Reflexiones vegetarianas

Si quieres ser fuerte como el bisonte,

no comas bisonte, sino lo que él come.

Proverbio Dakota

El 4 de noviembre de 2018 comenzó mi era vital vegetariana. Desde ese día y esa noche, a la edad de 48 años, conduje mi vida a no consumir carne de ningún animal posible, sean estos los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Génesis 1, 28). En este texto quiero describir las razones que me llevaron a tomar semejante decisión y todo lo que he aprendido de ello en este año de Gracia del Creador, Dachizese, como era llamado por mis ancestros tahamíes.

La generación de hoy vive en un tiempo único en la historia de la humanidad entera. Todos los pueblos de la Tierra se han visto confrontados por un gran movimiento que pretende crear un sólo camino para todos. Vivimos en la época actual el imperio del materialismo más absoluto posible. Este materialismo no tiene un sólo origen. Se trata de una tendencia mundial que ha surgido en muchas latitudes, pero la cual tiene de manera especial dos brazos que parecen contraponerse, pero que en realidad pertenecen al mismo cuerpo materialista. Uno de esos brazos es el capitalismo y el otro es el comunismo.

Sea la dirección – o el brazo – que cualquier pueblo de la Tierra tome, se llegará al mismo destino materialista absoluto en el cual, la tecnología ha llegado a tal instrumentalización del ser humano, que muchas cosas de la vida cotidiana que realizamos nos convierten en esclavos del sistema. A este sistema que se impone por todas las latitudes del Planeta, lo llaman otros con justa razón la matrix, tal cual la película de los hermanos Wachowski.

Este sistema mundial que pretende imponerse por todas partes para crear una única y dominada versión del ser humano, descubrió que las masas podían ser manipuladas completamente por medio de las tecnologías, especialmente aquellas de la comunicación y de la información. Pero también a través de la imposición de una sola dieta, de una sola ciencia médica, de una sola cosmogonía religiosa, de una sola opción política, de un sólo modo de vida al que llaman de manera sofista como la modernidad y del seguimiento de los mismos patrones aceptados ya no por una sociedad humana, sino por una especie de gobierno mundial de los arquetipos. Todos tienen que vestirse de la misma manera, consumir el mismo tipo de alimentos, expresar las mismas opiniones políticas, creer en el mismo estilo de religión, hacer los mismos ritos cotidianos que no son otra cosa que actos que dan poder a dicho sistema.

En este contexto, existen tres razones simples por los cuales una persona podría decidir ser vegetariana: la salud física, la solidaridad con los animales o la naturaleza en sí misma y la espiritualidad cualquiera que sea la idea que de ésta se tenga. Estas tres razones las vamos a analizar una a una para que puedan entender por qué dejé de comer carne animal y hay que incluir también el hecho de que cada viernes hago ayuno, todo ello en una estrecha relación.

Salud física

Tenemos dos casas para cuidar:

La Madre Tierra y tu cuerpo.

Anónimo

Cuando muchas personas conocen que me hice vegetariano, algunas de ellas asumen que lo hice por cuestiones de salud. Definitivamente se puede probar que el vegetarianismo es mucho más saludable que el ser omnívoros (quienes comen carne, vegetales, es decir, casi de todo). Curiosamente, algunas personas también asumen lo contrario. Creen que los vegetarianos se privan de proteínas. Este dato es importante porque se repite de manera general para justificar el consumo de carne animal. Cuando se genera un mito, leyenda urbana o una especulación que beneficia a un determinado grupo, es necesario mostrar evidencias científicas de ello. Es toda una ironía que quienes se preocupan por la salud de los vegetarianos bajo la idea que sólo la carne provee proteínas, en realidad deberían ellos preocuparse más de su propia salud como omnívoros.

Hay dos preguntas:

a) ¿Realmente sólo la carne animal provee las proteínas que el ser humano requiere para mantener su salud física?

y b) ¿A quién beneficia que la gente crea que el ser humano tiene que comer carne o si no se enferma?

El estilo de vida vegetariano es esencialmente más saludable que la de un omnívoro y, sin embargo, imbuidos por la sociedad contemporánea del consumo, se cree lo contrario. Es cierto que un vegetariano puede tener riesgos en su salud y es cierto que un omnívoro puede mantener una buena salud hasta su ancianidad. También es cierto que quien practica un deporte de altos riesgos puede llegar a viejo y quien es aficionado al golf puede morir de un ataque cardíaco en un campo tranquilo. Pero en sentido estricto, quien practica un deporte de alto riesgo, tiene muchas más probabilidades de morir en el acto de la práctica de su deporte, que un golfista.

Una de mis preocupaciones en mi tiempo de discernimiento antes de dar el paso hacia el vegetarianismo fue precisamente cuántos riesgos podría tener para mi salud física dicho estilo de vida. Aunque ello parezca una preocupación fútil y materialista, el cuerpo físico es esencial, es un instrumento, para la realización espiritual a la que hemos sido llamados. Es posible encontrar tal realización con un cuerpo enfermo o incluso con limitaciones, como lo han demostrado muchos maestros de luz, los cuales vivieron sufrimientos en su cuerpo físico. Pero la salud del cuerpo es un don y parte del plan de la Creación para realizar la misión de la vida, la de encontrar la senda de nuestro ser interior.

Los beneficios que trae el vegetarianismo para la salud física, mental y espiritual son muchos. Entre ellos está la prevención de lo que llamo las enfermedades modernas, porque son común a todas aquellas personas que viven a plenitud la sociedad de consumo.

1. Previene el cáncer:

El cáncer es una enfermedad muy común en nuestros tiempos y tiene muchas causas: desde la exposición a la radiación de tantos aparatos electrónicos actuales y la contaminación ambiental hasta hábitos como el cigarrillo y el consumo de alcohol.

Pero el consumo de carne es, sin duda, uno de esos hábitos que genera diferentes tipos de cáncer, todos ellos asociados al consumo de grasas animales. Es claro que el cáncer se presenta menos en poblaciones con tendencia vegetariana.

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, se estima que entre 30 mil y 60 mil personas en todo el mundo mueren anualmente a causa del consumo de carne animal (WHO, 2015, P. 3). Dicho número contrasta con el número de muertes por cáncer a causa del consumo de alcohol (60 mil personas), contaminación del aire (200 mil personas) y tabaco (1 millón de personas).

2. Previene las enfermedades del corazón:

Al igual que con el cáncer, el consumo de grasas animales tiene también una estrecha relación con problemas cardiacos. Quienes consumen dietas vegetarianas, adquieren más fibras que colesterol, este último como uno de los principales enemigos del corazón y la causa de la arteriosclerosis. Ser vegetariano, unido a una vida sana con ejercicios y lejos del cigarrillo y el alcohol, sólo pueden producir un corazón fuerte y saludable.

En los Estados Unidos de América, estudios indican que el consumo alto de carnes animales está relacionado con el incremento de riesgos de enfermedades coronarias y ataques cardiacos, así mismo como la tasa de mortalidad por esta razón (Kaluza, Joanna, 2019).

3. Previene la hipertensión:

En continuidad con el punto anterior relacionado con la salud cardíaca, una dieta vegetariana reduce los riesgos de presión alta. Incluso el solo hecho de practicar una dieta vegetariana al menos por dos semanas, logra estabilizar la presión en aquellos en los cuales esta suele dispararse.

4. Previene la diabetes:

Otra de las enfermedades comunes del sistema mundial de consumo contemporáneo es este de la diabetes. Más adelante analizaremos el problema del consumo de azúcares, aunque no se trata de carne animal. Pero quien consume dietas vegetarianas, ve regulado en gran medida el problema de diabetes. Una dieta con pocas grasas y una buena cantidad de fibras y carbohidratos, permite que la insulina sea más efectiva en el organismo. Para aquellos que ya son diabéticos y dependen de la inyección de insulina, el hacerse vegetarianos no les quita la necesidad de inyectarse, pero sí hará que se reduzca la cantidad de insulina que se tienen que aplicar.

5. Previene cálculos renales y biliares:

Como la carne animal es muy rica en proteínas, el exceso de ellos tiene que ser eliminado del organismo en forma de calcio, ácidos oxálico y úrico, los principales componentes de los cálculos renales. Los vegetarianos no tienen ese problema.

6. Previene la osteoporosis:

De la misma forma en que el consumo de carne genera mayores niveles de calcio que crean cálculos renales, de la misma forma descalcifican los huesos – una gran ironía ¿cierto? -. Esto crea el riesgo de osteoporosis. Mientras que dicha enfermedad es muy rara en poblaciones con tendencias vegetarianas.

7. Previene el asma bronquial:

Estudios realizados en asmáticos, los cuales fueron invitados a seguir una estricta dieta vegetariana por un tiempo determinado, demostró que mejoraron sustancialmente en dicho periodo.

Todas estas enfermedades pertenecen al cuadro clínico contemporáneo de sociedades occidentales que viven alrededor del consumismo y que tienen a la carne animal como esencial para sus dietas. Cáncer, paros cardiacos, diabetes, hipertensión, cálculos renales, osteoporosis y enfermedades respiratorias, podríamos llamarlas las enfermedades modernas. Ellas se encuentran casi siempre vinculadas a personas que viven una vida muy ocupada, que no tienen tiempo para nada más que su trabajo y que se sienten en sí muy modernas e imbuidas en las grandes tecnologías de la información. También niños y jóvenes que crecen en dichos ambientes, lejanos del contacto con la naturaleza e indiferentes a todos los dramas que sufren los ecosistemas. Niños que comen carnes de animales que ni siquiera conocen de manera personal.

En contraposición, las grandes multinacionales de la medicina moderna, incluyen en las venas del consumismo, las drogas que, supuestamente, ayudarían a erradicar dichas enfermedades con un cinismo crónico de hipocresía. Se trata de un espectáculo de engaños para beneficiar el bolsillo de un grupo de poderosos de la peor laya. Unos que promueven la venta de venenos como si fueran el elixir de la vida: carne animal, azúcares, así como el consumo de petróleo, plástico y muchos otros males que destruyen a la Madre Tierra y a nosotros mismos.

La gran mentira es esta:

“La comida vegetariana no tiene proteínas”: Se nos vende la idea que sólo la carne animal tiene proteínas. Ciertamente la carne animal es un cóctel excesivo de proteínas. La principal prueba de que el cuerpo humano no requiere tantas proteínas es la obesidad.

Quien mantiene una dieta cárnica, sumado a una vida sedentaria (pocos ejercicios físicos), presenta cuadros críticos de obesidad. Es la forma en la que el cuerpo se defiende del exceso de proteínas: las almacena en ciertas partes del cuerpo como grasas o colesterol. Infortunadamente, ello incluye lugares muy inconvenientes como las arterias, lo que afecta directamente la circulación y crea enfermedades del corazón, hipertensión y otras cosas. La obesidad es un problema de las sociedades de consumo, es decir, aquellas sociedades que se nos presentan a sí mismas como modernas. Aunque en el cine y la televisión nos muestran personas hermosas, atléticas, con cuerpos espectaculares, la realidad de dichas sociedades es bien diferente. Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad en todo el mundo se ha triplicado desde 1975. En 2016 casi dos millones de personas en el mundo eran obesos y los países más obesos del mundo coinciden con aquellos países que llamamos industrializados o desarrollados. Por ejemplo, Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, están entre las poblaciones más obesas de la Tierra – gente de peso, sin duda. También coincide con países en donde el consumo de carne se considera parte de la identidad nacional, por ejemplo, Argentina, potencia en la producción cárnica, es el país latinoamericano con el mayor índice de obesidad de la región con un 28 por ciento de su población masculina en ese grupo, según la red de expertos NCD-RisC (Orgaz, C.J., 2019). Le siguen en orden de gordura Uruguay (25%), Chile (25%) y México (25), países además que presentan altos índices de desarrollo humano.

Si comes carne animal y sientes que no puedes renunciar a ésta, entonces tienes que hacer un gran esfuerzo por mantenerte saludable y eso implica un esfuerzo físico real y medible. Los pueblos naturales que consumen carne son muy diferentes a las personas que viven en ciudades o ambientes occidentales marcados por la comodidad que ofrecen las tecnologías. Antes que nada, los pueblos naturales cazan su propia carne, lo que implica ya un esfuerzo físico. También están los que tienen sus propias granjas en donde crían animales para el consumo, lo que implica también un gran esfuerzo físico. Pero quienes viven en ciudades occidentales, en realidad hacen muy poco esfuerzo físico: caminan poco, realizan actividades laborales que los mantienen sentados por muchas horas y, en su tiempo libre, se sientan o se acuestan para ver televisión o utilizar medios digitales por más horas, mientras consumen alimentos sin tener hambre (meriendas, dulces, grasas). Como alternativa, se crean los gimnasios o se invita a este tipo de ser humano tan cómodo a realizar actividades físicas que suplan esa carencia como caminar, correr e incluir en sus dietas más fibras. Pero quienes realizan actividades físicas para equilibrar el alto consumo de grasas animales con una vida sedentaria, son en realidad muy pocos. Los seres humanos de la modernidad parecen condenados a la obesidad y a morir de enfermedades cardíacas, diabetes o cáncer.

Lo cierto es que las dietas vegetarianas sí tienen proteínas y las tienen de forma equilibrada. La dieta vegetariana provee al ser humano de la cuota necesaria de vitaminas y, ni siquiera requiere de complementos vitamínicos como quieren vender las multinacionales de la medicina. Ciertamente con el aumento del vegetarianismo, las multinacionales no se preocupan, sólo quieren buscar la manera de adaptarse para seguir vendiendo sus productos falsos. Incluso una mujer en cinta o en lactancia que sea vegetariana, provee al bebé de todas las proteínas necesarias, aunque es cierto que una madre en cinta debe tomar complementos vitamínicos que un buen profesional puede recomendar.

Lo más curioso es que quienes defienden el consumo de carne como altamente necesario para la salud humana, no pueden enlazar tal idea con el hecho de que consumen carne de animales que en sí mismos son herbívoros (vegetarianos) y de grandes cuerpos físicos como el ganado. Una vaca puede pesar 400 kilogramos, es decir, más de 4 veces el peso de un humano adulto y dicho animal no consume, de ningún modo, carne. Más allá del ganado, vemos otros animales en la naturaleza aún voluminosos como el elefante, el cual no consume carne para mantener las fibras de su cuerpo.

Si bien el vegetarianismo no es un estilo de vida moderno o reciente – se practica desde antiguo en muchos pueblos de la Tierra -, en las sociedades occidentales va en aumento. Tan sólo en los Estados Unidos de América se reportan para el 2016 un total de 8 millones de adultos que no consumen carne, según un reporte de la National Harris Poll (VRG 2016). De ese número, la mitad son veganos. A esto se suma que el 37% de la población estadounidense (según dicha encuesta), ya no consume las llamadas carnes rojas y sólo comen pollo y pescado.

El resultado por edades es el siguiente:

  • 3.2 % varones adultos.
  • 3.5 % mujeres adultas.
  • 5.3 % personas entre los 18 y los 34 años de edad.
  • 3.1 % entre los 35 y los 44.
  • 2.2 % entre los 45 y los 54.
  • 1.8 % mayores de 65 años.

Estudios realizados en España en 2019 demuestran, además, que la llamada revolución verde está liderada por mujeres y por las nuevas generaciones. El 64 por ciento de los veganos en el país europeo son mujeres y una de cada ocho españolas sigue ya ese estilo de vida, mientras que la franja más numerosa de vegetarianos españoles por edades es la de jóvenes entre los 18 y 24 años de edad (Igualdad Animal, 2019).

