Veinte, siempre.

El dolor que sentía en el fondo ya no era inofensivo, en realidad, la estaba matando.

Días enteros de risa y diversión se veían apagados por el llanto amargo de un amor que falló.

Aprendió el arte de la sonrisa sobrepuesta a ese semblante de pena y soledad.

Quería gritar, correr, llorar… Arrancarse del alma la impotencia de haber amado a pesar de todos.

Ella lo amó, que grave error.

Echando una mirada al pasado entiende como los dos seres se encontraron sin querer, justo cuando nadie miraba y todo se daba.

Las miradas perdidas, los besos a escondidas, tocarse lentamente milagroso era.

y es que ¿cómo hace uno para dejarse ir?
Las historias interminables, divertidas igual, no permiten soltar el recuerdo de lo que fue y no será más. Quizá por eso se aferra tanto a él.

¿Cómo sueltas lo único que te ha hecho tan feliz y tan triste a la vez? Es como tirar la mitad de tu ser para no volverlo a ver. Te quedas incompleto y confundido.

Caminará por la calle a la mitad, dejando rastro derramado a su paso, disimulando con dulzura sobre puesta el amargo sabor de sólo quedarte con recuerdos.

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