Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos

Ese fue siempre nuestro lema, me encontraste cuando ya había pegado la última pieza de mi roto corazón, cuando sobreviví a esa profunda y oscura tormenta llamada depresión. Me conociste recompuesta, risueña y feliz. Sé que en algún momento de mi vida, fui yo quien te proyecte. Meses antes en sueños premonitorios sobre un amor que sería capaz de llenar cada esquina, cada grieta que quedaba por sellar. Alguien que me amaría incondicional y natural, tal como soy y como vine al mundo, con mis aciertos y mis errores. Y apareciste tú.

Tú, que eras de 1970 como yo, tan únicos, tan poco comprendidos por la gente común y aburrida, tú y yo íbamos a todo color, y desde el primer contacto un chorro de energía, jamás había fluido tanto con alguien, éramos de otro planeta, de otra manera, moldeados para encajar a la perfección.

Me enamore de ti, tanto y sin medida, y por un instante el miedo cruzo mis ojos y vi el abismo de perderte, sentí frio y pánico, hacía tiempo que no era tan feliz, y lo bueno por experiencia no dura demasiado… tenia tanto miedo de perderte. ¿Pero qué malo nos podía pasar? Éramos invencibles, un equipo especial, espiritual y carnal.

Nada frenaba nuestro amor, cada muestra, cada detalle lo expandía más y más por el universo, sentíamos la sensación de que no nos cabía más amor en el pecho.

Tantos llantos y conversaciones a modo de película romántica en blanco y negro, lleno de adversidades, declaraciones por teléfono, y un sinfín de promesas de amor eterno.

Contaba los días, las horas por volver a verte, viví cada segundo de mi vida enfocado a ti, alrededor de ti, esperando el número de vueltas exactas para conseguir entrar en tu orbita. Lo deje todo, todo lo que me importaba, aunque a tus ojos mereciera más y no fuera del todo feliz; a mí creas o no, me bastaba. Me atrajiste con promesas de cuidado, belleza eterna, amor sin límites y caí.

Caí de bruces, rodando 900km por el mapa, a traspiés, medio coja, y frágil. Sonreí frente a cada adversidad de la naturaleza y de tu naturaleza mental, intente adaptarme, amoldarme y dar gracias porque al menos te tenía a ti. Por fin, nos teníamos.

Que estúpida e ingenua, al final es cierto el cliché que el amor es ciego, y mi amor por ti me cegó demasiado, no vi que tu no saboreabas el triunfo de nuestro amor, tanto nos advertimos que no quedara en el olvido ese paso tan importante para los dos, y que rápido te desprendiste de tantos sentimientos y palabras…

Palabras… ahora todo queda en palabras lanzadas al aire, y las quise coger todas, recogí cada te quiero a destiempo, sin contacto, sin alma. Cada beso en el entrecejo, paternal y carente de pasión,todas las veces que sonreías quizás mirándome a los ojos sabiendo que ya no me amabas. Y aun así te quedabas conmigo, y yo prefería eso a ver la realidad. Tanto apego quemaquille y confundí con cuidarte, darte espacio, tiempo y quizás volverías a estar bien.

No volviste, y yo me fui yendo. Y sin saberlo nos convertimos en desconocidos, esas dos personas tan únicas y extremadamente enraizadas la una en la otra, no podían convivir en el mismo tiesto, en la misma tierra. Nos absorbíamos los nutrientes.

He caminado demasiados kilómetros por palabras y ahora resulta que como premio, ya no me creo nada. Te lo has llevado todo contigo, no me dejaste rota pero sí como una casa vacía y sin muebles. Te has llevado mi fe, mi confianza, mi ilusión. Y a pesar de que los días son difíciles sin ti, todavía no sé si esto es un triunfo o una derrota. No era feliz, no voy a mentirme. Pero los dos primeros años son tan mágicos, y cuando nos entendíamos lo hacíamos tan bien.

Era la única a la que abriste tus puertas más profundas y oscuras, juntos liberamos mil fantasmas y demonios que cargabas a tus espaldas, lo he combatido todo por ti. Sin miedo y de frente a lo malo, de tu mano y a tu lado. Y tú me conociste tal y como soy, me amaste para rectificarme, para modelarme porque siempre pensaste que podría ser un poco más perfecta para ti, y quizás si me retocabas lo suficiente encajaría a tu sólida y controladora versión del mundo.

No sé porque me usaste como herramienta para sanar tus heridas y luego cuando ya tenías todo de mí, lanzaste lejos las cascaras de mi cuerpo a cualquier contenedor. ¿Y ahora sientes culpa? No querido, culpa la siento yo. Que tú no has logrado amarme eso lo entiendo, lo que no entiendo que por tratar de quererte y amarte hasta la fin del mundo, me deje de amar yo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS