Los diarios fantásticos de Costelo y Tara Yugoslavia

Los diarios fantásticos de Costelo y Tara Yugoslavia

Sivat Kue

13/10/2019

Seis meses sin creatividad, solo chorreones de tinta sobre el papel arrugado y para la caneca ¡que holocausto de árboles! Otra noche de insomnio y frío, una sensación de muerte se apodera de todas sus células, razón suficiente para volver a escribir. Alza su pluma marca Pelikan, y fuma de su pipa cansada. Las incesantes picadas como lancetas en su corazón se hacen cada vez más fuertes y repetitivas, y la sequedad en su boca es insoportable, escalofríos en sus pies, escribe algunos renglones, toma un trago de brandy e intenta respirar con calma, siente los pulmones muy pesados, se imagina sentado en el café de la esquina fumando un cigarrillo. Piensa que la vida a veces es muy insignificante y frágil. Hace el intento de toser pero su tos es lo bastante tonta, se levanta del escritorio y de nuevo regresa a la cama.

No se baña por los siguientes tres días ni se cepilla los dientes, con apetito de tiburón, traga como un cerdo, solo se levanta para ir al baño con sus piernas temblorosas. Suena el teléfono, hace un gran esfuerzo para contestar, es una señora con vos de jeco, le ofrece un crédito bancario, cuelga con profunda rabia y desesperación. Coge de su mesa de noche la botella de aldeano y bebe tres tragos profundos.

Abre su mente hacia un mundo posible, esta vez se imagina a la raza humana confinada en pequeños grupos viviendo en ruinas de fábricas abandonadas, y pequeños lugares estratégicos que todavía son habitables. Después de la tercera guerra nuclear los sobrevivientes son gobernados por una civilización de rostros deformados que parecen lagartos. Se despierta empapado en sangre dentro de la tina, siente mucho cansancio y sigue alucinando, inmediatamente se vienen palabras repetidas a su cabeza: Yugoslavia, Yugoslavia, Yugoslavia… Sueña con alacranes negros y un collar con siete cuarzos, una línea de sal marina a la entrada de una casa con roña familiar, en una noche de miércoles, con gente extraña, paredes blancas, enredaderas de flores rojas y luces agridulces.

La gente está vestida de blanco todos parecen estar muy felices con una irradiante luz en sus rostros, se escucha un sonido maravilloso de gaitas y tambores.

A la siguiente mañana después de la resaca se desayuna con hojas frescas de albahaca, unas ramas de apio y jugo de tomate, un huevo crudo y vodka, un buen remedio para poder soportar el día. Tiene que llegar al encuentro con Tara, ella trabaja como curadora de arte y es editora de una revista para ociosos. Caminan de noche por el parque. Tara observa cómo juegan unos niños y dice: “deja que las mentiras expiren por la oscuridad, donde los instrumentos de las sombras y la voz del pánico se oculten con el espíritu indestructible de esos pequeños”.

Caminar con Tara es un gran monólogo de falopio, ella come mucho soliloquio, sigue con sus exclamaciones raras pero habituales: de todos los mamíferos, la vaca es la más débil de todos, muchas de sus crías son abortos, en muchas ocasiones se quiebran la pelvis reproductora y simplemente mueren.

Costelo siempre ha tenido varios fetiches con Tara, la mira de reojo y le dice: —A mí me gustaría ser un director de cine dramático para ponerte en una escena triste con Mary Louise Parker, Deborah Kara Unger, Madeleine Stow y Chloe Sevigny—Ella voltea a verlo con sus gafas de sol de gata y se echa a reír. —Tara pregunta— ¿solo me imaginas así, en una escena agobiante con esas actrices y nada más? —No solo te imagino así Tara, te imagino en esa escena y en muchas otras, llena de grandes historias, te veo en el mar oscuro de la conciencia, en el afamado cuarto de la extinción, llena de datos sensoriales, con filamentos luminosos, comiendo clorofila, compartiendo ese alimento con Lenox y Selma, sentados en esas sillas de madera, bajo esa luz naranja, leyendo el libro rojo Darwiniano, el triángulo del ocultismo con Éufrates y Nietzsche. En el camino del Pirrón, que llega para liberarte a ti y a todos nosotros de las falsas cadenas del miedo, de esta esclavitud mental; porque todos somos esclavos y la paz está en la flor blanca y no en el lodo— Tres noches más con tara en el vacío de sus piernas…

Pasan varios meses y Costelo no sabe nada de Tara, seguramente ella debe estar viajando con Tesla y Bach a un planeta cercano… 4:30 p.m. hora en la que Costelo bebe su taza de café con canela después de almuerzo, en el mismo lugar de siempre, con la misma gente, en la misma calle sucia, con los sorbos de monotonía desesperada. Sobre la misma acera del café, Costelo ve una mujer caminando, no tan erguida como debería, es una vieja conocida del pasado. Llevaba una chaqueta militar, pantalones negros ajustados, la misma cara de angustia, inspirando grandeza pero un poco más triste que de costumbre; de carisma ya no tan elegante, parece estar cansada de su vida, está muy blanca y fea y un poco arrugada, ella solía vivir del morbo, todo en su vida era chisme, todavía sigue siendo una mujer vieja y morbosa. El morbo es el pecado favorito de todo ser humano, su más grande debilidad. ¡Para evolucionar hay que vencer al morbo!

Costelo sigue divagando, ahora nacemos en capsulas cibernéticas encapuchados y esclavizados a los deberes, sin poder sostener diálogos, ni mirar a los ojos a los semejantes, siempre con un maldito teléfono celular en las manos, vivimos comprimidos como grajea para el cáncer, en selvas de asfalto, con poco aire fresco más bien contaminado, con el corazón espinado, con muchas enfermedades y comida de cartón para alimentar la zozobra, con toallas de alcohol en los bolsillos, para desinfectar las gafas, las manos y el alma.

Costelo se concentra en la labor del insomnio otra vez, de noche es más productiva su creatividad que de día. Son las 3:14 de la mañana, se siente incómodo, se frota la nariz, da varias vueltas en la cama, no puede conciliar el sueño porque quiere escribir y su mente no lo deja. De repente piensa de nuevo en Yugoslavia…

Noche de viernes, Costelo tiene un encuentro de firmamento con Isabel Clamares, después de algunos meses de sobriedad, quiere perderse con ella en una montaña olvidada, ver las estrellas a través del lente con Isabel la bailarina y quedarse en el llanto de la noche con cientos de constelaciones de hielo pálidas, recuperando el pasado, el gran pasado.

Pensando en el encuentro con Isabel, Costelo compone una canción negra de piano. Otra vez se encuentra frente a las paredes rasgadas de ladrillo de su habitación, con el sonido eléctrico de su calentador, con las promesas paulatinas de su soledad, en el sentido nómada de los ecos olvidados de su cabeza, con el cuadro colgado en la cabecera de su cama, aquel cuadro que detesta. El sonido de los carros y las sirenas de ambulancias envenenadas y dolorosas, ya no le molestan, le molesta la gente ególatra.

Hay un claro de sol que entra por las cortinas victorianas de su casa, es la indomable luz de los vicios. Costelo camina de afán por la vida, sin ninguna clase de mesura, sin pausas, sin querer frenar, corre para salvarse de la nada, porque lo único quelo persigue son los laberintos inhóspitos de su mente, su verdadera y única cárcel, sus demonios que solo encuentran nacimiento en el miedo.

Al poner la cabeza sobre su almohada ortopédica, solo se oye el sonido de las olas de barbitúricos, se imagina pequeñas arañas rojas supurantes desquebrajando en su rostro, pero al mismo tiempo una nueva erección se apodera de su espíritu, un despertar, un resplandor, un momento de lucidez. Sus huesos regresan con continuos estallidos de fuerza y vitalidad,su cuello adopta una postura anti espasmódica, sus músculos y órganos se regeneran de nuevo, eso se debe a la compañía de energías chamánicas que siempre lo acompañan, desde su nacimiento, en un frasco de éter en el jardín de las delicias.

Martes 14 de octubre, camina en el subterráneo, ve como unos hombres de overoles rojos y cascos amarillos reparan una línea eléctrica del metro. Piensa que debe ser muy doloroso morir electrocutado a punta de llamaradas come carne.

Entra de nuevo a una casa desconocida en muy mal estado, va acompañado por Flora y Juanita, las dos llevan puesto un vestido negro con flores rojas. Cruzan por varios pasillos hasta llegar a una sala sorda, se encuentran con dos parejas de viejos conocidos, el saludo entre ellos es frio y calculador. Hablan trivialidades. La música que escuchan es bastante aburrida, entran en una habitación contigua, hay más gente… Juanita le murmura a Costelo, —creo que estamos en un lugar muy malo que sabe cómo a salsa de soya con chocolate—

Los tres salen corriendo despavoridos de la situación, quiere alcanzar el escape. Se encuentran con otro corredor de pisos en madera, en las paredes hay colgados cuadros abstractos lo suficientemente desprovistos de creatividad, como para ponerse a llorar, hay luces de color rojo, y siguen saliendo de varias habitaciones personas poco comunes.

Entran en un estudio amplio, cada uno sostiene una botella de whiskey en las manos, la noche parece que ha cogido un camino diferente y las cosas tienden a mejorar. En muy poco tiempo Juanita y Flora están muy borrachas, en el fondo del estudio hay una proyección de imágenes muy confusas. Les falta el aire y deciden salir a una terraza, no hay muchas personas, después de unos cuantos cigarrillos y cortas conversaciones ellas se acercan poco a poco y empiezan a tocarse, son irresistibles, se besan las dos, se besan los tres, Costelo piensa en Yogoslavia…

[…] Costelo mira sus manos ensangrentadas y rasgadas por vidrios desconocidos y sin personalidad, después de una guerra contra la amnesia. Juanita ríe a carcajadas, no es una risa nerviosa o de miedo, es una risa de satisfacción por haber celebrado el espíritu draculesco de la noche.

Una semana después del encuentro con juanita y flora, Costelo siente un deseo interminable de explorar la palabra que continuamente aparece en su cabeza, en sus sueños, quiere viajar a Yogoslavia para experimentar una Ilíada espiritual.

Amanece de nuevo con el alma enferma, con el dilema de la existencia. Lleno de temores, con el insoportable ruido de la calle. Con los comentarios superfluos de sus amigos, el buitre carroñero camina con él. Un sueño más, un sueño más…

[…] Costelo se encuentra en unas cavernas de piedra con muros muy altos, parece una extraña fábrica de máquinas metálicas, sabe que hay varias personas pero no logra distinguir el rostro de ninguna. Hay inmensas arañas robóticas, la nave de estos arácnidos solo puede contener a un pasajero, hay solo una persona que reconoce, es un conductor,la disidente realidad del rostro de su padre.

El encierro. Han pasado varios meses, Costelo se aseguró de pagar todas las cuentas y cancelar el teléfono para no tener interrupciones. Hace cálculos matemáticos, compra lo suficiente para no salir a la calle, mucha comida saludable vegetales y frutas congeladas nada de alcohol, ni cigarrillos.

Quiere desintoxicar su cuerpo enfermo, bebe cuatro tazas de té verde durante el día, se baña dos veces al día, en la mañana con agua fría, y en la noche caliente. Hace ejercicio de marrano. Revisa bien su itinerario de viaje, revisa de nuevo los cuadernillos de guía para turistas que quieren perderse.

El viaje a Yugoslavia. Estar alláen ese país de calles con piedras oscuras, ocultas, ha sido para Costelo una limpieza elemental, ha nacido de nuevo para regresar y ser hijo del agua, después de un camino lleno de obstáculos y malas decisiones, Costelo entendió que todo es un viaje con procedimiento ocultos, es cumplir sueños con propósito o ahogarse en la estúpida realidad.

Costelo camina por el mercado municipal de la ciudad de Belgrado, se siente completo y tranquilo, pero siente que le hace falta algo, ese algo que es del tamaño del Everest en el estómago, una ansiedad, algo que no tiene nombre, algo que no se explica con palabras. Se sienta a tomar un vaso de cerveza…

[…] Alguien toca su hombro, y ese vacío, ese vacío congelado e inexplicable que siempre ha sentido, repentinamente se llena de calor. Voltea lentamente y encuentra el rostro de Tara.

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