Quiero volar.

Era una tarde de abril, las nubes no dejaban ver las altas cumbres, llovía, estaba aburrido. De repente tomé una decisión, iba a hacer que saliera el sol para así poder salir a volar. Me senté en la galería y pensé con toda mi alma y mi ser en que en pocos minutos el sol se asomaría. Pasaron diez minutos y nada. Seguí pensando, pasaron 15 minutos más y apenitas se veía un rayito de sol. Fue cuando me di cuenta que podía hacer algo más. Fui a la pizarra que tengo en la cocina, borré lo que allí había dejándola en blanco, tomé el marcador negro y entonces comencé a dibujar el cielo con las nubes tal cual como se veían por la ventana. El marcador negro es el de la realidad. Luego agarré el borrador totalmente decidido a transformar lo que era real, poco a poco fui borrando algunas nubes y en esos vacíos, fui pintando cielo despejado con el azul, que, te lo digo a vos, pero por favor no se lo cuentes a nadie, es mi marcador mágico. Cuando terminé mi dibujo, en la pizarra había un hermoso cielo azul, un sol que iluminaba y calentaba el aire y algunas aves divirtiéndose mientras planeaban, miré hacia afuera y había allí lo mismo que en mi pizarra.

Ahora estaba lindo, destapé mi avión, arranqué el motor y salí a volar, pensar que un adulto de aquí me dijo “no seas canducho, no ves que las cosas no se pueden cambiar”, pero yo se que sí se pueden cambiar, ya que el mundo nunca dejó de ser mágico.

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