Según la Unión Vegetariana Internacional, existen más de 600 millones de vegetarianos en el mundo, entre los cuales, el 42% son menores de 35 años. La siguiente es una tabla con los países más vegetarianos del mundo actual y el porcentaje de su población que ya no consume carnes animales. Los datos son tomados de diferentes fuentes, sin embargo, dan una idea de la tendencia mundial al vegetarianismo y al veganismo:

  • India, 38%.
  • México, 19%.
  • Israel, 13%.
  • Taiwán, 12%.
  • Italia, 10%.
  • España, 9.9%.
  • Austria, 9%.
  • Alemania, 9%.
  • Reino Unido, 9%.
  • Brasil, 8%.
  • Irlanda, 6%.
  • Colombia, 6%.
  • Chile, 6%.
  • Australia, 5%.
  • Argentina, 5%.

Veamos de dónde vienen las proteínas de un vegetariano:

Científicamente está demostrado que las dietas vegetarianas son más saludables que las de quienes dependen mentalmente del consumo de carne animal y que pueden disminuir el riesgo de muchas enfermedades como las del corazón, hipertensión, diabetes, cáncer, asma y muchas otras. Al mismo tiempo, una persona que decide hacerse vegetariano, se vuelve más atento a lo que come y de la manera en qué lo hace, por lo tanto, también se reduce el riesgo de descuidar su propia salud, sin por ello decir que no hay riesgos en el hacerse vegetariano.

En términos generales, existen dos clases de vegetarianos: los que consumen vegetales y ciertos productos animales como huevos, leche y sus derivados, pero no sus carnes y quienes estrictamente no consumen ningún producto animal, lo que incluye huevos, leche y sus derivados. Esta división también se conoce como vegetarianos y veganos respectivamente. Los veganos requieren poner más atención a su nutrición y utilizar ciertos complementos vitamínicos, pero los vegetarianos tienen un mayor cóctel de proteínas en sus dietas diarias.

Las demás distinciones que pretenden presentarse como “vegetarianos” son, a mi modo de ver, falsas. Por ejemplo, muchas personas consumen carne de pescado, mariscos o carnes de aves y dicen ser “vegetarianos”. Los peces y las aves son, estrictamente animales y, al comer sus carnes, no puedes argüir que eres vegetariano de ningún modo.

La siguiente es una descripción de diferentes estilos de consumo alrededor de la idea del vegetarianismo:

  • Ovolactovegetarianos: Este término se utilizaba en la década de 1970 para definir a los vegetarianos, es decir, los que consumen vegetales, pero también productos de origen animal como huevos y leche. Pero poco a poco se presentó también una distinción entre ambos: quienes consumían huevos, pero no leches, se les llamaba ovovegetarianos y quienes consumían leche, pero no huevos, se les llamaba lactovegetarianos. Para evitar tantas especificaciones, llamaremos vegetarianos a quienes consumen vegetales, pero también productos de origen animal como huevos y leches. Después explicaré la razón por la cual pienso que es lícito consumir huevos y leches, probado que en dicho acto no exista un origen abusivo o destructivo de los animales mismos. A esto lo llamaremos consumo responsable.
  • Crudiveganos: Estos son aquellos que prefieren consumir alimentos crudos. Este estilo de consumo tiene buenas razones naturales, aunque puede ser difícil de llevar y es bastante estricto dentro de la dieta vegana.
  • Veganos: Quienes consumen estrictamente productos vegetales y nada que sea de origen animal, incluidos huevos y leches y todos sus derivados. Ello también va más allá del consumo de alimentos y se extiende a utilizar productos de origen animal como cueros, productos fabricados de huesos animales y otras partes, las cuales abundan en la oferta del consumo diario en el mundo, muchas veces sin saberlo. Aunque quien se hace vegetariano y vegano en solidaridad con los animales, tarde que temprano deja de utilizar todo producto animal que implique el sacrificio o la tortura de un animal, así como el uso de animales en actividades que son vistas como abusivas, esclavistas y para el entretenimiento del homo sapiens.
  • Pescatarianos: Este grupo, estrictamente, no tiene derecho a reclamar el título de vegetariano de ningún modo. Por lo general, quienes ven a los peces como seres sin sensaciones y que no pueden sentir sufrimiento, desconocen la naturaleza. Los peces son animales y, por lo tanto, no cala el principio que no comes cerdos, reses y gallinas, pero sí pescado. En la actualidad, la sobrepesca es uno de los daños al medio ambiente más serios y parece que no importa mucho a los países.
  • Flexitarianos: Este grupo tampoco puede reclamar el título de vegetariano, porque no lo son. Sin embargo, consumen menos carne que el normal de la población. Se presentan como vegetarianos, pero son flexibles a consumir carnes de vez en cuando.
  • Reducetarianos: Como su nombre lo indica, reducen el consumo de carne en gran medida, para preferir comidas de origen vegetal. Pero ello no los hace vegetarianos si, en cualquier ocasión, comen carne animal.
  • Practicantes de yoga solar: Esta es ya una dieta de ángeles. El yoga solar, conocido en inglés como el Sungazing (Mirar el Sol), propone que la luz de nuestro Padre Sol puede proporcionarnos todo el alimento que el cuerpo necesita. Esta que a simple vista parece una locura, la han practicado algunos yoguis reconocidos como Hira Ratan Manek, quien lleva más de veinte años sin consumir alimentos, más que los baños de sol y líquidos.
  • Practicantes de ayuno: La práctica del ayuno ha sido retomada en muchas partes del mundo como un ejercicio que no sólo trae beneficios positivos a la salud humana, sino también una base del crecimiento espiritual, la meditación y la unión con la naturaleza misma.

Existen tres tipos de fuentes de alimentación para los vegetarianos: frutas, vegetales y granos. Quienes se quedan estrictamente en estas tres fuentes de consumo se conocen como veganos. Pero quienes incluyen también la leche de otros mamíferos (especialmente de las vacas) y los huevos de muchas aves, hace que también dichos elementos sean una fuente de proteínas.

Es necesario que se asegure el consumo de hierro, calcio, vitamina D y vitamina B12 si se excluye el consumo de leches y huevos y solo se admiten frutas, vegetales y semillas.

Los granos como el pan de trigo entero, pasta, tortilla, arroz integral, quinua, etc., son fuente rica en carbohidratos, fibra y vitaminas que son requeridos por los músculos y el cerebro.

Cuando se deja de consumir carne, se reduce la ingestión de grasas, lo que es muy positivo, porque, como vimos antes, la obesidad es una de las enfermedades modernas que más causa problemas, ya que el cuerpo no requiere de tanta grasa como se nos quiere hacer creer. Sin embargo, se requiere de grasas, porque ellas son la combustión del organismo. Dan energía para que el cuerpo funcione. También la dieta vegetariana posee grasas sanas y esta se puede encontrar en productos como las nueces, las mantequillas hechas de frutas secas, aceite, aguacate y muchos otros. Las proteínas garantizan el crecimiento del cuerpo humano y estas no están solo en la carne animal, como dicen. Las encuentras en abundancia suficiente en nueces, mantequilla de maní, productos hechos de soya, granos, legumbres como frijoles, guisantes, lentejas y, prácticamente, existen proteínas en todo lo que es comestible.

Otro elemento importante para la salud del cuerpo es el zinc. No es que te vayas a cocinar las tejas de zinc de tu casa, pero sí lo puedes encontrar en granos enteros como los granos refinados del pan o de la pasta hechos de harina blanca, los cereales fortificados, productos de soya y legumbres y, si consumes leche animal, en productos lácteos. El zinc es el encargado de fortalecer nuestro sistema inmunológico.

El hierro tiene que ver con la sangre y lo encuentras en frijoles, semillas, productos de soya, cereales (como las que se sirven al desayuno), hojas de vegetales como la espinaca y muchos otros productos. En cuanto al hierro procedente de las plantas, este no es absorbido por el cuerpo humano de la misma manera que el hierro procedente de carne animal. El cuerpo humano tiende a desecharlo si procede de plantas. Pero para ello, la Madre Natura nos dio una manera de garantizar que el cuerpo humano lo acepte: a través de la vitamina C, la cual permite el proceso de absorción. Por lo tanto, para que ello ocurra, es bueno incluir en dicha dieta productos ricos en vitamina C como todos los cítricos (naranjas, limones, toronjas, mandarinas, etc.) y vegetales como el tomate.

Otro elemento vital en la salud humana es, sin duda, el calcio, bastante abundante en la carne animal, pero, como vimos antes, cuyo exceso causa problemas como los cálculos renales y, paradójicamente, el debilitamiento de los huesos. Pero el calcio a la justa medida lo encontramos entre las plantas y en productos lácteos (si no eres vegano, como las leches, yogur, queso, etc., estos productos tienen una gran cantidad de calcio). El calcio de las plantas (menor que en los productos lácteos) se encuentra en productos como brócoli, calabazas verdes con cuello, frijoles negros, frijoles blancos, soja, kale, garbanzos, almendras, sésamo, berros, higos secos, alubias blancas y tofu, entre otros. Es importante anotar que, para facilitar la absorción del hierro en el cuerpo humano, especialmente en la sangre, tienes que hacer ejercicios, no consumir demasiada sal y, algo muy especial, tomar baños de sol, todo esto crea la vitamina D, la cual ayuda a fijar el hierro. La vitamina D también ayuda a fijar el calcio y fortalece tus huesos. Lo más curioso es que basta que te pongas al sol todos los días, por lo menos 15 minutos y tu cuerpo genera esa vitamina. Como las plantas, también somos hijos del sol. Si vives en un país en donde la luz solar es un lujo y solo la tienes en algunos meses del año, entonces busca consumir alimentos vegetales que la posean como los lácteos y huevos (si no eres vegano), setas (hongos), aguacate, germen de trigo y muchos otros.

La vitamina B12 tiene que ver con la salud de las neuronas y los glóbulos de la sangre, la elaboración del ADN y previene la anemia. Productos que tienen esta vitamina son, en gran cantidad, carnes animales, por lo que los vegetarianos tenemos que buscarla en productos como los cereales que se sirven en el desayuno, las levaduras nutritivas y todo alimento que sea fortificado con vitamina B12. Las leches animales y los huevos, si no eres vegano, también poseen esta vitamina, así como la leche de soya.

Otro elemento vital en la salud humana es el de los ácidos grasos conocidos como omega 3. Estos rodean las membranas de las células y tienen una concentración especial en la retina de la vista, el cerebro y los espermatozoides. El cuerpo humano puede producir estos ácidos grasos, pero en cantidad muy menor, por lo que es necesario buscar su consumo. También dan caloría al corazón, los vasos sanguíneos, pulmones, sistema inmunitario y sistema endocrino. Hay que buscarlos en alimentos fortificados con este producto, así como en nueces y semillas, aceites de plantas como el de linaza, soya y de canola y en huevos y productos lácteos.

Por último, el yodo es un mineral importante en la síntesis de las hormonas tiroideas y en la regulación del organismo. Su carencia puede causar hipotiroidismo (la causa del bocio) y su exceso ocasiona adelgazamiento, nerviosismo y problemas cardíacos. La sal yodada suple la carencia de yodo en el organismo y es necesario tener en cuenta que algunos vegetales entorpecen su acción, especialmente si se consumen crudas, como la coliflor, la col, el repollo, las coles, etc. También hay yodo en frutas, algunas especies de algas, productos lácteos y huevos.

Como vemos, la carne no es estrictamente esencial para mantener la salud física y mental. La Madre Natura nos brinda todo en todas partes. Quien se hace vegetariano, como ya lo mencioné, se hace también más atento a lo que come y, por lo tanto, tiene un mayor cuidado con su salud en general. Toda dieta vegetariana tiene que estar acompañada efectivamente por ejercicios físicos que no necesariamente tienen que llevarte al gimnasio, pero sí te invitan a disfrutar más del aire libre, el campo, el caminar, el correr o nadar. De la misma manera, tienes que regular cosas como el consumo de alcohol, nicotina, azúcares y otros productos que en exceso pueden perjudicar el cuerpo humano.

En la actualidad, vegetarianos y veganos tienen a su disposición toda una biblioteca de guías, grupos y recomendaciones prácticas para poder ser fieles a este estilo de vida de manera sana y a la vez agradable. Quienes siguen una dieta vegetariana, tienen la posibilidad de tener hábitos saludables mejores de quienes consumen carne animal, según la Asociación Estadounidense de Diabéticos. Por ejemplo, el Ministerio de Salud de los Estados Unidos tiene en línea una guía dietética para vegetarianos (ODPHP, 2015) que está disponible para todo el que la quiera consultar y seguir, con la certeza de que fue elaborada por dietistas expertos en el tema.

Todas las fuentes que busques y que tienen bases científicas, demuestran los beneficios de la dieta vegetariana. Pocas fuentes desaconsejan el vegetarianismo como estilo de vida y no encuentran a decir verdad razones sólidas de riesgos preocupantes. Definitivamente grupos que dependen del consumo de carne, no sólo como una adicción, sino también como dependencia económica o grandes multinacionales de la carne, pueden querer promocionar el consumo de carne como más saludable, pero carecen de referencias creíbles para ello y sólo pueden crear mitos o mofarse. El único riesgo probable es la pérdida del complemento B12 que, como dije antes, viene en la carne y es muy reducido en las plantas. Este problema compete especialmente a los veganos. Pero es una vitamina que puede encontrarse fácilmente en el mercado.

Como conclusión, tenemos tres aspectos que anotar en la comparación entre vegetarianos y omnívoros:

  • Los vegetarianos y veganos tienden a perder peso, especialmente al reducir las grasas de su cuerpo. Como caso contrario, los omnívoros consumen más grasas de las que necesitan y, sumado a una vida sedentaria que no garantiza la utilización natural de dichas grasas, corren el riesgo de la obesidad con todas sus consecuencias.
  • Los vegetarianos y veganos ven reducido el riesgo de enfermedades cardiacas, diabetes, cáncer, cálculos y problemas respiratorios. En contraste, los consumidores de carne corren todos esos riesgos si no logran balancear dicho consumo.
  • Los vegetarianos y veganos corren el riesgo de deficiencias en vitaminas. Las tres vitaminas que deben tener en cuenta son zinc, B6 y B12, las cuales pueden ser adquiridas en el mercado como complementos y con una dieta balanceada. La fortaleza es que la mayoría de vegetarianos y veganos tienen una mayor conciencia de lo que consumen.

También es importante concluir que, si bien los vegetarianos se dan la licencia de consumir huevos y productos lácteos, es necesario hacer esto con un profundo sentido de responsabilidad. Esto tiene que ver directamente con el bien estar de los animales y el respeto y amor por la naturaleza. Personalmente creo que consumir huevos y productos lácteos no significa sufrimiento para los animales o los pone en riesgos de extinción. Pero, atentos, ello no significa que todo producto lácteo o huevos que se encuentran en los mercados, provienen de lugares convenientes. Consumo responsable – y esto es una invitación también a los omnívoros que consumen carnes animales – significa que tenemos que ser conscientes del lugar de procedencia de los productos que consumimos.

Todos hemos visto galpones de gallinas y vacas encerradas de por vida en lugares estrechos, que apenas les permite el movimiento, para que sus dueños / torturadores les puedan sacar leche y huevos de manera diaria para vender en los mercados. Todo ese dolor, ese anhelo de libertar de un ser completamente inocente y humilde, viene incluido también allí en esos huevos y leche que parecen tan inocentes. En este sentido, exigir productos orgánicos es, a mi modo de ver, un punto clave en un estilo de vida vegetariano. Es necesario ser exigente en lo que es orgánico. Las multinacionales de la alimentación lo manipulan todo con tal de vender y ponen etiquetas de “orgánico” en productos que no lo son. Por orgánico entendemos aquella producción agrícola que es respetuosa con los ritmos de la naturaleza y que no la pone en peligro, por ejemplo, al utilizar pesticidas químicos, destruir bosques para producciones industriales o criar animales en condiciones insoportables.

También incluyamos la procedencia de los mismos vegetales. No creo que sea positivo que tengamos que comprar productos vegetales allí en donde se aumentó la frontera de la agricultura en detrimento de las selvas del mundo. Tenemos que regresar a producir nuestros propios alimentos, en nuestras casas, incluso apartamentos. Rompe el cemento de tu patio y conviértelo en un jardín de hortalizas y flores. Creo que esta tendencia va en crecimiento y eso es positivo. Como hacían todos nuestros ancestros, comemos lo que nosotros mismos plantamos.

