Paul , de pie y vestido con su bata blanca, vio darse la vuelta a la mujer, todavía con el desconcierto dibujado en su bonito rosto.

Estaba contento de haber conseguido evitar ese desagradable escollo y con satisfacción contenida miraba, desde la puerta del despacho de su clínica, como la mujer, confundida, se giraba y tras darle las gracias educadamente, desaparecía de su vista.

Había temido encontrarse con las recurrentes exigencias, con las odiosas recriminaciones, y con las consabidas amenazas de acudir a los Tribunales.

Pero no. La muy “pardilla” no había tenido capacidad de reacción.

Y ahora que la sufriera el siguiente…, si lo había, se regocijó con alivio.

Maldito Walter. Su memoria retrocedió al momento en que acababan de terminar el congreso. Estaba cansado, pero también muy satisfecho; varios colegas le habían dado la enhorabuena por su exposición. Era casi seguro que podría conseguir la financiación publica y privada que precisaba para llevar adelante la investigación que se había convertido en el centro de su vida. Pero ahora necesitaba relajarse. Y se dirigió al pub -bar del hotel que el Colegio de Médicos había reservado para la ocasión. Tenía un ambiente agradable y tranquilo, la combinación perfecta para encontrar esa calma que deseaba, saboreando un buen whisky.
Además, había quedado con Walter, el mejor y único amigo que había tenido desde la infancia. Y es que él era “mucho mas que su amigo”. Habían crecido juntos, habían pasado la adolescencia como mejor lo supieron hacer, y lo que era más difícil, habían conseguido salvar su relación, a pesar de su respectivos matrimonios.
Walter le había adelantado que tenia un problema. No grave. Pero que le incomodaba. Había operado a una mujer y los resultados no habían sido los esperados. No le habría preocupado sino fuera porque había comprobado que, efectivamente, se había cometido un error en quirófano. Y ella, inquieta, ya le había preguntado.
Walter estaba preocupado por si se encontraba con una demanda judicial, y Paul había intentado tranquilizarle basándose en estadísticas.
Y por una maldita casualidad de la vida, y sin esperárselo , esa mujer se había presentado en su consulta y le había contado su problema sin doblez alguna. Afirmaba que solo quería que él reparara el desacierto, pagándole sus honorarios y poder olvidarse de todo.
Pero él desconfió. Nadie se comportaba así. Estaba convencido de que la mujer estaba actuando. Y aunque fuera sincera, eso tampoco cambiaba las cosas. El tenía demasiado claras sus prioridades, y aunque, en ese momento, no podía evitar detestar a Walter, él le cubriría sus espaldas. Y mintió.

Mientras tanto, esa mujer, a pocos metros de distancia de la clínica, y sintiéndose desamparada y abandonada, se alejaba llorando por la avenida Andrassy UT, de Budapest, buscando el refugio de su hogar.

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