No quiero acarrear estos puñales
suministrar alas heladas
ni amputar sueños.
Todos somos el derecho de todos
mientras yo festejo nuevas anclas y brújulas nuevas
tú vas por la casa recogiendo fotografías.
Yo te quería tal vez
tal vez te quiero todavía
tal vez tantas cosas todavía.
Tú estás lejos enhebrada por pasillos y trincheras
por ventanas que la mañana moja
con sábanas infinitas
y yo estibo en mi garganta este árbol de clavos
yo llevo tu muerte
en mis manos que lloran y tiemblan
porque querían ser golondrinas.
Amiga
vieja compañera
mi amor no puede sucumbirte
pero se me escapa del alma.
Esta impotencia de redes
esta agua que se adelgaza entre los hilos
Cómo puedo morirte sin muerte?
cómo puedo vivirte sin morir?
Hay volcanes que tiran de mis ojos
como toros empecinados
hay timones que llueven sobre mi corazón.
Yo te quería.
Y hasta a veces me lamía sediento las heridas
y vigilaba anhelante las espuelas
de nuestras batallas.
Recuerdo nuestra cama
la última
como un barco
tal vez como una mesa sola en una casa sola
recuerdo tu espalda
tus ojos distantes
tantas veces mi mirada naufragada
mis huidos cuadernos
mi fulgor de ceniza
mi ronquera de rincones
recuerdo una por una
cada cosa.
La geografía de mi memoria
se echa a dormir en las bahías de tu cuerpo.
Y yo no quiero dolerte
yo no quiero las palabras del olvido
esas que amordazan los antiguos poemas
las que arrasan el amor con el nombre nuevo del amor.
Yo no quiero pisoteando borrar con pies desaforados
aquellos caminos esenciales
aquella amada piedra
el árbol sospechoso
el primer jardín de las distancias.
Durante tanto fracasado milagro
durante tanto extravío he querido quererte
tal vez lo conseguía
he querido juntar en un retablo amanecido
los pedazos indescifrables de mi alma en ruinas.
Y en ese inventario de turbias demoliciones
de escombros de suicidios a los que llegué tarde
tantas veces no encontraba mis pies o mi nombre
o equivocaba el orden de mis dientes
y ponía esa incriminada golondrina
en el lugar sonoro de mi corazón.
Estas páginas son siempre las sábanas del amor
las de los pies fugaces de mi boca.
Y en una ráfaga de agonizadas palomas
veo aquel denodado poema
la letra vegetal del amor que se hinchaba
veo aquella estrella hecha de beso
el muelle tanto pan y algo ventana de la espera
en que nos dábamos la mano para tantear al hijo
que venía
y vena
por tu cuerpo
con su inmóvil galope de duraznos
su naranja de terremoto
sus manos que se han hecho pequeños barquitos de papel.
Perdona que no ponga si lloro mientras escribo.
El canto de la muerte es en silencio.
Yo sé que a veces creías que por vertederos finales
y cerrojos
amainaban esas cartas y esos lejanos meses de lejanía
y esas fotografías ocultas que te dolían silenciosas
en algún cajón
donde se guarecían monstruos
y venenos
y nombres prohibidos.
Yo sé que a veces detrás de mis desnudos antifaces
sentías gemir
crujir
jadear
o suspirar los tallos que se iban despertando
y que contabas con genital paciencia
como las de aquellas plantas que eran casi flores
las hojas nuevas que recuperaban mis pupilas.
Yo sé de mis trincheras
de mis uñas
de mis agónicos recodos
sé de algunas palabras
que se escapaban como humedad o promesa
de esas intrincadas olas del asalto sin besos
de la espuma a veces solitaria
de los arcos iris que no tenían suficiente cielo
y de las otras playas extáticas a veces
donde entre viejas resacas íbamos reconstruyendo
con ansiosos dedos y clavos de saliva
el barco de nuestro primer naufragio.
Todo lo sé.
Sé que las flores serán las de un desierto.
Sé que te di una paloma herida que cuando trató de volar
abrió su tajo en llamas y te mojó de sombras.
Te dije que vinieras y te dije que no vinieras
te regalé las llaves pero clavé la puerta.
Qué puedo hacer.
Cuál es el primer día del fracaso?
cuál es el límite de la derrota?
hasta cuándo se golpea
hasta cuándo se uñas y muñones
en este derrumbado túnel
sin salir o morir?
No volvimos a preguntarnos por los anzuelos primeros
por aquel zarpazo de nombres que entró o entré
como una inundación en la casa de nosotros
derrumbando sillas y mordiendo retratos.
O mejor no volví a respondernos.
Fui de nube o peor de humo
anduve escabulléndome como un fusil
con la promesa debatiéndose y la traición furtiva.
Tu dolor me duele con páginas vacías
con días que no supe que iban siendo despedidas
tu dolor me sube como un candado y me muere
me escupe la voz con flores de raza equivocada.
Tu dolor soy delito y sacerdote del otoño.
Pero hay caminos que estallan las anclas
una marea de caminos
una marea alta
una noche de faros ululantes y tiniebla a gritos
y yo zarpo como naciendo o muriendo
y te arranco de cuajo la memoria.
¿Cómo pedirte perdón
con qué palabras
con qué caricias secarte la casa solitaria
con qué besos enjuagarte los besos que no quedo
con qué olvido no haber sido
con qué recuerdo quedarme?
En mí se trama una rosa de desiertos
un nudo de ebriedades sin Dios ni horizonte.
Tantas veces parto
tantas veces apenas llego y apenas parto
después de tanto apenas vuelto.
Tantas veces mi hijo me ata la sombra
con sus atroces juguetes
y me fusila con su voz de colibríes
con su voz pequeña de candentes precipicios.
Tantas veces.
Tantas y estas fotos con que me suicido de a poco.
Este minucioso veneno
qué puedo hacer
cómo quedarme este espantoso equipaje de cuevas
metido siempre hasta los ojos
en mis cuadernos de pozos o trincheras.
Yo quisiera llevarte la mañana
un racimo cotidiano de canciones
y esas rosas que hablaban rojamente
como un pan de velas encendidas
pero te llevo la ronquera de mis manos
mi voz que tropieza
y un espejismo de días sin bandera.
Quise fundar mi memoria
deponer mis lejanías
redimir mis huellas
rendir mis salados recovecos
decirte un día
después de tantos días
que ya había vuelto
darme cuenta de tu mesa congregada
y apreté los dientes y cerré los puños
y contuve el aliento de mi arreciante podredumbre
pero te clavé de desertadas canciones
te crucifiqué de desmentido herrumbre
con altares disfrazados
con cadalsos que tenían voz de sirena.
Tal vez dos muertes no sea bastante
mis pezuñas criminales devastarán cada cúpula sagrada
cada almena depuesta
cada arco de rosas que se te haya caído en la batalla.
Y yo quedaré herido con tu espera
con tus rosas de nuevo
con tu traicionada primavera.
Y yo quedo herido pero no me muero
y mi herida es culpa
y mi dolor tendrá sonrientes espejos
cuando no quiera verme frente a frente
con el cuchillo ensangrentado de luna
y el poema ensangrentado de silencio
cara a cara con el crimen.
Un día en nosotros fueron todos los ovarios de la tierra
telares de alba nos buscaban la lengua
carcajadas de lava levantaban nuestro aliento
desatados ríos acarreaban
la primavera hasta mi cama sin cenizas.
En el pan nos encontrábamos y en la campana
y el aburrimiento no andaba socavando ni enmoheciendo.
La rutina no lamía las cosas que sostenían el día.
¿Cómo decirte que ahora sí?
Dame tu herida como una sonrisa
para poner mi puñal como una rosa.