Solidaridad con los animales

Si hablas con los animales,

Ellos hablarán contigo

Y os conoceréis.

Si no hablas con ellos,

No los conocerás

Y lo que no conoces

Te da miedo,

Y lo que te da miedo, lo destruyes.

Jefe Dan Georges

Otra razón que se intuye de la elección por una dieta vegetariana es la de solidarizarse con los animales. Se trata de una razón muy compleja. Existen muchas razones por las cuales una persona siente solidaridad con los animales. Unas razones son muy válidas, otras son misteriosas y otras son hipocresía.

Comencemos con las razones hipócritas, nacidas todas de una sociedad de consumo materialista, la cual es utilitarista a ultranza. La misma sociedad que cosifica a los animales y los convierte en producto de consumo, de uso, de intercambio, también puede utilizar máscaras de protección para tapar las modas repentinas de amor por los animales, cuando oculta en realidad crueldad. Una de ellas es la mascota como un símbolo social. Los animales exhibidos como un elemento particular de poder personal o de clase. Aquellos que anhelan tomarse fotos con animales salvajes, vivos o recién fusilados, para exhibirlos en sus vanas redes sociales para quedar bien con sus amigos hipócritas. Los que quieren tener una mascota para exhibirla como su tótem o mejor amigo, aunque en privado las tratan mal, las descuidan o las ignoran completamente hasta que lleguen las circunstancias de exhibición social que alimentan sus egos grandilocuentes. Esta realidad hace que en todas las llamadas ciudades modernas del mundo aumente la sobre-población de mascotas abandonas o rescatadas de amos inservibles o que las utilizan como objeto de desahogo de sus enfermedades psicosociales y sexuales. Cantidades incontables de perros, gatos, pájaros enjaulados y mascotas exóticas que llenan refugios que no dan abasto y que no encuentran otra solución que la del diario sacrificio de tantos seres inocentes que fueron traídos al mundo por una sociedad de consumo egoísta. Esto sin contar centenares de animales salvajes, muchos de ellos en peligro de extinción, que son robadas de su medio ambiente y llevadas a manera de contrabando sólo por la vanidad de ricos sin espíritu.

«En 2017, la Fundación Affinity reportó que 138.000 perros y gatos fueron recogidos de las calles tan sólo en España, de los cuales tan sólo un 18 por ciento pudieron ser devueltos a sus dueños gracias a que tenían microchips de identificación» (Affinity, 2019).

Pero ¿qué sucede con los que no pueden regresar a sus hogares originales?

Los centros de acopio de animales perdidos o callejeros crean campañas para que sean adoptados, pero tal acción no salva a todos. La inmensa mayoría tienen que ser sacrificados en dichos campos de concentración.

En México, la asociación civil Defensoría Animal reportó que 500 mil perros y gatos son abandonados cada año en el país:

«Una parte de ellos son adquiridos como regalos de Navidad, Día de Reyes y de San Valentín, pero meses después los dueños pierden el interés en ellos, dijo Emmanuel Pedraza, director general de la asociación civil Defensoría Animal. «El abandono es muy notable en los meses posteriores a las festividades. A partir de marzo hasta julio que empiezan los cachorros a crecer, si es que sobreviven», señaló Pedraza en entrevista. (Excelsior, 2018)

Por lo mismo, si eres realmente un amante de los animales y quieres tener una mascota, en lugar de ir al mercado a comprar un perro o un gato, es mejor acudir a uno de esos refugios y adoptar a uno o dos. Pero es aún más importante que pienses bien si tener una mascota te queda o si simplemente es un impulso pueril. Una mascota implica serias responsabilidades que no puedes ignorar:

  • Tienes que dedicarle tiempo: si eres una persona muy ocupada, de viajes regulares y todas esas cosas, es mejor no tener una mascota a la cual terminarás por abandonar.
  • Tener un espacio conveniente que sirva como un ecosistema auténtico. Un apartamento de tamaño reducido en donde tu mascota no podrá tener contacto con la naturaleza, no es apropiado para ningún animal.
  • No te animes a tener mascotas exóticas que motivan el contrabando mundial de fauna salvaje.
  • Debes cuidar de su alimentación y salud física.
  • Crearle una identidad que prevenga su pérdida como los microchips o collares con tus datos.
  • Haz todo lo posible para que tu mascota no represente una molestia para la comunidad en la que vives o ponga incluso en peligro la vida y salud de otras personas.
  • No le regales una mascota a una persona de la cual no estés seguro será un dueño responsable.

No todo el que dice que ama a los animales dice la verdad en nuestro mundo. Muchas veces los dueños de ranchos de cría de ganado, cerdos y otros animales para el consumo, pueden sentir más amor por los animales que semejantes vanidosos que sólo quieren exhibir sus egos inútiles.

«Piensa en la horrible carnicería producida por la superstición de que los animales deberán ser sacrificados, y también por aquella superstición, más cruel aún, de que los hombres necesitan nutrirse de carne». J. Krishnamurti.

Lo cierto es que los seres humanos todos tenemos que sentir solidaridad por el resto del Planeta que es nuestra Madre Tierra, no por los animales mismos, sino porque se trata también de nuestra propia sobrevivencia. Tenemos que empezar a reconocer que los seres humanos no somos los únicos dueños del planeta que pisamos, sino que lo compartimos mal que bien con otros seres muy especiales, a los cuales llamamos animales y plantas.

Poco a poco hemos creado una distinción lejana entre la naturaleza y entre nosotros, como si nosotros no fuéramos parte de la naturaleza. Esa es una falsedad peligrosa, porque nos pone en sentido directo hacia nuestra propia extinción. A pesar de que construimos ciudades en donde parece que nos protegemos de la naturaleza misma, en realidad dependemos cien por ciento de la misma. Vivimos con la intención de aprovechar al máximo los recursos naturales como si fueran exclusivamente nuestros y como si los animales y las plantas fueran simples objetos, ellos mismos objeto de nuestra administración. Las casas modernas en las ciudades modernas son refugios en contra de la naturaleza, estructuras de cemento, loza, tejas, con ventanas y puertas herméticas en donde no pueden entrar otros seres vivos que no sean el mismo ser humano. Los jardines son una estricta selección de plantas que dan flores específicas para nuestra vanidad, con la exclusión de centenares de plantas, muchas de ellas medicinales – lo cual no parece interesar – y que llamamos maleza y la destrucción de todo insecto, reptil o cualquier otro ser al que llamamos alimañas. La naturaleza de la que procedemos todos nos da miedo, pero también incomodidad. Le decimos salvaje, inhóspito, peligroso a la Madreselva y a los pueblos naturales, nuestros hermanos, que viven en ella. A estos los tildamos de salvajes, incivilizados, feos, atrasados, mientras que nuestro mundo moderno en donde todo tiene que pasar estrictamente controlado, es lo civilizado, lo avanzando, así muramos de tedio, estrés, enfermedades del corazón, hipertensión, cáncer, diabetes y muchas enfermedades modernas.

Todo lo matamos: cualquier insecto que se atreva a entrar en nuestras casas de cemento, hasta los reptiles más diminutos y cualquier felino, chacal, águila o delfín. No toleramos nada, somos el animal más depravado de la Tierra, el que mata no para comer sino para tomarse una foto. El que mata una culebra por miedo a que lo pique, sin saber que el ser humano es más peligroso que cualquier culebra del mundo.

Con todo, a pesar de querer crear una barrera entre la naturaleza y el mundo humano, la naturaleza nos sigue. Las ciudades modernas no pueden evitar las invasiones de las ratas, los ratones, los gorriones, los gusanos y lombrices de cada especie, las bacterias que son las que en verdad dominan la Tierra, los reptiles de toda especie e, incluso, animales que en antaño fueron perseguidos a muerte en desiertos y selvas como los zorros, chacales, lobos, gatos salvajes, osos. Con todo el cuadro de destrucción de las selvas que vivimos en la actualidad, muchos de esos animales se han venido a vivir con nosotros y para quedarse, como un látigo de Dachizese hacia el humano infiel e indiferente al sufrimiento de la Madre Tierra. Todos esos animales que menciono han desarrollado adaptaciones genéticas a los intentos del ser humano moderno de destruirlos con venenos, trampas y demás: desde las más diminutas bacterias, hasta los ratones y zorros.

Uno de los problemas de la indiferencia del ser humano hacia la Madre Naturaleza de donde procede, tiene que ver con algunas religiones y la manera en la cual concibieron la creación del antropoide humano. En el Génesis vemos este texto claramente:

Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así. (Génesis 1, 29-30)

Este hecho es importante para entender el comportamiento del ser humano de hoy, especialmente el occidental, en cuya base se encuentra la cosmogonía judeo-cristiana. Un dios que parece haber creado la Tierra para alimentar al ser humano, como si fuera esta todo un banquete. Posiblemente para el hombre paleolítico, que fue el que vio la escritura de este texto, eso no tendría un impacto tan global como lo tiene hoy en día. Pero muchas personas de hoy toman esos textos antiguos de manera literal y, escudados en premisas religiosas, no tiene el más mínimo remordimiento del mal que causan al medio ambiente.

Ese texto del Génesis fue además creado por pueblos del Medio Oriente, más enseñados a la aridez de los desiertos con la escasez que esta conlleva, que pueblos crecidos en bosques tropicales. Los relatos de nuestros ancestros indígenas en las Américas son diferentes a estos. En casi todos los relatos, si bien el ser humano tiene un rol especial a causa de su capacidad de raciocinio, se mantiene una hermandad con los animales y las plantas que parece superar en ello a los relatos de las religiones monoteístas, todas nacidas en los desiertos del Medio Oriente.

Comer, comer, comer…

Cuando mostramos nuestro respeto

por otros seres vivos,

ellos responden con respeto por nosotros.

Arapaho

Partimos entonces de esta acción simple y necesaria. En el Génesis Dios le da al hombre a todas sus otras criaturas, plantas y animales como comida. Ninguna compasión divina para con los demás seres de la Tierra. De ese hecho, se desarrolla un corriente de civilizaciones que piensa que la Naturaleza es un banquete, que el hombre es el administrador de la Tierra y que puede hacer con ella lo que quiere. Esa idea moldeó las culturas europeas, las cuales son la base de la cultura occidental de hoy. Esa idea no sólo llevó a cosificar a todos los animales y las plantas como objetos de uso, sino también a los demás pueblos de la Tierra que no fueran del grupo de los civilizados, o del grupo de los cristianos, o del grupo de los que se sienten dueños de todo. Con esa conciencia, los europeos salieron durante el siglo XV a conquistar el resto del mundo y no pudieron ver en otros pueblos el rostro de Adán y Eva. Esclavizaron a pueblos enteros, cuando no los exterminaron, porque ni siquiera estaban seguros de que fueran humanos.

Todo por la orden divina de comer. Comerse el Jardín del Edén mismo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Génesis 2, 16-17).

Las sociedades occidentales, basadas todas en banquetes, comen tres veces al día: desayuno, almuerzo o comida y la cena. La mayoría de los occidentales son muy ignorantes hacia todos los demás pueblos que no sean occidentales. A donde vaya en la Tierra, los occidentales u hombres modernos, piensan que son superiores a los demás pueblos, que van a enseñar cosas a los demás pueblos, que sus tecnologías son siempre las mejores y que la solución a los problemas todos están en occidente. De esta manera, piensan los occidentales que todos los seres humanos de la Tierra comen tres veces al día.

Nuestros ancestros, ciertamente no hacían eso. Los animales no siguen tal regla. Quien convive con pueblos naturales de la actualidad, descubre bien pronto que no hay entre ellos desayuno, almuerzo y comida y, si los hay, es porque hay una influencia occidental. Los animales que comen carne como los grandes felinos, no comen todos los días. Comen cada que cazan y después de saciarse, descansan por días, para consumir sólo agua hasta la próxima caza. Seguramente un occidental refugiado en sus selvas de cemento podría pensar que el león africano se levanta temprano en la mañana, mata un venado para el desayuno, después cerca del mediodía mata una cebra para el almuerzo y, al final de la tarde, mata una gacela de cena.

Los animales que comen carne ayudan a preservar el balance en la naturaleza. Los grandes felinos, los lobos y todo depredador, viven cerca de grandes grupos de herbívoros a los cuales caza y los cuales, a su vez, tienen un gran índice de reproducción. Este balance es vital para la naturaleza misma, afecta de manera positiva la reproducción de las plantas, las fuentes de agua y la subsistencia de animales más pequeños. Pero el ser humano moderno está en abierta destrucción de dicho balance y tal acto nos lleva poco a poco a la hecatombe.

Los pueblos naturas que consumen carne siguen ese principio de balance. Todos los pueblos naturales, tanto aquellos que habitan zonas desérticas, regiones polares o selvas tropicales, cazan de acuerdo a la necesidad y no ponen en peligro de extinción a esos animales. Los pueblos naturales que en la actualidad participan de actividades de deforestación y de agricultura masiva, son aquellos que han sido de una u otra manera obligados por la sociedad de consumo imperante. Especialmente aquellos pueblos que han sido víctima del robo de sus territorios ancestrales para convertirlos en plantaciones al servicio de las grandes multinacionales.

Pero las tres comidas diarias del occidental ya dejaron de ser tres hace mucho tiempo. La sociedad de consumo, fiel al mandato divino en Génesis, le ofrece al hombre moderno la posibilidad de comer siempre y a precios reducidos. Entre las tres comidas principales están las meriendas, cada una tan llena de proteínas como las llamadas tres comidas principales. Hamburguesas, presas de pollo frito, panes de todo tipo, bebidas calientes y frías, helados inmensos, todos para llenar la vida banal del ser humano de las sociedades tecnológicas. Un ser humano que come todo el tiempo, que se come al Jardín del Edén todo el tiempo sin poder llegar a comerse ni una hoja del árbol de la ciencia y del conocimiento del bien y el mal (Génesis 2, 9; 21).

La publicidad nos presenta toda esa comida a diario por todos los medios de comunicación y a precios cada vez más bajos. Los jóvenes de las sociedades tecnológicas jamás han visto a una gallina, a una vaca, pero pasan el día y la noche comiendo dichos animales en la comodidad de habitaciones de cemento que los protegen del medio ambiente, de la lluvia, de la nieve, del sol, de todo…

Pocos saben cómo murieron todos esos animales y mucho menos cómo vivieron. Poco a poco, cada que llega la Gran Conciencia al corazón de muchos, podemos enterarnos de la grave realidad que nos oculta toda esa publicidad mentirosa que enciende nuestro apetito sin tener hambre, que nos ofrece proteínas que no necesitamos, que esclaviza nuestra mente. Cuando el tedio de la vida moderna comienza a crear depresión, soledad, falsedad, entonces la comida es el refugio ideal. Comer, comer, comer, ayuda a olvidar. Es el vicio especial, porque el animal humano se excita completamente y olvida sus fatigas, su desesperación, su tristeza, su falsedad. Pero detrás de esas presas de pollo inmensas, esas hamburguesas con carne de res o de cerdo, esos embutidos, salchichas, latas de atún… se esconde una realidad brutal que no podemos ignorar.

Cada minuto, mientras escribo y lees estas líneas, millones de animales sufren torturas y muertes masivas para alimentar esa sociedad no hambrienta, sino enviciada a propósito por la sociedad de consumo a la carne animal. Es posible que visites centenares de páginas de Internet en donde podrás ver vídeos escalofriantes de animales inocentes que son criados en condiciones terribles y son sacrificados de manera horrenda para que puedas disfrutar de esas chuletas de carne en el café de tu barrio. A esto debemos sumar cosas aún más banales como la muerte horrenda de animales despellejados vivos para que hombres y mujeres de sociedad puedan vestir prendas lujosas en ciudades occidentales.

