Escena de alguna vida

Se había encerrado en la oficina para poder estar un rato tranquilo e intentar resolver su gran problema, mientras su mujer preparaba la cena.

Volvió a leer el ultimátum. Le quedaban menos de diez días para devolver todo el dinero perdido en el casino. La amenaza no dejaba lugar a dudas, si no devolvía la deuda, tendría graves problemas familiares y empresariales.
Había intentado obtener un crédito bancario, pero, para su desesperación, se lo habían denegado, ya que todavía estaba pagando, con muchas dificultades, otro anteriormente conseguido.
Miraba con ansia la pantalla del teléfono móvil. Esperaba ver a Celia en línea para abordarla.
Estaba jugando su partida más arriesgada. Jugaba contra el tiempo y encima de la mesa estaba su matrimonio, su empresa y su familia. Si no le salía bien la jugada se destaparía la verdad y todos se enterarían de su adicción al juego y de cómo los había llevado a la ruina.
Volvió a mirar la pantalla del móvil. Ella se estaba retrasando sobre la hora de la cita.
Debía tranquilizarse. Realmente no sabía nada de ella. Su patrón de búsqueda en internet había sido muy concreto : “las mejores psicólogas en España” , necesitaba que tuvieran una holgada situación económica, y la suerte le había colocado delante a la mujer que buscaba, una doctora de éxito, que buscaba rehacer su vida y que era permeable a creerse cualquier milonga. Y él era un gran seductor. Estaba casi aburrido de conquistar plazas mucho más fuertes.
Había resultado que ella vivía para el trabajo, sin hijos y con ganas de enamorarse. Preveía una partida simplona. Porque ella era ingenua y soñadora. También inteligente, pero estaba seguro de que nunca se había visto en una situación así. Le superaría.
Había planificado con exquisitez sus movimientos . Para no levantar sospechas había utilizado con ella los recursos de costumbre cuando buscaba un poco de sexo fácil. Y luego había seguido halagando su belleza. También le había provocado. Frio y calor. Y, por supuesto, había ensalzado su inteligencia frente a su propia torpeza intelectual, aunque suplida con una gran capacidad de observación. Es que tampoco le gustaba pasar por “tan tonto.”
Y, como esperaba, Celia se había quedado desconcertada cuando comprobó que él no buscaba cama. Era evidente que tampoco se terminaba de creer el cuento de princesas que él le contaba. Su flechazo al verla, su rendición ante el corazón que envolvía tan hermoso cuerpo. Dudaba si se había pasado cuando le dijo que al conocerla había encontrado oro. Por eso rápidamente se había sincerado con ella y había dejado en sus manos el gran dolor de su vida : su primer y único amor había muerto por sobredosis y él llevaba flores a su tumba todos los meses. Pero, le dijo alegrarse de que, por fin, su suerte había cambiado y la vida le regalaba lo que llevaba esperando desde hacía una eternidad. Y para que no le quedaran dudas de sus sinceros sentimientos , titubeó las palabras mágicas que derribaban la resistencia de cualquier mujer, y le susurró un “te quiero”.
Y así, entre halagos y bromas, le pidió que le contara todo sobre ella. Necesitaba, le dijo, conocer cada detalle de su vida, saber todo lo que había vivido sin él. Con ello confiaba en obtener sus secretos mas inconfesables, esos que destrozaban el alma; aunque le bastaba con que pudieran dañar su prestigio profesional, porque con uno solo de ellos la convencería de que debía ayudarle a liquidar sus deudas de juego; y sabía que ella, en el fondo, pagaría a gusto esa `pequeña fortuna con tal de evitar que su mundo se fuera a pique.
Por un momento se sintió sucio, pero lo desechó tan rápido como había llegado a su mente; en el juego pasaban esas cosas. El no tenía la culpa de que ella no tuviera ni puta idea de la jungla que había fuera de su zona de confort.
Volvió a mirar la pantalla. Por fin se había conectado. Estaba en línea. Era su ultima oportunidad para arrancarle algún secreto. El tiempo se agotaba.
-“Ey!!! Hola!, le saludó, ¿Qué tal el día?.
En ese momento, oyó a su mujer, avisándole, a a través de la puerta, de que la cena estaba ya preparada en la mesa.
Al volver a fijar su mirada en el móvil, vió que ya no podía ver la foto de perfil de Celia y que el mensaje enviado se había quedado marcado con un solo tick.
No podía creerlo, pero en un solo segundo, el silencio le dijo que, a pesar de haber puesto él mismo las reglas del juego, Celia había desaparecido y él había perdido.

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