Ningún comentario. Ni una sola palabra siquiera. Nada. Y, sin embargo, el silencio sin fisuras que siguió a los hechos que preceden a este relato a él le causaban una extraña mezcla de enojo y dolor. El dolor que causa saberse excluido de un lugar al que creía pertenecer y que por eso sentía que debía ocupar, pero no lo hizo.-

Hacía unos días que había decidido rehusar la invitación y dejar que su lugar quedara visiblemente vacío, como una sutil muestra de dignidad, pensaba. ¿Lo habrán notado, habrán notado su ausencia?, se preguntaba ahora. En sus cavilaciones imaginaba los comentarios en voz baja de quienes ignoraban los motivos de su (inexplicable?) ausencia. ¿Qué razones habría ensayado ella para tratar de justificarlo frente a quienes, dando rienda suelta a la humana curiosidad, le preguntaran por la ausencia de él?. Porque allí estarían todos, todos los que él ahora considera su familia. Todos menos el.

¿Lo irritaba el rotundo mutismo que guardaban ellos en su presencia pero que, ajenos a estos sucesos, no obstante habían asistido puntuales a la cita ?. ¿Sería que lo hacían como buscando refugio a la incomodidad que la embarazosa situación ahora seguramente les provocaba?.

La perspectiva de no llegar a ver con claridad qué era lo que en verdad le causaba ese malestar interior lo atormentaba: ¿acaso era por saber que, de todos modos, ella no hubiera podido o no hubiera querido faltar y que por ese mismo motivo asistiría con o sin su compañía, o que lo hiciera sin importarle que él se rehusara a acompañarla por las razones que ya le había explicado a solas?.-

Caía en la cuenta que apenas unos días antes, en un momento de descuido, era ella la que se había acercado a preguntarle sutilmente, anticipándose a los acontecimientos, ¿cómo es que se las arreglarían para poder ir juntos?, porque, le hizo notar, ese día estaríamos todos pero ellos, los tuyos, no eran de la partida…”Es que somos muchos”, agregó, como tratando de justificar, de disculpar los límites impuestos por la organización.-

A él le tomó varios días sobreponerse de la inesperada brutalidad de la pregunta, de la advertencia que llevaba consigo, durante los cuales se debatió en soliloquio entre acompañarla y asistir sin sus hijos (los de él), inventando cualquier excusa pueril para explicarles que ellos no lo harían, o faltar a la cita y quedarse con aquellos a quienes sentía que les debía su amor incondicional y a los que por ese motivo jamás dejaría a un lado con excusas pueriles. No lo haría. No lo hizo.-

Y si en cambio se excusó frente a ella, que, al escuchar sus razones, las que él le expuso, solo atinó a bajar la vista, callar y dejar rodar una lágrima que lenta se deslizó y se desplomó sobre los restos del desayuno que habían quedado esparcidos como testigos silenciosos sobre la mesa.

Qué era lo que la apenaba, que él no la acompañara o el efecto de las simples palabras que en ese momento vinieron en su auxilio para explicarle por qué no lo haría?. Ella no se lo dijo. El tampoco se lo preguntó.-

Esa fue la última charla, la única que mantuvieron en realidad sobre el asunto y de allí que, por ese motivo o por la clara conciencia de la herida provocada sin querer (pero herida al fin), el suponía que ella guardaba un completo hermetismo y evitó todo comentario sobre lo sucedido aquella noche a la que finalmente había asistido sola y a la que él había preferido faltar con aviso.-

Desde entonces el se reconoce huraño, distante, sin poder comunicar los motivos de la pena que lo aqueja, sin que ella sospeche siquiera que en silencio lucha sin tregua contra sus propios pensamientos, de esos que suelen ser crueles y traicioneros, tratando de impedir que le hagan mella más de la cuenta, agrandando la herida interior que desde siempre lleva a cuestas, para que cicatrice pronto y sin más secuelas que el triste recuerdo de aquellos días en los que se había sentido como partido en dos, como parado junto a una parte suya mientras veía a la otra alejarse indiferente, sin titubear, sin mirar atrás.-

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS