En el centro del jardín ( primera versión )

En el centro del jardín ( primera versión )

De todas las flores en el jardín de tía Larisa, aquella, la que crecía justo en el centro, rodeada por los tulipanes, era por lejos la más hermosa. En aquel jardín, había flores de todo tipo, las había claveles, lirios, tulipanes, narcisos, rosas y una dalia. Erase de aquella de la que siempre hablaban con admiración las visitas, en las frecuentes reuniones sociales que la tía organizaba en su fastuoso chalet. Y ese hecho no asombraba para nada a Marian, pues no eran pocas las veces en que la niña había pasado sin notarlo gran parte del rato admirando aquella gota de negro en un mar de pétalos de colores. Desde el blanco amarillento de los narcisos que rodeaban la pequeña cerca de madera circular que anunciaba el comienzo del jardín de las flores. Pasando por el amarillo de las cannas índicas, el débil naranja de los lirios, y el naranja más fuerte de los girasoles. Aquel que la vista sigue hasta que se pierde en el alegre rojo de las rosas. Aquel rojo cálido se oscurece tenuemente pétalo a pétalo hasta volverse sangriento allí donde comienzan los tulipanes.

Luego ese rojo se torna de una oscuridad imposible, como si la luz que alcanza sus pétalos se perdiera para siempre en los confines del universo. Solo ser que haya no ha visto jamás tal oscuridad en una flor. Salvo aquellos pocos que han podido ver aquellas que a orillas de los ríos que nacen alimentados por las lágrimas de sangre derramadas por las madres de las almas torturadas del infierno. Y luego, de la nada, los pétalos rojos pasan a negros, y allí es donde está plantada, ostentando su belleza macabra. Nunca te acerques a ella, le dijeron a Marian y hasta aquel caluroso día de verano había cumplido con aquel mandato. Pero como toda niña pequeña era curiosa y este fatídico día la curiosidad la venció.

Notándose sola en el jardín, se puso en marcha con paso presuroso hacia las oscuras profundidades de aquel mar de colores. Puso el pie junto a los narcisos, después se adentró hasta alcanzar las cannas índicas y allí continuó hasta donde comenzaban a crecer los lirios. Cuando alcanzó los girasoles sintió que se esfumaron de ella todo el deseo de vivir. Eso la aterro por un instante y luego se encontró en medio de las rosas, y noto que la tierra bajo las rosas estaba caliente y se ponía más caliente a cada paso, quiso arrepentirse, pero ya no podía. Finalmente alcanzó la dalia negra, aquella que crecía justo en el centro del jardín de las flores, y se arrodilló junto a ella para observar de cerca su belleza maligna, luego olió su perfume. Y aún ahí junto a la dalia, se encuentra su cuerpo y aún ahí junto a la dalia se encuentra su alma, condenada a vagar por siempre aprisionada en el jardín de las flores.

Sujeta por una cadena formada por tallos espinosos de rosas marchitas, cuyo otro extremo sujeto en una de sus infinitas manos la diosa nepratiana de nombre maldito, que los nepratianos conocen como “la muerte con forma de flor “.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS