Hoy te escribo a ti que lees.
A ti,
que conoces el llanto
de los tuyos,
y otros tantos,
que no tienen ya que perder.
Tú que mueres sin vivir
porque otros,
dioses y monstruos,
necesitan de tu sangre.
Y crees que no hay otra forma.
Que deben ser inmortales.
Te revelaré un secreto.
Si se rajan,
sangrarán.
Si sangran,
morirán.
Ya no les servirá más tu sangre.
Te escribo a ti que ahora piensas
que la dicha es imposible.
Que la muerte no es mejor
que desangrarse por gotas.
No permitas que el miedo te invada.
Que no sea tu sangre la que riegue
los caminos donde ellos bailan.
Y tu hijo sea quien te releve.
No permitas de ahora hasta siempre,
que otro monstruo te invada los días.
Que otro Dios te prometa la gloria.
Y no olvides en casa el cuchillo.
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