Crónica de un viaje a NY

Crónica de un viaje a NY

SUNY FREEDOM

18/10/2019

Lo compro?, no mejor no, tengo que ahorrar. Pero para qué tengo que ahorrar? Yo lo voy a comprar y listo. Saco la tarjeta de crédito muy lento para que me atrape la duda y me libere de hacer algo alocado. Yo creo que mejor me olvido de esto y hago un paseo acá en la ciudad, me divierto igual y no gasto tanto. Sí, eso voy hacer. Me convenzo a mí misma mientras mi dedo va mirando en google «mejores hostales en New York». Y me repito que no compraré el pasaje, pero miraré para tener una idea más adelante cuando vaya. Será que más adelante tendré el tiempo para hacerlo? Una bofetada viene directo y a velocidad rayo desde el Universo y me golpea para que reaccione. ¡Ya está bueno! compra el ticket de una vez que el momento es AHORA ¡joder!

Así arrancó una aventura que había anhelado desde niña. Semanas atrás había cumplido 29 años y me pareció una maravillosa idea regalarme un viaje a la «ciudad que nunca duerme».

Para los que no me conocen (que son todos, ja! ) mi nombre es Suny y amo la libertad, especialmente esa que siento cuando emprendo un viaje en solitario.

Eran las 5:00 am cuando sonó el despertador, sin entender nada me comencé a vestir rápido porque el vuelo salía en hora y media y no concebía el por qué no había puesto la alarma más temprano. Identificación, mochila y un suéter; listo! Me subí al uber con dirección al aeropuerto Internacional de Miami. Sí, me encontraba en Miami digamos que de «vacaciones» y decidí tomarme unas vacaciones de las vacaciones, suena bien, no? En el aeropuerto entré corriendo a buscar la taquilla de la aerolínea con la que volaba, a todas estas, faltaban unos 35 minutos para embarcar y sinceramente me divierte un poco sentir esa adrenalina de que el avión puede dejarme pero termino lográndolo. Ya en mi asiento, el 16 D, por supuesto pasillo, por si quiero ir infinitas veces al baño sin molestar a los vecinos. Habla el capitán del vuelo y nos dice que no nos asustemos, pero tendremos un vuelo con mucha turbulencia; genial, gracias capi! Es todo lo que un pasajero desea escuchar antes de despegar. De igual forma tenía tanto sueño que cerré mis ojos y no me enteré de nada, por suerte el clima cambió rotundamente y tuvimos un vuelo en calma.

-Su atención, señores pasajeros, hemos llegado a la ciudad de New York, donde la temperatura actual es de unos… ¡Wow! sentí hormiguitas en el estómago, como cuando estás llegando al lugar de tu primera cita con alguien que te gusta. Desembarqué muy rápido, pues ya me moría de ganas por empezar a recorrer. Tomé el tren que va de Newark a Manhattan, hasta ese entonces todo era pan comido, hasta que llegué a Penn Station y ahí si caí en cuenta del lugar en el que estaba.

Gente por un lado y por el otro, ruido aturdidor, personas que en vez de caminar, corrían. Era verano y dentro de la estación hacía un calor de la hostia! Yo comenzaba a entender cada vez menos, habían muchas líneas y transferencias y no lograba visualizar la mía, así que me dirigí a información; un hombre, bastante alterado y con toda razón, me indicó rápidamente hacia donde tenía que ir. Debo admitir que me daba un poco de miedo perderme, pero con todo y eso, ya me encantaba la ciudad así de loca y todavía no la había visto por fuera.

Dentro del vagón un hermoso aire acondicionado alivió toda tensión. Estando sentada, ya relajada, pude subir mi mirada y apreciar lo de alrededor. Me encontré con aquella diversidad de la que tanto hablaban sobre NY, sé que a cualquier lugar turístico que vayas la encuentras, pero esta era real, de convivencia; ésta decía «aquí cabemos todos».

Al llegar al hostal, divisé una fila enorme de boy scouts, otros tantos chinos, algunos latinos y mucha pero mucha buena onda. El lugar era bohemio, con las paredes pintadas con grafitti, una sala de recreación, otra de lectura, una cafetería pintoresca y pasillos larguísimos con habitaciones para chicas, para chicos, mixtas, privadas. La mía era compartida con unas 9 mujeres más y mi cama tenía una ventana al lado con una hermosa vista a la avenida.

Dejé la mochila, el suéter; agarré mis lentes de sol, una botella de agua, mi koala y a patear calle. Un amigo me había hecho una lista en una servilleta de un bar en el que nos encontrábamos tomando un par de chelas justo el día anterior, estaba titulada como «Cosas que debo hacer en New York sin falta»; la primera de ellas era ir a un 7eleven a comprarme una cerveza para el calor y caminar hacia Central Park, que afortunadamente estaba muy cerca de mi hospedaje. Fallé en el primer ítem de aquella lista y en vez de comprarme una cerveza, me compré dos porciones de pizza porque estaba, lo que se dice «muerta de hambre». Así emprendí hacia Central Park.

Llamé a mi madre por videollamada y le dije: -A que no adivinas donde me encuentro ma’ ? mi madre con cara de alegría por estar viéndome, a la vez tenía cara de miedo, seguramente pensaba que le diría que estaba en la India; la pobre se ha rendido conmigo pues nunca me ha podido parar.

-¿Dónde estas hijita mía? Se te ve muy feliz.

-En Nuevaaa York madree, estoy en Nueva York!

Mi madre se unió a mi celebración y me acompañó un par de cuadras hasta llegar al segundo ítem de la dichosa lista.

«Welcome to Central Park» decía el cartel que me recibía al entrar, ¡wow! cuánto verde a mi alrededor, pensé. Había escuchado de la gente que era un lugar mágico, pero hay que estar ahí para sentirlo de verdad. Fue increíble presenciar lo sagrado que es para el neoyorquino; es su templo de desconexión ante tanto caos citadino. Personas corriendo, otras en bici, unas cuantas tiradas en la grama sin zapatos; iban en grupo, en pareja, solos y todos disfrutando de ese otro aire que te da la ciudad. Para mí fue inevitable pensar en «Mi pobre angelito» cada tanto.

Caminé deslumbrada por horas y no había llegado ni a la mitad, ¡vaya que es grande ese lugar! Decidí unirme al ritual de los demás y elegí en banquito con la mayor sombra posible, puse mi koala de almohada y cerré mis ojos unos minutos (hora y media). Al despertar, el sol había desaparecido por una inmensa nube gris muy oscura que me alarmó y aunque mi primer pensamiento fue regresar al hostal, mi mente aventurera me recordó que solo tenía 4 días para conocer NY, así que seguí caminando. Pasaron 10 minutos y no solo llovía sino que caía una tormenta con truenos, relámpagos y todo el paquete completo. Me puse un poco nerviosa, debo admitir, pero me reí y seguí caminando.

Llegué hasta el famoso homenaje a John Lennon, pasé por el hotel Dakota donde fue asesinado y decidí regresar al hospedaje porque ya estaba muy empapada.

Entre mojada de lluvia y agotada por las intensas horas de caminata, me dispuse a darle fin a mi primer día en Nueva York; bastante bien, eh? Pues no! como se nota que no me conoces; el «Pepe grillo» de la aventura no me dejó dormir y a pesar de que la tormenta seguía presente, aunque menos intensa, yo agarré un paraguas y me fui a conocer Times Square de noche… (sin palabras). Solo puedo decir que lloré de la emoción; una chica brasilera (que también viajaba sola y era su primera vez en NY) me vió, me sonrió y nos abrazamos (un poco raro, pero hermosamente humano).

Después de estar horas presenciando aquella jungla de luces desde diferentes ángulosy agracederle infinidad de veces al Universo por haberme permitido estar allí, me fui al sur de Manhattan en metro a un toque de jazz en el famoso bar Fat Cat. Un hombre de unos 60 años tocaba el piano con las manos y los pies, mientras que un joven de unos veintitantos improvisaba con una voz a lo Frank Sinatra, uff, tengo la percepción de que todos los que viven en New York tienen un artista escondido en el alma.

Y pues, con ese regocijo en el pecho por todo lo vivido, me fui directo a la cama a las 3 de la madrugada, deseosa de que amaneciera para ver lo que aquella jungla de concreto me preparaba para mi segundo día…

Continuará…

…eso creo…

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