Muchos cínicos de esas sociedades de consumo se atreven a compararse con nuestros ancestros: dicen que el ser humano es carnívoro por naturaleza y que nuestros más primitivos ancestros, así como nuestros hermanos de pueblos naturales, todos son carnívoros. Si bien puede ser cierto, es solamente el titular. De ningún modo se trata de la misma realidad: nuestros ancestros, como los pueblos naturales que existen todavía, no rompen el balance de la naturaleza como lo hace el llamado hombre moderno. Nuestros ancestros tomaban estrictamente lo necesario y comían la carne que ellos mismos cazaban. La caza era, además, un acto místico que incluía una preparación humilde en donde el ser humano pedía permiso al Creador y a la Madre Tierra para tomar a uno de sus hijos. Era un acto humilde en donde se pedía perdón al animal sacrificado e, incluso, al árbol por talar.

Eso está muy lejos del acto vicioso y cruel del hombre moderno que come carnes que no cazó y que mira a la Madre Naturaleza como su esclava, que debe proveer lo que él quiera.

En este vicio moderno del comer carne, existen tres animales especialmente populares y que surten los restaurantes de las ciudades occidentales o modernas. Esos tres animales infortunados, aunque no son los únicos, sí son los más sacrificados para alimentar los apetitos del homo sapiens, son la res, el pollo y el cerdo. Curiosamente el cerdo fue prohibido desde antiguo por las religiones monoteístas por considerarlo un animal impuro (Levítico 11, 7; Isaías 65: 1-5; Corán 2, 173). Ciertamente en religiones nacidas en el desierto, el cerdo no podía atraer simpatías porque ensuciaba las pocas fuentes de agua disponibles. Pero los europeos, quienes desde antiguo consumían el cerdo como manjar, lograron editar bien las páginas del cristianismo para que dicha prohibición no les llegara (Hechos 10, 15) y hoy por hoy la carne del cerdo es parte de las comidas modernas.

Millones de millones de reses, pollos y cerdos son sacrificados cada día en todos los continentes de la Tierra y sus carnes se distribuyen en cada restaurante, cada supermercado, cada sucursal de las grandes multinacionales de la alimentación en todo el mundo. El 36 por ciento del consumo de carne en todo el mundo proviene del cerdo, seguido de un 35 por ciento por carne de pollo y un 22 por ciento de carne res (FAO, 2014).

En un cálculo realizado sobre cuántas vacas deben ser sacrificadas en un año para surtir la demanda mundial de las hamburguesas de McDonald, el número impresiona y eso tan sólo para dicha cadena de alimentos que se ha convertido en un icono occidental en todo el Planeta. El cálculo da un número de 1.445 vacas por día para surtir la demanda de hamburguesas y medio millón de vacas por año (Sánchez, 2017), de nuevo, sólo para los de McDonald.

No se trata sólo del sacrificio de estos tres tipos de animales (entre muchas otras especies consideradas de cría para el consumo humano), sino también las formas en que se crían y se mantienen y, muy especialmente, la promoción de un número masivo que es en sí antinatural.

Millones de hectáreas de tierra en todo el planeta se han destinado a la cría de estos animales para el sólo consumo humano. Ello implica inmensas áreas de tierra en donde antes existían bosques tropicales húmedos como en la selva del Amazonas, en selvas africanas, en Indonesia, Malasia, Australia y en muchos otros lugares. Evidentemente ello implica el aumento de gases que inciden en el calentamiento global, la destrucción de ecosistemas, la deforestación desmedida y el desplazamiento de muchas especies animales y vegetales, muchas de las cuales se ponen al borde de la extinción. Millones de cabezas de ganado, de pollos y cerdos que tienen además un inmenso consumo de agua.

Por otra parte, cada vez es más común la denuncia de mataderos en muchos países supuestamente civilizados en donde se crían y se sacrifican estos animales en condiciones crueles. Pollos que crecen sin ver la luz del sol, asegurados sus cuerpos a barras o jaulas en donde apenas sí pueden moverse durante toda su vida. Cerdos que reciben tratos violentos, como si fueran seres despreciables. Ganado que es sacrificado sin ningún sentimiento de empatía, cortados sus cuellos para verse desangrar lentamente. Los terneros, los porcinos recién nacidos, son separados violentamente de sus madres sin ningún asomo de piedad. «No tienen sentimientos los animales«, se quieren justificar no sólo sus verdugos, sino muchos miembros de la sociedad contemporánea de la hipocresía. Millones de pollos machos recién nacidos son tirados a la basura porque no tienen un valor comercial.

¿Eran así nuestros ancestros? Comían carne, sí, pero no llegaban a este drama dantesco, a esta ofensa diaria a la Madre Tierra, a este pecado tan terrible que se comete cada día y cada noche en la más completa impunidad.

¡Qué deliciosa pechuga de pollo! ¡Qué rica esa chuleta! ¡Quiero una hamburguesa! Todas estas cosas las dicen día a día millones de miembros de la sociedad de consumo, muchos de ellos han firmado campañas para que las autoridades arresten a un hombre que ejerció un acto de crueldad en contra de un perro o muchos de ellos saben con horror que en algunos países de Asia se consume carne de perro y que se trata a los perros como ellos tratan a los cerdos.

El consumo de carne es un negocio jugoso que beneficia a una larga cadena de individuos, corporaciones, grupos financieros, multinacionales. Los animales no importan en su ser natural, en la posibilidad de que tengan sentimientos o que posiblemente tengan derechos y, como una cadena de ironías, los consumidores ingenuos importan menos, como que el consumo de ese tipo de carnes venidas del sufrimiento de los animales, produce serias enfermedades en el corazón, la sangre, los riñones, el hígado, el cerebro… cáncer, derrames cerebrales, diabetes, obesidad, colesterol dañino, acné y hasta disfunción eréctil. Al final, presa y depredador terminan muertos, pero el negociante macabro de este drama, termina con los bolsillos llenos.

¿No tienen sentimientos los animales?

Nuestro primer maestro es nuestro propio corazón

Cheyenne

No entremos por el momento en reflexiones teológicas. Dejaré el tema religioso sobre el vegetarianismo para lo último. Pero quiero reflexionar sobre este punto, porque para muchos, los animales no tienen sentimientos. Es decir, son objetos animados en sí. Esta idea, que es muy común en sociedades occidentales, crea ya una gran impunidad y limpia la consciencia de muchos. Si alguno coge una piedra y la golpea en contra de otra piedra, nadie pensará que en ellas hubo dolor o miedo en lo absoluto. Son piedras, seres inanimados, objetos. Para muchos, los animales entran en este mismo terreno. Son cosas que, por alguna razón, no tienen conciencia de su ser. Los animales no saben que son. Yo mismo llegué a este pensamiento y eso me sirvió para comer carne por mucho tiempo sin ningún asomo de remordimiento.

En la antigüedad sabemos de muchos casos de antropofagia. Hoy en día vemos esos casos como terribles. Que un ser humano mate y se coma a otro ser humano, lo vemos como algo absurdo, como una locura y como el acto más inmoral posible. Incluso este pecado fue señalado insistentemente por los castellanos cuando llegaron a las Américas en relación con nuestros ancestros. Se repetía que nuestros ancestros eran antropófagos y que practicaban ritos humanos, como si los antiguos europeos y las tribus del Medio Oriente no hubiesen hecho algo similar en tiempos remotos. Para salvar la causa, los europeos se dieron la licencia de sacrificar a muchos de nuestros ancestros y de destruir mucho de nuestras culturas.

Para que un pueblo practicase la antropofagia y venciera el instinto natural de proteger a los miembros de su propia especie, se tenía que despojar a la víctima de su condición humana misma. Se creaba la noción de enemigo o demonio. Un ser humano que no tenía el derecho a presentarse como humano. Por eso, podía matarse y consumirse. Los europeos mismos, que describen en sus primeras crónicas con horror los sacrificios humanos que hacían muchos de nuestros ancestros, los despojaron de su condición humana para hacer exactamente lo mismo.

Por eso mismo, para garantizar el consumo de carne animal, se ejerce una situación similar que incluso retrasa el avance del conocimiento sobre la naturaleza. Se tiene que despojar a los animales y a las plantas de toda pretensión de alguna forma de conciencia e, incluso, de sensaciones. Los animales no sienten, no piensan, no saben que son… se trata de otra mentira más, una mentira macabra que justifica los actos de crueldad más aberrantes que se puedan ejercer en contra de nuestros compañeros de planeta.

Los animales según Occidente

Cuando el hombre blanco vino,

nosotros teníamos la tierra

y ellos tenían la Biblia.

Nos enseñaron a rezar con los ojos cerrados

y cuando los abrimos,

ellos tenían la tierra

y nosotros la Biblia.

Jomo Kenyatta

Por Occidente entendemos a un grupo de personas y sociedades que, en la actualidad, se creen más listos que el resto de la humanidad, no sólo de la humanidad presente, sino, incluso y de manera muy confundida, de la humanidad pasada. El término nace claramente en el antiguo mundo greco-romano y, más allá, en los antiguos griegos, quienes se asumían más listos que el resto de las civilizaciones conocidas. Los griegos se creían el centro del mundo y llamaron a los no-griegos como bárbaros. Pero, incluso, dentro de esos barbaros, hicieron distinciones: pueblos como los egipcios y los del llamado Medio Oriente como los persas, eran para ellos bárbaros, pero no tanto como, por ejemplo, las antiguas tribus germánicas de la Europa nórdica. Los griegos se desarrollaron en antagonismo con los persas, los cuales estaban al oriente. Son, entonces, los griegos los primeros en llamarse así occidentales en el sentido de más civilizados.

Entonces llegan los romanos, los cuales estaban más al occidente de Grecia. Los romanos se sienten herederos legítimos de la civilización griega y asumen muchos elementos griegos sin, por ello, llegar a serlo del todo. Cuando los romanos se hacen cristianos, la antigua división entre griegos y romanos se hace más evidente, lo que se expresaría ciertamente en la decadencia que llevaría a la división en dos mundos: el mundo latino occidental y el mundo griego oriental. Los griegos, quedaron, entonces, al oriente, los que darían forma al imperio bizantino que incluía los Balcanes, Asia Menor, Egipto y el Levante. El cristianismo también quedó dividido, hasta el sol de hoy, en esos dos pedazos: el cristianismo latino, que daría forma a la Iglesia Católica, de la cual se desprenderían las iglesias protestantes, curiosamente de los descendientes del mundo germánico, considerado en antiguo como tierras bárbaras, y el cristianismo griego. De ambos, el latino tendría un mayor poderío militar, económico, geopolítico debido a la llamada Donatio Constantini[1], la cual, sea auténtica o una falsificación histórica, es real en términos históricos en el sentido en el cual el cristianismo romano recibió de manera efectiva un poder político centrado en Roma.

La idea de Occidental, entonces, tiene un sentido geopolítico. Una cultura o un grupo de sociedades, se ve a sí misma como el centro de una civilización superior y llama a las demás bárbaras, salvajes o incivilizadas (lo no-occidental). La distinción del mundo en Occidente, Oriente, Medio Oriente, Lejano Oriente, parte de esa perspectiva del mundo que se origina más que todo en Europa. Poco a poco, con la consolidación de dos Europas: la Europa Occidental, derivada del mundo romano latino y la Europa Oriental, el otro pedazo (el bizantino), se perpetua dicha división del mundo.

La era de las colonizaciones de la Europa Occidental alrededor del mundo, será el primer catalizador mundial. El nacimiento de la globalización no nace a fines del siglo XX, sino que tiene sus raíces hondas en la colonización europea en otros continentes desde el siglo XV. Son los europeos occidentales, no los orientales, los que lideran las gestas de conquista de otros continentes y llevan consigo la imposición de las banderas del concepto occidental. Por eso mismo, es posible utilizar el sinónimo como cultura europea occidental, la cual es una serie de normas sociales, valores éticos, tradiciones, costumbres, sistemas de creencias basados en el cristianismo, sistemas políticos, instrumentos y tecnología. En sentido estricto, los países contemporáneos de la Europa occidental son los occidentales, pero ello también incluye a países ligados directamente a Europa a causa de las colonias europeas en otros continentes (específicamente las Américas y Australia) o a culturas no-occidentales que han asumido plenamente los arquetipos occidentales (países asiáticos que han tenido un gran desarrollo tecnológico y han construido sus sociedades entorno a valores occidentales como el Japón, Corea del Sur, Singapur y otros).

El caso de Latinoamérica como parte del mundo occidental es motivo de álgidos debates, los cuales no pretendo discutir en este libro. Sólo diría por lo pronto que Latinoamérica es, en conjunto, una parte de dicho mundo occidental, debido a que sus estados se basan en principios políticos, religiosos y culturales de la Europa occidental y, además, porque Latinoamérica tiene un papel preponderante en el desarrollo del mundo occidental contemporáneo, especialmente con el aporte que hizo durante su tiempo colonial. Sin embargo, dentro del mundo occidental, Latinoamérica conserva (y eso es muy positivo), elementos originales de sus culturas ancestrales, las cuales juegan un papel relevante en su identidad, elementos estos que ni Europa ni América del Norte poseen. Esos elementos ancestrales se encuentran actualmente en una lucha por reivindicarse y eso conlleva procesos muy complejos y conflictivos, pero también esperanzadores.

Toda esta reflexión sobre lo que es occidente nos sirve para ubicarnos en la pregunta sobre cómo occidente ve a los animales. Para Morales Muñiz en su estudio Los animales en el mundo medieval cristiano-occidental: Actitud y mentalidad (1998), la forma en la cual el ser humano occidental ve a los animales hoy, tiene raíz en el mundo europeo occidental del Medioevo:

«La tradición oral, el lenguaje, los refranes y los cuentos, la carga simbólica contenida en nuestras manifestaciones artísticas, entre otras muestras, pueblan nuestra mente y nuestro mundo haciendo referencia a una forma de concebir los animales que hunde sus raíces en nuestro pasado medieval. Seguimos teniendo prevención ante las serpientes y la paloma continúa simbolizando la paz, decimos que alguien come como una bestia o se comporta como tal cuando se guía por sus instintos o se conduce de forma violenta, también hablamos de que alguien tiene vista de lince y se lloran lágrimas de cocodrilo. Todo esto es, en buena medida, un legado cultural influido, en parte, por la fe cristiana, indisociable de la cultura medieval» (Morales Muñiz María Dolores Carmen, 1998, p. 308).

Durante el Medioevo, Europa era una región cubierta de selva y una gran cantidad de animales salvajes, hoy por hoy extintos o reducidos a vivir en zoológicos. Los animales se dividían entonces en salvajes y domésticos y la manera en la cual estos eran percibidos por las sociedades feudales europeas tenía que ver por una cosmogonía judeo-cristiana simbólica.

Los animales en las Escrituras tienen una carga profunda de significados. Por ejemplo, las serpientes y el dragón representarían al diablo, las avispas y abejas tienen relación con la guerra y los enemigos del Israel, el asno con la humildad, la araña y su tela con la fabricación inútil, los caballos con poder y riquezas, el cerdo y la comadreja como algo inmundo y así, cada animal que aparece en las Escrituras asume un símbolo en relación con el mundo de lo humano. A esto se suma el rol del animal como el expiatorio de los pecados humanos. El chivo expiatorio era un chivo que se despeñaba en un risco y que llevaba en sí todos los pecados del pueblo (Levítico 16). De esta manera, los animales son presentados en los relatos bíblicos como víctimas del sacrificio a Dios. Estos reemplazaron los antiguos sacrificios humanos, que no eran exclusivos sólo de nuestros ancestros indo-americanos. Para los medioevales, este hecho llegó a darle responsabilidad a los animales de sus actos y se dieron los llamados juicios a animales (Evans, Edward P., 1906). En la actualidad no se hacen juicios a los mismos, pero se tiene como norma que un animal puede ser ejecutado in facto si mata, por ejemplo, a un ser humano. Esta sentencia inmediata sólo puede leerse como continuidad con ese sentido medioeval de los animales como responsables, de alguna forma, de sus actos.

Esta manera de ver a los animales, influenciaría poderosamente al europeo medieval, el cual tiene a los animales como productos de intercambio y riqueza, pero también de estatus social y simbología. La abundancia de animales salvajes en Europa como lobos, chacales, felinos, haría de la caza un acto de defensa de las poblaciones, pero también lo convertiría en un deporte de la clase alta, del señor feudal. La literatura medieval nos cuenta de hombres que luchan en contra de dragones o poderosas bestias para rescatar a una princesa. Dicho acto, tiene el sentido de poder social, sube al individuo a un estatus. El héroe se casa con la princesa y llega a ser rey. Este acto de cazar como una actividad realizada por la casta superior de la sociedad, nos llega hasta nuestros días con los macabros safaris en África en donde multimillonarios pagan cuantiosas sumas para ir a disparar a leones, osos y elefantes, que después exhiben con orgullo en sus redes sociales. Es el mismo sentido del señor feudal que ponía la cabeza de la bestia cazada en la sala de recibo de su castillo medieval.

Los animales representaron también la presencia de Dios o del diablo. Por ejemplo, los gatos, hoy tan queridos por las sociedades occidentales, fueron tenidos como la encarnación de la brujería y, de este modo, perseguidos casi hasta su exterminio.

La manera en la cual las sociedades europeas medievales veían al animal tuvo su evolución. Desde una intención expresa de dividir estrictamente el mundo animal del humano, leída esta preocupación en la teología católica, la cual ponía al ser humano como el ente superior de la creación, hasta una tendencia que se presenta ya casi a fines del Medioevo con el rol de varios santos católicos, los cuales se hacen benignos a los animales salvajes. Casos como el de san Francisco de Asís, santa Warburga, san Guinerfort y otros (Morales Muñiz María Dolores Carmen, 1998, p. 326). Pero dicha benignidad de los santos hacia los animales corresponde con este principio de los mismos como representación de algo y, muy especialmente, del dominio en el ser humano de su parte animal, es decir, de su parte más inferior. La conversión del lobo por parte de san Francisco de Asís, representa la predicación al señor feudal que explota y aterroriza a los siervos (otra palabra del mundo animal para designar al campesino casi esclavo de los feudales). Es probable que dichos santos vieran a los animales con simpatía e incluso compasión, pero en el fondo estos no representaban una preocupación por los animales mismos, sino lo que ellos representaban desde el mundo de lo humano – las pasiones animales que no son otra cosa que el pecado mismo.

Para los medievales, había una gran preocupación por definir y separar lo humano de lo animal. Los animales, a pesar de ser también criaturas de Dios, no tienen el mismo estatus del ser humano, porque carecen de la razón. Por lo tanto, no pueden decidir por ellos mismos y están condenados a ser esclavos para siempre del humano, lo que incluye el ser su alimento. Es al ser humano al cual Dios da en la Biblia el privilegio de la imago Dei.

«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1, 26-27).

La imago Dei corresponde además a la teoría geocéntrica que asumía que la Tierra (plana por demás), estaba al centro del Universo y todos los astros, incluido el Sol, giraban en torno a nuestro Planeta. Dicha teoría, concebida por Claudio Ptolomeo en su obra Almagesto en el siglo II, estuvo en vigor hasta el siglo XVI, cuando fue reemplazada por la teoría heliocéntrica. De la misma manera en la que la Tierra, principal escenario de la Creación en la cosmogonía de las religiones monoteístas, el ser humano es el centro de la naturaleza misma como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.

Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él (Romanos 11:36).

Si bien el texto se refiere a Jesucristo, es claro que esta es la idea que prima en las culturas occidentales judeo-cristianas y musulmanas hasta el sol de hoy. La razón es la división que se asume entre lo divino, de lo cual participaría de por sí el ser humano debido a la imago Dei y entre la naturaleza, considerada lo mundano, lo terreno, lo salvaje, lo inferior y sometido a la voluntad humana.

En la actualidad, muchos discuten la responsabilidad de la cosmogonía judeo-cristiana y musulmana en las maneras en las cuales las sociedades occidentales tratan a la naturaleza y la ponen en peligro de aniquilación. Eric Baratay dice en su obra Le christianisme et l’animal, une histoire difficile (2011):

«Desde los orígenes del cristianismo, la imagen de la bestia se forja en oposición a la del hombre y se convierte en una constante mirar a uno sólo a través del otro. Los primeros escritores cristianos, en particular los Padres de la Iglesia, son gradualmente ganados al neoplatonismo. De hecho, este último presenta ante sus ojos la ventaja de estar cerca del cristianismo, debido a su creencia en una divinidad trascendente. Así, el neoplatonismo permite dar una interpretación adecuada de la «imagen de Dios» del Génesis, argumentando que el alma humana es de naturaleza intelectual e inmaterial, por lo tanto, está relacionada con lo divino. El enfoque neoplatónico también permite que el cristianismo continúe sobresaliendo entre las religiones paganas, colocando la relación con Dios en una esfera supra-terrestre. Este interés es respaldado por San Agustín, cuya filosofía domina el cristianismo sin oposición hasta el siglo XIII, y luego permanece bien anclado» (Baratay Eric, 2011, p. 124).

Es decir, el cristianismo, en su carrera de imponerse en el mundo europeo pagano de los dioses greco-romanos, muchos de los cuales asumen formas zoomórficas, trata de definir al ser humano como una criatura superior, más cercana a una divinidad que se encuentra por fuera de su propia Creación, en contraposición con el mundo animal, al cual considera inferior y ante el cual es válido ejercer todo acto de dominio e incluso de desprecio.

En este capítulo quiero discutir la idea de si los animales tienen o no conciencia. Por lo tanto, estos conceptos parecen más apropiados para el capítulo sobre religión y animales. Pero es ineludible la referencia, porque la manera en la cual los occidentales contemporáneos ven aún a los animales, tiene que ver con estas maneras de concebirlos ya desde antiguo y, muy especialmente desde el medioevo.

La distinción entre el ser humano civilizado y divino en oposición a lo salvaje y mundano, jugaría un papel vital en la historia de la humanidad y en cómo los europeos occidentales impusieron su visión del mundo en otros continentes. Es lógico que, cuando los castellanos llegaron a las Américas, catalogaron inmediatamente a nuestros ancestros indígenas como salvajes y mundanos, casi o completamente animales. Muchos pueblos indo-americanos iban desnudos (como aún lo hacen muchas tribus amazónicas nómadas), lo que debió causar un gran desprecio por parte de los europeos, los cuales concebían el vestido como una manera de diferenciar al ser humano del animal. Las iconografías aztecas, maya, quechua, con la evidente presencia de figuras zoomorfas, les valió un gran desprecio ante una iconografía cristiana europea en donde Jesús, la Virgen María, los ángeles y todo lo celestial, domina sobre la naturaleza de lo salvaje, con un sentido estrictamente humano-divino. Los animales en la iconografía cristiana tienen un entramado complejo de significados que se debaten entre el bien y el mal. Hay animales malos y animales buenos. Los animales de las Américas, sin ninguna excepción y, especialmente aquellos animales desconocidos en Europa, fueron tenidos como malos, demoníacos, signos de las religiones paganas de nuestros ancestros. Los europeos incluso traerían desde su continente a sus animales domésticos, la mayoría de los cuales no eran conocidos en las antiguas Américas, como el cerdo, la res, el caballo, el perro, el gato, incluso las gallinas, palomas y muchas plantas de cultivo que hoy pululan en nuestros pueblos, provienen de Europa. A cambio, los animales domésticos de los pueblos indígenas fueron marginados completamente, considerados inferiores por la civilización conquistadora.

Esta dicotomía aún es expresada por la gente occidental de hoy: las culebras, por ejemplo, causan un gran temor en el hombre occidental, mientras que los corderos una gran ternura, a pesar de que son objeto de sacrificio y consumo. Por lo mismo, el jaguar, por ejemplo, uno de los animales tótem en numerosos pueblos ancestrales de las Américas, debió ejercer una condena inmediata por parte de los españoles y sus misioneros. El jaguar, un animal sagrado para muchos de nuestros ancestros, no tenía cabida en la cosmogonía cristiana más que como el diablo (1 Pedro 5, 8-9) y, por ende, debía ser exterminado. Hoy por hoy, el jaguar, también conocido como el tigre americano y el cual es el tercer felino más grande de la Tierra después del león y el tigre, se encuentra en vías de extinción. Ahora bien, si la cosmogonía dominante asume de manera ciega que el jaguar es un animal malo ¿cómo podrían los cazadores de hoy sentir algún tipo de remordimiento al perseguirlo por su piel o al destruir su medio ambiente?

Contrario a la cosmogonía cristiana de distinguir animales buenos y animales malos, nuestros ancestros no hacían tal separación. Los animales en sí eran parte activa de la Creación misma y, como los humanos, podían asumir actos buenos o actos malos. En el caso del jaguar, quizá uno de los más comunes a la mayoría de los pueblos indoamericanos, de Sudamérica a Norteamérica, explica la antropóloga María del Carmen Valverde Valdés sobre el jaguar:

«Dentro de la visión general que los grupos mesoamericanos tienen sobre la bipolaridad del cosmos, al jaguar le corresponde originalmente, por sus hábitos, el mundo de abajo, el femenino, el reino de la oscuridad y de la noche. Este animal guarda un estrecho vínculo con las deidades asociadas al inframundo y con las diversas puertas de entrada a este sector del universo como podrían ser las cuevas, el interior de los montes y; en ocasiones, la espesura de las selvas y los bosques. Así, el felino ejerce su hegemonía tanto en la tierra como debajo de ella, al igual que, durante la noche, en el cielo. Por lo tanto, es un animal poderoso y peligroso y maneja formas de conocimiento o saberes que corresponden a los poderes subterráneos, donde radican fuerzas y espíritus que están fuera del control de los humanos» (Valverde Valdés, María del Carmen, 2005).

Con estas reflexiones, no quiero condenar de ninguna manera el aporte de Occidente a la humanidad. Es necesario también encontrar los valores esenciales que nos permita establecer un diálogo. El desarrollo de la ciencia y la tecnología adquirió un desarrollo sin igual en Europa, especialmente a partir del siglo XV, lo que conduciría al Iluminismo, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y otros eventos esenciales en la historia de la humanidad. El mismo colonialismo ejerció un proceso de globalización del conocimiento. Todo esto se dio, paradójicamente, debido a una lucha del hombre europeo con la concepción mítica del universo. Si bien la Edad Media significó el triunfo del teocentrismo más fundamentalista en la historia de Occidente, la salida de éste nos condujo a una revisión del Universo por fuera de los hábitos de Dios. Tan sólo pudo descubrir la electricidad, aquel que perdió miedo al rayo como instrumento de Dios. Ahora tendríamos que resignificar el rayo, por utilizar el mismo ejemplo. Aunque sabemos con certeza que el rayo es una descarga eléctrica y no la furia de Dios, también debemos saber que este hace parte de una armonía del Universo que ha permitido, sino generado, la vida misma a través de millones de milenios.


[1] La Donatio Constantini se refiere a un acto en el cual el emperador Constantino Magno en el siglo IV, le habría concedido poder político al papa de Roma sobre la parte occidental del Imperio Romano. En la actualidad esto se considera una falsificación probablemente realizada en el siglo VIII, pero que se utilizó especialmente en el siglo XIII para resaltar el poder terrenal del pontífice.

Animal o humano

Humano estúpido.

La gorila Koko cuando le explicaron el problema del desastre ambiental.

Las religiones monoteístas, como vimos antes, tienen un fuerte conflicto ante este dilema. El ser humano como imagen de Dios, se define sólo a partir de esto y en contraposición con los animales. Este conflicto sigue vigente y las religiones monoteístas no parecen cambiar o actualizar su discurso en este sentido, a pesar de que la ciencia ha demostrado muchas cosas que nos hacen decir que el ser humano tiene mucho más de animal de lo que él mismo asume y que el concepto de lo humano es en realidad bastante ambiguo.

Uno de los casos contemporáneos en los cuales podemos evidenciar esta tendencia occidental de separarse de la naturaleza lo encontramos en la búsqueda de vida en otros planetas. Aunque sabemos que es una tarea difícil y que cuando encontremos un planeta con vida, nuestras generaciones actuales no tienen ninguna posibilidad de llegar físicamente a ellos, las discusiones sobre las posibilidades de vida por fuera de la Tierra nos llevan a una multitud de posibles escenarios. Uno de estos es la idea que, posiblemente, el ser humano mismo proviene de otro planeta. La teoría que la vida en la Tierra se originó en el espacio es conocida como panspermia[1] y, aunque no es descabellada porque sabemos que muchos de los elementos de la vida pudieron llegar a la Tierra desde asteroides como el agua, los que proponen que los humanos vinieron de otro planeta o fueron una creación de extraterrestres, ponen una vez más el anhelo humano de no parecerse o tener nada que ver con los animales.

Aunque los antiguos ya sospechaban que los seres humanos tienen una relación cercana a los animales, el primer estudioso moderno que le da una bofetada a los defensores de un ser humano semidiós es Charles Darwin con su selección natural. La propuesta que el ser humano no era nada más ni nada menos que un miembro de la familia de los primates, causó una gran alarma en la Europa del siglo XIX. Pero llegó Darwin y la sociedad occidental siguió su curso como si nada.

En la actualidad hemos hecho descubrimientos que no sólo confirman las investigaciones de Darwin, sino que van más allá. Las asunciones en las cuales los animales carecen de pensamiento, del uso de instrumentos para transformar su medio ambiente y de sentimientos, se desmoronan día a día y arrinconan el concepto de lo humano.

Hemos visto como muchas especies animales no sólo utilizan instrumentos, sino también los fabrican, aunque sea de manera rudimentaria. Antes pensábamos que sólo el ser humano fabricaba y utilizaba herramientas, un elemento que nos definía estrictamente como humanos. Pero eso ya no es tan preciso, porque sabemos que muchos animales también lo hacen y con propósitos similares a los del humano: encontrar agua, alimentos, para mejorar su propia apariencia en el rito del cortejo sexual, para defenderse, para recrearse, para la construcción e, incluso, pueden ejercer actos de transmisión de su conocimiento a otros o copiar de otros el resultado de experiencias medibles con los sentidos. Cada que estudiamos a los animales, es como cuando estudiamos el Universo: nos damos cuenta de lo poco que los conocemos y cuán ciegos hemos sido al utilizarlos como un objeto para nuestro único beneficio. Animales que incluso no tienen en sentido estricto un cerebro como los moluscos, específicamente el pulpo, nos han demostrado que tienen un gran nivel de inteligencia. Si la inteligencia es aquel aspecto que nos diferencia de los animales ¿cómo podemos entender entonces la inteligencia animal?

Nosotros mismos hemos creado un mundo que pone en entredicho las ideas que teníamos como exclusividad de lo humano: la inteligencia artificial. A cada segundo, los sistemas de información tecnológica adquieren mayor cantidad de datos y van hacia un estado en el cual toman más decisiones de manera autónoma. En la obra de Raymond Kurzweil, La singularidad está cerca, este argumenta que ese ritmo de adquisición de información por parte de sistemas inteligentes se da de manera exponencial y no lineal. Llegará un momento de no retorno en el cual los sistemas de la información copiarán todo el espectro tecnológico y neurocientífico humano y es a este punto al cual llama la singularidad tecnológica (Kurzweil, Ray, 2005). Una vez alcancemos la singularidad tecnológica, las máquinas inteligentes podrían tomar decisiones tan extremas como eliminar al ser humano mismo, si consideran que es innecesario o que es un peligro para su propia existencia. Películas como la Matrix, Terminator y otras no parecen tan de ficción. Pero aparte de tal preocupación contemporánea y la preocupación por que las máquinas terminen dominando al Planeta entero, volvamos al concepto de lo humano. Si las máquinas llegarán a un cierto nivel de conciencia de sí mismas ¿serían humanas? ¿qué nos separaría de ellas aparte de nuestra constitución biológica, nuestra carne, nuestra parte, precisamente, animal?

