Sorprendente era la forma basta en la que se me rechazaba en aquellas redes sociales solo por las expectativas crueles de mis congéneres. Daba la frialdad de aquellos cuerpos, lo que me hacía pensar que el lugar que ocupaba en el mundo no era más que un espacio temporal. Una respuesta era innecesaria para simplemente entender el desinterés innato por el cuerpo ajeno.

Siempre supe que ante la debida desdicha, mi mundo no se resumía a un simple templo de Dios y que mis capacidades estaban por encima de cualquier perfil bien escrito en ese mundillo de mie… bueno, prefiero no caer en las malas palabras. Había aprendido a como sobrellevar la impotencia de una manera más simple, más educada, más humana; aunque algo impura para la feligresía católica.

Me perdía a mí mismo con gran frecuencia ante el decoro de aquellos caníbales. Comprendía con orgullo que era algo que me permitía, pues insistentemente aumentaba sus egos y en mí una satisfacción extrañamente nueva; un placer descabellado para algunos.

Cruelmente me aferre a la única idea que me permitía entre aquel caos profundo. Una idea aunque compleja bastante fácil de realizar para cualquiera: mejorar mi cuerpo. Una forma de auto-aceptación en medio de un escenario que me recordaba lo duro que era vivir con prejuicios. Creía con gran medida que los aposentos del amor no eran más que la pasión carnal hereditaria de los tiempos antiguos, pues: ¿Cómo pensar que algo tan pecaminoso pudiera amar de la forma correcta? O incluso amar de verdad?

Quizás la ausencia de Sergio me hizo pensar que las cosas podían ser mejor; cálidas y sinceras. Me llenaba de una ilusión banal que solo algunos llegan a ver con gran intensidad; el resto son solo fragmentos de un vidrio roto hace años por ellos mismos. Era solo cuestión de confiar o de creer, ambos los aplico, ante la inmensa alegoría que solo él pudo dar.

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