La pequeña guerrera en su mar.

La pequeña guerrera en su mar.

Marina Nieto

14/08/2019

Las lágrimas se tiraban sin miedo desde el fino borde del precipicio, conocido como la línea de agua, de sus ojos marrones oscuros. Caían dirección sur acariciando sus mejillas, paseando por sus pómulos de manera leve; y como si de una carrera de gotas de agua en la ventanilla del coche se tratase, competían por ser las primeras en llegar a la comisura de los labios, deseosas de ser saboreadas, de hacer notar su sabor a sal llenas de recuerdos amargos. El capricho de las lágrimas provocaban una inundación en la córnea que le impedía ver con exactitud, pues la vista se le quedaba borrosa, como su pasado, como el vago olvido, como la alusión a los besos que le daba. La esclerótica pasaba de ser blanca a tener trazos rojizos, causando escozor, pero no le daba importancia alguna, no dejaba de llorar, ahora que había empezado su temprano berrinche no iba a contenerlo, qué mas daba, tampoco era la primera vez que esto pasaba y lo cogió como costumbre.

Casi siempre que se metía en la cama el mismo proceso repetía, lo hacía en silencio, pensaba que el dolor era preferible mostrarlo sin molestar a nadie, y asegurándose de que el anillo seguía en su anular de la mano derecha, empezaba a ahogarse en sus propios pensamientos, torturándose por la decisión que tomó y cuestionándose si realmente hizo bien en optar por eso. Cerraba los ojos cuando sentía que la primera gota salada amenazaba con salir a la luz de la oscuridad, pero rápido cedía a abrirlos para que escapase esta y todas las que venían detrás.

La sensación de angustia, fragilidad y de ser una inútil crecía por momentos sin esperanzas de que alguien interrumpiera esa pequeña rutina nocturna y la abrazara prometiendo lo que todos queremos escuchar cuando nuestra vida va de puta pena. Llegó hasta tal límite de sollozos, que surgió replantearse si de verdad necesitaba a una persona para recibir consuelo, si sería una locura pensar que ella podría tener la suficiente fuerza como para ser la que agacha y levanta la cabeza cuando fuese preciso. Se asustó de tener ese razonamiento frío pero inevitable, el sufrimiento que esta cargaba noche sí y a la siguiente también solo podía hacerle dos cosas: o bien, hundirla en la misma mierda de siempre y no salir, o bien, usarlo de respaldo y convertirse en piedra.

Se dejó llevar por la segunda opción. Al principio le costó muchísimo, a punto de abandonar estuvo pero, si era cabezona para todo, en esto no iba a ser menos. Mucho había sido el tiempo de debilidad máxima y se cansó, o al menos quería cansarse para salir de ese círculo vicioso que no era vida, ni era nada.

Poco a poco la pequeña guerrera consiguió que sus ojos marrones oscuros quedaran intactos durante la noche y amanecieran sin restos rojizos, fue entonces cuando colocó su armadura al corazón para protegerlo de todo posible peligro del antojadizo sentimiento amoroso que, tantas noches, le hizo pasar en aguas saladas.

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