesó una abertura casi hiriendo su hombro, escuchó vagamente la voz de Ahuitz ordenándole que se concentre. Cuando Dara vio que la puerta finalmente cayó y, por primera vez, vio los rostros enemigos, soltó la cuerda liberando la flecha.

Sintió el ardor en su antebrazo izquierdo cuando la cuerda lo rozó, un error común en aquellas personas que jamás habían utilizado un arco. Ahuitz atacó sin reservas a quien intentara ingresar, Dara, al estar lanzando flechas, evitó que se abalanzaran sobre ellos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era posible mantenerlos afuera con solo herirlos, eran guerreros orgullosos que se levantaban una y otra vez, tenía que ser letal si quería sobrevivir. Titubeó un momento bajando el arma, una mujer frente a ella le apuntó, Dara miró la flecha ser disparada y atravesar el hombro de Ahuitz quien la había protegido. Él arrojó su cuchilla a su atacante de una forma precisa matándola en un segundo.

Otro hombre se acercó a ellos, Dara no tenía tiempo de preparar su arco así que tomó la flecha, la enterró en su pierna y luego lo golpeó con el arco en la cara derribándolo. El movimiento hizo que el viento se agitara dentro de la casa y Dara no perdió tiempo después de eso. Lanzó flechas sin la necesidad de usar el arco y golpeó a cada enemigo con ráfagas de viento dejándolos inconscientes. Ahuitz, aunque herido, no cesó de pelear y en poco tiempo derribaron a todos.

Diez cuerpos a su alrededor descansaban inertes, algunos amarrados de manos y pies, mientras Ahuitz fumaba su cocom y era curado por Dara. A pesar de las peticiones de él para eliminarlos a todos Dara decidió no matar a ninguno. Ella no sería una asesina.

-Eres una guerrera natural- Ahuitz alentó-, y si quisieras, también serías letal.

-Pero no quiero- ella terminó de curar a Ahuitz-. Puedo pelear sin matar. Hoy he confirmado eso.

-Tienes que irte. Ya saben que estás aquí- Dara intentó protestar, pero Ahuitz alzó su mano en señal de que guardara silencio-. Tú eres una protectora, Hija del aire, ese es tu camino. Uno más importante que el mío.

-Si saben que estoy aquí ellos vendrán y te atacarán. No podrás con todos- aunque Dara lo intentó no pudo evitar que sus ojos se humedecieran-. Ven conmigo.

-Mi niña- Ahuitz tomó el rostro de Dara en sus manos tiernamente, una mirada dulce ocupó el lugar en los ojos antes severos-, crecí y he envejecido, y mis ojos jamás han visto algo tan hermoso como verte a ti, mi nieta. Tuve días en que dudé que esto pasaría, pero estamos aquí, estás aquí- besó su frente-. No pude protegerte en el pasado, puedo hacerlo ahora, puedo detenerlos lo suficiente. Ve por el emblema, protege el mundo que amas y el mundo que amo, en el cual debiste crecer. Se fuerte.

Esta vez Dara no evitó en nada las lágrimas que se derramaron sobre sus mejillas. Supo exactamente qué significaban las palabras de Ahuitz. Era la despedida. Otra vez. Él le dio un odre lleno de agua y comida envuelta en hoja de plátano. Le dijo que siguiera río abajo y llegaría fácilmente a la neblina que cubre el emblema, al obtenerlo tendría que regresar y llegar hasta el este, más allá de la Torre Obscura, hallar la cámara que guarda la Tribu y liberarla. Ahuitz le dijo que jamás olvidara que la Tribu es solo una herramienta, la esencia de cómo se usaría vendría solamente de ella.

No supo cuánto corrió entre la oscuridad de la selva, cuando se dio cuenta ya estaba muy lejos de la casa del hombre que dijo ser su abuelo. Escuchó el agua correr junto de ella, el río debía estar cerca. Caminó hacia el sonido hasta que dio con la orilla de un río caudaloso. Bebió agua y llenó su odre, comió un poco y siguió su camino río abajo.

Dara pensó que si conseguía rápidamente su emblema podía ayudar Ahuitz. No podía asegurar que había creído las palabras del hombre, sin embargo la sinceridad de su voz y de su mirada llena de voluntad la hicieron pensar. Por supuesto que no dejaría de amar a sus padres y hermanos en el otro mundo, pero no pudo evitar pensar en sus padres biológicos, si es que las palabras de Ahuitz eran ciertas.

La noche pronto iba a caer cuando Dara se encontró a mitad del camino, subió a un árbol con ramas muy gruesas y se durmió con la espalda contra el tronco. No hacía frío, el aire era cálido y acogedor, pronto se encontró entre sueños. Sueños y recuerdos de su vida y de lo que pudo ser, creciendo ante los ojos de sus padres y hermanos, también cómo pudo ser crecer ante los ojos de Ahuitz y de Iktan y Akna, sus padres biológicos, crecer junto a Carlos. Sus mejillas empapadas por sus lágrimas la despertaron, el sol comenzaba a salir cuando se lavó el rostro para borrar cualquier signo de duda y debilidad. Comió un poco más y guardó lo que quedaba para más tarde.

