Annika estaba diseñando la ubicación de la colección de Gauguin en la Sala de Cristal de la Galería de Arte, que desde hacía diez años, dirigía con pasión.
Miró distraídamente por la ventana y vio como los copos de nieve caían fuera. Habían anunciado que se alcalizarían los diez grados bajo cero y una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios al comparar como el color de la nieve también iba cubriendo todos y cada uno de sus cabellos. No en vano había superado la cincuentena.
Estaba cansada. Llevaba muchas horas de muchos días trabajando en el proyecto. Y aunque no podía evitar entregarse con entusiasmo a cada nueva exposición, empezaba a notar que el desgaste que pagaba por ello, era cada vez mas alto.
No muy lejos y encaminándose hacía esa misma Galería, caminaba Yannick. Su chofer le había pedido que le permitiera llevarle, pero él estaba muy nervioso y necesitaba pensar, antes de encontrarse con ella. Creyó que el frio siberiano le ayudaría a apaciguar la desazón que le atenazaba.
Suspiró y su aliento se convirtió en un vaho cálido que fue engullido en instantes por el frio implacable que abatía la antigua Prusia.
Era consciente de que se estaba comportando como un adolescente a sus mas de siete décadas de vida. Y sabía demasiado bien que su sentimiento era una quimera imposible, pero, sin poder evitarlo, lo tenía atrapado. Y así, desde hacía ya varios años, esperaba con ilusión la llegada de la navidad, para, bajo su protección y excusa, ir a verla y, por un solo día, imaginar que el deseo, con el que cada día amanecía y con el que cada noche se acostaba, se hacía realidad.
En esta navidad había decidido regalarle algo muy especial. Algo que sabía que ella iba a interpretar como lo que era. Una declaración de amor. Y eso le tenía oprimida el alma. Pero necesitaba expresarle cuanto le amaba. Porque el tiempo se agotaba.
Los pasos empezaron a terminarse. Su destino, ese que deseaba y temía en igual medida, se acercaba. Y al doblar la esquina, la galería apareció ante sus ojos y se obligó a respirar profundamente para que el frio anestesiara el miedo que amenazaba con paralizarle.
Sin casi darse cuenta se encontró delante de ella. Y volvió a rendirse ante su belleza. Tras los besos de cortesía, le ofreció, con una tímida sonrisa, el regalo que Papa Noel le había confiado para hacérselo llegar. … Necesitaba tanto ver como lo abría y, sobre todo, necesitaba tanto sumergirse en sus ojos cuando lo descubriera …
Un delicado collar de perlas.
Y vio la sorpresa reflejada en sus ojos. Y vio también que comprendía el mensaje mudo que envolvía delicadamente el regalo.
Le gustó ver cómo su mirada se clavaba en sus ojos y también la sonrisa confundida que se dibujó en sus labios. La notó azorada. Pero solo unos segundos. … Porque volviendo a sonreírle, llevó su mano a un cajón de su bureau, lo abrió y sacó un sobre color verde agua que le tendió, mientras le decía, bromeando, :-”¿Has visto?, tu visita inesperada nos va a ahorrar el sello de remitirte por correo la invitación a la inauguración de la exposición.-”.
Y él, sin poder borrar la sonrisa que se aferraba a su rostro cuando estaba con ella, miró la fecha.
Y sin dejar que la decepción asomara a su cara, comprendió que nunca más volvería a verla.

El maldito destino había colocado esa fecha demasiado lejos de la escueta expectativa de vida que le habían dado sus médicos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS