Peter Kurten, «EL VAMPIRO DE DUSSELDORF»

Peter Kurten, «EL VAMPIRO DE DUSSELDORF»

Peter Kurten – (1883 – 1931) – Nació en Colonía, Alemania y falleció también en ese lugar. Era conocido como «EL VAMPIRO DE DUSSELDORF».

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Nació en 1883 y parecía obtener placer de todo cuanto supusiese destrucción.

Peter usó los cosméticos habituales para colorear sus mejillas y cubrir su piel amarillenta. Se peinó meticulosamente el cabello corto con una raya en el medio. Después, lustró sus zapatos hasta sacarles brillo y por último se perfumó con agua de colonia. Se vio en el espejo. Estaba orgulloso de su aspecto y se hubiese quedado largo rato admirándose, como hacía habitualmente. Pero los acontecimientos de los últimos días lo habían llevado a tomar una decisión trascendente y no podía perder tiempo. Esa mañana de mayo de 1930, le diría a su esposa que él era la personificación del mal, la Bestia de Dusseldorf.

Se encontró con ella en el comedor y ambos se sentaron a la mesa. Peter, con su espalda erguida y su aspecto ascético, le contó del placer que sentía al apuñalar o apretar la garganta de jovencitas, una práctica que recordaba vivamente al menos desde 1913. Contó cuando entró a la casa de Khristine Klein, de 10 años:

“Oí la sangre brotar y gotear sobre el felpudo, al lado de la cama; salió a chorros formando un arco sobre mi mano”.

Al día siguiente, fue a un bar frente a la casa de Khristine, pidió una jarra de cerveza y se quedó escuchando los comentarios de los vecinos sobre el homicidio. Podía contar nueve crímenes parecidos y siete intentos.

Su esposa creyó que era una broma y amagó levantarse con una sonrisa para continuar con sus quehaceres. Peter la contuvo con un ademán de su mano y continuó; le dijo que mataba con cuchillo o tijeras que llevaba en el bolsillo de su saco. Ella, a medida que escuchaba de salvajismos, se quedó quieta y unió sus manos. “Mis relaciones con mi esposa fueron excelentes –contará Peter–. No la quería con un sentimiento sexual, sino por la admiración que despertaba su fino carácter.”

A la esposa de Peter le era difícil concebir el mal en la apariencia común de su marido, modesto empleado, amable con sus vecinos y de tierna atracción para los chicos. En un momento se sintió demasiado aturdida para pensar con sensatez. Le propuso un pacto de sangre, pero Peter cambió esa propuesta por una mejor. Debido a que la información sobre el Vampiro o la Bestia de Dusseldorf tenía un precio muy alto, le pidió que lo entregase. La recompensa serviría para atenuar el sufrimiento al que él la sometía con esta revelación. Ella aceptó. Se llamaba María y cuando se conocieron ella venía de desvincularse de un asunto muy grave, la muerte de su novio en extrañas circunstancias (¿Acaso envenenado?) después de visitar la casa de María.

Peter Kurten nació en 1883 en la ciudad de Colonia. Al final de sus días le contó al psiquiatra forense Karl Berg, que lo atendió en la prisión, que sus padres granjeros lo golpeaban, que su mamá se había acostado con él frecuentemente y que su padre, alcohólico, violaba a su mamá. Que amaba a los animales y que antes de los 9 años descubrió que sentía más placer degollándolos. De hecho, parecía obtenerlo de todo cuanto supusiese destrucción.

“No es el acto sexual lo que me interesa, sino el asesinato”, reveló.

Solía provocar incendios para llegar al clímax y lo obtuvo un día cuando vio involuntariamente un accidente en la carretera. Pero lo que realmente lo excitaba era la sangre, beberla.