Era medio día cuando notó un campo de niebla a medio kilómetro de distancia, observó que la bruma era intensamente densa y una vez dentro no podría ver nada frente a sus ojos, ni árboles, ni camino, río o barranco, estaría a ciegas una vez que ingresara. Suponía que era una prueba para que solo aquel que fuera digno del emblema pudiera salir ileso del lugar. Siguió avanzando hasta adentrarse completamente en la niebla. Los sonidos de la selva dejaron de escucharse en cuanto ella puso un pie dentro, solamente sus pisadas, lentas y firmes se escucharon. La temperatura bajó lo suficiente para que ella viera su aliento en cada exhalación y pronto su ropa se sintió empapada y pesada, cuanto más se adentró más denso sentía el aire y le dificultaba respirar. Se sintió perdida y sola más que nunca en aquel banco de neblina. Le pareció escuchar pasos y murmullos a su alrededor y se puso en cuclillas intentando detectar los sonidos.

El llanto de un bebé la alertó, la risa de un hombre, las súplicas de una mujer pidiendo por sus hijos, la voz de sus padres, sus hermanos jugando. Ahuitz. Carlos. De pronto lo supo, la niebla vio en su interior y trajo los sonidos de sus miedos y temores, de sus deseos y anhelos. Queriendo regresar a casa, donde creció, y, sin embargo, imaginando crecer ahí, en Wayak’. Su confusión se agrandó y con ella el murmullo de las voces. Escuchó peleas y decepciones, palabras hirientes contra ella; a Iktan satisfecho con abandonar a sus hijos en otro mundo y Akna muriendo de tristeza. Sus amados padres discutiendo por saber quién tiene la culpa de su desaparición en el otro mundo. Las voces siguieron en aumento y rápidamente el murmullo se volvió estruendo. Ella intentó huir, correr sin ver a dónde se dirigían sus pisadas hasta que cayó por un precipicio.

Cuando ya había caído varios metros, por su mente pasó que no sabía que tan profundo estaba o qué había abajo, si es que había un final. Pensó en cómo había ocupado su habilidad en la casa de Ahuitz y se dijo a sí misma simplemente ocuparía el aire para detenerse y no salir lastimada. Así lo hizo, con un poco de esfuerzo hizo un giro de viento que la detuvo lo suficiente hasta llegar al suelo.

-No puedes huir siempre, Dara- la voz de Ahuitz resonó entre la neblina, aunque esta vez no sonó nebulosa, distante y fría como hace unos minutos, se escuchó como si el anciano se encontrara fumando cocom a unos pasos de ella-. Tienes que ser fuerte, Hija del aire.

-Duele- sollozó Dara-. Duele saber cómo pudo ser. Lo que debió ser.

-No te equivoques, Hija del aire- su voz sonó cerca de Dara-. Lo que debió ser es solo bruma, fantasía, no es una realidad. Lo que fue solo ha servido para forjarte para este momento. Únicamente hay un tiempo que importa en el mundo, en cualquier mundo y es el presente.

-¿Qué será si me equivocó?- ella cuestionó.

-El futuro no está escrito en piedra-él contratacó-. Se puede modificar, mi niña. Recuerda eso siempre.

-Tengo miedo- fue la sincera respuesta de la chica.

-Serías una tonta si no fuera así.

Caminó unos cuantos metros y pronto la neblina se transformó en tornados, aunque los terribles vientos impedían que viera claramente, alcanzó a notar que en la cima del tornado más grande y poderoso se encontraba un templo flotante. Pudo sentirlo, la llamaba, el emblema la llamaba. Las ventiscas fuertes y sin misericordia le impidieron avanzar, incluso la respiración era algo que pronto ya no podría hacer. Tenía que detener los tornados.

-No te preocupes niña, no tendrás que subir- dijo una voz extrañamente familiar. Cuando Dara miró se trataba de uno de los hombres que había atacado a su abuelo- Ahuitz pudo vencer a mis compañeros, pero yo soy mejor, ahora te reunirás con él, con tu padre y con la traidora de tu madre- Empuñó su arma y la levantó contra ella, era ahora o nunca, tenía que vivir. Corrió rápidamente y se dirigió a uno de los tornados rogando que funcionara su plan, cerró los ojos y se lanzó a los vientos huracanados. La violencia del viento era tremenda, tanto que por unos breves segundos se desmayó, puso todo su esfuerzo en esto, Ahuitz murió por ella, su abuelo dio la vida por ella, era justo pagar algo tan grande.

