Si te comes la Sapoara, no te comas la cabeza

Si te comes la Sapoara, no te comas la cabeza

-Mamá vos conocés la leyenda de la Sapoara? – es cierto que sirve para que un enamorado se quede con vos para siempre?

-Si Ana, eso pudiera ser real.

– ¿Pero de verdad pensás que funcionaría?

-Esa leyenda hija en ocasiones ha dado resultado.

-¿Y vos creés en eso?

-Sí lo creo, pero lo más importante es el amor que nace entre ambos y pedirle con fe a Dios para que ocurra. Te contaré una historia donde una niña de tu edad se hizo la misma pregunta.

Ana muy entusiasmada se puso cómoda en su asiento para esperar la historia.

María era la hija de un pescador en el rio Orinoco, su familia vivía cerca de la población de Soledad en la costa opuesta de Ciudad Bolívar, ella desde muy pequeña acompañaba a su papá en la faena diaria de la pesca, especialmente en el mes de agosto cuando crecía el caudal del rio, y traía una inmensa cantidad de peces, entre ellos la deliciosa Sapoara que le daba el nombre a la feria que se realiza durante ese mes en Ciudad Bolívar.

Todo inició en el mes de febrero del año 2.002, cuando María saltó del bote de su padre y corrió por el borde bajo de la famosa piedra del medio del rio Orinoco, tomando con destreza un extremo de una red que apenas se veía sumergida en el agua, sin parar de correr lo arrastró con ella hasta unirlo con otro extremo que estaba a unos seis metros de distancia de este hasta que logró que saliera parcialmente del agua.

Su padre desde el bote iniciaba una acción similar, junto a otros dos botes que sostenían igual cantidad de extremos de la red, todos se acercaban hasta que el borde de la red quedaba fuera del agua, y dejaban sumergida sólo la parte central.

Desde los botes se iniciaba la subida de la red para asegurar la pesca tal como se hacía cada día. Sin imaginar que esta ocasión les traería una sorpresa. Por la inusual sequía veraniega de ese año, el nivel del río era muy bajo y los peces se habían acumulado en ese espacio haciendo que la carga de la red fuera muy superior a lo normal, eso tomó a María por sorpresa haciéndola perder el equilibrio, siendo arrastrada de un fuerte tirón.Su cuerpo iba directo a unas afiladas rocas, aun así, su mano se negaba a soltar la preciada carga. A continuación, sintió que alguien la tiraba de la cintura salvándola de la caída, pero haciendo que se le zafara la red de las manos.

Cayó de bruces sobre algo suave, pero en la acción se golpeó una rodilla con la roca y cerró los ojos por el dolor que le causaba.

Ana se sentía muy impresionada con la historia y se mantiene en silencio para no interrumpir a su madre.

Cuando logró abrir los ojos- continua su Mamá diciendo -observó la cara de un ángel rubio, como los dibujados en la catedral, sus ojos de color azul cielo, la miraban de manera intensa, tenía labios rojos, al igual que las mejillas calentadas por el fuerte sol de la tarde. Inicialmente pensó que había llegado al cielo, pero sentía la respiración de ese ser maravilloso que estaba frente a ella, su fresco aliento le produjo un cosquilleo que le recorría el cuerpo.

Aún aturdida por la impresión no atinaba a levantarse y se quedó recostada sobre él, mirándolo, sin notar el esfuerzo que hacía este por sostenerla. La mojada mano de su padre la tomó por un hombro y la ayudó a incorporarse aun cuando su cuerpo se resistía a hacerlo.

– ¿Estás bien? – Preguntó su papá –pero ante la ausencia de respuesta de la impresionada niña, se cercioró por sí mismo de que no tuviera ninguna herida y nuevamente se lanzó al rio a buscar el extremo de la red que antes ella sostenía.

María al notar la acción de su padre salió del estado de confusión y reaccionó de forma similar lanzándose al agua, entre ambos lograron sacar ese extremo de la red nuevamente del rio, completando luego el proceso de llevarlo a los botes, salvando a la pesca.

Cuando emprendían el viaje de regreso a casa María con la mirada buscaba al ángel que la había salvado, pero no veía a nadie en ese lugar. No se atrevía a preguntarle a su padre si él lo había visto y este tampoco lo mencionó.

