Desperté malherido en aquella jungla sin recordar cómo llegué. Ella curaba mis heridas con emplastos. La seriedad de sus felinos ojos verdes despertó en mí el temor, que aumentó al saber que era muda. La ausencia de palabras le confería un poder animal, no era una tara humana.

Ahora es mi esposa, pero vivo al borde del abismo. Siento su calor cada noche, noto cómo se aferra a mi cuerpo y yo al misterio que encierra el suyo, atento al despertar de su fiera interior. Vivo para ella, pero siento que mi destino le pertenece. Duermo abrazado a un tigre.

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Hoy, el hombre ha sabido que ella jamás le traicionaría. Se aferraba a él desesperada cuando los llevaban al sacrificio. A los pies del sacerdote verdugo, pateaba con furia y se abrazaba a sus piernas, a su cintura, interponiéndose. Tarde ha comprendido que ignoró el profundo amor de la mujer, cegado por un velo de sospecha inútil y cobarde en su mirada.

Rodó primero la cabeza de ella, y luego apoyaron la de él en la superficie del tronco talado. Así ha sabido, antes del hachazo, que solo él labraba su destino.

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