Peter no había vuelto a matar desde el episodio con la niña Klein, ocurrido en Colonia. En 1925, se mudó a Dusseldorf, una rica ciudad con fábricas de acero al norte de Alemania. Allí, vivió normalmente hasta que mató sin freno de febrero a noviembre de 1929. Los habitantes de Dusseldorf estaban muertos de miedo y no era para menos. A una nena de ocho años, por ejemplo, de nombre Rosa Ohlijer, la apuñaló trece veces con unas tijeras y tras beber su sangre la quemó con gasolina y se quedó allí, mirando.

Para Kurten, todo se precipitó el 14 de mayo de 1930. Ese día, llegó a Dusseldorf una chica, empleada doméstica, llamada María Budlick. En la estación comenzó a revisar sus ropas en busca de la dirección del albergue de señoritas al que pensaba ir. La había perdido. Un hombre se le acercó al verla en problemas y le ofreció ayuda. María, que había oído hablar del vampiro, se asustó. Otro hombre apareció entonces. Le preguntó si había sido molestada. María le dijo que sí y confió en él.

Peter le ofreció ayuda. La llevó primero a su casa, donde le dio un vaso de leche y pan. Luego, con la excusa de ir al albergue, caminaron hacia un bosque cercano. Peter la atacó. Abrazó a María y los dos cayeron. Las manos de él aferraron rápidamente el cuello de la jovencita. Ella ya no podía respirar. Pero la singularidad de aquel momento dejó pasmado a Peter rápidamente y aflojó la mano que atenazaba la garganta de María. El había logrado el goce cuando la chica se desvanecía. Pero ella no había muerto.

El vampiro se incorporó. Comenzó a arreglarse las ropas con esmero mientras María tosía y gemía semiasfixiada en el suelo. La ayudó a levantarse y le ofreció acompañarla hasta la salida del bosque. Ella se negó. Peter dio media vuelta y, según María, murmuró: “Así es el amor”. María logró finalmente ubicar el albergue de señoritas pero tardó algunos días en hacer la denuncia. Tenía miedo. Además, sólo recordaba la calle donde vivía Peter, Mettmanner Strasse, pero había olvidado que era en el número 71.

Ahora, Peter y su esposa María tenían un plan para cuando se presentasen los agentes. La mañana del 24 de mayo de 1930, hace 78 años, frau Kurten atendió a una patrulla. Les dijo que sabía a quién estaban buscando y que a cambio de la recompensa los llevaría hasta él. Los policías estuvieron de acuerdo y a las tres de la tarde de ese día, la señora Kurten acompañó a la partida policial hasta la parte posterior de la iglesia de Saint Rochus. Allí estaba Peter. “No tienen por qué temer”, dijo en esa circunstancia. Y se entregó. Le faltaban dos días para cumplir 47 años.

Peter fue la atracción de médicos forenses, que se encontraron ante el caso documentado de un hombre que mataba para alcanzar placer sexual. Polémica mediante, en los tribunales no pensaron que se tratase de un loco de atar. Kurten, que provocó un pavor casi tan alto como Jack, el destripador, fue guillotinado en la prisión de Klingelputz el 2 de julio de 1931.

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Tras su ejecución, su cabeza fue diseccionada y momificada, y en la actualidad se conserva en un museo de Wisconsin Dells, en los Estados Unidos.

Una película

En 1931, el mismo año de la ejecución de Kurten, en Alemania se estrenaba la película “M”, considerada una obra maestra del director Fritz Lang, con el actor Peter Lorre como el maniático asesino de chicos.

Lang toma como eje de su argumento una versión no confirmada que corrió en Dusseldorf antes de que Kurten cayera: que la policía estaba dispuesta a aliarse con los hombres del bajo mundo para atrapar al vampiro. Finalmente, los hampones lo atrapan y lo juzgan en un sótano.

Fritz Lang, como tantos otros que pudieron hacerlo, escaparon de Alemania en el período que precedió el ascenso de Adolfo Hitler.

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Noticia del diario digital TN NOTICIAS POLICIALES

Por Ricardo Canaletti

Publicado el 16/09/2018

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