Mi primer títere fue una rana muerta, así comenzó la historia que me convirtió en este cirquero de pueblo en pueblo con sus marionetas. Marsella era un pueblo pequeño por esos entonces y para un niño pequeño no había mucha diversión más que en la de crear sus propios juguetes, algunas veces de madera, otras con trapos o medias en desuso. Pero no yo por el contrario quería darle vida algo mucho más real, mucho más espectacular, fue así que robándole un cordel a mi abuela de su viejo cesto de costura comencé a manipular a aquel animal muerto, era una rana enorme que me encontré en el río que pasaba junto al puente. Al parecer el torrente de las lluvias que bajaron de la montaña habían acabado con su vida, sin nauseas de acercarme a aquel animal lo enjuague con un poco de agua, quitándole el lodo y ablandándolo un poco, lo cierto es que no tenía mucho de muerto.

Se sentía muy flexible y no fue difícil colocarle el cordel que después lo hizo bailar por un buen rato, así me divertí con aquel animal, con unas maderas le hice la guía que serviría para darle movimiento a sus piernas y brazos.

Pero esto no era suficiente para mí. «Yo quería más» quería que moviera sus dedos y respirara como si estuviera viva. Quería que viviera y que se moviera a mi voluntad. Al principio los experimentos que realice con palomas, pájaros, gatos y otros animales no fueron fructíferos, los hilos se enredaban y se colapsaban o simplemente la piel se desgarraba. Hasta aquel día que encontré el cordel perfecto, el más fino de todos, el más trasparente, el más genial de todos.

Era un hilo de nilón invisible que me proporcionaba la suficiente resistencia y flexibilidad para evitar que se enredara, de igual forma era fácil de colocar en las articulaciones, después mis modelos fueron cobrando más y más perfección, más y más exactitud en sus movimientos.

Pero no fue suficiente para mí. Yo quería más, mucho más que simples movimientos burdos y sin vida, yo quería ser «DIOS». Con el pasar de los años y la partida mía a la universidad aquella idea fue tomando fuerza, mis estudios lograron encontrar la perfección en seres más grandes y maravillosos. Y con la muerte de mis padres y la adquisición de su herencia. La cumbre de mi vida llego a su umbral y destino.

Con la casa sólo para mí, trasforme el sótano en mi laboratorio. Ahí conservaba y disecaba a los animales, uno a uno les cortaba y analizaba las articulaciones hasta volverlos cada vez más flexibles con la ayuda de ciertos químicos que impedían la rigidez post mórateme de los cadáveres.

El tiempo paso y en un recuento de edades, podría afirmar que ya a la edad de 34 años mis logros eran magnánimos, fue entonces que puse mi primer teatro en donde mis marionetas eran un espectáculo que todos disfrutaban, las suturas de estas las hacían lucir como animales reales, eran invisibles y perfectas, difíciles en verdad detectar para el ojo humano. Así comencé a dar presentaciones por todos lados, en teatros grandes y pequeños con mi maravilloso espectáculo que dejaba estupefacto al más exigente espectador.

En uno de mis viajes la conocí a ella Rossely Rosains. Una hermosa joven de aspecto pálido, ojos grandes y de color turquesa que no gozaría de mucha edad, cuando menos veinte primaveras en su haber, fue así que la comencé a cortejar. Solía vera en el parque cuando llevaba a pasear a su perro Duque. Junto con ella siempre iba su institutriz, una mujer poco agraciada físicamente aun que he de reconocer que era simpática y más de una ocasión fungió como alcahueta para nuestros encuentros fortuitos de mi con Rossely. Era el amor de mi vida.

Así que como era correspondiente de aquel tiempo, decidí formalizar la relación. Con un traje de terciopelo azul y grandes escarolas me arregle para ir a visitar sus padres y pedirla como mi esposa. Entonces descubrí un gran y temido secreto. Rossely Rosains, el amor de mi vida, tenía Hemofilia, de ahí su estado pálido y muchas veces frágil. Aun así, sus padres accedieron a concederme la mano de su hija, sin ante advertirme de sus condiciones médicas.

Yo sin predicamento alguno acepte y el 18 de agosto de 1895 nos casamos en la iglesia de San Peter. Después de dos años maravillosos de matrimonio en donde Rossely era mi mano derecha en las funciones de títeres, su estado de salud comenzó a deteriorarse y para febrero de 1897 cayó en cama y en la víspera de navidad de ese año falleció.

Con el dolor y el decaimiento, mi pesar se agravo, a tal grado que en mi enferma condición. Extraje su cadáver de la tumba aun sin tapiar y me la llevé a vivir conmigo. Así la convertí en mi marioneta personal, la prepare para el embalsamamiento y la coloque en la bañera para suavizar sus tejidos y articulaciones con el mismo procedimiento que hacía con mis títeres, fue en aquellas circunstancias demenciales, que convertí a mi esposa en la eternidad de mis locuras, de mis demencias seniles, pueriles y enfermizas.

Pero el gusto me duro poco, ya que, al ver mi terrible profanación a su tumba, las investigaciones no se dejaron de realizar y el 1 de enero de 1898 fui detenido por la policía. Quienes a la fuerza entraron a mi casa, rompieron las ataduras y cordeles de mi amada Rossely y se la llevaron al cementerio. Ahora dice por órdenes del juez muñecos para el museo de cera. Me declararon demencia senil y me condenaron a 5 años de prevención en el nosocomio para enfermos mentales en donde aún hoy espero que mis títeres me puedan salvar, de este terrible cautiverio.

Hoy escribo esta carta contando mi historia, mi peculiar historia… Ya que es probable que no me queden más días de vida.

-He visto Rossely en mis sueños. Anoche me visito y me dijo: Que me prepara…Que pronto estaríamos de nuevo juntos…Ahora ya no sé si debería seguirla viendo, pero mañana tal vez me deshaga de este cordel, que aun guardo bajo la almohada…si tal vez mañana recupere mi libertad. Por lo pronto prefiero seguir atado a mis fútiles recuerdos y soñar con el ultimo vals que baile con Rossely una tarde de otoño junto al mar.

Mi primer títere fue una rana muerta, así comenzó la historia que me convirtió en este cirquero de pueblo en pueblo con sus marionetas. Marsella era un pueblo pequeño por esos entonces y para un niño pequeño no había mucha diversión más que en la de crear sus propios juguetes, algunas veces de madera, otras con trapos o medias en desuso. Pero no yo por el contrario quería darle vida algo mucho más real, mucho más espectacular, fue así que robándole un cordel a mi abuela de su viejo cesto de costura comencé a manipular a aquel animal muerto, era una rana enorme que me encontré en el río que pasaba junto al puente. Al parecer el torrente de las lluvias que bajaron de la montaña habían acabado con su vida, sin nauseas de acercarme a aquel animal lo enjuague con un poco de agua, quitándole el lodo y ablandándolo un poco, lo cierto es que no tenía mucho de muerto.

Se sentía muy flexible y no fue difícil colocarle el cordel que después lo hizo bailar por un buen rato, así me divertí con aquel animal, con unas maderas le hice la guía que serviría para darle movimiento a sus piernas y brazos.

Pero esto no era suficiente para mí. «Yo quería más» quería que moviera sus dedos y respirara como si estuviera viva. Quería que viviera y que se moviera a mi voluntad. Al principio los experimentos que realice con palomas, pájaros, gatos y otros animales no fueron fructíferos, los hilos se enredaban y se colapsaban o simplemente la piel se desgarraba. Hasta aquel día que encontré el cordel perfecto, el más fino de todos, el más trasparente, el más genial de todos.

Era un hilo de nilón invisible que me proporcionaba la suficiente resistencia y flexibilidad para evitar que se enredara, de igual forma era fácil de colocar en las articulaciones, después mis modelos fueron cobrando más y más perfección, más y más exactitud en sus movimientos.

Pero no fue suficiente para mí. Yo quería más, mucho más que simples movimientos burdos y sin vida, yo quería ser «DIOS». Con el pasar de los años y la partida mía a la universidad aquella idea fue tomando fuerza, mis estudios lograron encontrar la perfección en seres más grandes y maravillosos. Y con la muerte de mis padres y la adquisición de su herencia. La cumbre de mi vida llego a su umbral y destino.

