​A veces comen de día

​A veces comen de día

Diego Micucci

15/05/2019

Las palabras de la mujer entran en su cabeza pero no se aferran, está concentrado en las llaves que bailan y titilan sujetas por la mano de su tía. Mientras su tío espera en el auto en silencio, atento a la voz que sale de la radio del vehículo. Asiente automatizado, la llave cae en sus manos al fin. Cuando la mujer guarda silencio se despide una última vez levantando la mano. El auto se pone en marcha y se aleja. Richard los ve, suspira, es consciente de lo que le espera. Será una larga semana, o más bien, diez días para ser exacto. Abre la puerta y lo recibe la oscuridad, aunque afuera sea de día, el cielo está repleto de nubes grises como el plomo. Dentro de la casa, las sombras abrazan cada rincón, al joven le cuesta creer que un lugar pueda tener ese aspecto a pocos segundos de ser abandonado por sus habitantes, pero un vistazo a un mueble cercano le da una idea.

Ve la foto, su tía diez años más joven sonríe abrazando a un niño de unos once, el padre, se ve orgulloso, su pelo aún no ha comenzado a teñirse de gris como lo está en la actualidad. Se puede ver a una familia feliz, disfrutando de una visita a un parque, nada extraño a simple vista, pero si se mira bien, detenidamente en los ojos del pequeño se despierta en el cuerpo de cual persona sensata, una horrible sensación, un escalofrió, resabio del instinto de supervivencia, algo que solo el espíritu puede observar.

Richard avanza y busca la llave de la luz para romper con la oscuridad al tiempo que gira el portarretrato, para así no ver más la foto. La sensación horrible que le recorre la espalda ha comenzado a calmarse. Suspira la situación difícil de tener que pagar deudas absurdas, el miedo a no poder salir de ellas a tiempo lo ha empujado a aceptar ese trabajo ridículo. Cuidar de la casa de sus tíos es para él un trabajo horrible. Conoce de sobra las razones por las que nadie en el resto de la familia ha aceptado semejante tarea. Sabe de sobra lo que muchos en su familia dicen con respecto a ellos. Pero ahí está. Dentro de esa oscuridad matutina esperando a que el tiempo le haga de aliado y pase, tan rápido como pueda.

La casa esta fría, y ha tenido que girar más retratos, la presencia del chico en esas fotos revive esa asquerosa reacción de la primera. Su imagen produce escozor.

La casa pronto además de sus imágenes le ofrece otros temores, ruidos, sonidos que tarde en identificar, sombras que confunde y se percata de que le ha quedado una foto sin girar, y al volverlo a ver, vuelve esa horrible sensación. La casa por momentos parece dejarlo en paz solo para volver a arremeter contra su cordura, su sueño que siempre a sido normal se desbaratado, las compañías que tratan de hacer ameno su tiempo han dejado de ir con forme los días han pasado, algo en su aspecto ha cambiado, su humor por la falta de sueño se ha vuelto más parco, hasta una muchacha que sugirió quedarse con él, termino azotando la puerta después de que Richard se refiriera a ella de una manera irrespetuosa. Espera a la altura de la séptima noche que ya termine pronto, que la casa lo mate, que termine su trabajo. Cierra los ojos, no para dormir sino para recordar.

El hijo de sus tíos, Richard se niega a pensar en eso como un primo, invito a un amiguito de la escuela a jugar, el primer en diez años de existencia. Sus padres están muy felices, pero pronto los llama el deber de ser adultos y haciendo uso de esa extrema confianza en su pequeño, dejan a los jovencitos solos. Se marchan riendo, dentro entre la oscuridad de la casa, uno de los pequeño, el amiguito corre a esconderse, conoce la naturaleza de su “amigo” cuando no hay adultos cerca, están jugando a “el tigre y el cazador, aunque más bien sea un juego de gato y ratón. Cuando los padres vuelven los gritos de la madre alertan a la policía. El hijo se ha comido a su amiguito, tiene la boca llena de sangre. Huele a muerte, el policía que entra primero en la escena del crimen no puede creer lo que ve, su niño que ha ido a jugar a la casa de un compañerito, yace muerto con la garganta abierta detrás de una puerta, el hombre saca su arma, el tigre mira al hombre, con sus ojos de vestía demuestra que los depredadores no saben de culpas. El oficial abre fuego, la madre que esta pálida llora en silencio, a su alrededor los compañeros del oficial se apresuran a detener al hombre.

Richard abre los ojos, cuanto ha dormido, su teléfono junto a la almohada marca las nueve treinta de la mañana, ha dormido por que el sueño lo ha vencido, dos días, en pocas horas abra terminada. Parpadea, lo que ve en el umbral de la puerta le causa gracia, tiene la ligera esperanza de haberse vuelto loco, pero la brisa fresca que entra por la ventana afirma lo contraria.

El eco de la llave girando en la cerradura retumba en las paredes vacías. La mujer camina con paso cauteloso, llama a Richard pero nadie le responde, su marido se encuentra peleando con las maletas. Ella abre la puerta de su habitación y los ojos se llenan de lágrimas, corre, lo rodea con sus brazos, su niño mastica, mientras un hilo de sangre y saliva le cae por la comisura de los labios, sus ojos perdidos miran a la nada, a pesar del olor dulzón de la muerta la madre está feliz.

-Querido, veni a ver, mira quien nos vino a visitar.

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