Había viajado desde su cálido departamento hacia una finca cerca de la selva.

Negocios.

Tomó un vuelo de linea hasta la ciudad cabecera, un hidroavión hasta un pequeño poblado donde lo esperaba la única autoridad. Un prefecto.

Subió a un jeep, y tras una hora de viaje por caminos polvorientos, llegó a la factoria, donde todo era blanco, desde el delantal de los trabajadores, los barbijos, y el producto que se fabricaba. Parecía harina, pero no lo era. De las mas de doscientas sustancias blancas que existen en química, solo estaba presente la que se vuelve turquesa frente a la desesperación de las mulas en cualquier aeropuerto.

Nuestro hombre iba relajado. Protegido. Repartidos todos los sobornos a las personas correctas, no tenía de que preocuparse.

La finca caminaba, la cosecha fué record ese año, lo que dió como resultado mas toneladas de producto refinado. Blanca. Pura. Incorruptible.

Al entrar al casco lo recibió Gastón, un médico que tentado por rápidas ganacias, había dejado la profesión en el hospital local, para supervisar la producción.

Tomaron un wisky de 25 años, sin hielo, a palo seco. Solo eso. El producto era para envenenar perdedores. Enviciar y esclavizar.

Bueno, llegó la hora de una importante entrega. La iba a hacer Gastón. El camión ya estaba listo, descaradamente, dado que los sobornos ya estaban en los bolsillos correspondientes, entonces sin cargamento simulador, ni doble fondo, ni nada. Descarado. Impune.

A mitad de camino, como estaba convenido, lo esperaba un retén, al mando estaba un general, al que Gastón le entregó un portafolio, que tomó, pasó a un soldado, y golpeó con la fusta la palma de su mano enguantada. Gastón recibió un golpe en el estomago que lo dobló. Fue detenido y llevado a una carcel a la espera de juicio.

El general se comunicó con nuestro hombre. Ambos rieron burlandose de la sorpresa de Gastón.

Habiendo ya concluido la visita nuestro hombre subió a su coche deportivo para llegar al hidroavión, pero antes de llegar, se encontró con un grupo de presos que, encadenados, estaban construyendo una ampliación de carretera.

Claxon Claxon Claxon

La excavadora mordió un terraplén haciendo volcar el auto, aplastando al guardia penitenciario, y dejando sin sentido a nuestro hombre.

Los presos cambiaron la ropa con el hombre del auto volcado, se liberaron de las cadenas con las herramientas de la obra y huyeron.

Nuestro hombre volvió en si, pero no podia moverse, ni siquiera parpadear.

Llegó una patrulla y lo trasladó a la morgue de la cárcel creyéndolo muerto. Entró a la sala de autopsias. Mientras preparaban el trepano, uno de sus dedos comenzó a moverse. La sierrita circular se detuvo y lo trasladaron a la enfermeria.

Nuestro hombre estaba aliviado. Ya sabían que estaba vivo, lo atenderían, pronto se aclararía su identidad y volvería a su cálido departamento con vista al inmenso parque.

Vestido con cofia , delantal y barbijo entró el médico, encendió la lámpara, se inclinó, lo miró y se quitó el barbijo. Era Gastón.

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