Blaze! Capítulo 51

Capítulo 51 –La luz al final del túnel.

Blaze seguía tapando el agujero con su cuerpo para que nadie pudiese ver a Albert sin peluca, susurrándole de vez en cuando, apresurándolo.

¿Acaso estás borracho aún? Busca bien –murmuró Blaze a Albert, recibiendo una respuesta que sonaba alejada.

Estoy tanteando todo, pero no logro encontrarla, un poco de luz me ayudaría, si no es mucha molestia –respondió Albert con su voz retumbando al exterior del hoyo.

Espera, ni se te ocurra salir de ahí sin encontrarla –ordenó la señora a su escudero—. ¿Alguien que tenga una antorcha con fuego que me preste, por favor?

Muchas de las mujeres presentes se quedaron mirando estupefactas a Blaze, acercándose una chiquilla con una vela blanca encendida en su mano, pasándosela a la hechicera.

Gracias, niña –dijo Blaze, sonriéndole a la chiquilla, deformándosele el rostro al girarse para entregarle la vela a Albert, casi gruñendo—. No pude conseguir algo mejor, úsala bien.

Gracias –respondió Albert, asomando su mano desde la excavación, iluminando el pequeño orificio por el que entró mientras acercaba la vela a su cuerpo, siguiendo con la búsqueda de la peluca.

Albert caminó por la subterránea y pequeña cueva pedregosa que logró divisar gracias a la vela, depositando la fuente de luz en el piso, buscando la peluca entre las piedras y polvo humedecido que lo rodeaba, sin resultados positivos.

Maldición, debería estar aquí –pensó Albert, pateando las rocas, escuchándolas rodar, impactando algo con ellas, produciéndose un sonido distinto al choque de dos rocas—. ¿Qué será?

¿Y…? –preguntó Blaze desde el exterior, mientras Albert revisaba una caja de madera, que fue el objeto con el que impactó la roca que pateó.

Nada, pero encontré otras cosas acá –respondió Albert, llamando la atención de su señora.

¿Qué es? No, espera, voy a ver personalmente –preguntó Blaze, decidiendo meterse también al agujero, sin considerar si podía entrar en él, quedando atrapada unos minutos en el hoyo, debido al tamaño de sus hombreras, forcejeando fuertemente para poder descender.

Bueno, no era necesario que bajaras, sólo es una caja de madera con unos trapos viejos y unas botellas vacías, podrías haber preguntado –dijo Albert, mostrando su infructuoso descubrimiento.

Podrías haberme dicho mientras forcejeaba para descender –respondió Blaze, decepcionada y enojada con su escudero por no haberle informado de la basura que había encontrado.

Al menos podemos buscar ambos la peluca –dijo Albert, sonriendo.

¡Ah, no, olvídalo! Se te cayó por andar metiendo la cabeza donde no debías, búscala solo –argumentó la maga, disponiéndose a salir de la pequeña cueva, escuchando el chillido de una rata—. No esperaba que pudieran vivir animales acá abajo…

Albert se quedó escuchando, mirando hacia todos lados para ver si encontraba a la rata, advirtiendo la ubicación de la peluca, muy alejada de donde se suponía debió caer.

Mira, ya la encontré, espérame, para que subamos juntos –comentó Albert a su señora que casi estaba saliendo ya de la cueva.

Cuando Albert se acercó para recoger la peluca, esta comenzó a moverse, deslizándose por el piso, alejándose de él, escapando, ante lo cual Albert le gritó a Blaze.

¡Blaze, se va, está huyendo! –gritó Albert, corriendo detrás de la peluca, debiendo moderar sus pasos para no apagar la vela con el aire.

¿Qué dices? ¡Espérame! –preguntó Blaze, devolviéndose en el camino, siguiendo al joven oráculo.

Blaze llegó al lado de Albert, quien caminaba rápidamente detrás de la peluca, la que estaba zigzagueando, buscando una ruta de escape.

La rata que se oyó, ella tiene la peluca, por eso no la encontré dónde suponía que había caído –comentó Albert a la recién llegada.

Debe quererla para abrigarse, acá abajo es muy húmedo y frío –respondió Blaze, abalanzándose al animal cubierto por el cabello falso, haciéndolo correr más rápidamente, esta vez en línea recta—. Sigue avanzando con la luz, que no se te apague, yo la cogeré a la muy maldita.

Los muchachos avanzaron más y más dentro de la cueva, alejándose mucho de la entrada, poniéndose todo más oscuro.

¡Que no se te apague o la perderemos de vista! –gritó Blaze a su escudero—. Si pudiera usar mis poderes ya le habría mandado un par de Fireballs, así, así y así…

La hechicera movió sus manos como si atacara al animal con sus hechizos de fuego, escapándosele uno repentinamente, impactando a la rata y a la peluca, calcinándolos instantáneamente, sorprendiéndose por la súbita recuperación de sus poderes mágicos.

Pero… no fue mi intención, la maté –dijo Blaze, encendiendo su mano para iluminar la cueva, viendo a las dos víctimas de su involuntario ataque.

Sí, pobre rata, no se lo merecía –acotó Albert, recogiendo lo que quedó de la peluca, la que se deshizo entre sus dedos.

No me refería a ese animalejo, esa peluca me salió muy cara, la tenía hace mucho tiempo –reclamó Blaze, tomando los cabellos chamuscados—. Al menos murió calentita, la rata.

¡Blaze, qué cruel, no digas eso! Aunque debo decir que ya me extrañaba tu comentario –regañó Albert a su señora, mirando a lo que parecía ser el fondo de la cueva—. Mira allá, parece que se cuela algo de luz, no necesitaremos la peluca para salir inadvertidamente del edificio.

Tienes razón, así tampoco tendremos que arreglar la madera que se rompió –soslayó Blaze, mirando a Albert con una sonrisa, enfrentándose a una mirada de reprimenda de parte de este.

Dijiste que lo haríamos –dijo Albert, reprochándola por comprometerse en vano, cruzándose de brazos.

No pienso volver allá, lo único que hicimos fue perder el tiempo –respondió la joven, pero la actitud del muchacho no cambió—. Bueno, primero salgamos de aquí, luego veo si tengo ganas de ir a perder mi tiempo.

Blaze se acercó a una gran roca que tapaba un agujero, de aproximadamente su altura, divisando a través de un orificio que se formaba en la unión de las rocas, viendo el aún claro exterior.

Sí, se puede salir por acá, el agujero da a una especie de rocas gigantes amontonadas, vi hojas de árboles también, así que debe estar en las cercanías de un bosque –detalló Blaze—. Aléjate, esto se va a poner explosivo.

Espera, deja guarecerme –respondió Albert, poniéndose detrás de una roca dispuesta al lado derecho del camino.

¡ Baneful Spear! –gritó Blaze, formándose una lanza oscura de energía demoníaca en su mano, tomando vuelo para lanzarla a la roca que tapaba la salida.

Blaze lanzó el hechizo a la roca, impactándola de lleno, gastando así su ultimas reservas de magia negra, pero la piedra no fue destruida, sino que hizo rebotar el hechizo, desviando la lanza hacia ella, pasando a centímetros de su cabeza, quedando estupefacta, sin siquiera alcanzar a reaccionar por la velocidad que tomó su ataque, perdiendo unos cabellos en el proceso, mientras que la lanza impactaba detrás de ellos dos, explotando las rocas del techo de la cueva, produciendo un polvoriento estruendo.

Mierda… –musitó Blaze, con piel de gallina, agarrándose la cabeza, buscando si le faltaba alguna parte—. Albert, ¿estás bien?

Sí, lleno de polvo, pero bien –respondió el joven, sacudiéndose el rostro y ropajes—. ¿Qué sucedió?

Mi hechizo rebotó. Me quedé parada, no esperaba eso, no pude moverme, casi termino muerta por mi propia lanza –comentó la maga, tirándose en el piso, con las piernas tiritando.

Blaze se dio un momento para reponerse de la impresión, levantándose para averiguar lo sucedido. Entre los dos intentaron mover la roca a la fuerza, pero esta no se movió ni un solo milímetro, intentando luego derretirla con una llamarada controlada, pero esta fue devuelta al igual que el otro hechizo.

¿Qué haremos? La salida está allí, frente a nosotros, pero no podemos pasar, está bloqueada –dijo Albert, sentándose en el suelo, mirando a la inamovible piedra—. Al menos el aire pasa por ese orificio, de otro modo nos habríamos asfixiado hace rato.

El techo se rompió, sigamos por ese camino, de seguro logramos salir en algún momento –pensó Blaze en voz alta, mirando las rocas destruidas por su ataque anterior.

Blaze atacó el techo de piedra de la cueva con sus hechizos, retirándose para que Albert despejara los escombros del lugar, descansando los dos unos minutos después, esperando que el polvo en suspensión disminuyera, para comenzar nuevamente con la acometida. Horas después lograron emerger de la cueva, cansados, sucios y sudorosos, quedando en lo alto de una pequeña loma, alcanzando a ver como el sol se ocultaba en el horizonte, dejando en el hoyo la ropa de mujer que Albert utilizó para entrar al templo.