Esa noche a María le costó conciliar el sueño recordando los ensortijados cabellos rubios del ángel, las largas pestañas, los labios rojos, la blanca dentadura y el fresco aroma de su aliento, se imagina volando junto a él en el cielo, atravesando las nubes, hasta que se quedó profundamente dormida.

– Pero era un Ángel de verdad mami –pregunta Ana con ilusión.

– Sí que lo era, pero no de los que vienen del cielo, sino de los que viven en la tierra –le dijo su madre y continuó con la historia.

A la mañana siguiente, la mamá de María la despertó con un beso en la frente -Ya era hora de ir al colegio – le dijo, mientras se retiraba a despertar a los hermanos. La Escuela de la pequeña población de pescadores estaba a la orilla del rio, muy cerca de la casa de María y su mamá era la maestra. Las clases comenzaban muy temprano en un pequeño salón, donde estaban juntos los niños de todos los grados de primaria, siendo 17 en total. La Maestra estaba enseñando a leer a los niños del primer grado, mientras los más grandes esperaban un poco aburridos por su lección del día, pero María no tenía en mente otro pensamiento que no fuera el ángel que la salvó en el rio.

-Dios por favor permíteme volver a verlo – pedía en una mental plegaria – Sé que lo enviaste porque estaba en peligro, pero por favor déjame verlo una vez más.

Aún no terminaba la plegaria cuando en la puerta del salón se asomó un hombre alto, de vestimenta que parecía elegante considerando la zona donde estaba, tenía ensortijados cabellos rubios muy bien peinados que le recordaron al ángel. Se acercó a hablar con la maestra y luego de asentir esta con la cabeza, se retiró.

María con mucha curiosidad se levantó y fue apresurada hasta la entrada del salón para preguntar de quién se trataba y sin darse cuenta tropezó a un niño que iba entrando, cayeron ambos al piso quedando ella sobre él, y al mirarlo a los ojos notó que era el ángel. Quería pasar todo el día mirándolo, no se atrevía ni a moverse, para evitar que desapareciera. Se preguntaba si las otras personas podían verlo, pero prefirió no voltear a ver las reacciones, quería grabar en su mente cada milímetro de su rostro, le impresionaban sus rubias y largas pestañas. Pensó en darle un beso en sus rojas mejillas, pero no quería molestar a Dios con esa conducta.

-Gracias Dios –volvió a decir María en sus pensamientos, mientras continuaba mirándolo de manera tierna, entonces sintió en cada hombro la presión de unas manos, una era de la maestra que se apresuró a levantarla y la otra del hombre rubio, que luego ayudó al niño a levantarse.

María veía como el ángel cobraba vida ante su atónita mirada.

La Maestra luego de asegurarse de que María estaba bien, le señaló con la mano su asiento, y ella aún sorprendida fue a ocuparlo, luego tomó al niño de la mano y lo dirigió al frente del salón.

-Niños – dijo con voz fuerte para que todos pudieran oírla – les presento a Manuel quién será su nuevo compañero de clases, estará con nosotros mientras su padre… –señalo con la mano al hombre rubio- realiza unos estudios en el rio.

Luego el padre de Manuel se retiró del salón y el niño fue a sentarse en el asiento que quedaba libre al lado de María.

La niña no podía dejar de mirarlo, y sin importarle que estaban en clases le preguntó.

– ¿Eres real?

Manuel muy extrañado por la pregunta no sabía que responder y le preguntó.

¿Vos estás bien? ¿No te lastimaste ayer en el rio?

-Tú me salvaste – le dijo ella – ¿eres un ángel?-le preguntó a continuación.

– ¿Un ángel? – No, -le respondió– mi nombre es Manuel y vine con mi padre, no soy un ángel.

María entre decepcionada de que no fuera un ángel y feliz de que fuera real, no podía dejar de mirar esos ojos azules como el cielo.

-Vos sos muy valiente –le dijo él –mientras también la miraba a los ojos –ayudaste a tu papá a salvar la red a pesar de que estuviste antes en peligro.

– ¿Valiente dices?, por mi culpa casi se pierde la mejor pesca que hemos tenido en muchos años.

-Pero ayudaste a recuperarla, tuviste una rápida y valiente reacción.

-Solo hice lo que aún podía.

-Pero fue mucho, yo no hubiese podido hacer algo similar.

-Hiciste algo mayor, me salvaste, como si fueras un ángel.

-Estaba parado cerca de ti, filmando a mi papá mientras trabajaba y pude sostenerte.

Ella iba a hacer otro comentario, pero tuvo que omitirlo cuando sintió la mano de la maestra en su hombro –vamos a continuar con la clase –le dijo -mientras le entregaba una hoja con la tarea que debía realizar.

En la tarde luego del almuerzo María se disponía a acompañar a su padre en la faena de pesca, corrió al bote donde este la esperaba, subió de un salto y al colocar mal el pie en la plataforma trastabilló, cayendo estrepitosamente de bruces sobre algo suave, al enfocar la mirada se encontró nuevamente con la cara de Manuel que debajo de ella le ofrecía su mejor sonrisa. A pesar de que se sentía avergonzada por ser la tercera vez que sucedía, no pudo evitar disfrutarlo y se perdió en la cálida mirada de sus hermosos ojos.

Su padre tuvo una vez más que ir a levantarla –¿estás bien?

-Si –respondió dirigiendo la mirada hacia el niño que ya se había incorporado.

-Y tú ¿estás bien Manuel?

-Si muy bien, solo fue un leve golpe.

–Creo que con el tiempo te iras acostumbrando -dijo Adrián el Padre de María

Manuel no respondió nada, pero le brillaron los ojos mientras dejaba salir una cómplice sonrisa ante el comentario.

Ana reía en silencio mientras su mamá retomaba el aliento para continuar con la historia.

Adrián procedió a encender el motor del bote mientras un diestro Manuel lo guiaba rio adentro ante la perpleja mirada de María, que no entendía cómo aquello estaba sucediendo, pero encantada por el nuevo compañero de pesca.

Llegaron a la piedra del medio donde el Papá de Manuel hacia unos estudios del ecosistema, aprovechando el bajo caudal del rio tomaba muestras de musgos, algas, y raspaba la piedra con unos artefactos que María nunca había visto.

Adrián lanzó la red pequeña en busca de algunos peces, mientras Manuel saltó al agua por el lado contrario y se dirigió a donde estaba su padre. Adrián volteó a donde estaba María y le dijo –Ve. Ella sin dudarlo saltó detrás de él y nadaron juntos hasta la piedra.

El Padre de Manuel saludó a María con entusiasmo cuando esta salió del agua – es bueno verte de pie –le dijo con un peculiar asentó que ella le había escuchado antes a unos turistas alemanes, mientras sonreía en clara referencia a las dos ocasiones cuando la había visto aterrizar sobre su hijo.

María se sonrojó, agradeciendo que no la hubiese visto volver a hacerlo momentos antes.

María tímidamente observaba el trabajo del padre de Manuel sin saber qué otra cosa hacer. El niño la tomó de la mano y la hizo correr junto a él hacia el otro lado de la piedra perdiendo de vista a sus respectivos padres. Él la empujó al agua y luego se lanzó tras ella. Fue tal la sorpresa de la niña que se hundió por completo. Cuando logró sacar la cabeza del agua iba a protestar, pero la sonrisa divertida debajo de esos hermosos ojos azules que la miraban, le disipó el enfado.

Nadaron juntos sin alejarse demasiado. A pesar de la sequía el rio seguía teniendo fuertes corrientes. Salieron del agua y corrieron por el borde de la piedra en la parte donde se había acumulado un poco de arena, estuvieron jugando por largo rato, luego subieron a lo alto de la piedra y se sentaron a ver el trabajo de sus padres. Adrián sacaba la red con algunos peces y el Papá de Manuel seguía tomando muestras, lo que a María le pareció de lo más aburrido y agradeció que su papá fuera pescador.

-Me sorprendió verte en el bote, siempre apareces como si fueras un Ángel.

-Y vos siempre te hacés sentir cuando llegás -dijo Manuel entre risas, y una vez más logró sonrojarla.

– ¿Cuándo conociste a mi papá?

-En la mañana mientras estábamos en clases mi papá contactó al de vos para que lo llevara y trajera de la piedra, y le pidió permiso para que yo pudiera jugar contigo, si vos lo deseabas.

Ella le regaló su mejor sonrisa en clara alusión de lo mucho que lo deseaba.

Ese día sólo fue el preludio de los muchos otros por venir, donde pasarían juntos cada minuto, desde que llegaban al colegio hasta que se despedían en la noche para irse a dormir.

