​La última mirada de Balboa

Una nube rojiza roció tibia los rostros impávidos de los españoles e indígenas en Acla (antiguo Darién, Panamá). La brisa la esparció suave e hizo de aquel suceso algo inolvidable.

Sería contado generación tras generación.

Se diría que solo cuando algunos testigos vieron sus manos, y las caras ajenas, rociadas de sangre, entonces despertaron ante el espectáculo de la ejecución del Adelantado del Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa.

Aquel día, con los primeros gallos, los colonizadores españoles y puñados de nativos doblegados rodearon el pequeño cadalso construido en pleno centro del poblado para presenciar la ejecución de Balboa y cuatro de sus camaradas. Sería el primer juicio en la nueva tierra firme.

Y todos enmudecieron después que el condenado, atado, intentando zafarse, gritó sus últimas palabras mientras el verdugo le estrujaba la cara sobre la tuca recién talada para acomodarle la cabeza y aquietarlo.

El gobernador Pedro Arias Dávila (Pedrarias), su suegro y rival político amparado por la corona, permaneció dentro de su cabaña, no muy lejos del patíbulo. Desde allá, con las pestañas entre las rendijas, vigiló las acciones.

Quizá no salió por evitar mancharse de sangre o para evitar que la conciencia le empujara a la lengua alguna misericordia de último momento. Nadie supo, tal vez fue simplemente desprecio.

Sin embargo, fisgón incapaz de controlar la curiosidad, Pedrarias se aseguró de ver cumplida la sentencia de muerte que había gritado ante huestes y nativos al finalizar el juicio fugaz del Adelantado, ¿conquistador?, aniquilador de pueblos ancestrales, aunque no por ello menos memorable para la historia.

Cuando el filo del hacha rayó cegador a pleno sol…

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Busto de Pedro Arias Dávila -Pedrarias-, fundador de la primera ciudad en el Pacífico americano (15 de agosto de 1519). Entrada al Museo Panamá Viejo en la capital panameña.

En Portada: Monumento Vasco Núñez de Balboa en ciudad de Panamá. Fotos y dibujo: @laggon19