Tus recuerdos
Yo que juré no pensarte más,
que le dije a todos que podía,
ahora confieso mi derrota,
vuelvo hacia vos como un tropiezo,
caigo de boca hacia vos
como se cae de boca al piso.
Vuelvo,
de cualquier modo
tus recuerdos
están en todas partes,
como si fueran objetos olvidados,
desanimados, distribuidos al azar
como dados arrojados en un paño,
fantasmas que sólo yo puedo ver.
Podría decirte que vengas a buscarlos
pero sé que vendrás con más recuerdos,
inclusive
con aquellos que pensé que había olvidado.
Se acumularían apilados unos encima de otros
como libros de auto ayuda,
como novelas de Vargas Llosa,
y el propósito es que se vayan,
o que se arrojen al tacho de basura como suicidas al Sena.
Mandarlos a la mierda, y que realmente se vayan a la mierda,
o que se vayan con vos,
que se metan en tu cama cuando alguien te desnuda,
y que te destapen las frazadas en invierno.
Qué-sé-vayan,
que sean obedientes, sumisos;
pero al contrario,
estos al menos, se reproducen como conejos
indiferentes que rondan por la casa,
aparecen en los objetos cotidianos,
en los rincones sucios,
en las sábanas deshechas,
en las montañas de platos y de botellas.
A veces,
los recuerdos cumplen años,
inclusive algunos se hacen viejos
y voy a sus velorios;
otros en cambio,
se aferran a la vida
encadenados a una pata del tiempo,
sobreviven siempre a mis naufragios.
Estos son descaradamente tercos,
envejecen conmigo,
se cuelan en mis bolsillos rotos,
por ejemplo ahora
viajan conmigo en tren sin saber a dónde voy,
me dibujan surcos en la frente,
empecinados
en este plan siniestro que consiste
en ir conmigo a todas partes.
Por eso es que
salto de un recuerdo a otro
en puntas de pie
para que no me escuches,
para que este ‘yo’ que te recuerda
no sea visto por ese ‘yo’ que habita el recuerdo,
y quizás interrumpa
un beso nuestro o algo más,
a riesgo de que ocurra
eso que llaman paradoja
y termine quedándome
encerrado
para siempre
en tu recuerdo.
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