Juntó sus manos como si se tratara de una oración, luego extendió sus brazos rápidamente y con fuerza, al instante el viento dejó de moverse y lo único que hacía era obligarse a flotar plácidamente. Cuando su agresor notó este cambio en el tornado, se lanzó contra él para alcanzar a Dara, ella, al darse cuenta, saltó hacia otro, luego lo calmó y así estuvo sobre cada uno hasta que alcanzó al más poderoso de todos, en cuya cúspide aguardaba el templo y, por tanto, el emblema. El hombre que la perseguía saltó tras ella cada vez, hasta que vio que Dara había entrado al último tornado, se detuvo, pensó que si ella lograba dominarlo iría tras ella, sino, significaba que había muerto y ya no tendría que preocuparse. Durante varios minutos el hombre esperó, la violencia del tornado era abrumadora y él sospechó que no había manera que alguien, Hija del aire o no, sobreviviera a tal violencia. Satisfecho, el perseguidor dio media vuelta para saltar y salir de ahí.

De repente, desde abajo del tornado, el viento disminuyó su velocidad hasta detenerse, poco a poco el descenso de la velocidad alcanzó la zona más alta y ahí se podía ver la silueta de Dara, fatigada y pálida porque había ocupado demasiada energía en esta última prueba. Aquel hombre la miró con odio, un anciano y una niña le habían causado muchos problemas, con mucha agilidad y furia subió casi hasta donde estaba ella. Dara, cuando se dio cuenta de la presencia de su perseguidor, subió hasta dónde se encontraba el templo.

No era muy grande, de hecho apenas y podían caber unas cuantas personas, el lugar se encontraba muy viejo y sucio, las paredes comenzaban a quebrarse y en medio de la habitación una simple caja de piedra sin aparente importancia. Miró de nueva cuenta hacia abajo y su perseguidor aún no salía del torbellino que, aunque el viento ya era más tranquilo aun impedía un ascenso sencillo como en los anteriores tornados.

Ella, entonces, se encaminó hacia la caja y con sumo cuidado la abrió, ahí se hallaba algo parecido a un relicario con el emblema grabado. Cuando Dara lo tomó, se escuchó un terrible y horroroso gritó. Miró hacia fuera y todos los tornados habían desaparecido, sin ellos su agresor simplemente cayó al abismo. Miró el relicario entre sus manos y tomándolo lo colgó en su cuello, tomó vuelo y se lanzó. Cuando estuvo a punto de chocar contra el piso, hizo una burbuja de aire y se detuvo. Solo miró una vez el templo y después volvió a la casa de Ahuitz sin saber que Farid, Diego y Carlos supieron el momento exacto en que había tomado su emblema.

Cuando llegó lo único que pudo ver era la cabaña entre llamas, se encontraba muy cansada por todo lo que ya había hecho, pero decidió tomar sus últimas reservas de energía para apagar el siniestro. Hizo que el viento soplara provocando que el fuego se elevara y se alejara del lugar; cuando retiró todas las llamas ella entró. La batalla, ella pudo observar, fue violenta. No pudo identificar a Ahuitz entre todos los restos. Seguramente el pergamino de su familia también se había destruido con el fuego y nada de lo que había sido la casa quedó de pie.

Se sintió muy débil y agotada, no solo de una forma física, también emocionalmente. ¿Cuántas vidas más tendrían que perderse? Con esto en mente perdió el conocimiento y su cuerpo cayó entre los escombros, ahí, desprotegida y desmayada, sin una gota de energía, permaneció dormida hasta el amanecer. Cuando reaccionó se levantó lentamente y miró a su alrededor, recordó todo lo que había pasado en los últimos días.

Los pedazos de madera quemada se encontraban tirados por todas partes, el hermoso jardín que había fue consumido por el terrible fuego, Dara sintió un gran vacío en su corazón y una gran culpa ya que si ella se hubiese quedado a pelear, tal vez Ahuitz seguiría con vida. Con sus manos comenzó a levantar cada pedazo de madera que encontró, intentó buscar de forma insistente cada cuerpo. Pudo escuchar en su mente las voces de Carlos y Diego mencionando que era una tontería, tal vezincluso Farid tendría dificultades en entender sus acciones, pero, entre todas las voces, podía escuchar claramente a Ahuitz diciéndole que ella había elegido ese camino. No el camino de la guerra, la muerte o el odio, si no el camino de la vida, la esperanza y el amor.

Se sintió ridícula por un momento.

Comenzó a limpiar y escombrar para que el terreno quedara lo mejor posible, enterró los cuerpos y luego se adentró de nueva cuenta a la selva y de ahí tomó decenas de flores bellas y exóticas, con colores brillantes y llamativos y las fue colocando alrededor de dónde alguna vez estuvo la cabaña. Tardó un par de horas en tomar las flores necesarias para esto, pero finalmente acabó. Luego con unas piedras hizo un monumento y escribió: “El que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Así, viendo por última vez aquel hogar al que hubiera pertenecido, se marchó, sin mirar atrás, con una sola idea en la mente, terminar lo que hacía siglos fue empezado. Y con el pensamiento de no derramar una sola lágrima, ni ante la tumba ni lejos de ella, en memoria del guerrero que peleó por su familia, guiada por el deseo de proseguir en su extraño destino, se encaminó hacia el este en donde se hallaba la cámara que resguardaba el alma de quinientos guerreros atrapados en la armadura del viento.

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