Universidad, la vida en una decisión

Universidad, la vida en una decisión

Me encuentro en una situación común que la vida moderna brinda y que incluso llega a ser una gran obligación para mi propia subsistencia. Desde la perspectiva de joven con poco recorrido, en estos días me he enfrentado a la ardua y determinante decisión de escoger la carrera universitaria y profesional a la que aspiro dedicarme por el resto de mi vida. Los factores y condiciones con los que me he tropezado en estos meses no despiertan más que el replanteo constante de mis ideas, por ende, la inseguridad se ha intensificado al punto de llegar a un estado de duda perpetua que posterga y extralimita mi destino de recién graduado de secundaria. El miedo carcome mis aspiraciones y lapsos ingenuos de motivación porque me imposibilita a soñar libre de condicionamientos económicos y estereotipos culturales. Estoy cayendo en el abismo destructivo del quemeimportismo.

Sin embargo, soy consciente de que esa no es una manera sana de construir mi futuro, pero a la vez me estremece la idea de que los estudiantes realmente no escojamos la carrera universitaria que nos apasiona y llena en su totalidad. Resulta que la sociedad y el sistema educativo condicionan las preferencias, sé que suena muy cliché, pero para demostrarlo expondré algunos ejemplos evidentes. El primer freno al que nos enfrentamos es la escaza disponibilidad de plazas de trabajo que una carrera universitaria proyecta en el presente, peor aún en un futuro que amenaza con automatizar y erradicar ciertas actividades hasta ahora ejercidas por humanos. Segundo, el nivel de desarrollo, aceptación y alcance de la carrera en el medio social de cada individuo y por último pero el factor más limitante y transgresor, la disponibilidad de dinero.

Muchas personas replantean y cambian su anhelante futuro solo por el hecho, muchas veces inevitable de no poseer o adquirir el capital suficiente para su financiación. A su vez, se ven obligados a estancarse y postergar sus sueños e incluso me atrevo a decir que, en el lecho de muerte, el ser humano se da cuenta que sus aspiraciones solo quedaron en ideas flotando en su cabeza como proyectos inacabados. Por ende, es un privilegio contar con la oportunidad de poner en acción aquellas metas que ilusionan e idealizan tanto nuestro ser, pero cuya plena realización es casi inalcanzable para la mayoría. En mi caso, si poseo el capital mínimo para acceder a una universidad privada; no soy millonario y por eso estoy dispuesto a conseguir una beca académica. Sin embargo, como individuo de clase media si presiento que tendré limitaciones y condiciones más severas que los demás.

La situación personal que he descrito no tiene punto de comparación a la que otros jóvenes de igual y hasta mayor edad se enfrentan. Resalto mi empatía a los bachilleres de clases económicas bajas cuya única esperanza para obtener un título de tercer nivel recae en el ingreso a un establecimiento universitario de financiamiento gubernamental. Por esta razón los filtros de entrada a una institución superior pública son de mayor calibre y solo se seleccionan a estudiantes que alcancen un determinado puntaje en función de la importancia, demanda y disponibilidad de puestos en determinada área. No obstante, el número de aspirantes es desproporcional con la cantidad de cupos disponibles en todas las carreras que se ofrecen porque en las más demandadas como medicina la situación es al doble de severa.

Las consecuencias de un sistema diseñado con el propósito de impedir la preparación universitaria y la obtención de un título profesional a toda la población en edad de estudiar no son alentadoras ni justas, pero, aunque crueles reflejan la persistencia de roles cuya determinación aún es marcada por el lugar y condiciones de nacimiento. Por ende, el derecho a la educación se ve incumplido y muchos se encuentran forzados a vincularse a un oficio de menor categoría, en el mejor de los casos ya que alguien necesita cubrir tales plazas laborales debido al diseño de nuestro sistema. En cambio, aquellos con menor suerte permanecen estancados en el desempleo tanto por la necesidad imperdonable de subsistencia como por el correr imparable de los gastos. En consecuencia, salen a las calles ya sea a robar o lo más honesto, aunque denigrante, vender productos en los semáforos y veredas de las grandes ciudades que aún les son indiferentes.