Con la casa sólo para mí, trasforme el sótano en mi laboratorio. Ahí conservaba y disecaba a los animales, uno a uno les cortaba y analizaba las articulaciones hasta volverlos cada vez más flexibles con la ayuda de ciertos químicos que impedían la rigidez post mórateme de los cadáveres.

El tiempo paso y en un recuento de edades, podría afirmar que ya a la edad de 34 años mis logros eran magnánimos, fue entonces que puse mi primer teatro en donde mis marionetas eran un espectáculo que todos disfrutaban, las suturas de estas las hacían lucir como animales reales, eran invisibles y perfectas, difíciles en verdad detectar para el ojo humano. Así comencé a dar presentaciones por todos lados, en teatros grandes y pequeños con mi maravilloso espectáculo que dejaba estupefacto al más exigente espectador.

En uno de mis viajes la conocí a ella Rossely Rosains. Una hermosa joven de aspecto pálido, ojos grandes y de color turquesa que no gozaría de mucha edad, cuando menos veinte primaveras en su haber, fue así que la comencé a cortejar. Solía vera en el parque cuando llevaba a pasear a su perro Duque. Junto con ella siempre iba su institutriz, una mujer poco agraciada físicamente aun que he de reconocer que era simpática y más de una ocasión fungió como alcahueta para nuestros encuentros fortuitos de mi con Rossely. Era el amor de mi vida.

Así que como era correspondiente de aquel tiempo, decidí formalizar la relación. Con un traje de terciopelo azul y grandes escarolas me arregle para ir a visitar sus padres y pedirla como mi esposa. Entonces descubrí un gran y temido secreto. Rossely Rosains, el amor de mi vida, tenía Hemofilia, de ahí su estado pálido y muchas veces frágil. Aun así, sus padres accedieron a concederme la mano de su hija, sin ante advertirme de sus condiciones médicas.

Yo sin predicamento alguno acepte y el 18 de agosto de 1895 nos casamos en la iglesia de San Peter. Después de dos años maravillosos de matrimonio en donde Rossely era mi mano derecha en las funciones de títeres, su estado de salud comenzó a deteriorarse y para febrero de 1897 cayó en cama y en la víspera de navidad de ese año falleció.

Con el dolor y el decaimiento, mi pesar se agravo, a tal grado que en mi enferma condición. Extraje su cadáver de la tumba aun sin tapiar y me la llevé a vivir conmigo. Así la convertí en mi marioneta personal, la prepare para el embalsamamiento y la coloque en la bañera para suavizar sus tejidos y articulaciones con el mismo procedimiento que hacía con mis títeres, fue en aquellas circunstancias demenciales, que convertí a mi esposa en la eternidad de mis locuras, de mis demencias seniles, pueriles y enfermizas.

Pero el gusto me duro poco, ya que, al ver mi terrible profanación a su tumba, las investigaciones no se dejaron de realizar y el 1 de enero de 1898 fui detenido por la policía. Quienes a la fuerza entraron a mi casa, rompieron las ataduras y cordeles de mi amada Rossely y se la llevaron al cementerio. Ahora dice por órdenes del juez muñecos para el museo de cera. Me declararon demencia senil y me condenaron a 5 años de prevención en el nosocomio para enfermos mentales en donde aún hoy espero que mis títeres me puedan salvar, de este terrible cautiverio.

Hoy escribo esta carta contando mi historia, mi peculiar historia… Ya que es probable que no me queden más días de vida.

-He visto Rossely en mis sueños. Anoche me visito y me dijo: Que me prepara…Que pronto estaríamos de nuevo juntos…Ahora ya no sé si debería seguirla viendo, pero mañana tal vez me deshaga de este cordel, que aun guardo bajo la almohada…si tal vez mañana recupere mi libertad. Por lo pronto prefiero seguir atado a mis fútiles recuerdos y soñar con el ultimo vals que baile con Rossely una tarde de otoño junto al mar.

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