En ocasiones iban de pesca con Adrián, cuando María pudo ver que Manuel era muy diestro no solo en la conducción del bote, sino también en el uso de la red, con agilidad saltaba al agua cuando había que desenredarla, o levantar alguno de los extremos. A pesar de que ese era el trabajo de ella, le encantaba que el también pudiera hacerlo.

Una tarde fueron a trabajar con el Papá de Manuel, que seguía tomando muestras, María se ofreció a ayudar y comenzó a raspar la piedra con uno de los instrumentos, cuando Manuel la detuvo. Ya de esos tenemos muestra. Ahora falta de los que están un poco más abajo. Ella bajó hasta la parte de la piedra que estaba parcialmente sumergida en el agua y se disponía a raspar cuando él nuevamente moviendo la cabeza de un lado a otro le hacía con la mano señas de que fuera aún más allá. Ella caminaba sobre la parte sumergida de ese extremo de la piedra y lo miraba y él le seguía haciendo señas de que era mucho más allá.

Ella llegó al límite de donde podía estar parada sin hundirse por completo en el agua y él vino a acompañarla- es más allá –le dijo- donde tendremos que sumergirnos hasta donde podamos llegar y tomar las muestras. -permitime y te lo muestro– le dijo– mientras tomaba el instrumento.

A continuación, se sumergió a mucha profundidad y se mantenía al ras de la piedra mientras iba tomando las muestras, al salir le dijo -es el turno de vos.

María tomó el instrumento y comenzó a tomar muestras. Con cada intento podía sumergirse a mayor profundidad y pasaron toda la tarde en esa actividad hasta que Adrián vino a buscarlos.

En el viaje de regreso Manuel estuvo muy callado, se le notaba muy triste.

– ¿Estas bien? Le preguntó María.

-Sí, es solo que… -cortó la frase en ese punto y no pudo continuar.

– ¿Es solo qué?, continua.

-Es solo que esas eran las ultimas muestras que teníamos que tomar y pronto tendremos que irnos –La voz se le entrecortó al final de la frase y los brillosos ojos delataban unas lágrimas a punto de brotar de sus ojos.

– ¿Irse a dónde?¿Cuándo volverían? –preguntó María de manera despreocupada sin entender a qué se refería.

-Regresaremos a nuestra casa.

– ¿A tu casa? – Preguntó María ahora con voz angustiosa, conteniendo el llanto ¿Y eso es muy lejos?

-Si en otro país, vivo en Buenos Aires.

-Esos es muy lejos ya nunca volveré a verte –ahora si ya llorando de manera inconsolable.

Manuel guardó silencio sabiendo que ella tenía razón, mientras María corría a su casa con la cara entre las manos.

Esa noche María le preguntó a su mamá como era la leyenda de la Sapoara y ella le respondió que se refería a que si los turistas se comían la cabeza de la Sapoara se quedarían para siempre por enamorase de una mujer Guayanesa.

La mirada de Ana se iluminó porque por fin la historia parecía responder su pregunta y su madre continuó.

María atesoró la esperanza de pensar que al darle de comer la Sapoara a Manuel este ya no se iría, y con esa idea en mente pudo conciliar el sueño.

Hablando de sueño, -ya es hora de que te vayas a la cama Ana.

-No mamá terminá primero la historia, por favor.

-Bueno, pero luego directo a la cama, -continúo diciendo.

Al día siguiente tomó una vieja red de pesca que antes pertenecía a su padre y se fue muy temprano al rio con la misión de pescar una Sapoara, utilizó un pequeño bote de remos que su padre le había obsequiado tiempo atrás. Sus padres al notar la ausencia salieron a buscarla, junto al resto de los pescadores, Manuel iba con ellos.

La búsqueda duró todo el día y fue ya en la tarde cuando la encontraron del otro lado del rio, en el extremo de Ciudad Bolívar junto al Paseo Orinoco, llevaba horas lanzando la red contra corriente con la esperanza de atrapar al cotizado pez. Tenía una legión de espectadores que seguían su afanoso empeño de lanzar la red una vez tras otra, a pesar de no obtener resultados positivos. Antes de que su padre llegara, se acercó otro bote de pesca y el único tripulante le preguntó que intentaba hacer y ella le respondió que necesita atrapar una Sapoara.El pescador le dijo que la Sapoara se podía pescar en el mes de agosto, con la crecida del rio y que en esta época no había posibilidad de conseguir ninguna.