Aunque el gobierno de frente al pueblo prometa educación gratuita e igualdad de oportunidades, la ineludible realidad es que en términos económicos no les conviene. Las autoridades e instituciones tienen la obligación de brindar educación pública debido al dinero que receptan de impuestos; se sobreentiende que sin inconvenientes pueden desplegar oportunidades y cubrir la creciente demanda en estudios de tercer nivel. No obstante, es imposible brindar cobertura universal de ingreso a la universidad porque para ello se necesitarían construir decenas de instituciones públicas nuevas que cubran la creciente y total demanda de estudiantes. Además, la cruel verdad es que no todos los individuos podrían cumplir con las exigencias de una vida universitaria, por ende, su rol para la sociedad consiste en ocupar plazas de trabajo que no necesitan un título de tercer nivel.

El gobierno complica y vuelve engorroso el proceso para el ingreso de postulantes a las universidades debido a la creación de trabas sistemáticas muy excluyentes y nefastas cuyo objetivo oculto es filtrar alumnos que debido a su mala orientación vocacional no rinden satisfactoriamente un examen tan general y con ausencia de destrezas, inteligencias y habilidades personalizadas. En algunos casos, los estudiantes a fin de tener acceso a un cupo en las instituciones públicas se ven obligados a aceptar carreras universitarias que nunca consideraron dentro de sus posibilidades iniciales debido al puntaje que sacaron en el examen. Los parámetros utilizados para diseñar las pruebas no reflejan la verdadera vocación del postulante porque le imposibilita demostrar su potencial en áreas más específicas.

En consecuencia, el gobierno es ineficiente en garantizar una educación universal por no responsabilizarse de aquellos que no pudieron acceder a una carrera universitaria ya que de todos modos tal derecho se convierte en un privilegio si consideramos la necesidad de ocupar puestos de trabajos mecánicos que no requieren preparación de tercer nivel. Los estudiantes nacidos en estratos sociales bajos, con escasos privilegios y poco acceso a oportunidades se ven obligados a ejercer oficios tradicionales, asistir a capacitaciones sencillas y demás profesiones que no requieren un título universitario pero que de igual manera son válidos para la subsistencia humana, en este caso un poco más precaria.

Con estos antecedentes queda claro que no hay dinero suficiente para completar la demanda total de cupos universitarios. Resulta que estadística y matemáticamente si es posible suplir la carencia de puestos a largo plazo, no obstante, la realidad es otra porque gran parte del capital se derrocha y escapa en corrupción, obras públicas inservibles y demás embrollos típicos de ciertos gobiernos. La diferencia es que el nivel de desarrollo del Ecuador es insuficiente para financiar proyectos ambiciosos de educación que potencialicen el acceso a cupos universitarios que respondan a los intereses personalizados y específicos de cada ser humano. Por el contrario, las potencias mundiales aguantan y salen a flote porque su economía y sostenibilidad es sólida y resistente, por ende, invierten más en investigación y su sistema universitario, aunque caro y proclive a endeudar a los estudiantes, es más especializado y respetuoso con las habilidades de cada individuo.

En conclusión, se ha expuesto muchas ideas de testimonio verídico con respecto a la elección de un destino casi irrenunciable durante una perpetua incertidumbre y a una edad en la que es más difícil decidir porque realmente no se sabe lo que se quiere. No ha sido fácil demostrar las falencias y contradicciones del sistema de asignación de cupos a las universidades, además de las problemáticas que giran en torno a la toma de decisiones en cuanto a la carrera, profesión y universidad. Ha sido un honor y un acto de honestidad el haber expresado opiniones mediante una serie de anécdotas sobre acontecimientos que el joven promedio ha de experimentar en su momento. La satisfacción florece al escribir estos trascendentales párrafos ya que ha servido para desfogar los malestares y quejas que se acumulan sobre este sistema en general.

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