Cómo puedo no terminar esta carta
con aquella misma estrella
cómo besar la frente de nuestro hijo
yo cómplice de la noche
polizón de la puerta.
Cómo martillar su mirada desnuda
con mi espalda turbulenta de nuncas?
¿Cómo cambiar tu nombre por el de una hermana
cómo darte de beber estos andenes
cómo asestarte este puñetazo de lágrimas
cómo decirte estas equivocadas brújulas
cómo pedirte que guardes
los zapatos viejos de mi historia?
No me voy de tus altares a otros templos
mi boca no trasborda nombres
mis sueños no se visten de nuevos lenguajes.
Me he quedado sin Dios
eso es todo.
Ahora ya sé que no puedo construir a Dios con sólo rezos
a pesar de que nunca tuve palabras suficientes
ni manos apretadas suficientes
o que ahora nunca las habría tenido.
Pusiste en el teléfono tu voz
como una ofrenda
como una mansa llamarada de campanas.
Yo les arranqué el domingo
les amputé las alas
te escupí la lengua con ronquera.
Siempre el mismo labriego de flores venenosas
de cosas con las que no se puede hacer pan.
Ahora necesito quitarme la coraza
ser mucho más víctima
decirte que lloro
ser menos culpable
estar un poco loco
tener olor a sonámbulo
pasearme por nevadas cornisas
abrir la boca para que entre
alguna herida a raudales.
De par en par el silencio
para tener alguna lápida
que llame a los que vendrán a perdonarme.
Y sin embargo no comprendo el perdón.
No sé siquiera si edifico en esta página
un espejo
si le escribo esta carta a mis insomnios
a mi conciencia
si quiero demorar la copa clandestina
la azotea que se derrama sobre las sirenas
los sueños desterrados.
No quisiera ser el turbio sacerdote
la ritual cicatriz
la canción que se condensa y lava.
No quisiera ser mi absolución.
Quiero bayonetas ladrándome
jardines ladrándome
arrojándome puñados de sequía
conminatorios hermanos
sin sillas para mi destierro
un inventario de soledad para mi culpa.
No soy un emigrante
prófugo de la tierra
gangrena planetaria.
Pero antes de irrumpirte esta carta
antes de estallarte la boca
de hacharte los ojos
y machacarte hasta la última ceniza
quiero dejarte el mapa de mi cueva
el itinerario de mi despavorido escondrijo
para que si un día
amaina mi crimen en tu carne
y puedes enterrar también
las cruces de tu cementerio
vengas a mis costras sobrevivientes
a encontrar al amigo que también fui
nube
que tampoco claridad
que ni siquiera pañuelo.
He releído esta carta durante la que mi boca
no tropezó
ni acampó para secarse el sudor.
Apenas alguna ventana del avión
el tórax americano
disminuido bajo la altura
como una dentadura de piedra.
Montañas desencadenadas
cráneo
mandíbula geográfica.
No podía detenerme
borbotones de lámparas envenenadas
se me desmoronaban por dentro
y caían al renglón amigo
al silencio ordenado
e inventariado en blanco.
Hay en los hombres la misma
fatigabilidad de la tierra.
A veces se cambian las semillas
a veces se amamanta el polvo
con sus propios hijos
como las gatas que se comen la placenta.
Y a veces a pesar del sudor
de las tempranas fatigas de las lluvias
y las nobles semillas
la primavera sopla en la flauta terrestre
pero la canción de espigas no brota.
Es entonces cuando el terreno está ronco.
Los cardos andan recuperándome el alma.
Con esto no digo
que ninguna flor es cierta
o que no podríamos poner
los mismos cardos
en un jarrón
sobre la mesa.
Digo que la arena me intenta
que la piedra me interrumpe
y la aridez logra mis vetas.
No quiero los nombres
cotidianos del amor
para nombrar su muerte.
Sería demasiado doloroso.