Las máquinas inteligentes tendrían más razones para establecer una diferencia real y medible con los animales – lo que nos incluye, debido a que ellas carecen del componente biológico. Sin embargo, es posible que ellas traten mejor a los animales y a las plantas de lo que lo hacemos nosotros, si descubren quién ha puesto al Planeta entero en peligro y quién es más necesario para conservar el equilibrio natural, si es que llegan a conclusiones de ese tipo.

Cómo es posible que sintamos tanta ansiedad por descubrir vida en otros planetas y, especialmente, vida inteligente, cuando parece que asumimos que nosotros, los humanos, somos los únicos seres vivos inteligentes sobre la faz de la Tierra. Esta gran ironía nos conduce a la destrucción de nuestro propio entorno y a nuestra propia extinción. Ya que hemos tocado el tema bíblico para buscar explicaciones sobre nuestra indiferencia frente al mundo animal y vegetal, a los cuales vemos como esclavos, instrumentos de uso y supeditado a nuestro pie, tenemos que recordar también que en la misma Biblia encontramos el relato del Diluvio Universal (Génesis 7 y 9). Este relato ha demostrado ser, además, un elemento auténticamente universal, porque aparece expresado en las tradiciones creacionistas de muchos pueblos de la Tierra y de lugares distantes en la geografía del mundo. De nuevo tocamos un tema religioso que iría mejor en el capítulo siguiente, pero en todo esto vemos como cada parte se entrelaza. Lo que es necesario anotar aquí es que, en dicho evento, según la Biblia judeo-cristiana, Dios ordena la extinción de los seres humanos por su comportamiento inmoral (Génesis 6, 5-7), pero a la vez tiene la voluntad de conservar las semillas de su Creación y darle la oportunidad de hacer algo nuevo. Dios escoge no sólo a un grupo de humanos para salvarlos (Noé y su familia), sino también a todos los animales (Génesis 7, 2-3), aquellos considerados limpios y aquellos considerados impuros, según la cosmogonía judía. Con el enorme aceleramiento de la extinción de especies que vivimos en la actualidad, nos oponemos sin duda al plan divino de la salvación según la cosmogonía judeo-cristiana. Queremos salvarnos, pero sólo a nosotros, los humanos, mientras permitimos y causamos de manera consciente e inconsciente, que centenares de especies animales y vegetales perezcan para siempre, lo que marca nuestro propio fin.

Pero los descubrimientos de Charles Darwin fueron tanto sólo la apertura a un proceso que hacía más difícil definir a lo humano y nos acercaba a los animales. Esto tendría aún más sentido con el advenimiento de la revolución genética. Pudimos abrir nuestro ADN y ocurrieron dos cosas: la primera, pudimos enlazar a toda la humanidad a un origen común que derribó también los mitos racistas y los anhelos de exclusividad humana; y, segundo, tuvimos que comparar nuestro ADN no sólo con el de los animales, sino también con el de las plantas para descubrir que, quiérase o no, todos ellos son nuestros primos lejanos o cercanos, como quieras leerlo. Aquel axioma de todos estamos conectados comenzó a tener un sentido científico.

La revolución genética nos permitió saber que todos los humanos modernos son una sola especie, hijos de una sola madre y que todos compartimos el 99.9 por ciento de información genética, dejando tan sólo un 0.01 por ciento que establece diferencias de color de piel, cabello, ojos, estaturas y otros rasgos puramente étnicos que no nos hacen más o menos humanos. Sólo hay una especie humana. Pero incluso hemos descubierto que las otras antiguas especies humanas extintas como el Neandertal y el Homínido de Denísova, nos legaron su propio ADN (Green, R.E. et al., 2010).

Pero si Darwin pudo sacar sus conclusiones a partir de sus detalladas observaciones, las pruebas de ADN nos permitieron comprobar que tenía mucha razón. Los seres humanos somos simios (el planeta de los simios es real y es esta Tierra) y esta afirmación debe chocar mucho al hombre contemporáneo occidental. Debe ser una ofensa a esa idea del Imago Dei tan querida en el Medio Evo, pero que logró escabullirse hasta nuestra sociedad de consumo y tecnocracia moderna. Los humanos, el homo sapiens, pertenece al grupo de los grandes simios, el cual incluye también a los gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos. De todo este grupo, los humanos están más cerca del chimpancé y de los bonobos con los cuales comparte el ¡98,7 por ciento de su secuencia genética! (Deziel, Chris, 2018). Según los científicos, el ancestro común de humanos, chimpancés y bonobos vivió hace 6 y 8 millones años. Hace 25 millones años, tenemos el ancestro común entre simios y monos y, mucho más en el pasado, cerca de la extinción de los dinosaurios que fue hace 65 millones de años atrás, el ancestro común de todos los mamíferos. Según Deziel, los humanos comparten el 93 por ciento de su secuencia genética con los monos y es este el mamífero más cercano a los humanos que no sea el chimpancé. Pero la cercanía con otros mamíferos que parecen más disímiles es aún más impresionante: los gatos comparten el 90 por ciento de su ADN con humanos y, más atrás, los ratones el 85 por ciento, razón por la cual han sido tan importantes en las investigaciones médicas. El 80 por ciento con las reses (las cuales son consumidas en restaurantes de todo el mundo) y 61 por ciento con los insectos que tanto te molestan.

Aún más allá, los humanos también tenemos una fuerte relación con las plantas. El 50 por ciento de nuestro ADN es compartido con el reino vegetal y este dato lo tendremos en cuenta para nuestra referencia al mundo vegetal, la dieta y la medicina.

Si el ser humano es un simio, un animal más, entonces tenemos un conflicto profundo: ¿qué nos hace humanos? ¿qué significa el Imago Dei? Personalmente creo que no hemos llegado a una respuesta final y eso es muy positivo. Ciertamente el cerebro humano tiene un nivel de evolución muy superior al de todos los animales, incluso aquellos que demuestran una gran inteligencia. Pero queda otro problema: la evolución. Si el cerebro evolucionado del homo sapiens es lo que lo hace humano y, si existe la evolución como un proceso en continuidad exponencial ¿quiero ello decir que los animales podrían llegar a ser humanos? Ese problema es más fascinante que la singularidad tecnológica, porque si bien las máquinas podrían llegar a tener conciencia de sí mismas, no tendrían el componente biológico, mientras que los animales definitivamente lo tienen. Esa es una pregunta abierta para la historia contemporánea.

El significado del Imago Dei se hace oscuro ante el misterio de la vida en la Tierra. Lo entendemos como la posibilidad de la razón y de la conciencia de sí mismos. Pero hemos visto como muchos animales pueden realizar actos que en sí y por muy primitivos que sean, son semillas de razón y de conciencia de sí mismos. Muchos animales, por ejemplo, pueden reconocer su propia imagen en un espejo y esto deja muchas incógnitas. ¿Será posible que algún día los chimpancés lleguen al conocimiento del bien y el mal y puedan tomar decisiones por sí mismos, fundar culturas y crear civilizaciones? En tal momento ¿serán humanos y, por ende, hijos predilectos de Dios? Otro desafío para la sociedad occidental egocéntrica.

Muchos aspectos nos podrían definir como humanos. Entre ellos, ciertamente, la gran evolución de nuestro cerebro, pero también la inmensa capacidad de transformar el medio ambiente, muchas veces para su propio detrimento. Pero aquello que nos hace humanos tiene que tener un sentido más profundo, más trascendental. Ello puede marcarse por el valor de la compasión y la simpatía por otras especies. El valor de avanzar en nuestra evolución hacia la salvación de toda forma de vida, como en el arca de Noé, de animales puros e impuros o, para utilizar términos más contemporáneos de la sociedad de consumo, animales útiles y animales “inútiles”.

No está dicha la última palabra sobre lo que nos define como humanos. Pero con nuestro nivel de razón y conciencia, somos esa parte del Universo que puede pensarse a sí misma, o, como dice el astrofísico estadounidense Neil de Grasse en la serie Cosmos, nosotros los humanos somos el universo que se mira a sí mismo. Somos posiblemente el Universo que se piensa y ello nos hace seriamente responsables de velar por la protección de la vida en nuestro Planeta y en todo planeta posible que la albergue.


[1] La Panspermia (griego: πᾶν (pan), ‘todo’, y σπέρμα (esperma), ‘semilla’) es la hipótesis que dice que la vida en la Tierra es de origen extraterrestre.

Las plantas

La planta que tienes en casa… ¿la has mirado detenidamente alguna vez? ¿Has permitido que ese ser familiar pero misterioso que llamamos planta te enseñe sus secretos? ¿Te has dado cuenta de lo pacífica que es, de que está rodeada de un campo de quietud? En el momento en que te das cuenta de la quietud y de la paz que emana, esa planta se convierte en tu maestra.

Eckhart Tolle

En una visita que hice una vez al canal de YouTube de una vegana, esta dijo una frase que me supo mal. Mencionaba ella, como justificación para comer vegetales, que las plantas no sienten. Le dejé un comentario en el cual le decía que dicha idea no era tan exacta. Dicho comentario causó revuelo no sólo de su parte sino de sus seguidores. Las respuestas mostraron una gran indignación y me trataron de ignorante. Comprendí que, sin duda, les había movido el piso sobre el cual aseguraban su estilo de vida vegano.

Si te haces vegetariano bajo la idea de solidarizarte con los animales, tienes en la mente el compromiso de no causar dolor y sufrimiento a criaturas que son inocentes en sí, que tienen muy pocas formas de defenderse de la voracidad humana y que además poseen un sistema nervioso muy parecido al nuestro, especialmente aquellos animales que la sociedad de consumo pone en el menú. Por lo tanto, quieres pensar que todo aquello que consumes es correcto y que no causas ningún dolor. Por lo tanto, asumir que las plantas no sienten es una especie de tabla de salvación.

Resulta que no es una idea completa. Las plantas sí sienten, sólo que de una forma muy distinta a la humana y al animal. No podemos proyectar las formas tradicionales de conocimiento frente a aquello que no conocemos. Nuestra experiencia del mundo se registra a través de nuestro complejo cerebro. Por lo tanto, asumimos de manera absoluta, que aquello que no tiene un cerebro, es un objeto sin sentidos. Muchos animales carecen de cerebro, al menos de la manera en la que nuestra mente nos dice que es concretamente un cerebro. En su lugar, tienen células especializadas, los ganglios, que les permiten funciones básicas de supervivencia. Entre ellos están las medusas, esponjas de mar, corales y muchos otros, la mayoría marinos.

Muchas personas asumen, por esta razón, que criaturas marinas como moluscos y peces, no sienten y eso les ayuda a apaciguar su conciencia para poder comérselos e, incluso, lanzarlos vivos a peroles con aceite hirviendo, come he visto en balnearios turísticos. Cuando algunas personas saben que soy vegetariano, me quieren ofrecer pescado y mariscos como una alternativa. Pareciera que dichos animales marinos no entraran, en su mente, dentro de la categoría de animales. Los llamados pescatarianos, por ejemplo, deben construir una idea muy similar. Esta idea, por supuesto, es la causa de la sobrepesca masiva en todos los océanos del mundo y un negocio jugoso que afecta millones de especies marinas, desde pequeños bancos de peces, hasta la supervivencia de animales marinos mayores como ballenas, delfines, tiburones y, obviamente, animales especiales como los corales, los cuales son bien desconocidos para el hombre de la sociedad de consumo que respira, pero no sabe de dónde le llega el aire.

Entrar en el mundo de las plantas es fascinante. Igual que con los animales, sabemos muy poco de ellas. Pero es seguro que sabemos más de los animales, porque estos se mueven y participan de alguna manera activa dentro de la sociedad humana, aunque sea como mascotas, como esclavos o como comida. Pero las plantas nos parecen inmóviles y, sin embargo, no lo están.

Tenemos el siguiente dilema: si las plantas sienten ¿les causamos dolor al comerlas?

Antes de adentrarnos en el complejo mundo de cómo sienten las plantas, miremos este punto de las plantas como comida. Definitivamente el ser humano no las utiliza sólo para comida. También tienen que ver con la medicina y como productos madereros. Como objeto de consumo, causaron una de las grandes revoluciones en la historia humana: el nacimiento de la agricultura. Como medicina, ellas están a la base de los avances en el terreno de la salud. Y como productos madereros, les debemos muchas cosas.

Nuevamente todo tiene que ver con el balance de las cosas. Los humanos tienden a tomar cosas del medio ambiente sin sentir la responsabilidad de devolver en contraposición con los ritmos de la naturaleza, que son un sistema universal de intercambio, lo que garantiza incluso nuestra supervivencia. Por siglos, la madera ha sido un producto de fabricación de innumerables objetos de uso cotidiano. Ello incluye a culturas naturales y a sociedades sofisticadas como la occidental. Pero nunca como antes habíamos visto el peligro de una deforestación masiva en todo el Planeta. Las culturas naturales hacen uso de la madera de manera diaria, pero tienen un aprecio ejemplar hacia los árboles. Las sociedades de consumo, en cambio, todo lo reducen a precios en el mercado. Como dice León Tolstoi, hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego.

La observación de los ritmos de la naturaleza nos permite ver que las plantas tienen más influencia en el Planeta del que queremos ver o reconocer. Para comenzar con la alimentación, todas las especies animales, lo que nos incluye, dependen del reino vegetal. Todos los insectos, reptiles y mamíferos dependen de la energía que producen las plantas, sin dejar de lado a los animales carnívoros, los cuales se alimentan de animales herbívoros.

Que las plantas estén a la base de la cadena alimenticia no las destruye para nada. Parece que, al contrario, es eso lo que ellas quieren. Estos seres tan especiales pueden procesar la energía solar y el humus de la Tierra y crear una gran energía que después comparten de manera abundante con los animales. A su vez, los animales ayudan a distribuir las plantas por todo el planeta. Las semillas creadas dentro de frutos y flores y consumidas por animales, sobreviven dentro del proceso digestivo de simios, pájaros, insectos, los cuales las esparcen en los bosques y en otras regiones del mundo. Los grandes sembradores de la Tierra no son los humanos, sino los pájaros y los monos, por decir tan sólo dos especies que viven entrelazadas con los bosques. Las plantas crean los frutos para el paladar de los animales. Ellos están hechos para ser comidos y, de esta manera, garantizar su propia generación.

Es por ello que un bosque no es sólo la reunión de árboles y plantas en un lugar determinado. La presencia de animales de toda especie es vital para la salud y el crecimiento de dicho bosque. En las ciudades occidentales modernas es posible ver la presencia de innumerables jardines e incluso árboles inmensos, lo que es en sí algo muy positivo. Sin embargo, también se ve la inversión en pesticidas que ponen en riesgo la fauna que puede buscar refugio en dichos bosques urbanos.

Así como vemos a los insectos como alimañas a las cuales hay que matar, extinguir, hacer desaparecer de la faz de la Tierra, mientras ignoramos su importancia para el balance del ecosistema, también clasificamos a muchas plantas como maleza con la misma idea: su destrucción. En mi caso, he quitado esas dos palabras de mi vocabulario. Todos los animales y plantas existen por alguna razón, sea que estemos o no de acuerdo con ello, nosotros no somos la medida de la Creación o del Cosmos. No hay alimañas ni malezas, existen animales de toda especie y plantas, muchas de ellas medicinales que deberían ser llamadas, más bien, buenezas.

Esto nos lleva a la idea de que las plantas pueden ser comidas, utilizadas en la salud del ser humano e incluso para la construcción de cosas útiles a nuestras culturas, pero dentro de un cuidado por el balance de la Madre Naturaleza.

Ello no significa que las plantas no sientan. Por el contrario, es importante que descubramos la manera en que lo hacen, diferente de las sensaciones animales, pero no por ello inferiores. Por el contrario, al saber que el reino animal depende del reino vegetal, tenemos que acercarnos a ellas con un gran respeto y aprecio.

