Duc no es solo un guía, es un personaje. Planea para el año que viene un viaje gratis a Europa. Él siempre dice que no paga nada, que se lo pagamos nosotros a través de su trabajo como guía. Habla un inglés fluido. Es budista. En la ruta nos cuenta la convivencia de esta religión con los dioses locales, vemos altares en cada vivienda con ofrendas de alimentos y objetos cotidianos como los palillos de incienso, el vino de arroz o la fruta de dragón. Todos estos víveres y el atrezo decorativo obsequian la siesta de unos dioses que según el budismo despertarán en algún momento. Así, se puede visitar el cuerpo del fallecido Ho Chi Min en su mausoleo, custodiado por guardias y venerado por el pueblo vietnamita, que espera que en cualquier momento despierte de su letargo. Duc dispone de mucha información y es un caradura. O es un caradura que dispone de la información a su antojo y libre arbitrio. Por momentos pasa por un resabiado profesor de universidad, narra las leyendas y los períodos históricos con soltura y lo que no sabe se lo inventa, aprovechándose de nuestra ignorancia.
Duc es un guía de madera, oportunista, atento, siempre al quite, gracioso cuando tiene que serlo y presto en su ruta para que de tiempo a todo. Es también un pícaro. Para acceder a la pagoda del perfume, excursión para la que ya habíamos abonamos una cantidad de dinero en concepto de desplazamiento desde Hanoi y una comida básica, nos cuenta que hay dos vias de acceso entre las que deberemos elegir: un camino irregular y escarpado de escalones de piedra en subida por el que se tarda cincuenta minutos andando cada trayecto, es decir solo la ida; o la otra vía, un recorrido en teleférico, que te deja en la misma puerta en un santiamén y por el que hay que abonar un segundo importe, independientemente del que nos ha llevado hasta las faldas de la colina, pero en favor de la comodidad y unas buenas vistas de las montañas durante el trayecto. Duc nos empuja a la segunda alternativa por ser más rápida y menos cansina peronosotros, intuitivamente, decidimos la vía aparentemente más hostil: subir andando, atraídos por el ejercicio físico que esto conlleva. Extrañamente tardamos quince minutos en subir y menos de diez en bajar. En lo alto de la colina dedicamos diez más a apreciar una pagoda algo insulsa y un altar sin gracia en el interior de una cueva. Arriba este acceso natural finalmente resulta algo descafeinado pero al menos por esta vez sin un coste extra al haber desestimado la opcion teleférico. Al regreso de nuestra andadura, Duc, que había optado desde un primer momento por esperarnos abajo y no acompañarnos, nos mira incrédulo porque hayamos subido y bajado tan rápido. -So fast, repite el intérprete. ¿How come?-.
Duc es un malandrín. Tiene el gen del lazarillo vietnamita. Pero en esta ocasión, al juego se le ha visto el truco. Mi acompañante sostiene que este es un país pobre donde te engañan porque no pueden robarte. La picaresca con esa dosis de sentido del humor no es exclusiva de una cultura, en cambio es un personaje universal que tiene en nuestro guía vietnamita su manifestación más reciente. Un personaje muy humano, conmovedor y astuto.

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