Amiga
yo tengo esta enfermedad de tinta
y a veces la piel de mi alma
se oculta debajo de mis costras
se esconde en el agua de las ampollas
bajo el pus enmascarado de las pústulas.
Tú lo sabes
has deletreado mi boca tantas veces.
No puedo emprender este lanzazo
sin disfrazarlo de paloma.
Voy de carta en carta
de nombre en nombre
de amigo en amigo
de recuerdo en recuerdo
palpando a tientas
el óxido y el terciopelo.
Hablo a los amigos con que hablábamos
lloro sobre nuestro cubrecama en mi memoria.
Les sonrío a las macetas del balcón
a través de la distante ventana.
Estoy solo en esta culpa
como un cáncer de carbón en una napa de oro.
Y no sé mentir ni decir la verdad.
No puedo quedarme ni partir.
Lloro o sonrío
le hablo al espejo
al aire
me miro la memoria al espejo
me miro el crimen y el silencio al espejo
me miro la vida y el futuro al espejo
sonrío o lloro
es la única imagen que recojo.
Si pudiera haberte regalado muchas más flores
flamantes puñados de canciones
una camisa de besos para tus hombros
donde hacía pie la tarde…
Recuerdo cuántas veces volvíamos de la rabia
con espuma de cuchillos en la boca
salpicando gritos derretidos aún
y de repente la espuma era de súbita flor
los gritos eran súbitamente tules que volaban
y deponíamos esa especie de odio indesterrable
escondiéndolo bajo la alfombra
detrás de algún párpado
o entre las muelas junto al musgo del tiempo.
Recuerdo cuántas veces
estuve por escribir de nuevo
la palabra amor
y mi garganta se agachaba
o se quebraba en el aire
como un barrilete roto
y te decía apenas una mirada esquiva
un recodo en la boca.
Nunca habré sabido dónde empezaba esta carta.
Tal vez en algún descuidado ademán
en un borbotón de murciélagos
cuando vigilábamos mariposas o atajábamos
guitarras con el pecho.
No lo sé
no lo sabré.
La vida es un laberinto sin retroceso.
La piel de la tierra era toda caminos.
Tuvimos pies para éste.
El destino era cualquiera
y emprendimos esta memoria
con lentitud de empecinados dientes.
Y aquí estamos ahora.
No puedes mirarme a los ojos.
Te llamo para que lo hagas
para que precipites tu última herramienta
tu último anzuelo ávido.
La vida no nos permite
una vuelta de pista preliminar
un recorrido estudioso.
¿Cuántos errores nos quedan-amos
por nacer o morir?
Yo no lo sé.
Ayudémonos a alguna paz cualquiera.
Yo siento que llegamos
a la cima de nuestras manos
a la cúspide de nuestros almanaques.
Aquí nuestro camino cae bifurcado.
Nos queda un único cauce común
la única vaina donde esconder esta ceniza
nuestro hijo.
Él es el guante que guarda
nuestras manos juntas.
Qué más puedo decirte?
Es cuestión de decidir.
Decidir quedarnos o decidir partir.
Decidir durar o decidir decidir.
Y yo tengo miedo de saber
que ya he tomado mi rumbo
que ya he echado a andar el viento
que mis velas se hinchan y tiran
y que el tiempo ya me da la nuca.
Quiero un último tramo de espejismos
para arrancarme si es preciso las manos
buscando el agua en nuestra arena.
Por eso quiero que vengas
para que la tal vez última vez
no haya pasado inadvertida.
Caminar por un muelle como un ciego sin saberlo
es un poco lo que no habría pasado
no es justo resbalar.
Debemos arrojarnos o permanecer de pie.
No elijamos la cobardía del tropiezo.
Ya tanto ha sido casualidad.
Yo no quiero darle llaves al destino.
Soy yo el jinete de mi vida
timonel y fogonero.
Subámonos a la locomotora aunque sea sangrando rieles
pero mereciendo el rastro que dejamos
aunque sea de escombros y gangrena.
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