Por lo tanto, no podemos ser vegetarianos sólo por solidaridad con los animales. También por un gran respeto y admiración por las plantas, las mismas que garantizan nuestra supervivencia y nos proveen de la energía necesaria para construir nuestro propio cuerpo físico, mental y espiritual. Todo vegetariano y vegano debe obligarse a ser un experto en las plantas, lo que le garantizará, además, una buena salud, porque sabrá muy bien qué debe comer y qué le proporciona la energía conveniente para su salud. Pero también, un vegetariano o un vegano, al sentirse amigo o hermano de los animales, también lo debe ser de las plantas. Cincuenta por ciento uno y cincuenta por ciento otro.

Desde las plantas microscópicas y unicelulares como las bacterias, que no vemos pero que están prácticamente en todas partes y nos ayudan a desarrollar ciertos metabolismos como la digestión, hasta las plantas marinas y las de las selvas que generan grandes cantidades de oxígeno para respirar.

Hoy sabemos que las plantas tienen sus procesos de comunicación y de relación con su propio entorno. La ecologista forestal Suzanne Simard ha demostrado que organismos vivos del suelo como ciertos hongos, ayudan a los árboles a crecer y a desarrollarse. Muchos de esos hongos viven dentro de las raíces de los árboles y les ayudan a adquirir nutrientes y agua del suelo a cambio de carbono. En 1997 descubrió con otros miembros de su equipo que los árboles estaban conectados, unos a otros, a través de una red creada por los hongos de micorriza – la simbiosis entre un hongo (mycos) y las raíces (rhizos) de una planta -. Dicha comunicación consiste en el intercambio de carbono, nutrientes, agua y otros elementos necesarios. Por ejemplo, descubrieron que, dentro de un bosque, cuando un árbol estaba enfermo, los otros árboles le proporcionaban a través de sus raíces, los elementos necesarios para su mejoría. Así mismo, Simard descubrió que, en todo bosque, existe lo que ella llama el árbol madre, un árbol del cual proceden muchas de las especies presentes en dicho lugar. “Los grandes árboles estaban subsidiando a los jóvenes a través de las redes de hongos. Sin esta mano amiga, la mayoría de las plántulas no lo lograrían» (Simard, Suzanne, 2016).

Simard llamó a este sistema de cooperación que sucede por debajo de la tierra de un bosque como “red micorriza” y definió el “árbol madre”, aquel árbol inmenso, viejo, que se eleva por encima del follaje de los demás árboles, casi como el que describe la película Avatar. Este “árbol madre” está conectado a todos los demás árboles del bosque a través de la red micorriza y maneja los recursos de la comunidad arbórea. Si el árbol madre es talado, la sobrevivencia de los demás se ve disminuida.

Si a través de la ciencia hemos podido encontrar hechos tan fascinantes como la comunicación vegetal y muchas otras cosas, las culturas naturales nos enseñan aún más sobre la relación posible entre humanos y bosques. En sentido estricto, cuando nos referimos a la definición de “pueblo indígena”, no lo hacemos sólo de aquellos que constituyen una cultura nativa con sus costumbres y lengua particular. Un elemento vital en la definición del indígena es su relación estrecha con el territorio que habita y dicho territorio es, en la mayoría de casos, un territorio natural (selvas, desiertos, islas, ríos). Por ello, la pérdida de un territorio para una comunidad indígena es un drama terrible que la gente que vive en ciudades occidentales no imagina, además porque no les importa. No sólo el territorio ancestral y natural es la casa de la comunidad indígena, sino que la comunidad indígena es la auténtica guardia del territorio natural.

Los indígenas, como humanos que son, también transforman el medio ambiente y hacen uso de los recursos naturales, entre ellos la madera, así como los minerales que se encuentren en su territorio e, incluso, la caza y la pesca. Pero son las comunidades indígenas las únicas que saben mantener un balance entre la acción humana y la naturaleza. Por esto, en la actual crisis ambiental global, las comunidades indígenas están en el ojo del huracán: por una parte, se ven arrinconadas por la avaricia, la codicia y la voracidad de la sociedad de consumo que requiere el acaparamiento de todos los recursos naturales de la Tierra para mantener su creciente consumo sin control y, por otra parte, el reconocimiento paulatino que la misma ciencia les confiere como el verdadero modelo de conservación del Planeta. Es importante mencionar que algunos movimientos ecologistas contemporáneos que luchan por la defensa del medio ambiente global, no tienen en cuenta a los pueblos indígenas y los quieren separar de sus territorios, con lo cual hacen más mal que bien.

Los pueblos indígenas no ven a los bosques como madera, como los ven los hombres de la sociedad de consumo. Quien ve un bosque como madera, es un constructor de desiertos. Los indígenas ven a los árboles como sus hermanos, como sus ancestros, como sus ángeles guardianes. Antes de talar un árbol, realizan ritos que, aparte de su significado religioso, conectan a la gente con el sentido pleno de la naturaleza.

El bosque no sólo les provee de alimento y madera para sus construcciones sencillas. También es la farmacia y, en ello, conservan conocimientos ancestrales que hoy la ciencia comienza a valorar. La misma medicina moderna u occidental, proviene de las selvas. Muchas drogas que se venden en los mercados de la sociedad de consumo, son la síntesis de plantas naturales que botanistas estudiaron por años de la mano de las mismas comunidades indígenas. Estos casos pueden comprobarse en toda la historia de la humanidad. Cada vez se aprecian más áreas como la medicina china, la cual se basa en medicina natural. Pero el advenimiento de los europeos a las Américas fue vital para el desarrollo de la medicina moderna, como lo atestigua la obra del fraile español Bernardino de Sahagún y su Historia general de las cosas de Nueva España publicado en 1793 y en donde narra cómo vivían los aztecas antes de la llegada de los españoles, con una extensa parte dedicada a las plantas medicinales.

Por donde busquemos, sólo podemos comprender que todo en la Tierra depende esencialmente del reino vegetal y, sin embargo, parece el que menos llama la atención. La extinción de una especie de planta es tan desastrosa como una especie animal, pero todos se centran más en los animales. Ningún elemento de la Madre Natura debe ser ignorado o no valorado apropiadamente. Vemos la mano de las plantas en todos los aspectos del Planeta, pero también en nuestra vida cotidiana. Incluso las religiones en sus ritos utilizan las plantas. Cuando los sacerdotes católicos celebran la Eucaristía, utilizan el resultado de dos planticas para el sacrificio sagrado: una viña y una espiga. Es decir, la esencia de lo Sagrado se manifiesta al mundo terrenal en dos plantas.

Religión, espiritualidad y lo trascendental

Cuando la Tierra está enferma, los animales comenzarán a desaparecer, cuando eso suceda, los Guerreros del Arco Iris vendrán a salvarlos.

Jefe Seattle

Si bien el vegetarianismo no es ajeno a las religiones monoteístas y, como veremos más adelante, este juega un rol importante dentro del camino espiritual de las mismas (tanto en el cristianismo como en mahometismo y el judaísmo), el vegetarianismo se ha asociado de manera directa – y con justa razón – a tradiciones más orientales como el hinduismo, budismo y jainismo entre otras del sur y oriente de Asia.

Las prácticas vegetarianas más antiguas de las que tengamos evidencia tienen más de 3 mil años y están relacionadas con el vegetarianismo jaina, es decir, la dieta de los jainas o seguidores del jainismo de la India y considerada la dieta religiosa más estricta conocida. Los jainas se niegan a comer carnes animales bajo el principio de no-violencia, la cual es conocida en sánscrito como Ahiṃsā, el cual aboga por la no-violencia y el respeto a la vida. Quien come carne, por lo tanto y según este principio, apoya la muerte de un ser vivo, por lo cual entra a participar dentro de un acto violento (himsa) y, en consecuencia, crea un karma dañino. Quien practica ahiṃsā (no-violencia), evita la acumulación de karma o de culpa. Aunque este principio es compartido con hinduistas y budistas, son los jainas los más estrictos en este principio, quienes consideran que el vegetarianismo es condición esencial para liberarse de los ciclos de reencarnaciones. Y es a partir del vegetarianismo, que un discípulo está listo para la práctica del ascetismo.

De acuerdo a las leyes de Manu, es imposible participar de ningún modo en el sacrificio de animales para comida y venir con las manos limpias.

«El deseo de algunos hindúes de cortar caminos cuando se trata de violencia en contra de los animales, inspiró a santos como Vardhamana, conocido por sus seguidores como Mahavira o el “Gran Héroe”, a fundar en el siglo VI aC el movimiento de reforma conocido como jainismo. Las enseñanzas de Mahavira ponen gran atención en la presencia de Brahma en cada cosa viviente y en las doctrinas de karma y reencarnación. Consecuentemente, su reforma se embarca en una atención escrupulosa a la presencia y protección de toda vida, desde los microbios hasta los humanos» (Walters, Kerry, 2012, p. 165)

El vegetarianismo no era extraño a los griegos y los primeros en practicarlo fueron los seguidores del orfismo a partir del siglo VI aC, cuyo movimiento cuestionaba las religiones oficiales del mundo helénico. Los orfistas pensaban al ser humano como un compuesto de cuerpo y alma, esta última como elemento eterno y esencial del ser humano y lo cual debe mantenerse puro para lograr la salvación. Para mantener la pureza del alma, los orfistas, muy similar a los jainas de la India, hacían prácticas estrictas, lo que incluía el vegetarianismo para evitar derramar la sangre de humanos o animales.

Por su parte, las religiones monoteístas del Medio Oriente nunca basaron sus credos o dogmas sobre prácticas vegetarianas y, sin embargo, estas no son ajenas. El ascetismo cristiano, por ejemplo, con las prácticas purgativas, buscaba dominar los apegos sensitivos. En este sentido, una vida vegetariana era preferible para quien intentara seguir el camino asceta en búsqueda de la unión con el Creador. En este sentido, algunas órdenes católicas practican o recomiendan el vegetarianismo como una manera de purificación del alma, entre ellos los franciscanos, trapenses, cistercienses y cartujos, como los más conocidos. Por su parte, algunos líderes de iglesias protestantes o grupos cristianos, han recomendado el vegetarianismo, entre ellos John Wesley, fundador de la Iglesia Metodista, William y Catherine Booth, fundadores del Ejército de Salvación y William Cowherd de la Iglesia Biblia Cristiana, este último fundador de la primera sociedad vegetariana en 1847. Por ejemplo, la Asociación Vegetariana Cristiana promueve el vegetarianismo desde una perspectiva bíblica y la responsabilidad por la Creación a través de una dieta que ponga en evidencia el ministerio de Cristo en amor, compasión y misericordia. Dicha asociación busca la reducción de productos de origen animal:

«Estamos dedicados a un estilo de vida libre de crueldad a través de una vida vegana de acuerdo a la ética judeo-cristiana. Amor y compasión incondicional es la fundación de nuestros medios pacíficos para lograr este propósito para todas las creaturas de Dios, sea éste humano u otro» (All-Creatures.org, 2019).

Si bien la palabra religión enfrenta una crisis de identidad y credibilidad en el mundo occidental, es importante recordar que esta proviene del latín que significa liga, enlace hacia lo divino, en ello muy similar a la palabra sánscrita yogi que tiene una denotación similar. En dicho sentido, todo anhelo humano de encontrarse con la esencia trascendental, lo divino o lo espiritual, es un acto religioso en sí que no requiere de una institución religiosa jerárquica y dogmática.

El reconocimiento del origen divino de todas las cosas cambia la manera en cómo las percibimos. Si bien tenemos que agradecer el avance de la ciencia que ha permitido ir más allá de las percepciones, dogmas, asunciones, no podemos perder de vista el origen trascendental del alma humana, cualquiera que sea la manera en cómo la llamemos o pensemos. Ni las ciencias pueden negar la trascendencia divina, ni las religiones pueden proveer pruebas de lo que no puede llevarse a un laboratorio, porque Dios, el Creador o lo Trascendente, no necesita ser demostrado, sino que tiene que ser encontrado a través de la experiencia mística de cada persona o de los grupos que se unen para dicho fin. Está incluso la manifestación de lo divino a aquellos que aparentemente no lo buscan (Mateo 11, 25-27).

Con todo, las razones principales que subyacen a la experiencia religiosa para asumir el vegetarianismo, son dos: la compasión y el anhelo de purificación.

La compasión es un don de todas las religiones. Por lo general se entiende dicha compasión hacia las otras personas o sociedades humanas. Pero la compasión es superior a ello. Si entendemos al ser humano como integrante activo y pasivo de la Naturaleza o de la Creación, todo acto de compasión hacia dicho ser humano debe incluir necesariamente a los animales, plantas e incluso a los elementos que constituyen la vida misma (tierra, agua, fuego y aire). Quienes temen abandonar la adoración de un principio absoluto, Dios, para arrodillarse ante las criaturas, tiene que meditar en este don divino de la compasión. La compasión en sí es primacía de Dios mismo. Es Dios quien nos crea y preserva por compasión. Por lo tanto, en el momento en el cual un ser humano siente y ejercita la compasión hacia los otros, participa de una característica esencialmente divina (Lucas 10:25-37).

La segunda razón es el anhelo de purificación humana. En muchos sistemas religiosos ello tiene muchos nombres y conceptos: desde la purificación del alma hasta el alcance del nirvana. Una meditación insistente en ello nos hace sentir que necesitamos purificar todas nuestras intenciones humanas y vencer la tentación, la cual va de la mano de las pasiones, vicios y engaños. De la misma manera que con la compasión, esta tiene muchas formas de ser llamada en todas las religiones. Vencer al diablo (Juan 14:12), es también vencer a mará, la ilusión, la tentación, lo que es también el ego. Especialmente en esta época en la cual el consumo de carne se convirtió en un negocio de proporciones millonarias que enriquece día a día a grandes multinacionales y que ha creado un sistema de tortura y cosificación de seres inocentes como son los animales, no podemos pensar, sino que los consumos de esas carnes sacrificadas sólo pueden traer un gran dolor, un karma o un pecado, como queramos llamarlo. Lejanos estaría del corazón de Dios la complacencia en semejante realidad tan escabrosa. Sólo quien es capaz de poner a los animales y a las plantas por fuera del objeto del amor de Dios, podría pensar que a Dios no le importa el sufrimiento de los animales, la destrucción de los bosques y de la Creación entera (2 Pedro 3:13).

La compasión y el anhelo de purificación son correspondientes. Son un ying y yang. Sólo quien siente compasión, puede alcanzar a la purificación, la cual es la destrucción del ego, y quien destruye el ego, sólo puede sentir compasión.

El ayuno

Enseguida el Espíritu Lo impulsó a ir al desierto. Y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y estaba entre las fieras, y los ángeles le servían.

Marcos 1, 12-13

Aunque este pequeño libro es una reflexión sobre el vegetarianismo, estilo de vida que he acogido abiertamente, quiero incluir una mención especial al ayuno, el cual siento como una consecuencia directa del vegetarianismo.

De la misma manera en que el vegetarianismo tiene tres razones esenciales (salud, solidaridad con la naturaleza y espiritualidad), el ayuno tiene tres razones: salud física, política y espiritualidad.

Ayunar es abstenerse de consumir alimentos o reducir el consumo de los mismos por un periodo de tiempo. El ayuno parcial, por ejemplo, dice que una persona no consume grasas o líquidos o regula de manera estricta el consumo de alimentos o substancias de manera intermitente, es decir, consume ciertos productos sólo cada cierto tiempo.

En realidad, incluso aquellas personas que no practican el ayuno de manera sistemática, sí lo hacen de manera cotidiana. En idioma castellano tenemos una indicación directa a ello cuando llamamos a la primera comida del día como desayuno, es decir, terminar el ayuno, el cual es la abstinencia de comidas durante la noche, cuando dormimos. Ese momento es, fisiológicamente, un ayuno. Ese momento de ayuno permite que nuestro sistema digestivo termine bien su proceso metabólico de absorción de los alimentos.

Otro ejemplo de ayuno por fuera de motivaciones espirituales es cuando tenemos que hacer un examen de laboratorio de sangre u otros fluidos físicos y nos piden ayunar por entre 8 y 72 horas, lo que permite que se puedan detectar mejor la constitución química de dichos fluidos. De la misma manera, personas que van a ser sometidas a operaciones quirúrgicas, se les pide ayunar para prevenir complicaciones con la anestesia general, por ejemplo, para evitar que el cuerpo rechace la anestesia mediante el vómito, lo cual puede incurrir en problemas respiratorios.

Según investigaciones neuropsicológicas, el ayuno mejora la atención, el estado anímico y los sentimientos subjetivos de bienestar, lo que puede ayudar a prevenir o mejorar problemas como la depresión (Fond G., 2018). Al mismo tiempo, personas que practican el ayuno de manera regular o intermitente, pueden combatir de manera efectiva problemas como la obesidad (Whitney, Eleanor Noss, 2012).

El ayuno también ha sido utilizado como un instrumento político o de presión social. Cuando alguien quiere ejercer una presión contra un sistema político o social, se declara en ayuno indefinido hasta que logre el objeto que quiera. Un caso célebre de ayuno como forma de presión social lo realizó el líder político y religioso de India, Mohandas K. Gandhi, el cual realizó varios ayunos como una forma de protesta social y no-violenta en contra de la colonización británica en su país. También es célebre el caso de Bobby Sands en Irlanda del Norte, el cual protagonizó la huelga de ayuno de 1981 para exigir mejoras en el sistema penitenciario de ese país. Sands murió después de 66 días de ayuno, pero su funeral fue atendido por 100 mil personas, lo que causó una auténtica revisión de las peticiones, especialmente después de la muerte de otros prisioneros que también estaban en ayuno.

Por último, el ayuno es prescrito por casi todas las religiones del mundo. En el caso de las religiones mayoritarias y dominantes, los líderes fundadores tienen una relación estrecha con el ayuno. Sabemos que Siddhartha Gautama realizó varios ayunos notables antes de alcanzar la Iluminación y convertirse en el Buda. De estas experiencias, logró definir el llamado Camino Medio (en sánscrito madhyamā-pratipad) o Noble Camino Óctuple (āryāsṭāṅga mārga), en el cual se describe el camino de la moderación entre los extremos de la sensualidad indulgente y la mortificación:

«Monjes, estos dos extremos no deben ser practicados por alguien que ha salido de la vida doméstica. Existe una adicción a la indulgencia de los placeres sensoriales, que es baja, tosca, como la gente común, indigna e inútil; y existe una adicción a la auto mortificación, que es dolorosa, indigna y no rentable.

«Evitando estos dos extremos, el Tathagata (el Perfecto) se ha dado cuenta del Camino Medio; da visión, da conocimiento y conduce a la calma, a la comprensión, a la iluminación y a Nibbana. ¿Y cuál es ese Camino Medio realizado por el Tathagata …? Es el camino Noble Óctuple, y nada más, a saber: comprensión correcta, pensamiento correcto, discurso correcto, acción correcta, sustento correcto, esfuerzo correcto, atención correcta y concentración correcta» (Piyadassi Thera, 1999).

Por su parte, antes de iniciar su vida pública, Jesucristo realiza un ayuno notable en el cual vence al diablo (Mateo 4, 1-11):

«Jesús fue conducido del Espíritu de Dios al desierto, para que fuese tentado allí por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, tuvo hambre» (Mateo 4, 1).

El propósito cristiano del ayuno es presentado por Jesucristo en esta sentencia:

Entonces los discípulos, llegándose a Jesús en privado, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Y Él les dijo: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que, si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: «Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero esta clase no sale sino con oración y ayuno (Mateo 17, 19-21).

En el cristianismo, el ayuno tiene un sentido de purificación del cuerpo y del alma para vencer las tentaciones. Contrario al vegetarianismo que, si bien tiene presencia en el cristianismo no es mencionado como una doctrina, el ayuno en cambio sí posee mayor prestigio en el camino hacia la santidad.

Para muchas personas del mundo moderno, especialmente de las sociedades occidentales, saber que Jesús, Buda y otros muchos maestros y santos ayunaron por días e incluso meses, parece una locura difícil de creer. Especialmente en una sociedad de consumo en el cual el comer se convierte en un auténtico vicio y en una forma de manipulación de las masas. Existen personas que piensan que comer es la principal actividad humana y comen todo el tiempo con las consecuentes situaciones adversas. Por lo mismo, ayunar parece un desafío difícil y reservado sólo a personajes heroicos, cuando no legendarios. Esa idea de un Jesús que ayuna 40 días y 40 noches “debe ser una alegoría”. Sin embargo, es real no como principio de fe ciega, sino como hecho real en nuestro mundo de hoy. En un país como la India es posible encontrar anacoretas que practican el ayuno por largos periodos de tiempo sin ningún problema real para su salud física.

El ayuno es una gran ayuda para vencer las tentaciones de la carne, para utilizar un término cristiano. Las tentaciones establecidas por una sociedad de consumo en donde la naturaleza se nos presenta como un gran banquete que hay que consumir todo el tiempo. El ayuno permite que regulemos los alimentos y participemos además de una solidaridad con aquellos que no tienen los mismos privilegios de comprar comidas a bajos precios todo el tiempo, en mercados y supermercados. Los que no tienen la nevera llena con mil cosas que nos gustan o que la sociedad de consumo nos presentó como la delicia.

Al acoger en mi vida el estilo vegetariano, el ayuno me llegó como una inspiración y creo que ha sido un complemento excelente. Practico el ayuno por 24 horas entre el jueves en la noche y el viernes por la tarde. Al inicio de cada ayuno determino un propósito. ¿Por qué o por quién realizo ese ayuno? Creo que el propósito es vital. No sólo tiene que ser un beneficio para mi cuerpo físico, sino también que tiene que estar conectado con la oración y la meditación.

Experiencia de vida

Un scout es amigo de los animales

y respeta la naturaleza que le rodea

(VI punto de la Ley Scout creada

por Baden Powell)

He escrito este texto para celebrar mi primer aniversario de vegetarianismo. Sólo puedo decir como San Agustín en sus Confesiones “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste”.

Si bien he sido sensible a las cosas trascendentales desde mi niñez y fui vegetariano por un tiempo en mi primera juventud, siento que no tuve las agallas suficientes para profundizar más en aquellos días tempranos de mi vida. Sin embargo, todo llega a su tiempo, como decía Mahatma Gandhi.

No se trata de que tan sólo hace un año dejé de comer carne animal por las razones que explico en este texto. Se trata de un largo proceso de vida que inicia desde mi niñez. Mi padre y mi abuelo eran campesinos por los lados de Amalfi, Antioquia y hombres muy cercanos a la naturaleza. Desde su niñez, mi padre pasaba semanas con mi abuelo en fincas y en minas en medio de la manigua antioqueña, la cual y a pesar de la deforestación y la degradación del medio ambiente, aún conserva mucho de su exuberancia y de especies animales maravillosas como el jaguar y otros animales que hoy se encuentran en vías de extinción. Aunque mi padre, que después se volvió soldado, policía y, finalmente profesor de escuela, reconoce que con su padre se dedicaron muchas veces a la caza de muchas de esas especies, en la mayoría de los casos para sobrevivir, todo ello le marcó la vida profundamente y siempre me habló de la naturaleza con el mismo sentido en el que lo hubiera hecho uno de nuestros ancestros indígenas tahamíes.

Ese primer contexto se complementó poderosamente con mi participación en el movimiento juvenil más grande del mundo: el escultismo de Baden Powell. Los mejores momentos de mi adolescencia los viví en campamentos scouts en los bosques andinos de mi tierra antioqueña. No se trataba solamente de admirar la belleza de nuestra Madre Naturaleza, sino y como enseña Baden Powell en sus textos para muchachos, de saber convivir con ella.

Confieso que el encuentro con la naturaleza es esencial a un encuentro con lo trascendental. Yo he vivido ese encuentro, primero de una manera posiblemente intuitiva, pero sin mayores compromisos, luego y en los últimos años de una forma más iluminada.

Al dar el paso al vegetarianismo, me hice la promesa de que no haría de ello nunca un dogma y que no discriminaría a nadie por no ser vegetariano. Ante todo, aquellos que consumen carne no tienen en sí una culpa personal en ello. Son milenios en los que el ser humano ha sido un depredador carnívoro y, posiblemente, ello nos ha salvado la vida como una manera de adaptarnos a medios ambientes hostiles. Lo vemos hoy por hoy en pueblos naturales, los cuales, inmersos en comunión con la naturaleza que habitan, son cazadores, como lo fueron mi padre y mi abuelo en las maniguas de Amalfi. El punto que necesitamos resaltar es que, incluso en esos tiempos de dependencia humana del consumo de carne – ese tiempo de pueblos naturales – nunca se puso en peligro de extinción a todas las especies animales como hoy. Eso sólo puede significar que se ha roto un balance entre el ser humano y la naturaleza.

Si he de hacer un llamado a todos mis hermanos humanos en algún sentido, no sería propiamente a ser vegetarianos – una condición ideal, la cual cada vez reúne a más personas en todos los países -, pero sí a ser consumidores responsables en donde quiera que te encuentres. Ser un consumidor responsable es una actitud más accesible para una sociedad en general. Si consumes carne, tendrías que preguntarte ciertamente qué te comes de manera certera. Una ley de los cazadores naturales es comer la carne que cazan. Hoy en día vemos como la cacería que presenta la sociedad de consumo, es un lujo macabro realizado por elites egoístas que se pagan safaris en África para dispararle a grandes animales salvajes puestos en situación indefensa y tomarse fotos para sus redes sociales. Esos no son, ciertamente, cazadores nobles según el espíritu humano más ancestral, sino monstros que matan por matar y ponen en peligro aún más a nuestro planeta y su medio ambiente. Si vives inmerso en una sociedad occidental moderna, posiblemente no podrás ir a cazar para tu propio consumo. Por lo tanto, tendrás que ir siempre a los supermercados en donde compras con facilidad cualquier producto que tu apetito te señale.

Un consumidor responsable, entonces, no sería ese que coge del mercado lo primero que ve, sin importarle la procedencia. Tendrías que comenzar a cuestionarte las cosas. No todo lo que ves es real. No todo lo que dice la publicidad de la sociedad de consumo es palabra sagrada. Te engañan y lo hacen de manera simple, con todo un sistema de manipulación masivo en donde los medios de comunicación electrónicos se han convertido en el principal instrumento. Esa carne que pones en la nevera de tu apartamento ¿de dónde viene? Esos animales que consumes ¿cómo vivieron?

En muchas ciudades modernas occidentales, los niños comen carne de animales que ni siquiera conocen directamente. Y no me refiero a animales exóticos, sino a los que se convirtieron en el principal producto de consumo moderno: gallinas, reses y peces.

Poco a poco vemos una gran evolución de las llamadas granjas orgánicas y familias enteras que convierten sus jardines en generadoras de alimentos sin utilizar pesticidas. Poco a poco vemos como muchos grupos occidentales han comenzado a buscar los conocimientos ancestrales para aplicarlos en el contexto del lugar en donde viven. Esa es ya una gran esperanza. Cuando me refiero al consumidor responsable, es a ese al cual me refiero. Todo comienza por el preguntarse qué comemos, de dónde viene esto que comemos, qué tipo de daño causo al medio ambiente, cómo es mi relación con el medio ambiente. Esas preguntas hacen en sí ya una gran diferencia.

Al mismo tiempo que me hago responsable del cuidado que le debo a la naturaleza, también me hago responsable de mi propia salud. Esta sociedad de consumo no tiene interés en que vivamos una vida sana y evitemos enfermedades. Por un lado, vende una imagen de una eterna juventud, por otro lado, nos conduce a una vejez enferma y débil, con enfermedades modernas que nos destruyen, mientras que caemos en la otra trampa que es la de la llamada medicina moderna que no es otra cosa que un negocio jugoso para las multinacionales. Estas multinacionales combaten a muerte la medicina tradicional, los tratamientos con plantas, para vendernos drogas que destruyen nuestro cerebro y nos hacen dependientes de sustancias químicas que no curan, sino que crean dependientes/clientes de ellos mismos.

Es de todo eso de lo que tenemos que liberarnos. Tenemos que desconectarnos de la Matrix y comenzar a vivir una vida de libertad y de encuentro con todas las potencialidades humanas en relación con la Creación y con Dios, cualquiera que sea la idea que de Él tengamos.

En este año de vegetarianismo, he podido ver cómo mi opción causa en inquietudes en muchas personas. He podido comprobar como el consumo de carne es un elemento básico de esta sociedad de consumo actual y cómo nos volvemos dependientes del estímulo de los sentidos. Para muchos abandonar el consumo de carne de manera absoluto o parcial, es algo imposible de hacerse. Si una persona se siente dependiente de ello, podemos entender que dicha persona está bajo el control absoluto de la sociedad de consumo contemporánea y que obrará siempre bajo los parámetros que otros les impongan. ¿Cómo poder encontrar a Dios cuando vivimos bajos los efectos de una dependencia?

Veo entonces el vegetarianismo como una manera de liberar más mi ser y encontrar al Trascendente. No es este el único camino, ciertamente, pero es poder caminar ligero de equipaje hacia el encuentro con quien puede iluminar nuestro cuerpo, mente y alma.

FIN… POR AHORA


Comentarios al libro


Fr. Albeiro,

Me suscita gran alegría todo lo que comparte a través de su escrito. En verdad le veo allí reflejado y me alegra saber que se esfuerza por ser un hombre coherente y también consecuente. Eso de ser coherente, consecuente, es un verdadero desafío, y como lo ha mencionado por allí en su escrito, tiene que ver mucho con el ego, con entender nuestras limitaciones o aquello que sentimos que es necesario transformar para luego potenciar nuestro Ser.

Alguna vez leí en una obra de algún maestro oriental o de algún estudioso de oriente, algo así como que el mayor aprendizaje de sí mismo puede darse cuando decidimos de manera voluntaria enfrentar un desafío, un miedo, o algo que identificamos como limitante en nuestra vida. «Fin, por ahora…», como usted alude, el aprendizaje de sí mismo es de no acabar. Infinito como el Cosmos.

Sólo quiero precisar algunas cosas referentes al vegetarianismo en la Biblia. A mi entender el vegetarianismo en la Biblia se toca en los primeros tres capítulos del Génesis, en el sexto día de la creación y lo demás se toca en el Huerto del Edén. Para mí, según la Biblia, el mandato o los deseos de Dios respecto a sus hijos inicialmente y hasta antes del diluvio, cuando el ser humano ya se había corrompido por completo, es alimentarse de frutos, semillas y plantas (Génesis 1:29; 2:16-17; 3:18-19).

Hay que volver al origen.

Juan el Bautista, al parecer, también tenía una dieta vegetariana si se considera como una incorrecta traducción del hebreo a otros idiomas la palabra langosta por ser similar a la de algarrobo, esto según los estudiosos.

Por último, quería manifestarle que valoro muchas cosas en usted, aunque desde que le conocí, su apertura y su flexibilidad para entender al ser humano, sin rigidez ni dogmatismo, me ha llamado la atención y considero que le facilita relacionarse con quienes piensan u obran de manera diferente. Al respecto y retomando la Biblia, quería compartirle lo siguiente por considerar que en la misma Biblia lo dogmático y la rigidez de pensamiento es tema arcaico:

Carta de Pablo a los Romanos, 2,11: “Porque con Dios no hay favoritismos”; 13-15: “Porque Dios no considera justos a los que oyen la Ley sino a los que la cumplen. De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la Ley, cumplen por naturaleza lo que la Ley exige, ellos son Ley para sí mismos, aunque no tengan la Ley. Estos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la Ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan.”

Gálatas 5: 22-23: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay Ley que condene estas cosas.”

Y para tener siempre presente con respecto al ego:

Gálatas 6: 3-4: “Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad.”

Ing. Juan Camilo Giraldo Tabares

Carolina del Norte, 21 de octubre de 2019

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