María se hizo de oídos sordos no podía esperar seis meses y siguió en su empeño con lágrimas en los ojos, seguía lanzando la red una y otra vez hasta que su padre se acercó y la hizo subir al bote, luego ató el bote de remos y regresaron a su casa. Ella estuvo callada todo el camino de regreso, ni siquiera le habló a Manuel que también muy callado y triste se limitó a sentarse al otro extremo. Al llegar a la casa sus padres la reprendieron, pero a ella no le importó, ya nada le importaba, no había manera de hacer que Manuel se quedara.

La amargura de María era tal que ni siquiera hablaba con Manuel en el colegio y por las tardes se iba sola al rio en busca del pez que según ella creía le permitiría conservar al niño para siempre. No desistía ni un por un momento, tenía que lograrlo. Pasaba toda la tarde lanzando la red por la orilla debido a que su padre le prohibió usar el bote y como castigo a su aventura anterior ya no lo podía acompañarlo en la jornada diaria de pesca.

Manuel estaba muy triste por la actitud de María y aun cuando no entendía su empeño por atrapar un pez que según él no tenía ninguna importancia, se decidió a ayudarla a buscarlo para intentar devolverle la alegría. Armó una improvisada red, y se fue por la orilla del rio lanzándola al igual que lo hacía ella.

Pasaron tres días desde que Manuel empezara a imitarla lanzando la red sin cesar, cuando ella decepcionada comenzó a aceptar que no había manera de conseguir un pez de ese tipo fuera de temporada y dejó caer la red, y se recostó en la mojada arena de la orilla del rio a llorar su derrota.

Manuel vino corriendo a su encuentro.

– ¿vos estas bien? ¿Querés descansar por hoy y seguimos mañana?

– No quiero descansar, solo debo aceptar que no voy a conseguirlo.

– ¿Porque eso es tan importante para vos?

-Es por la leyenda, si tú comes de ese pez ya no querrás irte -le dijo entre lágrimas- yo quiero que te quedes.

– ¿Por eso has estado tantos días tratando de atrapar ese pez? –Le dijo él con sorpresa– yo no quiero irme, pero no hay manera de que podamos quedarnos, mi papá tenía este de trabajo sólo por un mes, debemos regresar, y yo debo volver a la escuela.

-Pero no quiero que te vayas, puedes vivir acá con nosotros.

-No puedo quedarme, pero prometo recordarte y cuando crezca volveré.

– ¿No vas a olvidarme?, ¿lo prometes?

-Sí, lo juro que cuando crezca volveré. A continuación, dividió en dos una diminuta placa con la imagen de los dos peces del signo zodiacal de piscis que llevaba en la muñeca izquierda, y amarró uno de ellos con un improvisado pedazo de hilo a la muñeca de María. Prometo que este dije volverá a unirse.

Los ojos de María se iluminaron, de alegría, pero más aún de esperanza. Sostuvo en su mano la improvisada pulsera, llevándola hasta su pecho, mientras le pedía a Dios que lo ayudara cumplir su promesa.

A la mañana siguiente Manuel no asistió al colegio ni se dejó ver en todo el día, fue ya en la noche cuando María lo vio conversando con su abuela en la cocina y esta le entregaba un plato con comida.

– ¿Que llevas ahí? -Preguntó María.

– Fui con mi papá hasta Ciudad Bolívar y conseguimos un criadero de sapoara. ¿Me acompañas a comerlas?

– Si, dijo una sorprendida María.

A continuación, siguiendo lo que decía la leyenda Manuel comió una sapoara entera y María sonrió con alegría y mucha esperanza.

El día que Manuel tuvo que irse María y su padre los llevaron hasta el otro lado del río donde tomarían el transporte hacia el aeropuerto, cuando el avión pasó sobre la piedra del medio, Manuel vio por la ventana la figura de una niña que agitaba los brazos, y ambos pusieron la mano sobre la mitad que les quedaba del dije.

-¿Y Luego que pasó mami? ¿Al final se casaron?

–Sí que lo hicieron –le dijo su papá que venía entrando a la habitación -y tuvieron a la más hermosa niña.

Ana apartó de la cara los ensortijados cabellos rubios, para dejar al descubierto unos hermosos ojos azules, mientras dejaba salir una pícara sonrisa y le decía -papá vos sabés que me gusta que mamá termine la historia.

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