Estoy exhausta –dijo Blaze, acostándose en la loma—. Ni siquiera es tan alta, pero costó mucho esfuerzo salir de ahí sin que se nos viniera todo encima.

Lento pero seguro, dicen –acotó Albert, recostándose al lado de su señora—. La otra opción era que nos ahogáramos con el polvo, aunque más miedo me daba quedar sepultado bajo todas esas rocas y tierra…

Ni me lo digas, ya he pasado por eso –dijo Blaze, recordando su vida junto a su maestro, maldiciéndolo de paso.

Los muchachos descansaron, sintiendo el fresco aire del inicio de la noche, viendo como salían las primeras estrellas en el firmamento, atravesándose una rápida figura cristalina y alada sobre estas, deformando las imágenes que observaban, cambiando la actitud de Blaze, quien se levantó del piso refunfuñando.

Maldición –dijo Blaze, con rostro de desagrado, cruzándose de piernas y brazos, frunciendo el ceño—, tenía que llegar.

¿Qué? –preguntó Albert, sin percatarse de lo que pasaba, sentándose también—. No he hecho nada…

No eres tú, soy yo –explicó Hänä, apareciendo en escena, detrás de los muchachos, cargando un pequeño barril de cerveza en su mano izquierda.

¡Hola! ¿qué te hace pensar que te queremos acá? –preguntó Blaze a Hänä, moviendo las manos como si ahuyentara a una mosca.

¿Traje cerveza? –respondió la maga experta en agua, moviendo el barril para que el brebaje sonara e incitara la sed de Blaze.

Pffff… ¿Con ese vasito de cerveza intentas comprarnos? Quizá Albert se emborrache con eso, pero para mí es como una muestra gratis de un mercadito barato, además de que no confío en ti, no sé qué puedes haberle echado –argumentó Blaze, desdeñando el regalo que Hänä traía entre manos.

Ambas sabemos que no importa el veneno que pudiese tener esto, lo sacarías de cualquier manera y te lo zamparías con un solo trago –contraargumentó Hänä, perdiendo un poco la compostura, enojándose con Blaze.

¡¿Así que dices que soy tragona?! –gritó Blaze, levantándose del piso, dispuesta a iniciar los golpes.

Albert observaba en silencio a las mujeres discutiendo, sin atreverse a intervenir o decir palabra alguna, reculando con cada grito que se daba, volteándose para abandonar la escena, siendo detenido por su señora.

¿Dónde crees que vas? Tienes que quedarte para apoyarme –dijo la maga incineradora, con los ojos encendidos de furia.

¿Ahora necesitas que te defiendan? Como se nota que te has ablandado, Ileana –dijo Hänä, azuzando a la ya irritada Blaze, sabiendo que no le gusta que la llamen por su nombre—. ¿La llamaste ya por su nombre, Albert?

Bueno, no… En otro tema, ¿por qué no nos acompañaste al templo femenino esta tarde? –preguntó Albert con palabras aceleradas, intentando desviarse del tema y calmar a las furibundas mujeres.

¡Mejor cállate, Albert! –gritaron las muchachas al unísono, caminando en direcciones contrarias, dejando al escudero solo en la oscuridad.

Al menos dejaron de pelear –pensó Albert, mirando en ambas direcciones, dudando a cuál de las mujeres seguir por unos segundos, yendo detrás de su señora—. Me mata si ve que me fui detrás de ella…

Albert encontró a Blaze encendiendo una fogata, limpiándose con las manos el polvo seco que manchaba sus ropas y cuerpo, recostándose de lado en el terreno, tapándose con su capa, disponiéndose a dormir, sin dirigirle ninguna palabra al joven oráculo, quien tampoco quiso decir nada, sentándose frente a las cálidas llamas, juntando unas ramitas secas para avivar el fuego de vez en cuando, llegando Hänä unos minutos después, sentándose frente al escudero, sirviéndole un poco de la cerveza que trajo en una jarra metálica que ella cargaba consigo.

Blaze escuchó que Hänä intercambió algunas palabras con Albert, pero nada que pudiese considerarse una conversación, durmiéndose conforme. El escudero terminó con la bebida de la jarra, devolviéndosela a Hänä, bebiendo en ella sin limpiarla, mirando ambos las llamas que iluminaban la noche.

Buenas noches, Albert, supongo que eres el encargado de vigilar el fuego –dijo Hänä, recostándose hacia el otro lado con respecto a Blaze.

Sí, descansa… –respondió Albert, dudoso de poder seguir la oración.

Hänä, dilo, es mi nombre, acostúmbrate a él –dijo la maga acuática, sin moverse de la posición adoptada—. Menudo escudero se consiguió mi amiguita, de seguro le dices que sí a todo…

Albert sintió que debía responder a lo que Hänä dijo, pero no se atrevió, sin duda las dos mujeres tenían un carácter muy parecido, se notaba que habían pasado mucho tiempo juntas, sintiendo un poco de celos por la íntima cercanía entre ellas.

Bueno, soy el último en llegar… –murmuró Albert melancólicamente, antes de echarse a dormir, entremedio de las mujeres y a la cabecera de la fogata.

Los tres jóvenes pernoctaron sobre la agujereada loma, levantándose Albert un par de veces para avivar el fuego, volviendo a su descanso, llegando rápidamente la madrugada, levantándose Blaze de inmediato, buscando un árbol que cortar, despertando a su escudero.

Albert, voy a reparar el mueble de madera del templo, vuelvo en un rato –dijo Blaze, llevándose bajo el brazo un trozo de tronco recién derribado y cortado—. Quedas a cargo de mis cosas.

Sí, claro… no te preocupes –dijo Albert, sacándose las lagañas y apagando con el pie la pequeña llama que aún revoloteaba entre las cenizas, mirando a la inmóvil Hänä, que no parecía reaccionar a los ruidos externos.

Blaze se alejó rápidamente, caminando por un sendero, perdiéndose entre los árboles, dejando a los dos jóvenes solos. Albert comenzó a mover sus brazos como péndulos sincronizados, caminando en círculos, mirando a la durmiente Hänä, indeciso sobre si despertarla o dejarla dormir.

Bueno, creo que iré a cazar algo para que desayunemos y luego almorcemos, puede que reaccione de la misma manera que Blaze cuando se le despierta antes de tiempo –habló el escudero, recordando jornadas pasadas y lejanas, dejando a la maga de cabello azulado tal cual, cargando el caldero de su señora.

Albert cazó una liebre, además de recolectar algunas frutas, cargándolas en el caldero de Blaze, encontrando un río no muy cercano, lavando la fruta y llenando el recipiente metálico con agua para poder hacer una sopa con el animal.

Lástima que no tengo papas –sollozó Albert, mirando a todos lados, buscando alguna plantación de vegetales, sin suerte.

Albert llegó al lugar donde pernoctaron la noche anterior después de un par de horas, encontrando a Hänä despierta, bebiendo las sobras del barril de cerveza que trajo, saludándose con un ademán.

Traje algunas frutas para desayunar, ¿quieres una? –preguntó Albert, ofreciéndole un orbe amarillento y pecoso a la muchacha.

No, gracias, ya me alimenté –agradeció Hänä, levantando el barril vacío.

Bueno –respondió el escudero, comenzando a desollar al animal, sentándose en la tierra y frente al caldero, escondiéndose de su acompañante, temeroso de iniciar una conversación.

Albert se levantó para dejar secando el cuero de la liebre en la rama de un árbol, metiendo al ensangrentado animal en la cristalina agua, cortándole las extremidades dentro del fluido, sacudiendo las manos fuera para secarse la rojiza agua, mirando de reojo a Hänä, notando que ya no vestía la parte superior de su ropa de cuero, sino que estaba con una traslucida y deshilachada camisa blanca, apoyada con las manos en el piso, detrás de su espalda, sacando pecho, moviendo su torso imperceptiblemente, generándose un bamboleo en su ropaje con sus senos.

Albert, no estés tan callado, deberíamos aprovechar que Ileana no está acá… ¿no hay nada que quisieras indagar en este momento? –incitó Hänä, mirando fijamente con sus profundos ojos a los del muchacho, hablando melosamente, acelerando el ritmo cardiaco de Albert, produciéndole un intenso rubor en el rostro—. Llegué a pensar que me estabas evitando.

Bueno, hay algo de eso… Yo quisiera… –dijo Albert, dubitativo como siempre, mientras que Hänä celebraba internamente por haber seducido al muchacho, esperando dominarlo y sacar provecho de él—. Me preguntaba, ¿por qué Blaze está tan enojada contigo?

¡No resultó como ella esperaba! ¿qué respuesta recibirá Albert a esta pregunta?, ¿qué sucedió entre estas antiguamente entrañables amigas?, ¿habrá posibilidades de reconciliación? Esto y mucho más en el próximo capítulo de BLAZE!


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